El Club de las Zapatillas Rojas 2 - ¡Amigas forever!

Ana Punset

Fragmento

cap-1

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Tenía la sonrisa más bonita del mundo. Lucía la distinguió a lo lejos en el pasillo, pero esperó a acercarse a él. Lo primero era lo primero. Acababa de subir las escaleras hacia el segundo piso para acudir a clase y las chicas estaban paradas delante de la puerta: Frida se reía de las tonterías que Raquel estuviera contando y contribuía con las suyas propias (las dos eran igual de graciosas y, también, de altas, como si estos dos fueran requisitos imprescindibles para formar parte del equipo de vóley del colegio); Bea tenía una cara de sueño que no se aguantaba, parecía no estar muy atenta al chiste (quizá porque se había pasado parte de la noche practicando con su violín); Susana se apoyaba en la puerta con ese gesto indiferente tan suyo, con el pañuelo azul marino rodeándole el cuello. Aunque no estaba resfriada, le gustaba llevarlo a menudo. Hasta que alguna profesora la reprendía aduciendo que esa prenda no formaba parte del uniforme y no tenía más remedio que quitárselo. En cuanto vieron aparecer a Lucía, las chicas cantaron:

—¡Cinco!

Dio varios saltos mientras gritaba imagenporque sus amigas se estaban refiriendo a los días que faltaban para su cumpleaños.

—¿Has pensado qué vamos a hacer? —preguntó Frida, curiosa.

Sabía que las chicas no se habían molestado en preparar ninguna fiesta sorpresa porque bastante había repetido ya en el tiempo que llevaban juntas lo poco que le gustaban.

—Tengo algo en mente, pero antes quiero comprobar una cosa.

Para que no le preguntaran más, las interrogó sobre cómo habían pasado el fin de semana.

—A mí me ha tocado aguantar a mi hermano las veinticuatro horas, porque nos fuimos de excursión con toda la familia. Por poco me da algo... —dijo Frida resoplando.

—Tu hermano no es tan malo, no te quejes tanto. Cuando estabas con la pata coja no veas cómo te mimaba. Pobre Dani... —Lucía recordó los días que estuvo con el pie enyesado.

—Le diré que me lo has dicho. Se va a poner muy contento, está contigo que no duerme...

—¡Anda ya! No seas tonta.

—Sí, Lucía ya está ocupada. —La voz de Susana sonó con retintín, sin moverse del sitio.

—¿No vas a decir nada al pobre chico? —le preguntó Bea tapándose la boca con la mano, disimulada, para que no la oyeran.

—Eso, tía, mira cómo te suplica con los ojos. —A Raquel no le importaba que alguien la oyera.

Lucía se fijó en que Eric no le quitaba los ojos de encima desde donde estaba con Jaime y los otros chicos, justo enfrente, en la puerta de su clase.

—Sí, pero antes quería veros a vosotras. Ya sabéis que siempre sois las primeras en mi corazón.

Las chicas la llamaron cursi y la obligaron a marcharse ya, que estaba haciendo sufrir al chaval. Quedó en encontrarse con ellas dentro y se alejó de sus amigas para encaminarse hacia Eric, el chico más guapo del colegio, y también su novio. Se removió un poco el flequillo con los dedos para darle algo de volumen. Todavía no se podía creer la suerte que tenía, no se cansaba de contemplar esos ojos verdísimos y esa media melena rubia que le quedaba tan bien. Al ver que se acercaba, Eric se alejó de sus amigos y se encontró con ella a mitad de camino.

—Hola, Lucía. imagen

—Hola, Eric.                       imagen

Lucía tuvo que ponerse de puntillas para darle dos besos, su estatura no daba para más. Notaba perfectamente como le ardían las mejillas.

—¿Qué tal el finde?

—Bien, fuimos a celebrar el día de la madre a casa de mi abuela. ¿Y tú?

—Poca cosa. Partido de fútbol el sábado y unas vueltas con la bici el domingo.

—Qué bien...                              imagen

Su fin de semana no había estado mal, aunque hubiera sido en familia. Como el tiempo se había portado, pudo tomar un poco el sol en camiseta de tirantes y con protección cincuenta (es lo que tiene ser pelirroja y con la piel transparente: que una no puede fiarse de que los rayos no vayan a hacerle ningún estropicio). Además, su abuela Agustina les preparó en el jardín una fideuá de la que habían sobrado tres fideos mal colocados, y de postre una tarta de chocolate con M&Ms que no tenía precio.

Pero, claro, Eric y ella llevaban intentando hacer planes desde que acabó Semana Santa, y de eso hacía ya más de un mes. Cuando uno estaba libre, el otro tenía los días ocupados. Eric estaba en el equipo de fútbol de su barrio y tenía partido casi todos los sábados o domingos, según les pillara. Ella todavía no había podido ir a verle a ninguno tampoco.

—Este sábado es tu cumpleaños —recordó Eric.

—Sí, es verdad —reconoció ella sonriente: ¡sí que se acordaba! Aunque tampoco tenía mucho mérito, pues tenía anunciada la cuenta atrás en Tuenti desde hacía un mes—. ¿Tienes planes?

—No, pensé que querrías celebrarlo.

—Sí sí sí. —Lo interrumpió hablando rápido antes de que se echara atrás: ¡al fin!—. Había pensado que podíamos ir todos al cine. Tú, Jaime, Raúl, Raquel, Frida, Susana, Bea y yo. ¿Qué opinas?

—Claro. Me apetece mucho.

Eric alargó la mano para coger la de Lucía, que sintió que un hormigueo le recorría el cuerpo entero. Todavía no se había acostumbrado a notar su tacto suave tan a menudo y aún la sorprendía. Aunque no podía verlas porque les daba la espalda, sabía que sus amigas la estaban vigilando en la distancia y, probablemente, cuchicheando entre ellas.

—A mí también.

Eric sonrió y Lucía se dejó llevar por el impulso de retirarle un mechón de pelo que le caía sobre la mejilla. Cuanto más le miraba más le costaba creer lo afortunada que era. Justo en ese momento sonó el timbre, rompiendo el hechizo. Era hora de entrar en clase.

imagen—¿Nos vemos luego?

Como era casi imposible verse fuera del colegio, solían hablar un rato en los descansos. En algún recreo se habían sentado juntos, bajo el olivo de siempre, sus amigos y las chicas, pero ellos solían cansarse pronto porque preferían dedicar ese rato a jugar al fútbol o a cualquier otro deporte.

—Sí. Hasta luego.

Lucía se despidió y, tras soltarle la mano, se quedó mirando como entraba en clase y se iba a la esquina con su amigo Jaime. Cuando se dio cuenta de que no había dejado de sonreír en todo ese rato, empezó a dolerle la boca.

Ya en su sitio, se mentalizó para la clase de inglés que estaba a punto de empezar.

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