Estoy cambiando

Celia Blanco

Fragmento

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Este año me da lo mismo que empiece el cole. Siempre me pongo nerviosa porque comenzamos las clases, pero este año me da igual. Migueld ya no está en el colegio, está en el instituto. Ya no podré estar cerca de donde esté. Con lo fácil que era hasta ahora hacerse la encontradiza. Desde que me empezó a gustar, a principio de primero de la ESO, lo único que hacía falta para verlo era ir a la zona del patio en la que se ponía con sus amigos. Pero este año no están. Han pasado todos a tercero de la ESO. Migueld cumple quince años. Y en el Portocarrero, seguro que conoce a otras niñas; a ese instituto van todas las de El Alquián. Con lo guapas y divertidas que son las chicas de Almería, acostumbradas a salir por los centros comerciales…

Qué mierda.

En el colegio del Cabo solo quedamos los de primero y segundo de la ESO. Estamos con los de Primaria. Mamá se alegró mucho de que don Gustavo consiguiera que nos quedáramos en el colegio y no tuviéramos que irnos. No dejaba de decir que con doce años somos muy pequeños para ir a un instituto tan grande. Si no, desde primero de la ESO, tendríamos que haber ido al Portocarrero. Y allí son más de mil doscientos niños. No sé cómo se puede estar en un instituto que tiene más alumnos que habitantes tiene mi pueblo.

Me da un poco de miedo. Pero aún me queda un año.

Este año seré de las mayores en el colegio.

Tardo cuatro minutos cronometrados en llegar al cole. Pero mamá tiene que dejarme la ropa preparada «por si acaso». ¿Por si acaso qué? ¿Por si acaso me secuestra un platillo volante y no puedo llegar? Por más que le dije que me daba lo mismo el modelito, mamá se empeñó anoche en que sacara la camiseta que me trajo la tía Lula de París y discutimos por la parte de abajo. Ella quería la falda de volantes blanca y yo los vaqueros cortos que compramos en el Rastro de Madrid. Hace mucho calor. Si me dejaran, iría con el bikini.

Al final gané yo. Esta mañana me he puesto los vaqueros.

Camiseta de París de la tía Lula, pantalones cortos vaqueros, las bambas. Hoy, primer día de clase, no he llegado tarde. A ver si este año lo consigo, que el pasado, al final me castigaron porque siempre entraba cuando había sonado el timbre. Me ha gustado mucho ver a mis amigos en la entrada. Se han esperado a que llegara para que entráramos juntos. A Candela la vi ayer en la plaza, pero a los chicos les perdí la pista en cuanto empezó el verano.

—¡Candela! —llamo a mi amiga en cuanto la veo.

—¡Sara! ¡Qué guapa! —A Candela le gusta mucho la camiseta de París, con sus lentejuelas, que se mueven de arriba abajo.

—Mi madre se empeñó en que me pusiera esta camiseta —admito.

—¡Es que es muy bonita! ¡Tiene brilli brilli! —Mi amiga se emociona en cuanto algo brilla un poco.

—¡Lo sé! Pero me da rabia que sea rosa… Es un poco moñis. —Tuerzo el gesto—. A mí no me gusta el color rosa. Ninguno de los rosas, ni siquiera el flúor.

—¿Moñis? ¡Qué va! Es algo precioso precioso precioso. —Mi amiga repite los adjetivos de las cosas que le gustan o le impresionan—. Tu madre tiene muy buen gusto, Sara. Ha elegido tu mejor camiseta. ¡Eso es porque quiere que te eches novio!

Cuando dice esto, soltamos las dos una carcajada. ¡Novio! Mi amiga Candela sabe lo mucho que me gusta Migueld. Ella es la única que lo sabe porque intento que no se me note. Bueno, ella y mamá, que se lo conté porque no me aguantaba más. Migueld no me hace ni caso, y como Candela tampoco tiene ni idea de chicos, a ver con quién iba a hablar yo de estas cosas. Mamá se dio cuenta de que me ponía nerviosa por las mañanas, al elegir la ropa para ir al cole, y me lo soltó:

—¿Desde cuándo te importa a ti la ropa con la que vas al cole?

Lo dijo mirándome desde la puerta de mi cuarto mientras yo trataba de elegir una camiseta chula para la mañana siguiente.

—Es que me apetece ponerme guapa —contesté.

—¿Y eso por qué?

—Porque me gusta un chico.

Cuando lo solté me sentí muy bien. Fue como cuando se te atraviesa un pedo en el estómago y lo tienes que echar. No sé por qué me recordó a eso. Porque me hacía daño en el estómago, ahí, enredado.

—¿Y tú le gustas a él? —preguntó con una sonrisa en la cara.

—¡Qué va! Está todo el día con sus amigos o volando su dron en la playa. A mí ni me mira.

—Bueno…, lo mismo un día lo hace.

Lo dijo con una naturalidad pasmosa. Como si eso pasara.

Hoy es el primer día de cole. El primer día que no veré a Migueld en el patio. Candela y yo entramos de la mano por la puerta saludando a los demás. Nos encontramos con todos los compañeros. A Mohamed no lo veíamos desde junio porque, en verano, se va a Marruecos a ver a su familia. Lo veo más alto. ¡Mucho más! ¡Y qué moreno! ¡Se nota mucho que se ha pasado en la playa todo el verano! Se le nota la marca de las gafas en la cara. Lleva gafas desde pequeño.

—¡Chicas! ¿Cómo estáis? —Mohamed se acerca en cuanto nos ve. Las gafas, como siempre, con cinta aislante. Su padre es muy apañado y se las arregla cada vez que las rompe. Deben de ser unas gafas caras, porque Mohamed no se las cambia. Miro a Candela con cara de «¡Mira qué alto!», pero Candela me mira con cara de «¡Es Mohamed! ¡No nos gusta!». Detrás de él viene Sam. A Sam no lo vemos en verano porque siempre se va a Irlanda a ver a su padre. A quien sí que hemos visto ha sido a su madre, Amanda. Se ha pasado todo el verano del brazo de un italiano muy guapo.

—Hello, miladies. How are you? Did you have a good summer?

Me da un poco de rabia cuando Sam nos habla en inglés. Me parece que nos ha preguntado que qué tal el verano, pero lo tengo que pensar dos veces antes de contestar:

—Good, good. And you?

—Fantastic! —contesta con mucho aspaviento—. Dad has a new girlfriend. And she’s a TV actress.

—Sam, déjalo. —Candela pone orden en la conversación—. Por mucho que te empeñes, no vamos a poder hablar en inglés contigo, así que, como estás ya aquí, háblanos en cristiano.

—All right, baby. Nada. Que papá tiene una nueva novia y es una actriz de televisión —dice Sam con su acento irlandés.

—¡Halaaaaaa! ¡Qué suerte! —grito entusiasmada. Me pongo muy nerviosa solo de pensar que el padre de mi amigo se ha echado una novia famosa—. ¿Muy conocida?

—Como para que le pidieran autógrafos —admite Sam—. Era muy divertido. La gente nos paraba por la calle.

Solo el hecho de imaginar que puedan pararme por la calle para pedirme un autógrafo me hace enloquecer. ¡Qué suerte tiene Sam! Me encantaría que eso me pasara a mí. Pero para conseguirlo tengo que hacerme, antes, famosa.

—¿Sí? ¡Qué guay, Sam! ¿Y tú crees que tu padre vendrá a verte con ella? —pregunto emocionada. Me encantaría conocer a una actriz irlandesa. Bueno, me da igual de donde sea, pero irlandesa mola—. ¡

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