Tú tan cáncer y yo tan virgo

Begoña Oro
Alberto J. Schuhmacher

Fragmento

cap-1

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Nunca digas «Mi vida es una mierda» a un desconocido.

Yo lo hice.

—Mi vida es una mierda —dije apoyado en la pared del local.

A mi lado estaba la chica de la peca.

Sabía:

1. Que se llamaba Marta.

2. Que sus abuelos eran de los del pueblo «de toda la vida». Los Garbanzo, los llamaban.

3. Que tenía los mismos años que yo.

4. Que era amiga de Lucía.

No sabía que era cáncer ni que su vida era una mierda. Y cuando digo mierda, digo una mierda de grandes dimensiones, una bosta de elefante. A su lado, mi mierda de vida era una caquita de renacuajo.

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© Heyjojo19 / iStock / Getty Images

Archivo personal de los autores

Mierda de vida de Marta vs mi mierda de vida (solo una unidad).

Eso me recordó por qué no suelo andar contando mi vida por ahí y para una vez que lo hago... Bueno, técnicamente tampoco es que le contara mi vida. Eso de que mi vida era una mierda me lo dije a mí mismo. Y solo porque la música sonaba muy alta, y me aburría porque todos bailaban y yo no sé bailar, y estaba harto de esperar y de que no pasara nada. Pero ella, que tampoco bailaba, lo oyó, me oyó decir: «Mi vida es una mierda», se giró hacia mí, me miró a los ojos fijamente y me preguntó:

—¿Qué te pasa?

A esa pregunta, suelo responder «Nada». Pero ella me miraba así, y sonaba esa música de mierda, y nadie escuchaba a nadie, y yo estaba harto de todo, y entonces hablé.

Juro que en condiciones normales jamás lo habría hecho. Creo que fueron los pasodobles que tocaba la orquesta, que me estaban sacando de mis casillas.

La chica de la peca dejó que hiciera el ridículo. Dejó que le hablara de Lucía, del caso que me hacía (cero), de mi móvil de mierda, de mis vacaciones de mierda, de las discusiones de mierda y de mi escayola de mierda. Y de repente yo mismo me asusté de todo lo que le había contado. Entonces, cuando quise parar aquello y le dije, por cambiar de tema: «¿Y tú? ¿A ti qué te pasa?», me soltó la mierda de su vida.

Hay que reconocerlo: le llegaba hasta el cuello.

1.

A todo el mundo le pasa algo.

Que la gente responda «Nada» a la pregunta «¿Qué te pasa?»

es solo una convención formal

(una forma de ahorrar tiempo y saliva, vaya).

Hay gente que a la pregunta «¿Qué te pasa?»

puede responder la verdad,

y la verdad a veces es larga de contar, y dolorosa.

Por si acaso, NO preguntes «¿Qué te pasa?»

si no estás dispuesto a escuchar una larga historia.

cap-2

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¿La chica-de-la-peca? Mmm...

Lo último que yo quería era ir de víctima por la vida. De hecho, no se lo había contado a nadie. Ni a Lara, mi mejor amiga, ni a Lucía, que tan tan amiga no era.

Pero el chico-de-los-granos-que-no-sabía-bailar me estaba tocando las narices con sus tonterías. Era de los de fuera. De Madrid. Su abuela era del pueblo y, aunque ya no vivía allí, se pasaba el verano entero. Mis abuelos la conocían. Era maja, no como el nieto.

Además, ese chico apestaba a sudor y a tabaco, y eso me puso frenética. Siempre me han desquiciado los olores.

Y también, y sobre todo, es que estaba harta de no poder hablar con nadie.

«No hables de...», «Mejor no cuentes a nadie lo de..», «Sobre todo, que no lo sepa tu hermano. Aún es pequeño y podría...», «Aún es pronto para...», «Ya sabes, es que en el pueblo... todos se conocen y...», «Si llegara a enterarse el abuelo...»

Y otra vez esos puntos suspensivos.

Casi podía verlos, físicamente. Desde lo de mi madre, la mitad de las conversaciones acababan...

No acababan.

Se dejaban las frases sin terminar.

Muchas de las frases que se dejaban sin acabar, incluían de alguna forma el verbo «morir».

«Tu hermano aún es pequeño y podría morirse de dolor y de pena, como lo estás haciendo tú ahora en secreto», «Aún es pronto para saber si me moriré», «Si llegara a enterarse el abuelo, se moriría». Esas eran las frases completas, las que no llegábamos a acabar. Pero era estúpido.

Bastaba con mirar la cara de mi padre. La cara de mi padre acababa todas las frases sin decir ni palabra.

Y total, todos sabíamos cómo acababan.

Todos sabíamos cómo acabaría esto.

Vamos a morir todos.

Fin.

cap-3

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No. Fin, no.

Esto fue el principio.

El principio en el que un chico con problemas dermatológicos transitorios que esa misma tarde metió el brazo escayolado en una bolsa de plástico, se duchó, se echó desodorante Axe como para fundir la capa de ozono y medio bote de colonia de la cara, se lavó los dientes y, no contento con eso, se enjuagó con Listerine, un chico que, el pobre, pasó unos minutos en el fumadero con los mayores y salió con la ropa apestando UN POCO a tabaco; el principio en el que un chico limpio y bienoliente como ninguno escuchó a la chica de la peca sin saber que todo eso que le estaba contando tendría que ser un secreto entre los dos.

Solo cuando acabó, la chica le dijo:

—Y todo esto, no se lo puedes contar a nadie.

Bueno, mientras nadie le preguntara...

El chico (se llama Pablo, por cierto; encantado) no es de los que va por ahí contando cosas, ni las suyas ni mucho menos las de los demás. Honestamente, el problema es que el chico no sabe mentir.

En cualquier caso, estaba lo bastante avergonzado para hacer lo que le pidiera Marta. La verdad es que se sentía estúpido. Hacía unos minutos se estaba quejando de que su vida era una mierda y ahora se daba cuenta de que no, su vida no era una mierda. No si la comparabas con otras. Francamente, una mierda era la vida de Marta. Y por eso Pablo solo pudo decir, solo pude decir, idiota de mí:

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© PrettyVectors / iStock / Getty Images

2.

No digas «LO SIENTO»

si no sabes qué es lo que sientes.

cap-4

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