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CONTRA VIENTO Y MAREA
Un aspecto poco conocido en la historia del rock en Argentina es el vertiginoso avance técnico que hubo en la producción de recitales durante la década del 80. Ocurrió a la par de la popularidad masiva a nivel nacional, la exportación hacia Latinoamérica de los artistas más grandes y la llegada al país de figuras internacionales de primera línea.
Basta con hacer memoria y comparar imágenes de los primeros conciertos de rock en el estadio Obras con los grandes shows en River menos de diez años después. La comparación es mucho más impresionante si se observan películas y fotos de los legendarios festivales de comienzos de los años 70, como B.A. Rock. Incluso el por entonces espectacular “Adiós Sui Generis” en el Luna Park hoy parece una suerte de acto de colegio secundario, con unas nubes de cartón colgando del techo.
Quizás esa línea de tiempo podría resumirse con Seru Giran en una punta y las visitas de Sting/Tina Turner en la otra. La diferencia en sonido, luces y escenario es tremenda, y se ha escrito y hablado poco al respecto.
No solo se trata de cuestiones técnicas, sino también del puñado de héroes anónimos que hay detrás de escena, los que acompañaron el crecimiento del rock local con pasión, entusiasmo desbordante, amor por su profesión y por la música, con ganas de lograr un nivel internacional en lo suyo. Todos fueron autodidactas, ya que no había escuelas ni cursos de ningún tipo para estudiar siquiera lo más básico. A lo sumo podían aprender mirando revistas que llegaban meses después de su publicación u observando el trabajo de sus pares extranjeros cuando llegaban al país. Dieron forma a un oficio que prácticamente no existía y sentaron las bases para el alto nivel de profesionalismo actual.
Así surgen nombres legendarios, como Robertone, Starc o Quaranta, pero hay muchos más. Igualmente clave fue la labor de managers y productores como Ohanian y Grinbank, entre otros, que a cada paso en su carrera contribuyeron a levantar la vara y sentirse a la par de sus colegas de Estados Unidos e Inglaterra, luego diseminando lo aprendido por toda Latinoamérica.
Todos ellos rodean los tremendos éxitos de la época de oro de figuras como Spinetta, Charly, Soda Stereo y Pappo. Contra viento y marea, sorteando las periódicas crisis económicas, lograron que todo el panorama local creciera y sentara las bases para el fenómeno actual del rock en Argentina. Y por supuesto que en cada una de sus historias aparecen anécdotas fascinantes, inesperadas y hasta graciosas. Es la vida secreta del rock, donde las glorias y los bloopers ocurrían sin pausa, a veces sin dormir, mientras el público agradecía que cada vez se pudiera ver y escuchar mejor.
El camino hasta este libro nació justamente de esa pequeña hipótesis de trabajo: investigar cómo se dieron tantos avances en diferentes frentes y todos de manera sostenida. Un nombre llevó a otro y así se dieron los sucesivos reportajes durante el último año. Todos aceptaron con ganas las charlas; el agradecimiento hacia ellos es tan importante como las disculpas para quienes involuntariamente no aparecen mencionados.
Como ocurre en estos casos, es bueno desear que se publiquen más libros sobre estos temas, de la misma manera que las primeras tímidas y aisladas biografías dieron lugar a una exhaustiva bibliografía de artistas y grupos. El rock en Argentina hoy posee una inabarcable discografía y un sinfín de recitales de dimensiones históricas. Cada disco y cada show encierran la labor silenciosa de esta gente que mantuvo siempre la frescura e inocencia del amateurismo, a la vez que aportaba lo mejor de su profesionalismo y experiencia. A todos ellos, y con el perdón de los abstemios, ¡salud!
JOSÉ LUIS “CONEJO” GARCÍA Y HÉCTOR STARC
Spinetta y el monitoreo
José Luis “Conejo” García es una leyenda viva del rock local. Ingresó en el mundo de la música a los 16 años, en la época de Los Gatos. De hecho, su apodo se lo puso Litto Nebbia. Comenzó a trabajar como plomo, asistiendo al sonidista del grupo, Horacio Coronel, cuando la banda tocaba a un ritmo de tres shows por noche. Luego trabajó en la mítica empresa Robertone, de los hermanos Juan Carlos y Juan José Robles. Acompañó todo el crecimiento del rock argentino en los años 70 y 80, al punto de ser figura clave en la logística de hitos, como los dos Luna Park de “Adiós Sui Generis” y el Festival de la Solidaridad Latinoamericana durante la Guerra de Malvinas.
Conejo García fue protagonista y testigo en todos los avances del sonido en el rock local. Temerario, no le tiembla el pulso al arrojar una noticia bomba: “El monitoreo lo inventó Spinetta, en el grupo Invisible, hacia 1974”.
Se refiere al sistema de sonido que usan los músicos en el escenario para escucharse. Una cosa es la amplificación para el público, que está al costado del escenario y apunta hacia los espectadores, y otra bien distinta es el monitoreo que tienen los artistas para escuchar lo que están tocando.
Según Conejo: “Nadie sabía que en Estados Unidos o Europa había monitoreo en los escenarios, así que esto fue bastante más casero. Después que terminó Almendra, ya hacia la mitad de la etapa con Pescado Rabioso, Luis encaró a Carlos (Robertone) y le dijo que iba a armar una banda nueva y quería que sonara bien. Pero al ser un proyecto nuevo, que recién empezaba, no quería contratar el sonido sino asociarlo a cambio de ganar un porcentaje. ‘Entonces —le decía Luis— en algunos lugares será mucha guita, en otros será menos, depende de cómo nos vaya, porque yo no puedo pagarlo y necesito el equipo para que suene bien’. Así comenzó la sociedad con Robertone. Y un día, cuando íbamos con el Flaco en mi auto a hacer un show con Invisible en Gimnasia y Esgrima de La Plata, me preguntó si podía hacer algo para escucharse en el escenario, porque era un lugar grande. Por ejemplo, dar vuelta un bafle. Entonces le digo: ‘Mirá, vamos a hacer una prueba: nosotros tenemos una columnita de sonido que está en venta y no la usamos nunca, así que la podemos poner delante tuyo, acostarla en el piso con un taco de madera abajo, y te paso el mismo sonido que mando para adelante’”.
¿Le gustó el resultado?
—Hicimos toda la prueba de sonido, a la noche hubo mucha gente en el recital y todo salió bárbaro. Luis estaba chocho y el invento le pareció alucinante. Le dije que lo hablara con Carlos, ya que eran socios, para tenerlo siempre. Al regreso de La Plata, Luis le comentó que el sonido de la columnita que le había puesto era impresionante y que era la primera vez que se escuchaba bien en el escenario. “La voy a necesitar en todos los shows”, pidió, pero Carlos argumentó que en los lugares más chicos no se justificaba, porque le achicaría el margen de ganancia. Y la respuesta de Luis Alberto Spinetta fue: “Carlos, ¿sabés por qué me asocié con vos? Porque necesito sonar de una determinada manera, entonces no te estoy sacando la cuenta de cuánta guita te quedó por tu porcentaje, pero tengo que sonar así hasta cuando voy a la ranchería más chica. Porque a lo mejor vos tenés una ventaja, que es que siempre vas a alquilar equipos, pero yo no sé si siempre me va a ir bien. Voy a cantar y tocar hasta que se me caigan las manos, a veces con éxito y a veces sin él, pero necesito este equipo siempre”. A partir de ese día tuvo ese equipo siempre. Así que este país tiene monitoreo por Luis Alberto Spinetta. Más adelante ya le sacamos una potencia aparte y empezó otro quilombo técnico, que desemboca en el uso de una mesa de monitoreo y una mezcla diferente para cada músico. Hoy el secreto de muchos artistas es que arriba del escenario se escucha mejor que adelante, gracias a un monitoreo perfecto. Ya no es como en los comienzos del rock, cuando el bajista no escuchaba a nadie más y lo único que podía hacer era mirar al baterista y tocar de memoria, como los Beatles en el Shea Stadium.
Héctor Starc es famoso como guitarrista y sonidista. Comenzó tocando en bandas “comerciales” como Los Walkers, Alta Tensión y Los Pop Singers, y su gran ingreso en el mundo del rock fue con un trío propio. Luego participó en las clásicas zapadas del festival B.A. Rock y finalmente se lució en el grupo Aquelarre, formado en 1971 junto a los ex-Almendra Rodolfo García y Emilio del Guercio, además del tecladista Hugo González Neira.
Lo increíble en la historia de Aquelarre es que en 1975 viajaron por varios meses a España, donde Héctor se sorprendió con el nivel de los equipos de sonido, y antes de regresar al país decidió comprar un pequeño cargamento propio, para sonar igual de bien acá. De paso, terminó armando una empresa de sonido. Así fue sonidista de Vox Dei y luego de Seru Giran, lo que dejó su apellido inmortalizado en infinidad de fotos, pintado de blanco en los equipos de amplificación.
“Los primeros equipos de sonido que se usaban —explica Starc— eran los que había en el lugar, como ocurrió con los Beatles en el Shea Stadium, donde usaron las bocinas del altoparlante del estadio, esas de lata, que el viejo Milrud, que fue un gran sonidista, llamaba ‘las calas’ porque parecían calas, con un pistilo en el medio. Acá en la Argentina pasaba lo mismo, me acuerdo de ir en el año 65-66 a bailar a los carnavales en Vélez y el sonido salía por las bocinas esas. Había un amplificador enorme, que era a lámparas, que se llamaba ‘cañero’, y de ese equipo salía a todos los parlantes del club. Algunos lugares hasta tenían incorporada la bandeja de discos en el mismo gabinete. Recuerdo un show de Aquelarre donde atrás de la batería de Rodolfo, en una mesita, estaba el equipo con la bandeja, así que el tipo nos decía: ‘Pibe, cuando larguen el show levantá el brazo’, y ahí se cortaba la música. ¡No había ni disc-jockey! Rodolfo preguntaba si estábamos todos listos, levantaba el pick-up del tocadiscos, tocábamos y c