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LA BUTACA DE PENSAR
Por Gaspar Medina para El Noticiero de Madrid
ESPAÑOLES DEL NORTE Y ESPAÑOLES DEL SUR
Hace sólo tres años celebrábamos el centenario de la primera Constitución española, la que salió de las Cortes de Cádiz y se dio en llamar la Pepa. En aquella feliz ocasión, desperdiciada más tarde por el feroz absolutismo de Fernando VII, un monarca estúpido, se procuró hacer una ley común, un marco de entendimiento para los españoles de ambos hemisferios, del norte y el sur. Desde entonces se han ido perdiendo todas las colonias que un día fueron parte de nuestra patria, desde aquellos países de Sud América hasta Cuba o Filipinas. Aquellos hombres y mujeres, nacidos a miles de kilómetros de la tierra de sus antepasados, dejaron de ser españoles para convertirse en chilenos, en colombianos, en mexicanos… Nuestros representantes en Cádiz quisieron trabajar para unos y otros, pero ya era tarde y la falta de miras de un monarca obtuso nos llevó al final del glorioso imperio que fuera el orgullo de medio mundo.
Pero quedan muchos españoles en todas las latitudes. Cada año parten de España miles de jóvenes, hombres y mujeres, para buscar un futuro mejor. Desde los comercios de La Habana hasta los cafetales del estado brasileño de San Pablo, desde las plantaciones de cacao de Guinea Ecuatorial hasta los vastos campos de la Patagonia, en cada uno de esos lugares se puede escuchar a alguien hablar con uno de nuestros acentos. Todo el continente americano, el asiático y el africano reciben a algunos de los mejores ejemplares de nuestra raza: andaluces, castellanos, vascongados, catalanes, gallegos… Los pueblos y las ciudades españoles quedan así representados hasta los confines más remotos de este planeta que habitamos.
No podemos dejarlos solos, no podemos abandonar de nuevo a nuestros compatriotas a su suerte y permitir que unos ciudadanos españoles, iguales a nosotros, acaben convertidos en cubanos, argentinos o peruanos. España y su rey deben estar junto a ellos, el gobierno español debe aprobar partidas presupuestarias que ayuden a mantener el contacto de nuestros emigrantes con sus familias y sus lugares de origen.
—Hacia el norte sólo hay hombres matándose. Mejor ir hacia el sur, como los pájaros cuando llega el frío.
Si Gabriela pudiese, se tiraría al mar y nadaría. Como le enseñó su padre cuando era niña, ayudándose con los brazos y las piernas, imitando el movimiento de las ranas en las charcas y sumergiendo la cabeza en el agua para expulsar el aire tras cada esfuerzo. Así durante horas y horas, días, semanas…, hasta alcanzar un mundo distinto. Uno en el que no tuviera que obedecer las órdenes de su familia, en el que pudiera decidir por sí misma lo que desea hacer con su vida, en el que no tuviera que casarse a las siete de la mañana del día siguiente con un novio al que no ha visto nunca. Quizá un mundo en el que ni siquiera fuese una mujer sino un hombre que no tuviese que someterse a nadie, que pudiera luchar para imponer sus deseos.
—Dicen que en línea recta llegas a Barcelona.
—Me da igual dónde llegar. Lo importante es huir, salir de esta isla.
Pero no es posible huir así: el agua del mar está fría —helada en esta época del año—, y nadando no se puede llegar a ningún sitio. Además, en Europa los hombres se matan unos a otros en una guerra que dura más de un año y que no tiene visos de acabar. Ella ni siquiera es un hombre libre, es una mujer y no le queda más remedio que acatar las decisiones que otros han tomado en su lugar y casarse al día siguiente, la mañana del día de Nochebuena de 1915.
—¿No irás a negarte…? Te echan del pueblo si dices que no.
—¡No estoy tan loca!
Àngels está preocupada por ella, pero no hay nada que temer. Hará lo que tiene que hacer, como de costumbre, lo que su madre le ordene. Será la buena chica que siempre ha sido.
Si al menos Enriq, el hombre del que está enamorada, hubiera hecho algo para frustrar su boda… Pero él, además de despreciarla e ignorarla desde que recibió la noticia de su compromiso, no ha movido un dedo. Aquella noche, cuando se lo dijo, ella le demostró lo mucho que le amaba dándole aquello que tantas veces le había negado —quería esperar a casarse con él—, pero entonces se le entregó para demostrarle hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Ni eso cambió las cosas, ahora hace casi un mes de aquello y Enriq no ha llegado a recogerla a caballo para impedir que se case con otro, tampoco le ha hablado y le ha pedido que se niegue a hacerlo. No le ha propuesto fugarse juntos, montar en un barco rumbo a Barcelona, Francia o a donde sea y empezar una nueva vida, los dos solos. Ella le habría seguido hasta donde él le propusiera. Si por lo menos la hubiera raptado y deshonrado a ojos de todos, para que la familia del que va a ser su marido la repudiara y fuesen ellos los que impidiesen la unión, aunque después él desapareciera y con eso la condenara a la soledad para toda la vida, Gabriela lo daría por bueno, por amor. Pero no, quizá es que para él es una liberación que otro se la lleve, quizá él tenga los mismos sueños de libertad que ella y Gabriela sea la cadena que le atenaza y los impide.
Necesitaba a Enriq para cambiar su destino y parece que él ha decidido no ayudarla a escapar. Debe seguir esperanzada hasta el final, sin rendirse: queda una noche y debe seguir convencida de que él sólo apura el tiempo, no dejar de soñar en que aparecerá cuando llegue el momento
—¿Y si esta noche él viene a por ti…?
—Hasta el último minuto, hasta que yo entre en la iglesia, hasta que tenga el anillo en el dedo, Enriq está a tiempo.
—¿Y después?
—Si no lo hace antes, no lo hará después.
—Mejor, Enriq es un cobarde y no te merece.
Si no llega, Gabriela hará lo más lógico, poner rumbo al sur, como los pájaros. Tomar el camino de Buenos Aires; ¿llegan los pájaros tan lejos? Quién sabe si podrá volver al norte cuando aquí empiece el calor.
—Gabriela, ¿dónde estabas?
—En el Cap de Sa Paret, con Àngels.
Unas horas antes de casarse tiene que seguir obedeciendo a su madre. A partir de mañana, a quien deberá obedecer es a su marido.
—¿Lo tienes todo preparado?
—Creo que sí.
—Duerme, mañana será un día muy largo, y hay que madrugar.
Se va a la cama sin ganas de dormir. La boda es, según la costumbre local de los pueblos mallorquines, entre semana y a las siete de la mañana, para que los invitados puedan acudir a sus labores en el campo, el mar o las fábricas tras asistir a la ceremonia y al desayuno que ofrecerán las familias de los novios. Los domingos nadie se casa, exceptuando a los muy ricos: la iglesia se destina a las misas y a los demás servicios, no hay matrimonios; un casorio no es una gran celebración sino un trámite más, una de las cosas habituales que s