Índice
Portadilla
Índice
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Agradecimientos
Sobre la autora
Si te ha gustado este libro, no te pierdas…
Créditos
Grupo Santillana
Para mi madre.
Todo lo bueno que aprendí de ti
me lo enseñaste con el ejemplo.
CAPÍTULO 1
Si tuviese que volver a empezar desde el principio, no habría elegido esta vida. Claro que no estoy seguro de que en algún momento haya tenido elección.
En eso andaba pensando mientras huía del mercado con un trozo de carne bajo el brazo.
Era la primera vez que intentaba robar carne y ya me estaba arrepintiendo. Es muy difícil sostener un trozo de carne cruda mientras corres; es más resbaladiza de lo que había imaginado. Prometí que si el carnicero no me alcanzaba antes con su cuchillo y cortaba de raíz mis planes de futuro, la próxima vez me acordaría de envolver la carne antes de robarla.
Solo iba unos pasos por detrás de mí; me perseguía a más velocidad de la que me esperaba para un hombre de su volumen y gritaba a voz en cuello en su idioma, uno que yo no reconocía. Era originario de alguno de los países del lejano occidente; indudablemente, de un país donde estaba permitido matar a un ladrón de carne.
Pensar aquellas cosas era lo que me animaba a correr más deprisa. Justo al doblar una esquina, el cuchillo se clavó en un poste de madera a mis espaldas. Aunque era a mí a quien apuntaba, no pude evitar admirar la puntería de aquel hombre. Si yo no hubiese doblado la esquina en ese momento, el cuchillo habría alcanzado su objetivo.
Solo estaba a una manzana del Orfanato para Muchachos Desfavorecidos de la señora Turbeldy. Sabía cómo desaparecer allí.
Y lo habría logrado, de no ser por el hombre calvo que estaba sentado junto a la puerta de la taberna y que estiró la pierna a tiempo para hacerme tropezar. Afortunadamente, conseguí no soltar la carne, aunque eso no le hizo ningún bien a mi hombro derecho al caer sobre el duro suelo de tierra.
El carnicero se inclinó sobre mí y se echó a reír.
—Ya era hora de que recibieses tu merecido, mendigo asqueroso.
La verdad era que yo no le había mendigado nada a nadie, aquello era impropio de mí.
Cuando hubo acabado de reírse, me dio una patada en la espalda que me cortó la respiración. Me hice un ovillo y me dispuse a recibir una paliza a la que no estaba seguro de sobrevivir. El carnicero me propinó una segunda patada y ya se estaba preparando para una tercera cuando otro hombre gritó:
—¡Quieto!
El carnicero se volvió.
—Tú no te metas. Me ha robado un trozo de carne.
—¿Un trozo muy grande? ¿Cuánto cuesta?
—Treinta garlins.
Mis avezados oídos oyeron el sonido de unas monedas dentro de una bolsa.
—Te pagaré cincuenta garlins si me entregas a ese muchacho —dijo el hombre.
—¿Cincuenta? Un momento —el carnicero me dio una última patada en el costado y luego se inclinó sobre mí—. Si vuelves a entrar en mi tienda, te cortaré en trocitos y te venderé en el mercado como si fueras carne. ¿Entendido?
El mensaje estaba muy claro. Asentí con la cabeza.
El hombre le pagó al carnicero y este se alejó pisando fuerte. Quería ver a la persona que me había ahorrado una