Historia de un secuestro en el Dakar
El 14 de enero de 1999 se produjo uno de los episodios negros del Dakar: un total de 50 participantes del rally, que aquel año se extendió entre Granada y Dakar, sufrieron una emboscada por parte de ladrones armados durante una de las etapas más temidas de la prueba, los 497 kilómetros que transcurren entre Tichit a Néma (Mauritania). Los asaltantes se apropiaron de automóviles, camiones y una moto, vaciando los depósitos de gasolina de los vehículos que no se llevaron. Los participantes del rally iban en busca de la aventura, pero en ocasiones también se topaban con la realidad cruel y cruda del desierto. Y algunos españoles lo sufrieron en sus carnes: en uno de los capítulos del libro «Cuando éramos pilotos» (Plaza & Janés, enero de 2025), el periodista deportivo José Antonio Ponseti regresa a aquel momento para recuperar el testimonio de algunos de ellos. A continuación, LENGUA publica el extracto en el que se narra la historia de los pilotos Rafa Santiveri y Rosendo Touriñán, quienes fueron registrados y despojados de documentos y dinero y temieron durante horas por sus vidas.
Níger, 13 de enero de 1987. Un motociclista se encuentra con la población en la etapa Tahoua-Niamey del rally París-Dakar. Crédito: Getty Images.
14 de enero de 1999
Etapa entre Néma y Tichit
Paso de los Elefantes (Mauritania), cerca de la frontera de Mali
Rafa Santiveri y Rosendo Touriñán iban con el Nissan de serie y estaban completando la etapa que había partido desde Néma. No les quedaba mucho para terminar, quizá unos cincuenta kilómetros. Los dos aventureros se disponían a cruzar un paso estrecho, cuando Rosendo se fijó en un coche parado con los warnings puestos y las puertas abiertas.
—Vamos a ver qué les ha sucedido. Quizá tengan una avería y les podemos ayudar, Rafa.
Se acercaron a ver lo que había pasado. Lentamente el Nissan se aproximó al vehículo por el lado del conductor, pero no había nadie dentro. Casi al instante Rosendo gritó:
—Nos van a disparar, Rafa, ¡cuidado!
A unos metros había unos tuaregs, unos bandidos del desierto apuntando con sus kalashnikovs hacia los dos españoles. A Rafa lo único que se le ocurrió fue bajar del coche y ponerse de rodillas con las manos en alto, pero eso no pareció gustarles a los dos hombres que los estaban encañonando. Gritaban algo que no comprendía en un francés que dejaba mucho que desear. En realidad, lo que estaban pidiendo era que abandonasen el coche y que fueran corriendo hacia ellos. La cabeza de Rafa se negaba a acatar esa orden, salir corriendo le parecía firmar su sentencia de muerte. Rosendo conservó la calma y gritó:
—¡Levántate y baja las manos! Lo que quieren es que vayamos hacia a ellos. Hazlo o nos pegan un tiro, Rafa.
Santiveri, espoleado por su compañero de aventura, se levantó, no bajó las manos y junto a Rosendo caminó hacia los bandidos. Uno de ellos aprovechó para subirse al coche y marcharse. El otro, kalashnikov en mano, los acompañó hacia donde tenían a más secuestrados.
Al principio quizá eran poco más de veinticinco, pero a medida que iban llegando otros participantes al mismo paso estrecho la cantidad de secuestrados iba aumentando. La táctica era la misma: daba igual camiones, motos, coches de la organización..., los paraban a todos. A los que se dieron cuenta y no quisieron parar les disparaban a las ruedas. Poco a poco fueron juntando en la ladera de una duna a cerca de setenta participantes.
Debían de ser en torno a las seis de la tarde cuando secuestraron a Rafa y a Rosendo. No pasó nada hasta que llegó el último de los coches en carrera. Ya no había nadie más. Dos horas más tarde, ya habían capturado a toda la cola del Dakar.
Entonces todo cambió y empezaron a traer los vehículos, uno a uno, para acercarlos hasta donde se encontraban todos. Los secuestrados estaban rodeados de unos quince hombres armados. Iban gritando en alto el número de los participantes de cada vehículo. El de Rafa y Rosendo era el 254. Los dos se acercaron caminando juntos hasta el Nissan, mientras uno de esos tipos les reclamaba dinero:
—L'argent, l'argent.
Ver mas
Los dos españoles llevaban dinero escondido en varios sitios, por si alguna vez se encontraban en una situación como esa. Había una diferencia clave entre los participantes que corrían contratados por una marca, los equipos oficiales, y los que lo hacían de manera privada: los primeros no se jugaban su propio dinero, pues era de la empresa, en cambio los segundos sí se jugaban sus ahorros, por lo que escondían muy bien el dinero en caso de robo.
Mientras Rafa y Rosendo buscaban solo en alguno de los sitios donde lo tenían escondido, uno de los bandidos les azuzaba con su kalashnikov para que espabilaran. Ellos se lo tomaron con calma y procuraron no entregar todo el efectivo.
Cuando terminaron, los acompañaron de nuevo hasta la duna. Para entonces todo estaba muy oscuro y era noche cerrada. Los tuaregs acercaron dos de los coches de los participantes y los dejaron con las luces encendidas, apuntando hacia los secuestrados. Enfrente de las luces se situaron dos hombres armados. Daba la sensación de que les iban a ametrallar en cualquier momento, seguramente cuando todos los participantes les hubiesen entregado el dinero que buscaban.
Las malas sensaciones aumentaron cuando cogieron las palas de los coches y las dejaron a un lado. Para entonces Rafa estaba convencido de que les iban a hacer cavar unas fosas y los enterrarían ahí mismo, en medio de la nada. Pensó en todas las veces que los suyos le habían dicho que ya no estaba para aventuras como el Dakar y se arrepintió de no haberles hecho caso.
A unos metros había unos tuaregs, unos bandidos del desierto apuntando con sus kalashnikovs hacia los dos españoles. A Rafa lo único que se le ocurrió fue bajar del coche y ponerse de rodillas con las manos en alto, pero eso no pareció gustarles a los dos hombres que los estaban encañonando.
Los españoles se fueron uniendo en medio de la duna. Ahí estaban también Rafa Tibau, Jordi Juvanteny y José Luis Criado. Todos con los nervios a flor de piel y esperando lo peor, que les disparasen en cualquier momento. Bueno, todos no. En medio de la oscuridad, con el silencio aterrador que rodeaba a todo ese grupo de mujeres y hombres, se escucharon unos ronquidos. Era Rosendo..., que se había dormido.
—Rosendo, Rosendo, despierta, coño, que nos van a matar y no te vas a enterar —le dijo Rafa en voz baja, pero bastante enfadado.
Rosendo abrió uno de los ojos.
—Qué dices, hombre. Estos no van a matar a nadie, son unos bandidos. Nos van a robar todo lo que les dé la gana y luego se largarán.
Pero el resto del grupo no pensaba igual. La situación internacional era compleja. Estados Unidos estaba en pleno jaleo en Irak y el mundo en ese momento estaba revuelto. A saber si los piratas eran islamistas, ejército de oposición de Mali, guerrilleros o todas esas cosas a la vez. De lo que no había duda alguna es que eran bandidos y les estaban robando. Rosendo se volvió a fijar en los secuestradores y sin levantarse señaló a uno:
—¿Veis el anorak que lleva? Es de Tatra, del año pasado. Estos tipos son los que asaltaron a ese equipo. Estoy seguro de que son los mismos, simples ladrones.
No había terminado de decirlo cuando vio a otro de los bandidos con su anorak.
—Mierda, ¡no me lo puedo creer, maldita sea! —Sus maldiciones comenzaron a preocupar al grupo.
—Pero ¿qué pasa, Rosendo? —le preguntó Rafa, alarmado.
—Que ese cabrón lleva mi anorak, que lleva el mío.
Uno de los tipos iba con un anorak Santiveri. La empresa de Rafa se dedicaba a la fabricación de productos destinados al bienestar integral y era la que patrocinaba la aventura. El coche estaba, entre otros, pintado con el logo de la empresa y la ropa, como el anorak de Rosendo, llevaba los parches de Santiveri por todos lados. Rafa intentó calmarle:
—No pasa nada. ¡Qué más da una chaqueta en medio de todo este lío, Rosendo! Ya te conseguiré otra.
—Sí que da, Rafa, sí que da —repitió Rosendo en un tono entre enfadado y sarcástico—. ¿Recuerdas el medio millón de pesetas en francos franceses que me diste para guardar? Rosita cosió el dinero, para esconderlo, en el interior del forro de esa chaqueta. Ahí van medio millón de pesetas en francos.
La mujer de Rosendo había escondido parte de la fortuna que tenían para pagar combustible y comidas en el doble forro del anorak. Rafa casi se cae de culo.
—¡No puede ser, Rosendo!
—Pues así es, ahí van y me parece que no los vamos a poder recuperar. El chico que llevaba el anorak no se había dado cuenta de que tenía medio millón en su poder.
Un piloto camina por el desierto de Libia durante la etapa Gadhamis-Ghat de la duodécima edición del rally París-Dakar, celebrada entre el 25 de diciembre de 1989 y el 16 de enero de 1990. Crédito: Getty Images.
De nuevo los bandidos estaban en acción. Ya habían terminado de saquear todos los coches y volvieron hasta donde tenían al gran grupo de secuestrados. Para entonces Rafa Santiveri había pensado en un plan de emergencia por si las cosas se ponían mucho peor. Se colocaría en medio del enorme grupo de secuestrados. La idea era que, si les disparaban, él se dejaría caer como si estuviera muerto y se mancharía con la sangre de otro para fingir que le habían alcanzado los disparos. Le parecía un buen plan para salvar la vida. Su cabeza no paraba de maquinar posibles escenarios para escapar vivo de ese lío.
Mientras se entretenía con esas ideas, una manera más de evitar el miedo, el líder de los piratas comenzó a hablar:
—Ya hemos revisado todos los coches, ahora os vamos a registrar a vosotros, uno a uno. Al que tenga dinero encima lo vamos a matar.
A Rafa se le vino el mundo encima. Había escondido mucho dinero en sus botas.
—¿Recuerdas el medio millón de pesetas en francos franceses que me diste para guardar? Rosita cosió el dinero, para esconderlo, en el interior del forro de esa chaqueta. Ahí van medio millón de pesetas en francos.
Maldijo el momento en el que se le había ocurrido esa genial idea. «Piensa, Rafa, piensa», se dijo. Se puso de rodillas, asegurándose de que no lo vieran, y empezó a quitarse las botas. Mientras, seguía pensando: «Soy tonto, cómo se me ha ocurrido meter el dinero aquí y ser tan ingenuo de creer que no me iban a registrar... Si es que lo de que nos iban a registrar es de primero de secuestro, joder...».
Rafa Tibau lo vio agachado y le preguntó:
—Pero ¿qué haces, Rafa?
—Trato de esconder el dinero que llevo en las botas. Lo voy a enterrar, y si salimos de esta, lo recuperaré.
—Tú no has enterrado nunca algo en la arena de la playa, ¿verdad? ¿Crees que lo vas a encontrar?
Las palabras de Tibau no le importaron, enterró todo el dinero en un agujero en la arena y señaló el lugar con un bolígrafo que clavó encima.
—Si salimos de esta, lo recuperaré, ya verás.
Rafa Santiveri ya estaba limpio, así que dio un paso al frente y se dejó registrar por los ladrones. Junto a él, un piloto francés se estaba enfrentando a su secuestrador. Este lo puso de rodillas en la arena y le colocó el arma en la cabeza. La cosa iba de mal en peor. Afortunadamente, todo se quedó en amenazas.
Espectadores al costado de la carretera durante una etapa del París-Dakar, en enero de 1981. Crédito: Getty Images.
Cuando terminaron de registrarlos, les hicieron ponerse junto al resto de los secuestrados que ya habían sido chequeados. Ahí pensó que en cuanto acabaran con todos, les dispararían. Estaba convencido de que los ejecutarían sin piedad.
Tenía dos opciones. La primera consistía en aprovechar un descuido de los ladrones para salir corriendo; sin embargo, le pareció que se lo pondría demasiado fácil a los malos, porque seguirían sus huellas y lo matarían igualmente. La segunda opción le pareció un buen plan: se enterraría como si estuviese en una playa junto al mar. Tan solo tenía que cubrirse completamente de arena, y con la poca luz de los coches, siendo además noche cerrada, jamás lo descubrirían. Dicho y hecho, comenzó a enterrarse bajo la arena. No se le estaba dando nada mal. Se cubrió los pies, las piernas, el tronco... y ya estaba casi cuando se dio cuenta de que no podía echarse arena por la cabeza, porque no tenía nada con lo que respirar. Necesitaba un tubito o algo similar.
—Rosendo, Rosendo, ¿no tienes un boli para que lo utilice para respirar, o un pequeño tubo?
Rosendo lo miraba sin dar crédito a lo que estaba pasando.
—¿Quieres parar de hacer el gilipollas? Vas a conseguir que nos partan la cara por tu culpa. De verdad, Rafa, estate quieto ya.
Rafa le respondió a Rosendo con una contundente reflexión:
—Mira, yo me entierro, te pongas como te pongas. Esta panda de desalmados no me va a matar.
La opción de Rafa, a falta de bolígrafo, fue arrancar hierba de camello y ponerla encima de su cara. Estaba totalmente enterrado, con la cara llena de hierba, aunque tenía dudas de haberlo hecho del todo bien. Aun así, prefirió pensar que el plan había funcionado y que estaba perfectamente camuflado.
Rafa se pasó por lo menos una hora enterrado y con la hierba encima de la cabeza. Entonces escuchó al jefe de los bandidos anunciarles que se iban y que había dos francotiradores pendientes de dispararles si se movían. El ladrón se despidió al grito de:
—¡Alá es grande y hasta el año que viene!
Los vieron alejarse en uno de los camiones, dos coches y toda la gasolina y piezas que habían podido saquear. Los dejaron solos. Santiveri continuaba cubierto de arena y esperaba por si pasaba algo. Pero no sucedió nada, ni tampoco había rastro de los francotiradores. Al rato, se destapó, se quitó toda la arena de encima y fue junto a los demás. Estos estaban decidiendo si se quedaban y esperaban a que llegara la ayuda de la organización al amanecer o si salían en convoy hasta el campamento. Sabían que no estaban muy lejos, así que optaron por recuperar todos los vehículos y largarse.
(...) La idea era que, si les disparaban, él se dejaría caer como si estuviera muerto y se mancharía con la sangre de otro para fingir que le habían alcanzado los disparos. Le parecía un buen plan para salvar la vida. Su cabeza no paraba de maquinar posibles escenarios para escapar vivo de ese lío.
Rosendo apareció con el Nissan mientras muchos de los secuestrados estaban prendiendo fuego con mecheros a la hierba de camello y a unos matojos para poder ver algo. Aún no amanecía y para Rafa la prioridad era encontrar el dinero enterrado. Touriñán puso el coche frente a la duna donde su compañero lo había escondido. Encendió las luces. Se tiraron sobre la arena y recorrieron una y otra vez el espacio iluminado. La fortuna estaba de su lado, pues dieron al fin con los billetes. Ahora se tenían que marchar. Dejaron que subiese con ellos uno de los franceses a los que les habían robado el coche y lo situaron entre la rueda de recambio y las ruedas. No tenían más espacio. Los demás que también tuvieron la mala fortuna de que les robasen los vehículos se fueron repartiendo entre camiones y coches.
Ya de regreso, Rafa y Rosendo comentaron lo que les había tocado vivir. Santiveri estaba sorprendido del comportamiento de todo el grupo, nadie trató de rebelarse. Uno de los pocos que plantó cara a los malos fue Rafa Tibau, al que le dieron unos golpes y le pusieron un arma en la cabeza, pero cuando esto sucedió, el resto no movió un dedo. Luego se dio el caso único de Rosendo, que aparentemente en ningún momento se preocupó demasiado, e incluso se durmió un buen rato.
Cuando llegaron al campamento del Dakar, descubrieron que nadie se había preocupado lo más mínimo de que no hubiesen llegado, pues pensaban que se habían perdido por el desierto. Al no haber ninguna operación de rescate en marcha, entendieron que salir de allí había sido la mejor decisión. Si se hubiesen quedado, tan solo se hubiesen topado con el camión escoba, nada más.
Se reunieron con los jefazos del París-Dakar, Hubert Auriol y Patrick Zaniroli. Los dos escucharon el relato de lo sucedido y les ofrecieron dos opciones: salir al final con el tiempo del último coche en carrera, con lo que podían organizarse y descansar un poco, o bien salir cuando les tocaba y participar como si nada les hubiese ocurrido. Rafa y Rosendo decidieron salir cuando les tocaba e intentar ganar la categoría de coches de serie. Días después llegaron al Lago Rosa en Dakar y ganaron. Fue el único coche de serie que lo consiguió.
De la chaqueta con el medio millón de pesetas en francos franceses nunca se supo nada más, ni tampoco si el chico que la robó descubrió algún día todo el dinero que llevaba encima. Sobre los vehículos robados, algunos de ellos los recuperaron al día siguiente; los encontraron abandonados en el desierto, seguramente por problemas mecánicos.
OTROS CONTENIDOS DE INTERÉS:
¿Es que Rafa Nadal nació en París?
«Esta tía vale de verdad»: Paloma del Río, la voz de los Juegos Olímpicos
Johnny Weissmüller: yo, Tarzán; yo, medallista olímpico
El baño de sangre de Melbourne 1956: cuando deporte y política colisionan
La tragedia de Hillsborough: 35 años de la catástrofe de la que surgió el fútbol negocio
Socio número 15.885: de cómo el Rayo Vallecano me cambió la vida