Camarón era extremadamente tímido y no tenía el don de la palabra, pero hablaba cantando. El pueblo calé, cuya desolación reflejó como nadie más, lo había bautizado «príncipe de los gitanos». Convertido a su pesar en el mayor icono musical español del siglo XX —aquel que renovó la música flamenca y la proyectó al mundo—, nunca fue un superventas, pero vivió de llenar estadios. A casi cuarenta años de su temprana muerte, y mientras no dejan de multiplicarse los libros, congresos y documentales sobre su figura, la periodista Amelia Castilla recuerda el encuentro que José Monge Cruz (1950-1992), el cantaor de afinación perfecta, el más dotado de su tiempo, le concedió para el periódico «El País» en 1989, mientras preparaba, entre la nube de humo de sus cigarrillos, la portada del disco «Soy gitano». Una época en la que ya no se encontraba en su mejor momento, pero su voz seguía sonando única.