El Club de las Zapatillas Rojas 19 - Vacaciones with friends

Ana Punset

Fragmento

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«Embarcando.» Eso era lo que se encontraba Lucía en la pantalla cada vez que alzaba los ojos y los fijaba en la línea que indicaba el estado del vuelo IB5696 con destino a Ibiza. Porque sí, ahí estaba con sus amigas, preparadas para el viaje de sus vidas. La última vez que había cogido un avión había sido el verano anterior, cuando fue a Los Ángeles a visitar a Mario, un viaje superdiferente, en el que habían aprendido a no dejarse llevar por la grandeza y a disfrutar de las pequeñas cosas. ¡Qué ganas tenía de ver a Mario! Dentro de unos pocos días él regresaría, por fin, de Estados Unidos para quedarse. Lucía llevaba un calendario mental que tachaba día a día y contaba las horas que faltaban para estar con él. ¡Ay! Ya estaban las mariposas revoloteando en su estómago...

—¿Qué te pasa en la cara? —le preguntó Frida, dándole un codazo.

—A mí nada, ¿por qué?

—Porque parece que acabes de ver un unicornio justo delante de ti.

Lucía se rio por la ocurrencia de su amiga.

—Solo estoy contenta por el viaje.

—Y yo, pero no me pongo así.

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Frida imitó el gesto embobado de Lucía y provocó las risas de todas las demás. También de alguien indeseado que andaba cerca de ellas, demasiado cerca.

—Es su cara, no puede hacer nada por cambiarla —soltó Marisa, la reina de las Pitiminís. Sam, a su lado, le hizo el coro con una carcajada.

—Mejor esta que la tuya. Solo te falta el tridente y echar fuego por la nariz —le respondió Susana.

Lucía le dio la razón:

—Lo del fuego le daría un toque monísimo, desde luego, con un poco de suerte se le chamuscarían las mechas falsas. —Y es que había dejado de callarse delante de Marisa, había aprendido a no dejarse pisar por quien se cree mejor y con mayor poder.

Marisa negó con la cabeza para quitarle importancia, aunque en el fondo todas sabían que le molestaba.

—Qué mal lleváis la envidia —soltó antes de sacudir su perfecta melena y darse media vuelta para alejarse por fin de ellas.

Lucía y sus amigas respiraron profundamente. Hasta el último minuto habían albergado la esperanza de que Marisa y Sam no se apuntaran a aquel viaje, pues lo habían criticado desde todos los ángulos. Eso había sucedido con Toni, que había rechazado pasar esos días en Ibiza con su clase porque le había salido un plan mejor en las Seychelles con su familia. Las Pitiminís también habrían preferido un viaje más afín a sus necesidades, un crucero, ir a las Bahamas o algo así, cosas que se escapaban totalmente del presupuesto de la mayoría. Pero a pesar de todo ahí estaban, así que intentarían llevarlo lo mejor que pudieran. ¡Nada les podía estropear ese viaje!

La fila avanzó un poco y cuando entraron en el avión una amable azafata les indicó dónde estaban sus asientos. Lucía se sentó junto a la ventanilla, a su lado estaba Frida y después Bea. A las demás chicas les tocó en el centro del avión.

—Ojalá pudiera estar Marta aquí con nosotras —comentó Bea desde su asiento, con la mirada perdida y sus ojos de color verde fijos en la parte delantera del avión, donde los distintos viajeros no paraban de entrar para ocupar sus sitios.

—Pues sí... Le habría venido bien salir de casa y olvidarse un poco de lo que está pasando —respondió Frida.

—No creo que lo olvide nunca, pero luego duele menos... —respondió Lucía, al recordar cómo vivió ella hacía ya unos diez años la situación por la que Marta estaba pasando ahora. Ojalá la suya acabara de otra manera...

Los padres de su amiga llevaban una época muy mala, con muchas discusiones y pocos momentos buenos, incluso se había mencionado esa palabra que tanto puede fastidiar: divorcio. Sin embargo, Marta todavía no quería darlo todo por perdido; al menos, mientras no fuera definitivo.

En buena parte el problema era que el padre de Marta no pensaba dejar de trabajar en Barcelona, porque su empresa le había vuelto a trasladar allí tiempo atrás y estaba cansado de andar siempre de arriba abajo para ver a su familia, y la madre de Marta tampoco quería dejar su trabajo en Berlín para regresar a España, de manera que como no se ponían de acuerdo, el ambiente en casa de Marta era tenso y saltaban chispas por cualquier tontería. Y todo se había complicado justo cuando Marta estaba viviendo un momento profesional muy dulce, revisando la novela de El Club de las Zapatillas Rojas que ya casi había terminado...

Las chicas procuraban animarla como podían y tenían claro que querían hacerla partícipe de ese viaje de fin de curso, ese viaje con el que despedían la ESO y una parte muy importante de sus vidas, para empezar una nueva e inquietante. Por eso Lucía sacó su móvil y, tras pedir a sus compañeras de asiento que se acercaran más a ella, sacó una selfi con el avión de fondo y el mensaje: «Te echamos de menos». Después cada una envió un audio en el que le dedicaban mensajes de cariño:

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Marta, que estaba al tanto de la hora que saldrían de Barcelona, les respondió:

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Flora, la tutora que les acompañaba en el viaje, revisó que todas estuvieran en su sitio y en orden, y sonrió satisfecha antes de sumergirse en un libro. Frida, que no podía estarse quieta, cogió una revista del bolsillo del asiento de delante y empezó a hojear los distintos destinos turísticos que se podían visitar. En una foto de Italia salía una moto Vespa muy chula de color rojo que enseguida llamó su atención.

—Esta moto es la que quiero yo —dijo de pronto, despertando la curiosidad de Bea y Lucía.

Alzó la revista y se la enseñó a Raquel:

—¡Mira! Esta, para mi cumpleaños —gritó Frida.

—Esa consume mucho, yo prefiero una scooter pequeña. Hay una Honda que me encanta. Llave inteligente, neumáticos Michelin sobre llantas de diseño nuevo, motor revisado...

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—Vale, vale, Raquelpedia. Gracias por tu siempre útil información —respondió Frida, entornando los ojos, y volvió la vista a la foto de la Vespa.

—Me gusta el color —le dijo Lucía para animarla, y su amiga le sonrió agradecida.

La semana anterior, después de algunas prácticas, Frida y Raquel habían ido a examinarse para sacarse el carnet de moto. Cuando al día siguiente llegaron al colegio anunciando a gritos que ya podían llevar moto, Bea, la más responsable, se había escandalizado bastante, porque decía que podían tener un accidente si hacían el tonto y mil cosas horribles más. Después de que Raquel y Frida le prometieran ir con casco siempre y a una velocidad máxima de cincuenta kilómetros, al final todas habían

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