La guerra de 6ºA 3 - (Inteligencia) Imbecilidad artificial

Sara Cano Fernández

Fragmento

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carachico.jpegLos árboles pasaban borrosos a nuestro lado mientras corríamos como guepardos por el parque.

—¡Inés, tía! ¡Hazte una coleta! —me quejé, esquivando una rama.

Ella resopló fastidiada, aunque intentó hacerme caso. El problema fue que, con tanto movimiento, la goma se le cayó al suelo, y allí la tuvo que dejar. Pero claro, hazte tú una coleta mientras intentas escapar a toda prisa de los borricos de 6ºB.

—Negativo, soldado —me contestó ella, saltando por encima de una piedra.

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La pobre se había puesto roja como un tomate y ya empezaba a resoplar.

Así que me tocó seguir comiéndome los mechones de su melena, que se agitaba y me golpeaba la cara como los mil tentáculos del Sharkraken, el jefe más chungo del Dark Waters Nightmare. Un bicho asqueroso con cuerpo de pulpo gigante y una cabeza de tiburón con tres hileras de piños puntiagudos y afiladísimos.

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Vamos, una pasada total. El bicharraco ese se merienda los barcos de tu flota sin masticar, como el Estorbo cuando come polvorones (que mira que es bruto a veces).

Me imagino que os estaréis preguntando de qué va todo esto.

Vale, a ver, resumen ultrarrápido.

Inés, la de los pelos locos, es mi mejor amiga desde la guardería. La verdad es que a todo el mundo le sorprende que seamos tan amigos, porque no podemos ser más distintos. Somos el blanco y el negro. El positivo y el negativo. O el chocolate y la lechuga, que eso lo dice mucho Joaco. Mis pasiones son los videojuegos, las frikadas de todas las formas y tamaños, los deportes y la ley del mínimo esfuerzo en todo lo que tenga que ver con estudiar. Las de Inés son leer, leer otra vez (no para), las ciencias, las Mates (sí, en serio), los avances tecnológicos y aplicar la ley del mínimo esfuerzo físico posible. Igual en lo del mínimo esfuerzo nos parecemos un poquito.

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Eso sí, tenemos dos cosas que nos unen como uña y carne. O como chocolate y dónut, que eso también es del Estorbo.

La primera es que los dos odiamos a muerte a los de 6ºB. (Bueno, Inés tuvo una fase muy tonta en la que estuvo coladita por Hugo, el rubio, chulito e insoportable líder de la clase contraria, pero se le pasó enseguida).

La segunda es que, juntos, nuestros cerebros son imbatibles. Son dos máquinas de crear bromas y estrategias con las que atacar y defendernos de las jugarretas de esas sabandijas.

O con las que huir de ellas.

Que era justo lo que estábamos haciendo en ese momento.

¿Por qué?

Pues porque nuestra clase había sido invitada a asistir a la Gametrón Week, la feria de videojuegos y nuevas tecnologías más flipante del planeta. Y lo conseguimos, después de darles una paliza bastante legendaria a los de 6ºB en la olimpiada cultural más loca del colegio.

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Y claro, Hugo y sus dos lapas, Borja y Rodri, que no están acostumbrados a perder, se picaron muchísimo con nosotros. Se enteraron de que asistiría a la feria una de las clases del MenBris, un colegio de superdotados, y consiguieron acoplarse a ellos y hacernos la vida imposible. Menos mal que, en el último momento, los sucios truquitos de Hugo le explotaron en la jeta y que Olga, la líder del MenBris, le dio su merecido.

Resultado: victoria total para nuestra clase y ridículo absoluto para ellos.

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Habíamos vuelto de la Gametrón hacía dos semanas, y llevaban desde entonces intentando devolvernos la patada en el orgullo (solo que el doble de fuerte, para que fuese una auténtica venganza). La rabia les devoraba por dentro igual que los parásitos devoran cerebros en el Brain Eaters.

Y, oye, igual hasta lo conseguían.

—Álber, ¡proyectil a tus tres! —me gritó Inés, mientras se agachaba con reflejos de antílope perseguido por una leona.

¡Plof!

Menos mal que Inés me avisó, porque me había despistado un poco haciéndoos la repetición de las mejores jugadas y el misil pasó rozándome la oreja justo cuando cogía la gorra para usarla como escudo antibalas. El proyectil explotó contra el tronco del árbol que tenía justo al lado, tiñéndolo todo de color rosa palo.

O me centraba un poco, o nos iban a acribillar.

Atravesamos setos, esquivamos columpios, trepamos por canastas de baloncesto e intentamos escondernos tras las redes de las porterías del campo de fútbol. Hacíamos todo lo que se nos ocurría para darles esquinazo y esquivar los proyectiles que nos lanzaban por la espalda.

—Álber, tío, ¡esto es peor que el test de Cooper! —resoplaba Inés. Las clases de Educación Física del Píxel la tienen traumatizada, pero hoy se estaba portando como una verdadera atleta: no la había visto correr tanto en mi vida—. Como llegue a casa pringada de pinturita, me la voy a cargar pero bien.

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¡Plof! ¡Plof! ¡Paiunnn!

La cosa «pintaba» fea. Hugo había conseguido que Elsa, su hermana mayor, les prestara las pistolas del local de paintball donde trabaja los fines de semana. El paintball, por si no lo conocéis, es una cosa como de batallas militares, donde disparas a los del equipo contrario con balines rellenos de pintura. Y ahora, esa panda de zigorgs estreñidos nos había tendido una emboscada en el parque para redecorarnos el vestuario.

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—¡Álber! ¡Al seto! —Inés me enganchó de la manga de la camiseta y me arrastró con ella al interior de una bola enorme de hojas y ramitas, que me arañaron la cara y los brazos.

—¡Ay, Inés! ¡Que parece que me he peleado con un gato!

Me miró con las cejas muy juntas, como si estuviera a punto de echarme la bronca, pero luego tuvo que taparse la boca con las dos manos para aguantarse la risa.

Ahí yo me mosqueé un poco, claro.

—¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara? —le pregunté, en voz un poco demasiado alta.

—¡Chssst! ¡Calla, que nos van a pillar! —me recordó muy sutilmente, tapándome la boca con su manaza—. Monos no, pero se te ha llenado la gorra de ramitas y te pareces a Arsénicus.

—¿Y quién leches es Arsénicus? —le pregunté, entre perdido y molesto.

—Arsénicus es uno d

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