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QUINCE
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DIECIOCHO
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VEINTIUNO
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VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
TREINTA Y SEIS
TREINTA Y SIETE
TREINTA Y OCHO
TREINTA Y NUEVE
CUARENTA
CUARENTA Y UNO
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES
CUARENTA Y CUATRO
Otros títulos
Para Katherine, Jake y Julia
UNO
66 HORAS, 52 MINUTOS
GRAFITIS OBSCENOS.
Ventanas rotas.
Tags de la Pandilla Humana, su logotipo, junto con advertencias a los raros para que se larguen.
A lo lejos, siguiendo la calle, demasiado lejos para que Sam quisiera irles detrás, había un par de chavales, puede que de unos diez años, puede que ni eso. Apenas se los veía bajo la luz de la falsa luna. No eran más que siluetas. Se pasaban una botella, tomaban tragos, se tambaleaban.
La hierba crecía por todas partes. Las malas hierbas se abrían paso a través de las grietas de la calle. Había basura: bolsas de patatas, anillas de latas de cerveza, bolsas de plástico de supermercado, hojas sueltas de papel, prendas de ropa, zapatos desparejados, envoltorios de hamburguesas, juguetes rotos, botellas rotas y latas aplastadas —nada que fuera realmente comestible— formando conjuntos aleatorios y coloridos. Eran recuerdos dolorosos de épocas mejores.
La oscuridad era tan profunda que en los viejos tiempos habrías tenido que adentrarte en la naturaleza para experimentar algo parecido.
No había ni una farola encendida, ni luz en ningún porche. La electricidad había dejado de funcionar. Puede que para siempre.
Nadie malgastaba las pilas, ya no. Había muy pocas.
Y casi nadie intentaba encender velas o hacer fuego con la basura. Sobre todo tras el incendio que hizo arder tres casas y quemó de tal manera a un muchacho que Lana, la curandera, tardó medio día en salvarlo.
No había agua corriente. Las bocas de riego estaban secas. No se podía hacer nada con el fuego salvo verlo arder y apartarse de su camino.
Perdido Beach, California.
Bueno, antes pertenecía a California.
Ahora era Perdido Beach, la ERA. Estuviera donde estuviera, fuera lo que fuera y por los motivos que lo fuera Sam tenía el poder de generar luz. Podía dispararla formando rayos asesinos con las manos. O hacer bolas de luz persistentes que se quedaban flotando en el aire como faroles. Como relámpagos capturados en una botella.
Pero a m