El Club de las Zapatillas Rojas 13 - Hoy por ti, ¡tomorrow también!

Ana Punset

Fragmento

cap

imagen

A Lucía le encantaba pasearse por el centro de la ciudad. Olía a Navidad. Hacía solo unos pocos días que acababan de encender las luces que colgaban de calles y edificios y todo se veía resplandeciente. Como era martes, justo el primer día de diciembre, el restaurante de su madre cerraba. Así que habían aprovechado para pasear los tres, ella, su madre y el buenazo de José María, para empezar a disfrutar del espíritu navideño.

Y es que cada año le sucedía lo mismo... No podía evitar sentirse un poco más niña en esos días, quizá porque siempre le traían buenos recuerdos. Le encantaba esa especie de nostalgia que se respiraba en una época que se vivía tan intensamente. Recordaba cuando, de niña, acudían los Reyes Magos en persona (O ESO CREÍA ELLA) a su casa para entregarle los regalos. Esperaba ansiosa su llegada con tal de descubrir qué regalo, de todos los que había apuntado en su carta, habían podido conseguir. Ahora, aunque sabía muy bien que todo formaba parte de la educación sobria que su madre pretendía inculcarle (un regalo se aprecia mucho más que quince juntos), seguía gozando igual de esos días. También había sido en Navidad cuando las chicas habían formado El Club de las Zapatillas Rojas, con sus reglas y, sobre todo, esas zapatillas que ya había tenido que reponer alguna vez desde que se las regalara su padre en la Navidad de hacía dos años. Y es que ir con un dedo fuera o la suela partida por la mitad no estaba muy bien visto...

—¿Llegamos hasta el mercadillo de Navidad del centro? —les propuso su madre, y ellos aceptaron encantados.

Todavía no estaría muy lleno, o eso esperaban. A Lucía le bastaba con poder asomarse mínimamente a los puestos y comprar algún adorno nuevo para el árbol.

—Acuérdate de que el próximo martes ponemos el árbol en casa, ¿eh? —le recordó su madre con cierto reclamo.

Cada año a Lucía le tocaba participar en la decoración de dos árboles, el de su madre y el de su padre. Pero esa iba a ser la primera Navidad que pasaría en su otra casa, desde que se mudara allí con David, Lorena, Aitana y Álvaro. Para ser sincera, a Lucía se le hacía un poco raro y notaba que su madre no lo llevaba tampoco demasiado bien: la veía algo tensa con el tema, siempre con preguntas sobre la cena de Nochebuena, la de Fin de Año, la comida de San Esteban, etc. Y es que no solo no iba a celebrar las fiestas con Lucía, sino que le tocaría trabajar en el restaurante cada uno de esos días, pues ya tenía todas las mesas reservadas desde hacía semanas. Solo cerraría la noche de Fin de Año, en la que celebraría la fiesta de Navidad con sus trabajadores, y la noche de Reyes, que era el único festivo que había podido reservar para estar con Lucía.

imagen

—No me he olvidado, tranquila —le respondió a su madre guiñándole un ojo para intentar relajarla.

—Vale. Porque ya sabes que no me gusta ponerlo un día antes de Nochebuena, me parece una tontería. Total, para una semana no se pone nada y punto.

Al ver que su madre empezaba a calentarse, José María intervino en su perpetuo propósito de suavizar la situación:

—Totalmente de acuerdo —le dijo antes de pasarle el brazo por el hombro y apretarla contra él.

Lucía se fijó en que a su madre se le escapaba una sonrisa de satisfacción. Y es que aquel hombre era la persona que mejor la comprendía del mundo. ¡Cuánta suerte habían tenido de conocerse!

—Como es festivo y no tengo clase, puedo ir temprano y así tenemos todo el día para nosotros —añadió Lucía. Sabía que a su madre le gustaba hacer lo mismo cada año: primero, árbol; después, galletas de Navidad, y, por último, algún que otro villancico.

Pero enseguida se arrepintió de haberse dejado llevar por la emoción cuando su madre le hizo la siguiente pregunta:

—Hablando de clases, ¿qué tal llevas este curso? El otro día me encontré a la madre de Bea y me dijo que a la pobre le está costando muchísimo. ¡Casi ni duerme! Entre el Liceo y el colegio, no para...

Lucía miró al suelo para evitar sus ojos escrutadores. No quería que viera su preocupación que, en realidad, intentaba ocultar en lo más hondo de su cerebro. Y es que tercero de ESO estaba resultando, efectivamente, un ladrillo de curso. Aunque se estaba esforzando tanto como en los anteriores cursos, aquel parecía resistírsele...

—Sí, es difícil, la verdad —le dijo sin dejar de caminar. Esperaba poder llegar al mercadillo antes de que su madre siguiera con el interrogatorio para poder disuadirla, pero María sabía más que los ratones colorados.

—Pero ¿cómo de difícil? —preguntó poniéndose a su altura.

imagen

—Pues más que los otros, claro.

—¿Y vas a aprobarlas todas, Lucía?

—Yo creo que sí, no sé..., ya veremos... ¡Mirad! ¡Ya hemos llegado al mercadillo! —soltó con la intención de desviar la conversación, pero, por desgracia, con su madre aquellos métodos no funcionaban nada bien.

Así que María se detuvo, le pidió que la mirara directamente a los ojos y le preguntó:

—¿Tengo que preocuparme?

Lucía tragó saliva. ¿Qué podía decirle? Todavía no sabía las notas, pero la cosa no pintaba demasiado bien. Los trabajos no le habían salido bárbaros y después del puente tenía por delante un par de semanas llenas de exámenes y trabajos supercomplicados. Se había impuesto unos horarios de estudio de lo más intensos, ojalá que con eso fuera suficiente...

—Yo intentaré que no, mamá —contestó sinceramente.

María asintió y lo último que dijo para zanjar el tema fue:

—Avísame cuando tengas las notas.

Después continuó caminando hacia el mercadillo de Navidad, dejando a Lucía atrás, un tanto ofuscada por la presión. Ni siquiera las luces más brillantes que la rodeaban consiguieron que su ánimo resucitara.

cap-1

imagen

Cuando Flora, la tutora que sustituía a Morticia desde hacía meses, irrumpió en la clase de lengua y literatura un cuarto de hora antes de que acabase, ante la mirada asombrada de Saratita, nadie imaginaba cuál sería el motivo.

imagen

—Tengo que hacer un anuncio importante —había dicho la profe de ética, clase que solo tenían los martes, por lo que ese día, miércoles, no les tocaba. Pues sí que debía de ser una cuestión de vida o muerte...

Lucía se imaginó de todo: un examen sorpresa e increíblemente difícil que acabaría de amargarle la existencia, la llegada de algún profesor inesperado, que la escuela tuviese que cerrar por culpa de una

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos