El vacío no se llena

Dani Marrero

Fragmento

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2

NO ENCAJABA

Hay muchas cosas que no encajan en esta historia. En primer lugar, no encajaba mi cabeza en mi cuerpo; sentía como si me la hubieran atornillado en un cuerpo en el que no me sentía cómodo. Eso yo ya lo sabía desde siempre. Pero en cuanto entré en el colegio me di cuenta de que aquello de «no encajar» no se limitaba a mí mismo: tampoco encajaba yo con los demás.

Una cosa que cuentan a veces los padres concienciados con las infancias trans y con la igualdad, esa clase de padres que les pone nombres unisex a sus criaturas y que no les corta el pelo ni les pone pendientes en la oreja, es que todo es muy bonito hasta que sus peques entran en el cole.

Hasta entonces, los mensajes de género que reciben los peques se pueden evitar, más o menos. Así, si la abuela Carmen insiste: «Ay, ¿cómo le vas a dejar crecer el pelo al nene? Parecerá una niña, todos creerán que es una niña…». Pues se le puede contestar «¿Y qué tiene eso de malo?» y a otra cosa, mariposa. Si el tito José le regala a la nena una Barbie por Navidades, aunque ella haya pedido coches, pinturas o un puzle, pues se le dice muy amablemente que dónde está el ticket regalo para cambiarlo, que los Reyes Magos se han equivocado y le han traído el regalo de otra niña por error.

Sin embargo, cuando entran en el cole, los padres, incluso aquellos que tienen la mejor intención del mundo, ya no pueden controlar lo que ocurre allí dentro durante horas y horas. El niño que ha ido con sus zapatillas de deporte nuevas, orgullosísimo de que brillen en la oscuridad y de que tengan purpurina y flores, quizá vuelva llorando a casa porque sus compañeros se han reído de que tenga «zapatillas de niña». La cría que ha ido con su mochila de superhéroes y su flamante chándal, quizá pida al volver a casa que le compren una nueva y que sea rosa y de princesas Disney como la de su amiguita nueva, que le ha dicho que no quiere ser su amiga si no tiene princesas por todas partes como ella.

Y estos ejemplos tal vez sean un poco extremos, pero son reales. Son cosas que pasan. De peques, sobre todo en la infancia más temprana, los seres humanos somos como animalitos y buscamos reunirnos en grupos, categorizarlo todo y poner nombre a las cosas, decir: «Esto es un adulto y esto es un niño, porque uno es grande y el otro es pequeño. Esto es un profesor y esto es un alumno, porque uno enseña y el otro aprende. Esto es un chico y esto es una chica, porque… ¿uno tiene el pelo corto y el otro tiene el pelo largo?». Ese suele ser el criterio principal a esas edades, la verdad. Y es un criterio muy poco lógico, sinceramente, porque en general lo de separar a la gente en dos géneros estancos y distintos con líneas firmes es muy poco natural, y los críos se dan cuenta, aunque no sepan expresarlo.

Pero ¿sabéis de qué se dan cuenta también los peques? De cuando alguien no encaja en esas categorías, por absurdas y abstractas que sean. Aunque esa persona que no encaja no sepa expresarlo, aunque no sepan tampoco los demás decir por qué, lo que sí saben es que no encajas, y vaya si te lo harán saber.

A mí me pasaba justo eso. No encajaba. No encajaba en ningún grupo: ni en el de los niños ni en el de las niñas, por mucho que lo intentase. Y, lógicamente, cuando no te quieren en ningún sitio, ni en un grupo ni en el otro, también lo notas y lo sabes perfectamente. Te excluyen, aunque no lo hagan con esas palabras, te marcan, te señalan como diferente y erróneo. ¡Y yo ya me sentía lo bastante erróneo por mí mismo, no me hacía falta más ayuda!

El grupo de las niñas de mi clase me excluía porque ¡yo no era una niña! Nunca lo fui, y eso ya lo percibían las propias niñas que me rodeaban. Fueran cuales fuesen los criterios para considerar a alguien una niña, yo no los cumplía, ni los he cumplido nunca. Por mucho que yo intentase encajar y hacerme pasar por una niña como el resto…, lo cierto es que, si no lo era ni lo fui nunca, ¿cómo lo iba a lograr? Estaba viviendo una mentira, interpretando un papel que no sabía cómo representar, y cuando un actor es así de malo, lo que pasa es que te abuchean y te tiran tomates.

El grupo de los niños de mi clase también me excluía, ¡porque no me veían como uno de ellos! Me percibían como una niña. Una niña rara, una niña no del todo niña, pero una niña al fin y al cabo, y eso me dolía aún más. Porque yo creía que lo era, también. Me habría gustado tanto ser parte de ese grupo, ser un niño como los demás, encajar allí… Pero seguía interpretando mi papel de niña. Lo hacía fatal, claro, tan mal como para que me rechazasen ahí también.

No encajaba en ningún sitio y no conseguía terminar de entender el porqué. Lo único que tenía claro era que la culpa era mía y que había algo mal en mí.

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3

MARIMACHO

¿Os imagináis un mundo en el que atacasen a los niños pequeños por ser poco femeninos y a las niñas pequeñas por ser poco masculinas? Sí, lo he dicho bien, no me he liado: un mundo en el que a un niño lo insultasen o generara murmullos de desaprobación porque es demasiado masculino, un mundo en el que a una niña la llamasen cosas terribles por ser demasiado femenina…

Pues ese fue mi mundo. Ese es nuestro mundo para las personas trans.

A las niñas trans las llaman «mariquitas», «nenazas», «blandengues» y cosas mucho peores. A los niños trans, por su parte, los llaman «marimachos», «chicazos», «bestias» y cosas mucho peores.

Y eso me llamaban a mí: «marimacho».

«Marimacho» es una palabra muy fea, sobre todo cuando la llevas oyendo desde que tienes memoria. A lo mejor ni siquiera sabes lo que significa al principio; a lo mejor tampoco lo sabe bien el compañerito de turno que te lo llama, entre risas, porque te niegas a ponerte falda o porque te remangas el chándal y trepas a un árbol mejor que todos los chicos. Quizá sea por eso por lo que lo dicen, por envidia: tú no deberías ser mejor que ellos, piensan, no en algo que es «de chicos» si tú no formas parte de ese grupo (y ya se han asegurado de dejarte bien claro que no, no formas parte).

No sabrán bien lo que quiere decir cuando lo dicen tan pequeños, pero sí saben que es algo que se les llama a las niñas, o a quienes se percibe como niñas, que no cumplen con su papel. Es un castigo, es una forma de decirte que estás haciendo algo mal, que no estás siguiendo las reglas establecidas, y que si continúas por ese camino te esperan cosas muy malas. Es, así, una advertencia. Y es una señal indis

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