Perrock Holmes 9 - El caso del escape room imposible

Isaac Palmiola

Fragmento

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Es un genio de la informática y la tecnología. Usa tabletas, ordenadores y móviles con la misma facilidad con la que se hurga la nariz. Para él, la bruja de su medio hermana es peor que un grano en el culo.

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No se arruga ante nada. Dice lo que piensa sin cortarse un pelo y es tan convincente que podría venderle una nevera a un esquimal. Adora los libros de misterio y le apasionan los casos peligrosos.

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Los osos perezosos parecen hiperactivos al lado de este gato gordinflón. Gatson nació cansado y no suele moverse mucho a menos que le ofrezcan comida de la buena (pienso no, gracias). Sus grandes pasiones son comer y dormir, pero aunque parezca mentira, a veces se le da bien investigar. Es capaz de hablar con Perrock y sus amos, y tiene una imaginación muy retorcida para gastar bromas.

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Es capaz de comunicarse con sus amos y detectar sentimientos en los humanos, algo que lo convierte en uno de los investigadores más eminentes del mundo. Travieso —casi gamberro—, es un ligón pese a ser tan pequeñito. Su mayor debilidad son las perras altas, a las que trata de seducir sin excepción.

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Julia y Diego se arrastraron por el estrecho conducto de ventilación con la respiración entrecortada y la frente empapada de sudor. EL DETECTOR EMPEZÓ A PARPADEAR cuando llegaron al lugar indicado.

—¡ES AQUÍ! —exclamó Diego, y consultó su reloj de pulsera—. Solo nos quedan DOCE MINUTOS hasta que el vigilante haga la ronda...

—Pues pásame el destornillador ya y déjame trabajar —le espetó Julia—. Hablas más que Loriarty dejando un mensaje en el contestador automático.

—Y tú eres más quejica que Lord Monty —replicó él—. Si sigues llorando así, esto va a parecer el Tutuki Splash.

A este ritmo —intervino Perrock— acabaréis la discusión en la cárcel...

—¿Se come bien en la cárcel? Porque si tienen menú gourmet premium y no hay que hacer nada en todo el día... —reflexionó Gatson.

Diego, enfadado, le pasó el destornillador a su hermana Julia, que se lo arrancó de las manos de mala manera, desenroscó los cuatro tornillos rápidamente y levantó la tapa. Debajo de ellos se encontraba LA SALA DEL TESORO. Una estantería, cubierta por un grueso cristal, dejaba a la vista la joya más resplandeciente que habían visto en su vida: UNA CORONA DE ORO Y DIAMANTES.

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—Lo primero es desactivar la alarma —dijo Diego.

Se ató una cuerda a la cintura mientras su hermana aseguraba el otro extremo a un gancho de la pared. Diego se disponía a descolgarse con la cuerda cuando...

—¡Que hay CÁMARAS DE SEGURIDAD, palurdo! —le detuvo Julia—. Anda, ponte el pasamontañas.

Esta vez el chico se limitó a gruñirle. Su hermana era más que odiosa, pero tenía razón. El éxito del robo dependía de que nadie pudiera reconocerlos, especialmente las cámaras de seguridad que había en la sala del tesoro. Se apresuró a ponerse el pasamontañas y empezó a descender.

—¡YA ESTÁ! —gritó Diego cuando se quedó colgando a la altura del panel de control.

Conectó su ordenador portátil en una clavija disponible y empezó a teclear en él frenéticamente.

—¿Podrías ir un poco más lento? He visto un oso perezoso que te adelantaba... —se quejó Julia.

Diego puso los ojos en blanco e ignoró los inacabables comentarios sarcásticos de su hermana. La tarea requería concentración. Analizó rápidamente los datos y diseñó una estrategia para desactivar la alarma. Había HACKEADO sistemas mucho más complejos que aquel. Resolvió el algoritmo, se descargó la clave y la introdujo en el panel de control. Al instante, un nuevo mensaje apareció en la pantalla: ALARMA DESACTIVADA.

—¡ARRIBA! —ordenó Diego, y Julia se puso manos a la obra.

—Si llegas a tardar un poquito más, sacan dos nuevas trilogías de Star Wars —se burló ella cuando ya estaba de vuelta en el conducto de ventilación.

—CALLA Y ESPABILA —replicó él desatándose la cuerda—. Con la alarma desactivada hasta un mono con muletas haciendo un ataque en el Clash of Clans conseguiría robar la corona. Así que venga, ya puedes bajar.

Julia empezó a descolgarse por la cuerda cuando se dio cuenta de que Gatson se había metido en la mochila. Puso los ojos en blanco y paró el descenso.

—¿Vamos a robar comida? ¿Vamos a robar comida? —maulló el gato.

—¡GATSON! —Julia estaba desesperada—. Vuelve a subirme, Diego. Con Gatson es imposible.

—¿Joya de salmón o joya de foie de pato? —Gatson parecía tener mucha hambre.

—¡DÉJATE DE EXCUSAS! —exclamó su hermano, sin la menor intención de volver a subirla—. Que te quejas más que un futbolista al que le han pitado un penalti.

Julia, mosqueada, roció el lugar con un espray y LAS LÍNEAS DE LOS SENSORES DE MOVIMIENTO QUEDARON MARCADAS EN EL AIRE EN ROJO FLUORESCENTE. Era la única alarma que Diego no había desactivado y parecía evidente que pasar entre aquellas líneas no resultaría fácil, sobre todo con Gatson dentro de la mochila.

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Inspiró hondo y observó con atención las líneas. Calculó mentalmente los movimientos que tendría que hacer hasta alcanzar la corona de oro y diamantes.

—¡EH! ¿A QUÉ ESPERAS? —gritó Diego—. ¿A QUE VENGA UN CORO DE CHEERLEADERS A ANIMARTE? ¡A POR LA CORONA, YA!

Julia no pudo evitar mirar hacia arriba con rabia en los ojos, pero recuperó la concentración. Inspiró con fuerza y realizó el ejercicio con precisión: voltereta, salto, salto, voltereta, puente y salto. Se plantó delante de la estantería.

—Ahora no la cagues, ¿eh? Piensa que si fallas, todo se va al garete. —Gatson había decidido poner nerviosa a Julia. Por si no era suficiente, también empezó a afilarse las uñas contra su espalda. Sabía cuánto le gustaban los masajes.

—¡QUIETO! —le ordenó la chica.

El gato le hizo caso y ella pudo concentrarse de nuevo. Muy cautelosamente, abrió la puerta de cristal y... ¡allí estaba!

¡LO HABÍA CONSEGUIDO! No pudo evitar esbozar una sonrisa de triunfo. Cogió la corona con ambas manos y... un ruido hizo que se volviera bruscamente. La puerta de la sala se abrió de golpe y varias personas irrumpieron en el interior.

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