DESTINO: La saga Winx 2 - El despertar del fuego

Sarah Rees Brennan

Fragmento

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EL CORAZÓN

ENVEJECE

En el reino de las hadas de Solaria, junto a la cascada y el bosque, se alzaba un castillo. Todas las hadas con dos dedos de frente enviaban a sus hijos a Alfea, el único centro educativo de todos los reinos que instruía a ciudadanos hada modelo.

Farah Dowling, directora de Alfea, se enorgullecía de esa reputación. Había sacrificado mucho para conseguirla y no pensaba permitir que nada la empañara ahora.

Su orgullo por Alfea la había llevado a organizar la jornada de puertas abiertas, aunque tal vez tendría que habérselo pensado dos veces. Examinó la página que tenía ante sí y tachó lo de «e intercambiados» porque, en realidad, eran hadas ilustradas y modernas. Los intercambiados ya no existían en esa época. Luego dejó en la mesa el borrador del folleto «Bienvenidos a Alfea» para la jornada de puertas abiertas y sacó la carta secreta que había debajo con la intención de echarle un último vistazo.

Normalmente, dejaba que su ayudante se encargara del papeleo. Había contratado a un secretario humano porque quería demostrar a todo el mundo que los humanos y las hadas podían trabajar juntos en armonía, pero resulta que Callum no servía para mucho más que para mantener el archivo ordenado. Farah no sabía qué hacer con su secretario. Encima, era bastante rencoroso.

Una cosa tenía clara: Callum no podía acercarse a esa carta. Nadie más podía verla. Cuando se trataba de los registros de Rosalind, la antigua directora de Alfea, se encargaba Farah Dowling en persona.

Había ocultado con esmero cualquier rastro de Rosalind, pero el mal tenía unas raíces muy largas y extrañas. Por mucho que Farah llevara años trabajando con ahínco para hacer buenas obras y borrar la mancha de lo que había pasado antes, la antigua oscuridad se ocultaba bajo todas las superficies que intentaba limpiar. Tarde o temprano, se abriría paso por las grietas de la fachada y se extendería como el aceite.

Esta vez el mal había llegado en forma de una nota manuscrita de Rosalind, sin dirección, que al parecer no había enviado nunca; estaba guardada en un libro de magia que no se abría desde hacía tiempo. Hoy, Farah había sacado el papel, amarillento por el paso de aquellos dieciséis años, y se le había encogido el corazón al reconocer la letra. Rosalind le había enviado muchas órdenes con aquella caligrafía enmarañada y contundente. Cuando era una joven soldado, Farah había matado por orden de Rosalind. Incluso ahora, las palabras de aquella mujer hacían que quisiera entrar en acción.

A primera hora de la mañana había ido a hurtadillas al ala este, que estaba abandonada, y había examinado la carta a la luz titilante de una antorcha. La forma de expresarse de Rosalind era críptica, pero Farah sabía descifrar su significado. Rosalind insinuaba que había algo valiosísimo escondido en el Primer Mundo, esa extraña tierra donde vivían los humanos y se usaba la electricidad en lugar de la magia. Conociéndola, lo que atesoraba debía de ser un premio mágico o un arma terrible.

Puede que ambas cosas.

Después de estudiar detenidamente las indicaciones de la carta, Farah había vuelto sobre los pasos recorridos por Rosalind mucho tiempo atrás y había reducido la búsqueda a un lugar con el extraño nombre de California. Luego le había pedido ayuda a un amigo para rastrear la magia… y había vuelto a sus tareas con aquel secreto culpable que le pesaba como una piedra en el pecho.

Farah se levantó del escritorio, guardó aquellos garabatos y salió a los pasillos de Alfea. Los tacones de sus modestos zapatos de cordones repiqueteaban en la piedra y tenía las manos metidas en los bolsillos de la gabardina. Los estudiantes se dispersaron al oírla llegar y sus risas se esfumaron.

Farah no era una persona cálida ni acogedora. Había organizado la jornada de puertas abiertas porque sabía que cuando enseñaba la escuela a los padres y a los alumnos, daba la sensación de ser fría y distante, y quería que todos se sintieran bienvenidos. Si invitaba a todos los posibles estudiantes a la vez y les daba la oportunidad de conocerse, le sería más fácil.

A veces, mientras veía a los alumnos corretear por Alfea, se lamentaba de tener tantas reticencias. Farah dominaba muchas de las magias feéricas, pero había nacido como hada de la mente, un tipo de magia poco frecuente que permitía a quien la poseía leer los sentimientos de los demás y sumergirse en los pensamientos ajenos. A la gente no le hacía mucha gracia estar cerca de las hadas de la mente y, a su vez, esta cercanía hacía daño a las hadas de la mente. Farah había aprendido hacía mucho tiempo a mantener las distancias para protegerse a sí misma y a los demás. Por sola que se sintiera a veces, era una lección que jamás había podido olvidar.

Contempló Alfea con el afecto que no sabía demostrar al alumnado. Hadas del agua que manifestaban su magia con brillantes gotitas azules. Hadas del aire que hacían vibrar el ambiente. Hadas de la tierra que colmaban el mundo de frutas y flores. Hadas de la luz que iluminaban el cielo. Y hadas del fuego que, con su poder, podían llevar el calor a cualquier hogar. Y también hadas con poderes más exóticos. Y luego estaban los especialistas —de los que se ocupaba Silva—, que protegían a todo el mundo. Entendía por qué Rosalind había tenido protegidos. Si cualquiera de aquellas ilustres criaturas sintiera la necesidad de acudir a ella, Farah le enseñaría todo lo que sabía.

El problema era que ella no quería ser como Rosalind: no quería atraer a los estudiantes y usarlos a su antojo, y tampoco conocía su truco para ganar adeptos. Así pues, Farah mantuvo las distancias y sonrió para sus adentros mientras pasaban los estudiantes.

En otros tiempos había sido joven como ellos. Tanto ella como sus amigos, unidos por unos vínculos forjados en la batalla. Dos hadas y dos especialistas: Farah Dowling y Ben Harvey, y Saúl Silva y Andreas de Eraklyon. Pero Farah y sus queridos amigos nunca habían tenido la oportunidad de ser jóvenes de verdad. Habían sido un equipo de soldados de élite entrenados para erradicar el mal sin piedad. Su líder, Rosalind, se había asegurado de que fueran duros como el metal.

En aquel momento, Farah se sentía orgullosa de servirla. No había cuestionado el entrenamiento de Rosalind hasta que había sido demasiado tarde.

Ahora sus pesadillas no tenían que ver con los monstruos contra los que había luchado, sino con aquellos actos monstruosos que había cometido. Ahora el único objetivo de Farah era que los estudiantes de Alfea no se convirtieran jamás en lo que ella había sido.

Se preguntó si debía contarle a Saúl o a Ben adónde iba. Tal vez debería pedirle a alguno que la acompañara. Salió por las puertas de roble tallado de la escuela y miró hacia la avenida arbolada, hacia los dos lagos donde los aspirantes a especialista aprendían el arte de la guerra gracias al mejor soldado que Farah conocía.

Saúl Silva estaba ahí plantado con los brazos cruzados y los ojos azules entrecerrados mientras observaba a un par de estudiantes que estaban practicando la lucha. Uno de ellos iba ganando, claramente. Farah reconoció el pelo rubio de Sky, pero habría sabido quién era solo con verle la cara a Silva. Para alguien que no lo conociera, Silva podía parecer severo, pero había sido su camarada durante

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