El dron asesino (Tecnoterrores 1)

Mr. Carrion

Fragmento

cap-1

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El verano se presenta aburrido. Todos mis amigos están en el campamento, fuera de la ciudad, pasándoselo bien, y yo, como me ha explicado mi padre, no he ido por la sencilla razón de que no tenemos dinero. Así que nada de montar en piragua ni de iniciarme en el rocódromo. Con las ganas que tenía. ¡Maldita crisis! Espero que mis amigos no se lo pasen demasiado bien y que, por ejemplo, les piquen un mogollón de mosquitos tigre en el campo.

Así que aquí estoy, más aburrido que aburrido en la ciudad. Miro por la ventana, pero no veo un alma en el barrio. ¡Parece una ciudad fantasma!

Los primeros días he ocupado las horas muertas con la consola y los vídeos de internet. Pero estoy cansado de jugar a los mismos juegos una y otra vez. Y ya sé lo que me va a contestar mi padre cuando le diga que me quiero comprar un nuevo videojuego: «¡No hay dinero, Daniel!» (Así me llamo.) En cuanto a internet, creía que jamás lo diría... pero me he aburrido de ver cosas en YouTube. ¡Si hasta los youtubers están de vacaciones y hace mogollón de tiempo que no suben ningún vídeo nuevo!

Jo, tampoco pido tanto. Lo único que quiero es bajar al parque y jugar al fútbol con mis amigos; eso y decirles tonterías a las chicas que pasan por la calle. Esa clase de cosas que hacen que los días se pasen más rápido y todo sea mucho más divertido.

Estar solo es un auténtico muermo. Bueno, vale, no estoy del todo solo, sí, tengo una hermana. Me habéis pillado. Pero es una hermanita pequeña, así que no cuenta. Lo único que sabe hacer Lucía por el momento es agarrar el mando a distancia y monopolizar la tele. ¡Y dale, todo el día viendo dibujitos! ¿Es que no se cansa nunca de ver Las supernenas?

Aunque cuando la veo reírse tanto, me sabe mal quitarle el mando para ver mis cosas. Mira que se lo he dicho a papá: «¡Compra otra tele!» Pero la respuesta es siempre la misma: «¡No hay dinero!»

De todos modos, cuando consigo hacerme con el mando a distancia, da igual el canal que ponga de la TDT... ¡todo es repetido! Da lo mismo que sea Boing, que Disney Channel, que Clan TV. Y es que, hasta septiembre, tampoco hay novedades en la televisión. Es como si la vida se paralizara en agosto. Mi padre está encantado porque, cuando vuelve del trabajo, siempre encuentra sitio para aparcar. ¡Normal, no hay nadie!

La verdad es que estoy contando los días que faltan (solo veinte) para irnos todos juntos de vacaciones a la playa. ¡Eso es casi un mes! ¿Qué voy a hacer para entretenerme?

Mi padre me anima a hacer cosas, como dibujar o leer. «¿Por qué no te haces socio de la biblioteca pública del barrio?», me insiste una y otra vez.

¡Yo no quiero pasarme todo el verano leyendo! La verdad es que una vez estaba tan tan aburrido que hasta le hice caso y llegué a entrar. Y, bueno, con el aire acondicionado no se estaba tan mal.

Hojeé algunos cómics. Pero me pareció que las personas que estaban allí, estudiando en silencio, me miraban mal por el ruido que hacía al pasar las páginas. Incluso el bibliotecario me echaba miraditas de vez en cuando. Total, que no me sentí muy cómodo y me largué.

Al volver hacia casa, al pisar el suelo, noté el asfalto caliente. Parecía como si la calzada fuese a derretirse de un momento a otro.

Este verano también traté de convencer a mi padre para que se apuntara a Netflix.

—No tenemos dinero...

—Pero si son ocho euros al mes. ¡Lo pago yo, de mi paga! Porfa...

—No solo es por el dinero, Daniel. Tú ya ves mucha tele. De-ma-sia-da —me respondió, como ya esperaba—. Usa tu imaginación. El aburrimiento está en tu cerebro, hijo.

—No veo tanta tele... —protesté, señalando a Lucía—; ella sí que lo hace. ¡Y es más pequeña que yo!

—¿Sabes qué es lo bueno?

—¿Qué?

—Que cuando llegue el comienzo de curso lo cogerás con más ganas.

¡Ja, qué gracioso, papá! Muy bueno.

Sonó el teléfono. Era el tío Javier. Habló con mi padre, o sea, con su hermano. ¡Genial, iba a venir pronto de visita! Siempre era divertido ver al tío. Y lo mejor era que siempre nos traía algún regalo chulo.

Los días pasaron hasta que, por fin, llegó el viernes. Sonó el timbre de la puerta, mi padre fue a abrir y vi a mi tío entrar en el salón, cargado con una misteriosa y enorme caja.

—¿Qué diantres llevas ahí? —preguntó mi padre al verlo.

—Una cosa alucinante —respondió, misterioso, desde detrás de la caja—. Pero esperad que lo deje encima de la mesa. ¡Pesa más de lo que esperaba!

Todos estábamos expectantes. Hasta mi madre, que estaba en su despacho liada con papeles, salió para ver qué era.

—Espero que no sea otra consola, Javi.

—No, hombre. Me dijiste que nunca más y lo he cumplido.

Abrió la caja y lo sacó. No era muy grande y, desde luego, no era nuevo, pero allí estaba: horas de diversión por delante.

—¿Qué es eso?

—Pues ya lo ves... ¡un dron!

—¿Esos chismes que vuelan? ¿Pero te has vuelto loco, Javi? —gritó mi padre, alarmado.

Mi madre lo secundaba. Siempre se ponen los dos de acuerdo. Son unos cortarrollos.

—Seguro que Daniel se carga las lámparas con ese... ese... «artefacto» —añadió mi madre antes de regresar a su papeleo.

—Ah, no. ¡Eso dentro de casa no se puede usar! —gritó mi padre cuando me vio coger el mando a distancia que venía con el dron.

—Pues claro que no se puede usar en espacios cerrados. Tiene que volar al aire libre, como los pájaros —nos explicó mi tío—. No os preocupéis. Daniel y yo lo usaremos fuera.

—Genial —respondí yo.

Bueno, al menos, ya tenía algo que contarles a mis amigos cuando hablara con ellos por Skype. ¡Mi propio dron! ¡Toma ya!

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cap-2

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—¿Por qué no funciona? —le pregunté a mi tío, que desde hacía rato estaba cargando la batería.

—Bueno, al parecer hay que instalarle no-sé-qué software para que se active. Me parece que hay que conectarlo a internet y vincularlo a una tablet.

¡Pues, vamos! ¿A qué esperamos?

—Tranquilo, chaval. Todo esto lleva algo de tiempo.

Media hora después, mi tío Javier aún seguía lidiando con aquel «artefacto», como lo había llamado mi

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