Sé diferente

Mike Michalowicz

Fragmento

Título

Capítulo uno

Tu responsabilidad
de hacer marketing

Sí inhalé.

Yanik Silver sopló una nube de humo de marihuana directo a mi cara. Sólo tuve una opción: inhalarla.

Nunca pensé que mi mayor lección en marketing sería durante un juego de billar, coronada con un signo de exclamación de marihuana. Fue una borregueada que duró toda la vida.

Muchas personas consideran a Yanik el padrino del marketing en internet. Ayudó a innovar en el uso del marketing por correo electrónico en sus primeros días, cuando la gente todavía esperaba escuchar la icónica notificación de AOL: “Tienes un correo”. Cuando la gente pensaba que un sitio de internet innovador era el que tenía un GIF animado de “en construcción”, fue pionero en las páginas de venta con imágenes de producto profesionales y botones claros. La habilidad de Yanik en marketing le dio la compañía de sus sueños: Maverick1000. Creó una red global como manifestación del propósito de su vida: apoyar a emprendedores visionarios a hacer crecer sus negocios y a tener un mayor impacto en el mundo.

Yo acababa de lanzar mi primer libro, El empresario del papel higiénico, y caí redondo en la creencia de que “un buen libro se vende solo”. Creía tanto en eso que temía que los ejemplares se terminaran en el primer mes. Después de todo, si lo crees lo creas, ¿no? O como dicen en la película Campo de sueños: “Si lo construyes, vendrán”. Así que junté dinero con amigos, vacié mi cuenta de ahorros titulada “rómpase sólo en caso de emergencia extrema” y pedí 20 mil ejemplares de tapa dura, los cuales estaban en un solo centro de distribución, juntando polvo. El lanzamiento de mi libro fracasó. El primer día vendí cero ejemplares. Zippo. Nada. Zilch. Nadita. ¿Me entiendes? Ni mi madre compró un libro ese día, ouch.

Derrotado, tenía dos opciones: aprender a publicitar de manera efectiva, rápida, o abandonar mi sueño. Pero ¿por dónde empezar? En aquel momento, las estrategias usadas por algunos especialistas en marketing exitosos me daban náuseas. El marketing online en 2005 se había convertido en algo tan común que quienes lo hacían tenían un título: infomarketer. Al menos, así les decían de frente. A sus espaldas, a esos charlatanes se les llamaba con nombres que no repetiré aquí. Sabes de quién estoy hablando. Un tipo que se para frente a un jet privado (que no es suyo) en la pista (a la que se coló), recargado en un Bentley nuevo (que rentó por unas horas) y te promete el mundo. Sus métodos eran asquerosos y falsos en el mejor de los casos… manipuladores y predadores en los peores.

Yanik siempre desarrolló un papel más allá de la táctica del mes y no necesitaba probar que sabía hacer lo suyo con fotos y mensajes falsos. Yanik publicitaba de manera auténtica, genuina, real y por eso busqué su consejo.

Deseaba de manera desesperada que la gente notara mi libro, pero no quería usar esas repugnantes tácticas aduladoras. Así que en vez de eso traté de seguir la checklist de marketing de libros de la forma en que se supone que todos los autores publicitan: enviar un comunicado de prensa, hacer una fiesta de lanzamiento, comenzar un blog, obtener el respaldo de alguien de renombre, pero todos mis esfuerzos fracasaron en generar algo más que un par de ventas.

Al girar mi taco en el billar, compartí mis frustraciones con mi nuevo confidente.

—Bola cinco, tronera de la esquina.

Al moverse a través de la mesa delicadamente, Yanik anunciaba sus tiros y las bolas giraban hacia las troneras siguiendo sus órdenes, todo mientras escuchaba con atención mi historia. Coronó el juego hundiendo la bola ocho de manera tan experta que la bola blanca retrocedió hasta el lugar exacto para el comienzo del siguiente juego. Mientras tanto, yo estaba parado a un lado como una planta en maceta. Una planta en maceta que comparte su historia de lucha, pero una planta a fin de cuentas.

El juego terminó, Yanik me hizo una seña para que tomara mi cerveza y saliera con él para ver las colinas de Maryland. Después de un momento dramático de cine demasiado largo (así lo sentí), preguntó:

—¿Tu libro es mejor que las cosas que venden todos?

—Sí.

—¿Tu libro ayuda más al lector que los de los infomarketers?

—Claro que sí. Es todo lo que sé. Ayudará a los empresarios.

—Si los consumidores compran las cosas de los infomarketers y no las tuyas, ¿qué sucederá?

—Serán estafados, Yanik. Mi libro es mucho mejor que toda esa basura. En verdad creo eso con todo el corazón.

Yanik sonrió, como si por fin le hubiera dado la respuesta que quería y dijo:

—Entonces tienes la maldita responsabilidad de superarlos.

Wow.

Yanik comenzó a hacerse un porro en la mesita de al lado.

—Si la gente está comprando mierda —continuó—, tal vez sea su problema, pero es tu culpa.

A pesar del clima cálido, sentí un escalofrío en la espalda. Estaba en lo correcto. Era mi responsabilidad y si sentía que tenía una alternativa viable a los malos consejos de negocios que había, era mi culpa que la gente no la conociera.

Yanik me dejó sentado con la bomba de verdad que acababa de tirarme mientras terminaba de enrollar su porro. Entonces dijo:

—La gente va a comprar, ése no es el problema. Pero sólo puede comprar lo que sabe que existe. Si tu solución es mejor, debes hacer que la vean.

Después le dio una fumada a su cigarro y sin advertencia sopló el humo directo a mi cara. Fue un momento profundo. Inhalé todo, incluida la nube de marihuana.

Yanik se recargó en su silla y contempló el horizonte.

—Mike, ¿cuál es tu mejor por qué?

—¿Mi mejor por qué? ¿A qué te refieres?

—¿Por qué estás en este planeta? ¿Qué impacto estás destinado a tener en el mundo?

Maldición, hermano. Yo sólo quería vender libros y el senséi Yanik quería hablar del significado de la vida. Pero ¿quién soy yo para cuestionar a un erudito del marketing?

Tal vez una fuerza superior intervino. Tal vez en mi corazón siempre supe la verdad. O tal vez sólo fue la marihuana. Pero luego pronuncié las palabras que he usado desde entonces para definir el propósito de mi vida. Las palabras que me sacan de la cama cada mañana y me guían en los días largos y difíciles. Las palabras que me emocionan antes de cada discurso que doy. Las palabras que me guiaron mientras escribía de manera febril este libro para ti.

—Estoy aquí para erradicar la pobreza empresarial —le dije a Yanik—. Ése es mi mayor por qué.

—Pobreza empresarial —dijo Yanik, como si probara las palabras con la lengua.

Me senté en el borde de la silla.

—Sí, creo que los empresarios cambian el mundo: son innovadores y solucio

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