Perrock Holmes 3 - Elemental, querido Gatson

Isaac Palmiola

Fragmento

cap-1

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La carretera de montaña serpenteaba por un inacabable camino lleno de baches y curvas. Todas las ventanas del coche estaban abiertas, pero aun así los ocupantes de los asientos traseros, tres flamantes investigadores del Mystery Club, estaban más mareados que un pato en una secadora. Diego, Julia y Perrock habían parado ya cuatro veces para vomitar y volverían a hacerlo... si les quedara algo más en el estómago.

—¿CUÁNTO FALTAAAAAAAAAAAAA? —preguntó Diego, blanco como el papel.

—Muy poco —le animó Juan, y el chico se lo creyó durante medio segundo, hasta que vio a Julia negando con la cabeza.

—Siempre dice lo mismo —susurró su medio hermana.

Juan (el padre de Julia) y Ana (la madre de Diego) se habían casado hacía un tiempo, así que, a pesar de sus quejas y pataletas, los dos detectives se habían visto obligados a convivir, ya que habían pasado a formar parte de la misma familia. Un chasco. La parte positiva era que, gracias a semejante horror, habían conocido a Perrock, así que no podían quejarse... demasiado.

—¿Qué os parece si cantamos una canción? —propuso Juan, para distraerlos.

—¡QUÉ GRAN IDEA! —exclamó Ana, y empezó a tararear un villancico.

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Pero mira cómo beben los peces en el río,

pero miran cómo beben por ver a Dios nacido...

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Los rostros asqueados de Julia, Diego y Perrock hacían evidente que la estrategia del villancico había fracasado estrepitosamente. Primero porque las Navidades habían terminado hacía dos meses, y segundo, porque los tres seguían mareados, enfadados y resentidos con Ana y Juan.

—¿Qué hemos hecho para merecer que nos ABANDONÉIS EN EL REFUGIO MÁS ALTO Y REMOTO de los Pirineos? —soltó Julia por millonésima vez.

—No os abandonamos, princesa —replicó su padre con paciencia—: Os damos la oportunidad de disfrutar de CUATRO FANTÁSTICOS DÍAS EN LA NATURALEZA...

—Mientras vosotros os vais a Venecia en plan romántico, ¿no? —lo interrumpió Diego con cara de asco.

Ana y Juan se miraron de reojo intentando disimular sus sonrisas de adolescentes enamorados.

En ese momento, la radio se encendió automáticamente para dar el parte del tráfico.

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—¿Lo habéis oído? —intervino Julia—. No podéis dejarnos en el refugio. Dicen que va a llover mucho. ¿NO OS DAIS CUENTA DE QUE PUEDE SER PELIGROSO?

—Seguro que podréis jugar al parchís si llueve —replicó la madre.

—¿AL PARCHÍS? ¿Lo dices en serio? ¿Nos lleváis a unos campamentos o a una RESIDENCIA DE ANCIANOS?

La madre se rio y luego miró un momento a Juan para lanzarle un beso con la mano.

—Lo más importante es que en Venecia hará sol, amor mío.

Él cogió el beso al vuelo y se lo devolvió con una sonrisa. Había tanto azúcar en el ambiente que los chicos temieron que pudieran salirles caries.

—¡CURSIS! —dijo Diego, simulando que tosía. Perrock se rio, pero los adultos ni se enteraron.

Tras setenta curvas de vertiginoso ascenso, el coche logró llegar hasta la cima y se paró frente a un viejo refugio de montaña. Aliviados, todos salieron al exterior y respiraron el aire fresco. A su alrededor había picos llenos de abetos y prados dominados por el verde. El cielo, sin embargo, estaba repleto de NUBARRONES NEGRUZCOS con pinta de estar muy pero que muy cabreados.

—Aquí no hay nadie —dijo Julia.

Al instante, la puerta del refugio se abrió con un chirrido que sonó como un gallo afónico y vieron que un chico de unos veinte años, con una pinta muy peculiar, salía y se dirigía hacia ellos. Llevaba tantos piercings en labios, cejas y orejas que seguro que colapsaba los arcos de control de los aeropuertos. Además, por su cuello y brazos asomaban varios TATUAJES DE SERPIENTES. Viendo su pasión por estos animales, o bien se trataba de un trabajador del zoo, o bien era un criminal recién salido de la cárcel.

—Bienvenidos —los saludó—. Soy Alberto, vuestro monitor, pero todo el mundo me llama SNAKE.

Diego no tuvo que usar el traductor de Google para saber que snake significaba «SERPIENTE» en inglés, y el mote no le hizo ninguna gracia.

—Su... supongo que no... no... no nos dejaréis con este tipo, ¿verdad? —tartamudeó en voz baja.

—Las apariencias engañan —contestó Ana alegremente—. Seguro que es muy buen chaval.

Por suerte, en aquel momento salieron dos personas más del refugio. Una de ellas era una chica PELIRROJA MUY GUAPA, con las mejillas repletas de simpáticas pequitas, que les dedicó una sonrisa bondadosa.

—SOY MIEL, vuestra segunda monitora —se presentó—. Y él es Pedrito, vuestro único compañero.

La chica, cariñosa, rodeó la espalda de Pedrito, un niño de piel pálida y ojos avispados.

—Me temo que no va a venir nadie más —continuó Miel—. Como se prevén LLUVIAS TORRENCIALES, la mayoría de los padres han decidido no traer a sus hijos a los campamentos. HAN SIDO USTEDES MUY VALIENTES.

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—Sí, pero rectificar es de sabios —soltó Julia—. Ni somos valientes, ni queremos serlo. VAMOS, ¡TODOS A CASA!

Al girarse, sin embargo, vio que su padre ya estaba sacando las mochilas del maletero.

—¡Seguro que OS LO PASARÉIS EN GRANDE! —exclamó con una sonrisa.

—¡Igual que nosotros! —añadió Ana, abrazándose a su marido y dándole luego un beso en los labios.

Arrivederci! —dijo Juan, y se subió al coche.

—No podéis dejarnos aquí tirados... —empezó Diego otra vez.

Pues parece que sí pueden —apuntó Perrock mientras Ana se metía en el coche y les decía adiós con la mano. Acto seguido, Juan arrancó el motor y el vehículo comenzó a descender por la montaña.

Julia, Diego y Perrock aún no habían reaccionado cuando un rayo estalló entre los negros nubarrones y una intensa lluvia los obligó a correr hacia el refugio para no quedar empapados.

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