La última defensa de Jesús Polanco
Cuando en 1996, por un entramado de intereses políticos y económicos, se lanzó una brutal embestida judicial y mediática contra el Grupo Prisa y Jesús Polanco, que llegaba por igual a la opinión pública y a los tribunales, el entonces presidente de Prisa decidió emprender su defensa a través de una memoria personal. Pero al cabo de una serie de entrevistas grabadas para darle forma, Polanco desistió: «No sirve para nada defenderse, el ataque ya está lanzado y no parará nunca». A instancias de los hijos de Polanco, Juan Cruz Ruiz desempolvó las cintas de aquellas entrevistas que realizó entonces para convertirlas en la base de «Ciudadano Polanco», una ineludible biografía sobre uno de los hombres más ricos y poderosos de España, y de la confrontación ideológica y económica detrás de aquella embestida.
Por Juan Cruz Ruiz

Jesús Polanco, el hombre tras las pantallas... y la grabadora. Crédito: Getty Images.
Por JUAN CRUZ RUIZ
Fue el vendedor de los libros que editaba. Los llevaba en maletas pesadas a cualquier país de América, el destino que más amó. Como editor de material educativo se familiarizó con un mundo que incluía la inteligencia y las preguntas, y así se fue convirtiendo en un ciudadano preocupado por el bienestar intelectual de su país y de los países que visitaba. Pronto conoció a muchísima gente, gracias a un carácter que, aparte de algunas actitudes arriscadas que nunca abandonó, cultivaba la conversación sosegada pero también festiva. Se emancipó pronto y trabajó desde que terminó su carrera de Derecho, a los veintitrés años, hasta que murió. Exactamente, hasta dos días antes de su muerte, en junio de 2007, a los setenta y siete años. La última vez que lo vi, dos semanas antes de ese hecho que lo borró del mapa físico para convertirlo en un personaje que debería ser inolvidable en el periodismo en lengua española, fue en un agasajo a trabajadores de El País que ya llevaban veinticinco años en la empresa. En ese momento Jesús Polanco tenía el aspecto de un hombre que sufría indeciblemente. Que estuviera allí, a pesar de esos síntomas, decía mucho de su modo de ser, expuesto siempre a lo que le mandaran su oficio y sus calendarios. Era muy difícil que Polanco faltara a sus citas, hasta el punto de disculparse ante quienes lo esperaban en la última discusión del Consejo de Administración del Grupo Prisa. «Creo que mañana no voy a poder estar en el consejo.» Murió dos días después.
Su energía se apagó. Él desapareció, pero siguió su obra, símbolo de una manera de ser marcada por el respeto a los otros. En periodismo eso se tradujo, en El País y en los restantes medios que puso en marcha o controló como empresario, en la vigilancia extrema de los fundamentos en que se asentó ese periódico que él contribuyó a sacar a la calle. Tales fundamentos tenían que ver con el contraste de las fuentes, con el cuidado de todos los extremos de una información según un libro de estilo que era el vademécum de sus exigencias en sus encuentros (o desencuentros) con los directivos de su organización. Él conocía bien el país en el que vivía, y no le resultó extraño que, en cuanto el periódico tuvo influencia, los distintos afluentes del poder político emanado del acuerdo en el que se basó la Transición cayeran, de un modo u otro, sobre la identidad del diario. Hubo varias etapas en que ese acoso iba a hacerse presente, desde el mismo día en que el periódico empezó a ser influyente y, además, rentable. La relevancia de El País, que era un periódico independiente perteneciente a miles de accionistas, alarmó a los que preferían un diario mediocre expuesto a la ruina y a ser manipulado. La derecha de entonces, así como la izquierda de aquel tiempo, persiguieron su control, y esa historia no ha cesado hasta este mismo momento, mientras escribo estas líneas y cuando se acaba de publicar el libro Ciudadano Polanco, que motiva estas mil palabras.
Crónicas de un país
De todas esas persecuciones la más llamativa, por simbólica y porque incluye una saña que define tanto al perseguido como a los perseguidores, es la que inició José María Aznar en 1996 contra Polanco y su grupo, incluido el entramado creado por Jesús y sus socios en torno a Canal +. Mediante una alianza de felones, e instado por un competidor, Pedro J. Ramírez, el que ya era finalmente presidente del Gobierno de la nación dispuso que toda la artillería, judicial, mediática, sobre la que tenía influencia, disparara contra el presidente de Prisa. Pedro J. Ramírez publicó, en cuanto tomó posesión Aznar, una serie de requerimientos para que el nuevo presidente tuviera una determinada una hoja de ruta. Entre los puntos de su manifiesto incluyó el entonces director de El Mundo una recomendación para acabar con el poder de Polanco. En esa época, Luis María Anson atacaba a El País desde el Abc por parecerle progubernamental (afín al PSOE) el diario que dirigía Juan Luis Cebrián. Al tiempo que ese progubernamentalismo era denunciado en el diario monárquico, Cebrián se sentaba en el banquillo, acusado… por el Gobierno de Felipe González. Lo cierto es que semanas después de la toma de posesión del sucesor de González esa alianza de felones inició su campaña contra Polanco. Estuvo a punto de costarle la cárcel a los más altos directivos del Grupo Prisa, una intención que fue abortada por los tribunales que acusaron de prevaricación al juez utilizado para desposeer a Polanco de su pasaporte y de su libertad.
«Él se sabía bien el país en el que vivía, y no le resultó extraño que, en cuanto el periódico tuvo influencia, los distintos afluentes del poder político emanado del acuerdo en el que se basó la Transición, iban a caer, de un modo u otro, sobre la identidad del diario.»
Las implicaciones económicas que tuvo ese proceso, y las siguientes batallas por los derechos del fútbol y otros emprendimientos televisivos, terminaron empobreciendo al grupo Prisa, obligado a pactar con otros operadores y, finalmente, expuesto a alianzas de las que no salió beneficiado. Lo peor no fue el aspecto económico de esa operación de derribo. Esa gestión de la destrucción de Polanco se inició para denigrar al empresario, sobre el que se establecieron difamaciones que llenaron almacenes de los tribunales. En una de esas numerosas ocasiones en que el empresario fue a declarar al juzgado, el juez que lo recibió le mostró la montaña de insultos que albergaban los archivos en los que estaban su historial y su persona. Jesús Polanco pensó en ese momento que era tiempo de actuar en su favor, escribiendo él mismo o dictando una memoria personal de esta impresionante cacería. Su mujer de entonces, Mariluz Barreiros, le compró material para que grabara esas confesiones, y él estuvo de acuerdo en que fuera yo mismo el que grabara mis preguntas y sus respuestas. Cuando ya llevábamos varias semanas haciendo esta pesquisa, tarea a la que él se prestó de buen ánimo, él comprobó que seguían sumándose insultos y malentendidos que lo desfiguraban hasta tacharlo. Entonces tomó la determinación de acabar con esas conversaciones. «No sirve para nada defenderse, el ataque ya está lanzado y no parará nunca».
«Jesús Polanco pensó en ese momento que era tiempo de actuar en su favor, escribiendo él mismo o dictando una memoria personal de esta impresionante cacería. Su mujer de entonces, Mariluz Barreiros, le compró material para que grabara esas confesiones, y él estuvo de acuerdo en que fuera yo mismo el que grabara mis preguntas y sus respuestas.»
Ese material fue guardado por él y luego por su familia. Tiempo después sus tres hijos, Ignacio, Manuel y María, que sobrevivieron a su hermana Isabel, figura muy importante en la historia de esta familia, acordaron pedirme que completara el libro. Ahí estaba la conversación con Polanco. Los tres hijos me pidieron que hablara con otros personajes que pudieran completar la figura y el recuerdo de este buen hombre vilipendiado, este ciudadano que nunca fue el que pintaron sus adversarios. El resultado es este libro, Ciudadano Polanco, del que me siento orgulloso como periodista y también, naturalmente, como ciudadano.
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