Entre tú y yo

Laura Cambón
Laura Cambón

Fragmento

entre_tu_y_yo-3

No creo que a nadie jamás le haya parecido que un primer día en el instituto pueda ser un buen día. Si, además, te acabas de cambiar de centro por los problemas que tuviste en el anterior, las probabilidades de que el día sea terrible se multiplican.

Seguro que te lo imaginas: ese día se me juntaron las dos cosas.

No llegué tarde de puro milagro, y eso que la alarma del móvil no me había sonado (aunque puede ser que la apagara yo sin darme cuenta, claro). Una vez dentro del edificio, me dejé llevar por la marea de alumnos. Siempre es raro llegar de nuevas a un sitio, pero lo de los institutos es otro nivel. Al final, todos se parecen. La gente yendo a clase, los profesores poniendo orden, chicles pegados en el suelo y pintadas a boli en las puertas de los baños.

Aun así, yo no dejaba de sacarle las diferencias con el anterior. Para empezar, el gimnasio era muchísimo más cutre y pequeño. Los ordenadores del aula de informática daban vergüenza ajena de lo viejos que eran. Tenía hasta dudas de que TikTok se pudiera abrir con ellos. Seguro que petaban al momento.

Pero, mira, yo estaba contenta a mi manera. Por cutre y viejo que fuera todo, al menos ya no tenía que compartir espacio con la gentuza que había en el otro instituto. Estaba harta de verlos y aguantar sus comentarios y, sí, es un rollo que fuera yo la que se hubiera tenido que ir para que me dejaran en paz, pero supongo que daba igual. Ya estaba allí y este era mi nuevo comienzo.

No tenía esperanzas puestas en eso de hacer nuevos amigos pronto, nunca ha sido lo mío. Para empezar, soy bastante introvertida. No me verás llamando la atención en clase o hablando demasiado alto... No, soy más de ponerme la capucha por encima de la cabeza, los cascos con música a todo volumen y hacer como que todo me da igual. Así es más fácil fingir que no te hacen daño cuando se meten contigo.

Pero, bueno, no me importaría tanto lo de ser introvertida si no fuera porque, cuando me abro y soy yo misma, al final la gente me acaba rechazando. No todo el mundo, claro, por eso tengo a mis amigos, que son LOS MEJORES. Pero siempre hay alguien dispuesto a reírse, a señalar a la que es diferente... Dicen que la sociedad ha avanzado mucho y todo eso, pero supongo que esto no se aplica al pueblo donde vivo.

Después de dar unas cuantas vueltas llegué a mi clase. Lo de las vueltas fue totalmente culpa mía, aunque me las apañé para no llegar tarde a Francés, que era lo que tocaba según mi horario. El caso es que prefería perderme que ir a conserjería y quedar como la típica novata que sale en las películas y necesita que le pongan a un compañero para guiarla por el centro.

En la puerta de clase había, casi bloqueando la entrada, un chico y una chica besándose como si se fuera a acabar el mundo. Me pegué todo lo posible a la pared para esquivarlos y poder entrar. Mientras lo hacía, se me escapó un resoplido bastante fuerte. No es que esté en contra del amor ni nada de eso, pero, de verdad, no necesito tenerlo EN LA CARA.

imagen

Una vez dentro, eché un vistazo rápido al aula. Solo había un sitio vacío, así que fui derecha antes de que nadie se fijara en mí. No tardarían en darse cuenta de que había carne fresca en el insti, pero en ese momento todo el mundo parecía entretenido contándose lo que habían hecho en verano, sus ligues, sus vacaciones en Asturias...

Esas cosas.

Lo mejor era que me había tocado el sitio junto a la ventana y podía ver las ramas de un árbol y algo de cielo. Me entretuve mirando un par de pajarillos hasta que llegó la profesora. La escuché decir a la pareja de la puerta que hicieran el favor de dejarla pasar. El chico, sin hacer mucho caso, aprovechó para gritar en voz bien alta:

—¡No voy a soportar esta hora sin ti, mi amor!

Algunos de la clase, sobre todo chicos, se rieron. Debían de ser sus amigos o algo, porque a mí no me hizo ninguna gracia. La profesora, sin embargo, aprovechó la ocasión para responder:

—No te preocupes, Aitor, cielito mío, puedes usarla para aprender algo.

Ahí ya sí que nos reímos todos los demás y yo más que nadie. Decidí que esta profesora me iba a caer bien.

Aitor desapareció por el pasillo sin decir nada más, y su novia, roja hasta las orejas, corrió a sentarse a mi lado. Debí haber supuesto que aquella era su mesa, porque había dibujado un corazón enorme en ella con algo en plan «te quiero más que a mi vida» o alguna cursilada del estilo. Pensé que su apodo sería «la enamorada», por lo menos hasta que supiera su nombre de verdad. Me saludó en voz tan baja que hasta dudé si de verdad la había escuchado, pero contesté de todas formas.

La profesora empezó la clase sin hacer ningún comentario sobre mí o señalarme por ser nueva. No sé por qué pensaba que iba a pasar, si eso solo lo había visto en las películas, pero de todas formas me alegré de que me dejaran tranquila.

Presté atención la mayor parte del tiempo, pero también aproveché que todo el mundo estaba a lo suyo para observar a esa gente que iban a ser mis compañeros todo el año. Parecían bastante normales. Me fijé un poco más en la enamorada, ya que la tenía al lado. Me pareció bastante guapa, sin más.

De repente, se giró y me miró. Me quedé muda, incapaz de inventarme nada para disimular que me había pillado.

—Eres nueva, ¿no? —preguntó. No parecía borde ni nada, así que respiré un poco más aliviada—. Me llamo Silvia.

—Sí, he empezado hoy. Yo soy Laura.

Sonrió y se le formaron unos hoyuelos muy dulces a ambos lados de la boca.

Parecía bastante amistosa.

—¿Y cómo es que te has cambiado?

Entonces la profesora nos miró e hizo un gesto para que nos calláramos. Las dos nos reímos por lo bajo, pero le hicimos caso.

Sonreí para mis adentros, pensando que a lo mejor acababa de hacer una amiga.

imagen

entre_tu_y_yo-4

El resto de la mañana fue como cualquier otro día en cualquier otro instituto. Profesores sin parar de hablar, alumnos haciendo el tonto, un sándwich rápido en el recreo... En las otras clases Silvia no se sentaba a mi lado, ya que Aitor solo se iba fuera en Francés (él estaba en otra optativa). Enseguida me di cuenta de que no íbamos a ser amigos. En cuanto volvió, dejó claro que era la persona a la que todo el mundo tenía que mirar, hablando fuerte todo el rato y haciendo bromitas que solo le reían sus amigos. Nunca he aguantado a la gente así.

El día mejoró mucho cuando terminé de comer, porque había quedado con mis amigos de siempre: Roi, Vera y Mafe. Ellos no se habían cambiado de instituto conmigo, aunque más de uno lo pensó en su día. La verdad es que todos estaban muy hartos, pero supongo que yo me

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos