La guerra de 6ºA 6 - Se busca a... 6ºC

Sara Cano Fernández

Fragmento

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carachica_fmt.jpegJusto cuando iba a abrir la puerta del patio, una mano se cerró en torno a mi muñeca y volvió a arrastrarme con fuerza al interior del colegio.

—¡¿Pero qué haces, Piscis insensata?!

Envuelta en el remolino de cascabeles y plumitas de su atrapasueños, Yuli me miró como si hubiera intentado cruzar una autopista con los ojos vendados.

Retorcí la mano para soltarme y puse los brazos en jarras. No me quería enfadar con ella, pero es que a veces se pasa un poco con ese rollo místico suyo.

—A ver, Yuli, ¿qué catástrofe cósmica he estado a punto de provocar? ¿Tengo a Leo en Mercurio? ¿Los posos del chocolate dicen que van a darme un balonazo en la cara? ¿Tengo el aura sucia?

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—No hay peligros astrales a la vista —respondió mi amiga, muy seria—. Pero, hablando de vista…

Yuli rebuscó en su inmenso bolso sin fondo y sacó dos pares de gafas de sol. Se puso unas y me dio las otras.

—Ostras, se me habían olvida…

—Lo sé, lo he visto en los posos del chocolate. ¿Preparada?

—Sí —le dije, con una sonrisa—. Uno…, dos…, ¡tres!

¡ZOUM!

La explosión de claridad fue tan fuerte que mis pupilas se convirtieron inmediatamente en dos puntitos diminutos. No veía un pimiento, ni siquiera con los cristales oscuros. ¡Aquello era peor que mirar directamente al sol en un eclipse!

Las dichosas sudaderas blancas de Kurumi ActionGames estaban por todas partes, y a nadie parecía importarle que fuesen más feas que un pie. Estaban hechas de un plástico que reflejaba el sol en todas direcciones, y en la espalda tenían unas letras plateadas que cambiaban de color dependiendo de cómo les diera la luz. Más que sudaderas a mí me parecían chubasqueros, la verdad, pero desde hacía dos semanas eran el uniforme oficial de todos los alumnos de 6º. Mis compañeros no se las quitaban ni para dormir (para mí que Álber no se la quitaba ni para ducharse, el muy guarro, porque la suya atufaba que no veas). A la hora del recreo, el patio parecía una convención de pescadores de atunes intergalácticos.

A nuestro lado pasó una hilera de microadmiradores de 5ºA. Los muy coquetos se habían hecho sudaderas de imitación con bolsas de basura blancas y un trozo de papel de aluminio pegado a la espalda que complementaban con gafas de cartulina negra.

—Esto ya es dema… —me quejé, girándome hacia Yuli. Otro fogonazo cegador me obligó a apartar la vista—. ¡No, Yuli! ¡Tú, no!

—Lo siento, tía… —respondió ella, bajando la mirada hacia las joyas místicas que llevaba colgadas del cuello… justo encima de la sudadera de las narices—. Mi horóscopo dice que hoy es mejor intentar no desentonar…

—Vamos, que a ti también te mola la horterada esta… —traduje, y eché a andar hacia el lugar donde se agrupaban las siluetas reflectantes.

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—Ay, es que son tan chulas…

—¡Di que sí, Profeta!

La figura de Álber se plantó delante de nosotras con gesto victorioso. Tenía la capucha echada sobre su gorra de siempre y, aunque no podía verlo bien por el brillo cegador, estoy segura de que sonreía de oreja a oreja.

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—Es imposible que no te molen, Inés. ¡Si son réplicas exactas de las capas oficiales de Kurumi ActionGames! ¡Son un regalo del mismísimo Kokoro Kakari! —Acarició el tejido de su sudadera de barrendero espacial con más cariño que a su coneja Punki—. ¡Las manos del maestro han rozado esta tela, Inés!

A su lado, Hugo, el insoportable líder de 6ºB, me enseñó los piños como si fuera el modelo de un anuncio de pasta de dientes.

—Yo solo me la pongo porque hace juego con mi sonrisa —soltó, encantado de conocerse. Luego señaló con la barbilla a Borja y Rodri, que siempre van pegados a él como una caca a la suela de una zapatilla, y añadió—: Y estos dos se la ponen para ir a juego conmigo.

—¡Con estas sudaderas brilláis todavía más, chicas! —Antón, nuestro artista favorito, revoloteaba como una luciérnaga alrededor de las 3As.

—Eso es porque las chispitas… —dijo Áurea, dando una voltereta.

—… quedan alucinantes… —añadió Alejandra, haciendo el pino-puente.

—… en nuestras coreografías… —remató Adriana, rodando por el suelo.

—¿Os gustan las chispitas? —El Calambres les guiñó un ojo, sacó una bengala del bolsillo de su disfraz de astronauta y la encendió con un elegante soplido—. Pues yo tengo todas las que queráis.

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Con tres gráciles piruetas, las 3As se apartaron de Antón y rodearon al Calambres para admirar su dominio del fuego y las cosas brillantes.

—Jo… —murmuró Antón.

Esther, Alicia y Lorena, las integrantes de la Hugomanía, trataron de imitar las acrobacias de las 3As para llamar la atención de su ídolo, pero Hugo estaba demasiado ocupado usando al Zanahorio (y su sudadera reflectante) como espejo humano para repeinarse el flequillo.

—Pues yo la llevé el otro día al conservatorio y me han ofrecido hacer un concierto de flauta-rock —contó la Bemoles, orgullosa.

—¡Si quieres dejar a tu público flipando / nosotros podemos ayudarte rapeando!

Ro-róber agarraba con fuerza la mano de María, alias la Sombra, que estaba como siempre escondida tras la capucha de su sudadera. Por alguna misteriosa razón, Kokoro Kakari había hecho que la suya fuera negra en lugar de blanca.

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Si estáis alucinando en colores fosforitos con tanta paz, poneos a la cola. Yo llevaba quince días viendo cómo 6ºA y 6ºB, enemigos desde la guardería, se pasaban el recreo juntitos y presumían de sus sudaderas futuristas delante del resto del colegio, y aún no había conseguido acostumbrarme.

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—«El curso que vence unido, permanece unido» —me recordó Max, imitando la voz del sensei Sikomoro.

—Ya, Max, entiendo que ganar la Copa Kurumi nos ha unido mogollón, pero… ¿no se te hace rarísimo que ahora seamos todos amiguitos? Tanto colegueo es antinatural.

Al ver mi cara de cara de lémur con conjuntivitis, nuestro estratega jefe se recolocó las gafas de sol graduadas y sonrió:

—Inés, juntos hemos conseguido algo que ningún 6º ha logrado jamás: creo q

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