El rey fugitivo (El Falso Príncipe 2)

Jennifer A. Nielsen

Fragmento

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CAPÍTULO 1

Había llegado temprano a mi propio asesinato.

Aquella noche se celebraba el funeral por mi familia y debería haber estado en la capilla, pero me ponía enfermo solo de pensar en llorar su muerte junto a los arrogantes petimetres que estarían presentes. De haber sido yo un cualquiera, aquel habría sido un asunto privado.

Durante un mes había sido rey de Carthya, una dignidad para la que nadie me había preparado y para la que la gran mayoría de los habitantes de Carthya pensaba que era poco idóneo. Aunque hubiese querido manifestar mi desacuerdo, no gozaba de credibilidad alguna en dicha polémica. Durante aquellas primeras semanas de mi reinado no me había esforzado lo más mínimo en ganarme el favor de la opinión pública, ya que tenía una tarea mucho más importante: convencer a mis regentes de que había que prepararse para una guerra que yo creía inevitable.

La principal amenaza procedía de Avenia, al oeste. Su soberano, el rey Vargan, había acudido al funeral sin previo aviso. Su afirmación de que solo quería mostrar sus respetos tal vez sonase creíble, pero yo no me dejé engañar: le afligiría más perderse el postre de la cena que la muerte de mis padres y mi hermano. No, Vargan había acudido para averiguar mis puntos débiles y evaluar mis fuerzas. Había acudido para ponerme a prueba.

Necesitaba tiempo para pensar, para estar seguro de mí mismo, antes de enfrentarme a Vargan, así que en lugar de acudir al funeral les dije que empezasen sin mí, y luego me escapé a los jardines reales.

Aquel se había convertido en mi lugar favorito para las numerosas ocasiones en las que necesitaba alejarme de todo el mundo. Las flores primaverales de intensos colores estaban rodeadas de tupidos setos y plantas de todas clases. Los majestuosos árboles impedían ver el cielo durante casi todo el año, y la hierba era lo bastante mullida como para que resultase casi obligatorio pisarla descalzo. En el centro había una fuente de mármol con una estatua en lo alto que representaba al rey Artolius I, un antepasado mío que había logrado la independencia de Carthya. Mi nombre, Jaron Artolius Eckbert III, me lo habían puesto en parte en su honor.

Vistos a posteriori, aquellos jardines eran el lugar perfecto para una discreta tentativa de asesinato.

Aquella noche ni siquiera me planteé algo tan pasivo como sentarme. Abrumado por sentimientos enfrentados en relación con el funeral, unidos a la llegada de Vargan en el último momento, tenía el cuerpo en tensión y los nervios a flor de piel. Necesitaba ponerme a escalar y quemar un poco de energía.

Rápidamente trepé hasta el primer piso del castillo sirviéndome del corte irregular de las rocas para agarrarme con los dedos y apoyar los pies. La cornisa más baja en aquella parte de la pared era ancha y estaba cubierta de hiedra, pero a mí me gustaba. Podía refugiarme entre las abundantes hojas y contemplar el jardín sintiéndome parte de él, y no un simple observador.

No había pasado ni un minuto cuando debajo de mí se abrió la puerta del jardinero. Qué raro; era demasiado tarde para que un vigilante estuviese allí, y ese lugar le estaba vedado a cualquiera que no gozase de mi invitación. Avancé a gatas hasta el borde de la pared y vi una figura vestida de negro que entraba con cautela. No se trataba de ningún sirviente, pues habría anunciado como es debido su presencia si es que se hubiese atrevido a pasar. La figura inspeccionó el terreno rápidamente, sacó un largo cuchillo y se refugió en unos arbustos que quedaban justo debajo de mí.

Sacudí la cabeza; aquello, más que ponerme furioso, me hizo gracia. Cualquiera habría esperado que yo acudiese a los jardines a reflexionar aquella noche, pero nadie habría previsto mi llegada hasta después del funeral.

El asesino pensaba que contaría con el factor sorpresa, pero ahora era yo quien tenía ventaja sobre él.

Me desabroché la capa en silencio para que no me molestase. Luego saqué el cuchillo, lo aferré con la mano izquierda mientras me ponía en cuclillas en el borde de la cornisa y me lancé sobre la espalda del hombre.

Cuando salté, él se movió y solo alcancé a golpearle el hombro mientras cada uno caía en una dirección. Me levanté primero e intenté darle un tajo en la pierna con el cuchillo, pero no le hice un corte tan profundo como me hubiese gustado. Me tiró al suelo de una patada, se arrodilló sobre mi antebrazo para obligarme a soltar el cuchillo y lo lanzó lejos de donde estábamos.

Luego me dio un fuerte puñetazo en la mandíbula que hizo que me golpease la cabeza contra el suelo. Me costó levantarme, pero cuando se abalanzó sobre mí, le pateé con todas mis fuerzas. Retrocedió tambaleándose, se estampó contra un jarrón alto y cayó al suelo, donde se quedó inmóvil.

Me volví hasta quedar de cara al muro del castillo y me di un pequeño masaje en la mandíbula. El hecho de que tuviera la mano junto a la cara probablemente me salvó la vida, porque de la nada surgió un segundo agresor con una soga y me la pasó alrededor del cuello. La tensó y me dejó sin aliento, aunque al tener la mano aprisionada por la soga, al menos tenía alguna posibilidad de respirar.

Lancé un fuerte codazo hacia atrás y alcancé al nuevo agresor en el pecho. Soltó un gruñido, pero tuve que golpearle tres veces para obligarle a cambiar de postura y aflojar la soga. Al moverse, me volví hacia él y eché un brazo hacia atrás para darle un puñetazo.

Entonces me quedé helado. Cuando miré al intruso a los ojos, el tiempo se detuvo.

Era Roden. El que había sido primero mi amigo y luego mi enemigo era ahora mi asesino.

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CAPÍTULO 2

Hacía unas cuantas semanas que no veía a Roden, pero parecía que hubiesen pasado meses. En nuestro último encuentro había tratado de matarme en un intento desesperado por ganar el trono para sí, pero intuí que las razones que lo habían llevado hasta el castillo aquella noche eran aún más siniestras.

A los dos nos había instruido un noble llamado Bevin Conner, que nos había sacado junto a otros dos muchachos, Tobias y Latamer, de varios orfanatos de Carthya para que uno de nosotros se hiciese pasar por Jaron, el príncipe perdido de Carthya. Los padres de Jaron habían intentado enviarlo a un internado donde le enseñasen los modales que le faltaban, pero después de que se esca

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