La red social vampira (Tecnoterrores 2)

Mr. Carrion

Fragmento

cap-1

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—¡Me voy a casa de Víctor a jugar a la consola! —grito a los cuatro vientos. Como es habitual en casa, nadie me hace ni caso. Mi padre está demasiado ocupado mirando «cosas del trabajo» en su portátil, o eso dice él, aunque en realidad sospecho que está enganchado al Candy Crash; mi madre intercambia wasaps con sus amigas. Y en cuanto a mi hermana... bueno, mi hermana lleva media hora ocupando el cuarto de baño, dándose uno de sus largos y relajantes baños. Los exámenes finales están a la vuelta de la esquina, y eso la pone muy nerviosa.

Antes de salir, como hago siempre —ya casi es un acto reflejo—, recojo mi móvil de última generación (pantalla táctil, cámara de no-sé-cuantos-megapíxeles, WhatsApp y conexión a internet). Fue el regalo estrella por mi doce cumpleaños. Lo meto en el interior de mi mochila y me doy el piro.

Nada más salir, mi hermana Sara aparece envuelta en una toalla y con su larga melena pelirroja mojada y se pone a gritarme, pero... ¡apenas puedo oírla con el televisor puesto a todo volumen! La culpa es de mi padre, claro está. Siempre hace igual: en cuanto llega del trabajo lo primero que hace es encender el televisor para supuestamente «enterarse de lo que pasa en el mundo», aunque luego no le hace ni caso.

—¡Álex, espera...! —me llama ella.

Yo sigo a lo mío y bajo los escalones de dos en dos. En el portal me espera mi flamante bicicleta. En realidad no es nueva, sino de segunda mano. Estoy casi seguro de que el RATA de mi padre la compró en una tienda de chollos usados. Es un fan del reciclaje.

Monto en ella y salgo a la calle. Me desplazo por la acera a gran velocidad. Hasta que una vecina me increpa por hacerlo. Bajo de la acera y, por el asfalto, me dirijo hacia mi destino: la casa de mi mejor amigo. La verdad es que tengo ganas de llegar cuanto antes. Víctor vive a un par de manzanas de aquí, en un adosado de tres plantas. Es un barrio de viviendas unifamiliares con garaje propio y un pequeño jardín a la entrada. ¡Parece una de esas casas que aparecen en las películas! Su padre tiene un alto cargo en no-sé-qué banco. Pero, para tener tanta pasta, Víctor es un tío muy normal y no le oyes presumir. Además, es mi colega más antiguo. Prácticamente lo conozco desde casi mi primer día de primaria. Aún recuerdo el momento: los dos entrábamos nuevos en aquel colegio. Sin conocer a nadie, con la mirada un poco asustada ante los chavales más mayores que imponían un poco de respeto. Ambos nos echamos una mirada a nuestras respectivas camisetas estampadas. La de Víctor era una de Link, el personaje del Zelda; la mía, por el contrario, era una de un pokémon raro. Así fue como descubrimos que teníamos una pasión en común: los videojuegos. ¡La de horas que nos hemos pasado jugando en equipo!

Pero ya basta de ponerse moñas. Estoy cerca, casi casi al lado. El plan de la tarde se presenta molón: horas machacando el mando de su consola. Y lo mejor de todo es que... ¡como sus padres no están en casa, podemos poner juegos de adultos! Además, beberemos litros de refrescos y tomaremos toda clase de marranadas (patatas fritas, palomitas, frutos secos, etc.) sin que nadie nos eche la bronca. Vamos, el paraíso.

Durante unas horas aparcaré las aburridas clases, los deberes, los exámenes y a la pesada de mi hermana mayor. Solo exterminar zombis (virtuales, se entiende) sin compasión durante horas. Bueno, hasta que sea la hora de cenar, porque si no llego a tiempo al toque de queda que me ha puesto mi madre, me toca una bronca histórica. Y no vale de nada que le suplique ni que le diga: «Mamá, ya soy mayor. Ya tengo casi trece años.» En realidad, solo me faltan un par de meses para cumplirlos. Pero nada, no hay manera...

Me detengo en el semáforo en rojo y, casi inconscientemente, echo un ojo al móvil para ver si Víctor me avisa por si hubiera cambio de planes. Como que su madre haya vuelto antes de ese congreso médico al que se ha ido.

Al mirar la pantalla compruebo lo que ha pasado.

¡Oh, cielos! ¡Otra vez no!

Pues sí, de nuevo ha sucedido. Ya es la tercera vez que me pasa... ¡Me he llevado el móvil de mi hermana por error! Esto no habría pasado si mi padre me hubiese escuchado cuando le dije bien claro: «No nos compréis el mismo modelo de teléfono.» Pero, para variar, ¡mi padre no me hizo ni caso! Esto de ser el hermano pequeño es un auténtico rollo.

Pero, encima, mi padre no se contentó con comprarnos dos móviles de la misma marca y del mismo modelo, no, eso no fue lo peor. También, para fastidiarlo aún un poco más... ¡compró dos móviles del mismo color! Y no, no es precisamente un color discreto, parece que lo haya diseñado un daltónico con un gusto especial por los colores brillantes. De hecho, es un color extraño, entre fucsia y morado. Pero, además, es fosforescente. ¿Os lo podéis creer? En serio, os lo juro. Casi brilla en la oscuridad. Aún recuerdo el cachondeo en el colegio. Todo el mundo dando la brasa con que era de color rosa fresa ácida. Y yo negando y renegando que fuera rosa.

Y menos mal que a mi hermana mayor nunca le ha dado por esa fase. Casi todas las chicas pasan por ella, eso de ir vestidas todo de rosa y llevarlo todo de ese color. Si eso le hubiera pasado a ella... ¡seguro que me habría caído un móvil rosa Barbie a mí también!

Por suerte, Sara está en el extremo contrario de la gama cromática. El lado opuesto, el color más negro que puedas imaginar. Como una oscura noche sin luna. Negro como boca de lobo. Toda su ropa es de ese mismo color. Mi madre tuvo que ir a una psicóloga durante una temporada cuando mi hermana empezó a pedirle que le comprara toda la ropa de negro. La terapeuta le explicó que sería algo temporal, una fase pasajera o algo así. ¡Pero, qué va! Ya lleva varios años con ese rollo gótico-siniestro.

Volviendo a lo del móvil, estoy casi seguro de que mi padre pilló otra de esas gangas suyas, una oferta especial de dos móviles por uno. Algo así tuvo que ser. Si no, no se entiende que nos comprara un smartphone de última generación a mi hermana y a mí.

Bueno, la noche no empieza demasiado bien; tendré que volver a casa y devolverle el móvil a mi hermanita... Qué se le va a hacer...

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cap-2

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De pronto vibra el teléfono. Miro la pantalla. Alguien me llama. «¡Un momento, no puede ser! —me digo—. Esto es muy raro, ¡me estoy llamando a mí mismo!»

Entonces, caigo en la cuenta.

«Seré imbécil —me respondo yo mismo

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