Aventuras virtuales a pico y pala (Multicosmos 1)

Pablo C. Reyna
Luján Fernández

Fragmento

cap-1
<Una fase de muerte>

Odio cuando un pirata espacial me lanza una piraña por la espalda.

—¡Repíxeles! —grito a mi montura—. ¡Mete el turbo, que nos pillan!

Después de diez interminables minutos de persecución y cañonazos, conseguimos dejarlos atrás justo a tiempo. A mi espalda resuenan las amenazas inútiles de los corsarios. ¡Ja, pringaos!

¡Menuda carrera! Nos hemos librado de sus proyectiles por los pelos (o por las plumas, mejor dicho, porque vuelo a lomos de un caballo volador). No es que quiera presumir, pero últimamente estoy en racha en MultiCosmos: he superado treinta niveles de este planeta, mi avatar todavía tiene imagen de vida y estoy a punto de alcanzar el Valle de la Muerte, en el corazón del País de la Muerte, donde está escondida la Copa de la Muerte (claro, no iba a ser la Copa de la Vida). Le doy una palmadita en las alas a mi caballo para comenzar el descenso.

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Pero algo va mal, muy mal, porque mi pegaso empieza a caer en picado y sin control. De pronto advierto que tiene una flecha clavada en una de sus patas traseras. ¡OMG! ¡Le ha alcanzado un proyectil! Esto se pone feo. Nos precipitamos cada vez más deprisa, y si no se me ocurre algo pronto, en cero coma nos convertiremos en papilla. Tengo que pensar, y rápido. Meto la mano en mi mochila, saco el báculo mágico y dibujo una espiral en el aire.

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¡Uf, casi no lo cuento! Menos mal que el hechizo de nube ha amortiguado la caída a tiempo. Mi montura, en cambio, está tiesa como un alambre: el veneno de la flecha ha hecho efecto y ahora mismo duerme como un lirón. (Bueno, espero que sólo duerma... No soy veterinario mágico.) Ya volveré más tarde a por él, pero ahora no puedo quedarme quieto. Estoy casi en la fase final de este micromundo virtual y no quiero morir justo cuando estoy tocando el trofeo con la punta de los dedos. Alex va a flipar cuando lo vea.

Y de pronto, ¡ahí está! La Copa de la Muerte me espera encima de un pedestal de piedra colocado en el centro del valle, a menos de treinta millapíxeles de distancia. Miro a izquierda y a derecha. Miro en todas direcciones en busca de Mobs enemigos..., pero el Valle está siniestramente tranquilo. No hay ni un alma. Y eso es lo peor que puede ocurrir, porque es muy raro que la fase final de un planeta de la categoría Bastante-Peligroso no tenga por lo menos un monstruo con dientes de acero. Sin embargo, todo lo que veo es un valle bastante normal, con un cielo normal, flores silvestres normales y un riachuelo normal; esto me huele a chamusquina. Me acerco de puntillas al pedestal, no sea que despierte al monstruo. Estoy a punto de tocar la Copa de la Muerte cuando...

¡¡¡Crac!!! El suelo se abre delante de mí.

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Genial: la Copa de la Muerte se ha escurrido de mis manos en el último segundo, y en medio del valle surge una grieta de la que empiezan a centellear ojos. Esto se pone chungo. Sólo espero que no sean dinosaurios.

¡Bingo! Son dinosaurios. Peor todavía, son dinosaurios zombis.

Un velocirráptor zombi no tarda ni dos segundos en saltar del agujero y morder mi báculo hasta convertirlo en astillas. ¡Maldición! No había terminado de pagarlo... Sin tiempo que perder, saco la daga del cinto y me pongo a repartir leña. ¡Zas, zas, zas!

Consigo eliminar al primero de tres golpes.

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Y engaño al segundo como a un perrito para que salte de regreso a la grieta. El problema es que para ello he tenido que lanzarle la daga como una pelota y no me quedan más armas en el inventario. Ahora sí que la he liado. Los otros tres velocirraptores zombi me rodean. Van a chuparme el cerebro como la cabeza de una gamba.

cap-2
<Confiscado>

—¡¿Otra vez con el móvil en clase?!

Error; la profesora Menisco me ha pillado in fraganti. Posa su enorme nariz sobre el hombro, como si oliese el miedo, y su mano huesuda vuela como un ave de presa hasta el cajón de mi pupitre. Enseguida se hace con el móvil que he intentado esconder. Demasiado tarde.

—Le prometo que no lo estaba usando —miento. Siento todas las miradas de mis compañeros clavadas en mí, y un montón de cuchicheos. Quiero que me trague la tierra... Con una grieta como la del Valle de la Muerte me valdría.

—Llevo observándolo un rato y no ha despegado los ojos de la pantalla. ¿Es que me toma por idiota?

—Bueno, vale, lo estaba usando, pero era para recordarle a mi abuelo que se tome la medicación —digo con tono angelical. Mis compañeros se ríen de mí y escucho un «pardillo» al final del aula—. Es que nunca se acuerda de tomarse la pastilla de la memoria.

—Sí, claro, y pensaba avisar a su abuelo con un tuit —responde la profesora Menisco, quien, a pesar de tener más años que Matusalén, se maneja tan bien con los móviles que es la reina de Candy Crush en la sala de profesores. Enseguida advierte que estoy conectado a MultiCosmos, el videojuego social más flipante del universo (virtual), y frunce el ceño—. Esto me lo quedo yo hasta nueva orden.

—Pero ¡profesora!

—Ni peros ni peras.

La profesora Menisco guarda mi móvil en su rebeca de lana (hace un día muy bueno, pero su cuerpo conserva la temperatura de la Glaciación; le da nostalgia) justo cuando suena el timbre que avisa del final de las clases. Sé que la profesora es inmune a los ruegos, así que descuelgo mi mochila de la percha y salgo del aula con un humor de perros. ¡Estaba a punto de hacerme con la Copa de la Muerte! Eso son por lo menos tropemil Puntos de Experiencia. Daría cualquier cosa por esos PExp; con ese trofeo dejaría de ser un Cosmic de pacotilla y mis rivales empezarían a tomarme en serio.

Varios compañeros me dan codazos al pasar por mi lado. Recibo otro mientras camino por el pasillo refunfuñando, y estoy a punto de responder cuando descubro que es Alex, mi mejor amiga. Va a la misma clase que yo, pero los profesores no la obligan a sentarse en primera fila.

—¿Estabas conectado a MultiCosmos? —me pregunta asombrada. Ni que hubiese manchado la Mona Lisa con kétchup.

—Casi consigo la Copa de la Muerte. —Alex asiente comprensiva. Ella también es una Cosmic, como nos autodenominamos los jugones de MultiCosmos—. ¡Tres días! ¡He necesitado tres días para superar todos los niveles del planeta, y hasta he perdido a mi pegaso por el camino! Y todo para nada.

—No es el fin del mundo —me consuela mi amiga—. Piensa que ahora estarás más preparado para volver a superar todos los niveles.

—Explícale eso a mi abuelo —r

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