Paseando con Virginia Woolf
Boston, 1871. Alice Gulick, misionera protestante, se embarca rumbo a España para luchar por la educación femenina. Su viaje culmina con la creación del Instituto Internacional, un colegio muy avanzado para la época. En Madrid, las americanas de esta institución tejen vínculos con las profesoras y estudiantes de la Residencia de Señoritas, como María Goyri y María de Maeztu. Durante décadas intercambiarán cartas y unirán fuerzas para lograr el acceso de las mujeres a la universidad. Madrid, 2021. Cristina Oñoro descubre esta historia real de amistad transatlántica en los archivos de la Residencia de Señoritas. Para contarla viaja por España, Estados Unidos e Inglaterra siguiendo las huellas de varias generaciones de feministas. El resultado de este apasionante recorrido es «En el jardín de las americanas. Una historia transatlántica (1871-1936)» (Taurus, febrero de 2025), un ensayo que narra la historia de las renovadoras educativas del siglo XX, un grupo de mujeres brillantes, tenaces y pioneras que compartieron su afán por la educación, su amor por los libros.... y un bonito jardín. En el extracto que LENGUA publica a continuación, Oñoro viaja hasta 1928 para narrar las visitas de Virginia Woolf a Newnham y Girton, dos «colleges» de mujeres de la Universidad de Cambridge, en donde impartió unas conferencias que, de algún modo, plantarían la semilla de «Un cuarto propio», que sería publicado sólo un año después.
Por Cristina Oñoro

Virginia Woolf en 1924. Imagen de la colección privada de la artista y escritora Ottoline Morrell. Crédito: Getty Images.
Durante los mismos años en que la Residencia de Señoritas vivía su edad dorada, tuvo lugar un acontecimiento de los que marcan época y dan voz a toda una generación. Aunque no se produjera ni en Madrid ni en Estados Unidos, sino en Inglaterra, se trata de un hecho tan simbólico, y con tanta importancia posterior, que su historia también debe formar parte de nuestro jardín. Sucedió en la Universidad de Cambridge, en 1928, durante el periodo escolar llamado Michaelmas, cuando las «hojas caen de los árboles cubriendo la avenida» y los alumnos de Trinity y St. John's se reencuentran después de las vacaciones de verano. En octubre, pocos meses después de que se descubriera en Madrid la placa del laboratorio Foster, Newnham y Girton, dos colleges de mujeres de la famosa universidad a orillas del río Cam, recibieron la visita de Virginia Woolf. Sus novelas de este periodo, como La señora Dalloway, Al faro u Orlando, radicalmente modernas y experimentales, estaban revolucionando la historia de la literatura de una manera tan profunda como lo habían hecho los poemas de Emily Dickinson décadas atrás. La escritora, distinguida integrante del grupo de Bloomsbury, había sido invitada por dos asociaciones femeninas de estudiantes para que impartiera unas conferencias, tituladas «Women and Fiction».
Estas charlas serían la génesis de Un cuarto propio, publicado un año después, en 1929, un clásico sobre el que innumerables feministas han escrito, ya sea para ensalzarlo como un manifiesto o para criticarlo por sus aspectos más controvertidos. Entre ellos destacan especialmente el hecho de que Woolf prefiriera la libertad material, representada por las quinientas libras y la habitación, a derechos políticos como el voto, así como que lamentara que algunas escritoras, como Charlotte Brontë, hubieran compuesto sus textos dominadas por la rabia, lo que les habría impedido manifestar su genio de manera completa e intacta. Incluso María de Maeztu, en 1941, escribió una reseña de la obra llena de alabanzas en la que recordaba sus viajes a Londres, y, ya en nuestros días, Rebecca Solnit le ha dedicado algunas páginas hermosísimas de su ensayo Una guía sobre el arte de perderse.
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Sin embargo, a pesar de las muchas lecturas que se han realizado hasta la fecha, todavía no se ha prestado suficiente atención al hecho de que Un cuarto propio naciera en dos colleges de mujeres ni a que lo hiciera gracias a la invitación de unas estudiantes universitarias. Forzosamente, las palabras de Woolf resonarían con una fuerza especial en los oídos de sus primeras receptoras e incluso la metáfora de la habitación cobra otra dimensión si pensamos que la charla estuvo dirigida a uno de los pocos grupos de mujeres de Inglaterra —y del mundo— que disponían de un cuartito en el que desarrollar sus inquietudes intelectuales.
Aquellas mujeres inglesas de finales de los años veinte nos recuerdan poderosamente a las protagonistas de nuestra historia. Las alumnas y profesoras de Newnham y Girton no solo compartían con Alice, Susan, María o Carmen el haber accedido recientemente a la educación superior, sino también que lo habían hecho a través de una institución de mujeres, viviendo en comunidades femeninas como Holyoke, Wellesley y Smith, o en la Residencia de Señoritas. En este sentido, aunque Un cuarto propio tuviera su origen en Cambridge, «paseando despacio por aquellos colegios, por delante de aquellas salas antiguas», como escribió Woolf, también podría haber nacido perfectamente en un paraninfo de Massachusetts o de Madrid, por iniciativa de la Liga del Instituto Internacional o del Lyceum Club Femenino. De hecho, María de Maeztu en los años veinte llegó a invitar a Virginia Woolf a que diera una conferencia en Madrid, si bien la escritora inglesa declinó cordialmente su propuesta porque, al parecer, «se encontraba en el campo».

La novelista y ensayista inglesa Virginia Woolf en una imagen de 1928. Crédito: Getty Images.
La idea de visitar Newnham y Girton empezó a rondarme la cabeza un año después de haber ido a Estados Unidos, durante la primavera de 2024. Según pude informarme, en sus archivos no solo se conservaban algunas huellas del paso fugaz de Virginia Woolf por Cambridge, sino también numerosos documentos interesantes, como las cartas de Emily Davis, fundadora de Girton, así como fotografías y memorias de algunas de las primeras girtonians. De los dos colleges en los que estuvo Woolf dando las conferencias, este era el más antiguo, pues se inauguró en una fecha tan temprana como 1869, dos años antes que Newnham, cuando las mujeres comenzaban su batalla para acceder a la universidad. Ambos se convirtieron en una referencia para muchas instituciones femeninas posteriores, no solo en Inglaterra, sino también en España, donde hemos visto la influencia que tendría la tradición universitaria anglosajona en las creaciones de la Junta para la Ampliación de Estudios. Cuando me fijé en el año de apertura de Girton, 1869, me pareció que además escondía una hermosa casualidad, pues era exactamente el mismo año en que habían tenido lugar las Conferencias Dominicales en el Paraninfo de San Bernardo de Madrid. Imaginé a Concepción Arenal y a Emily Davis unidas en la misma página de la Historia, luchando juntas por la misma causa, aunque fuera en puntos geográficos distantes.
El edificio de ladrillo rojo de Girton, con su torre gótica y sus largos corredores, se alzaba en mi imaginación como una de las estaciones finales de mi peregrinación, la que había empezado en Fortuny y me había ido llevando a tantos otros lugares, desde la Biblioteca Histórica de la Complutense hasta Harvard, pasando por Santander, San Sebastián, Jijona, Smith, Holyoke o Middlebury. Tampoco se me escapaba que aquel viaje me permitiría cumplir mi viejo sueño de vivir en un internado inglés, lejos de casa, aunque fuera durante un tiempo breve. Mientras hacía las maletas, volví a las líneas que escribió Virginia Woolf en su diario en 1928: «los pasillos de Girton son como las bóvedas de la iglesia mayor en una catedral… nunca terminan… fríos y brillantes».
No veía el momento de atravesarlos.
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