Un llamado a la misericordia

Madre Teresa de Calcuta

Fragmento

Introducción

En la vida de la Madre Teresa (1910-1997), como en la vida de muchos otros santos, se nos ofrece una teología de vida. No encontramos en sus escritos o discursos una explicación elaborada sobre el significado de la misericordia. Sin embargo, sí hallamos el rico legado de una espiritualidad de misericordia y compasión, tal y como ella los experimentó personalmente y los vivió en su servicio a los demás. Las numerosas y específicas maneras de vivir misericordiosamente de la Madre Teresa y de sus seguidores atraparon, incluso, la atención del mundo secular.

Curiosamente, misericordia no es una palabra que la Madre Teresa haya empleado frecuentemente en su vocabulario hablado o escrito. No obstante, ella se concibió como alguien en constante necesidad de la misericordia de Dios, no solamente de forma general, como una pecadora necesitada de redención, sino también específicamente, como un ser humano débil y con pecados que día a día dependía por completo del amor, la fortaleza y la compasión de Dios. De hecho, Jesús mismo le había dicho al invitarla a fundar las Misioneras de la Caridad: «¡Yo sé que tú eres la persona más incapaz, débil y pecadora, pero precisamente porque eres eso es que yo quiero usarte para mi gloria!». Esta fue la experiencia existencial de la Madre Teresa, tan profundamente enraizada en su corazón que se reflejaba en su rostro y en su actitud hacia los demás. Ella consideraba que los pobres, tal como ella misma, estaban necesitados del amor y la compasión de Dios, de su cuidado y su ternura. Se identificaba con facilidad con cualquier otro ser humano al llamarlo: «mi hermana, mi hermano». Su experiencia de estar «necesitada» frente a Dios la llevó a tener una visión de sí misma como una más entre los pobres.

El papa Francisco nos dice que el significado etimológico de la palabra latina para misericordia «es miseris cor dare, “dar el corazón a los míseros”, a los que tienen necesidad, a los que sufren. Es lo que ha hecho Jesús: ha abierto de par en par su corazón a la miseria del hombre».1

De este modo, la misericordia implica tanto lo interno como lo externo: el movimiento interior del corazón (el sentimiento de la compasión) y, después, como a la Madre Teresa le gustaba decir, «poner el amor en acción viva».

En Misericordiae Vultus (el documento oficial que establece el Jubileo Extraordinario de la Misericordia) el papa Francisco dice que la misericordia es «la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida».2 Él dice que su deseo para los años venideros es que «estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios».3

Esta idea implica que nuestra actitud no es de «arriba hacia abajo», por decirlo de alguna manera, donde nos consideramos superiores a aquellos a quienes servimos, sino que más bien reconozcamos quiénes somos: uno de los pobres, identificados con ellos de algún modo, estando, de cierta forma, en la misma condición. Y esto debe venir desde el corazón, desde el entendimiento que nos involucra a nosotros mismos.

La Madre Teresa es un maravilloso ejemplo de este principio

El papa emérito Benedicto XVI señaló la fuente de esta actitud en Deus Caritas Est: «La actuación práctica resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo».4 Fue, de hecho, un encuentro con Cristo lo que hizo que la Madre Teresa se embarcara en una nueva misión, fuera de su seguridad de la rutina del convento. Jesús mismo la llamaba a ser su amor y compasión hacia los más pobres de los pobres, a ser su «imagen de la misericordia». Ella relató: «Escuché el llamado a dejarlo todo y a seguirlo a los barrios más miserables, a servirlo a Él entre los más pobres de los pobres... Sabía que este era su deseo y debía seguirlo. No había duda de que iba a ser Su obra». El papa Benedicto XVI continúa: «La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte así en un darme a mí mismo: para que el don no humille al otro, no solamente debo darle algo mío, sino a mí mismo, he de ser parte del don como persona».5

La Madre Teresa personificó este acto de dar

«Su corazón» —expresó la hermana Nirmala, sucesora inmediata de la Madre Teresa— «fue tan grande como el corazón de Dios mismo, lleno de amor, afecto, compasión y misericordia. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, fuertes y débiles, instruidos e ignorantes, santos y pecadores de todas las naciones, culturas y religiones encontraron una amorosa bienvenida en su corazón, porque en cada uno de ellos, ella vio el reflejo de su Amado Jesús».

La canonización de la Madre Teresa es aún más apropiada durante el Jubileo de la Misericordia, porque ella fue el vivo ejemplo de lo que significa aceptar la invitación del papa Francisco a la Iglesia: a «entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina».6 Al conocerla, los pobres, sin duda, tuvieron la oportunidad de encontrar al Dios de la misericordia. Conocieron a una persona que amó, cuidó y que tuvo la compasión y la habilidad para entender su dolor y sufrimientos. En su cara arrugada, los pobres —y todos aquellos que la conocieron— tuvieron la oportunidad de «ver» el rostro tierno y compasivo del amor del Padre por nosotros. Ellos supieron que ella los entendía, que era uno con ellos. En los apuntes de su diario del 21 de diciembre de 1948 (el primer día que ella estuvo en uno de los barrios marginados de Calcuta7 para comenzar su misión con los más pobres) se lee:

En la calle Agamuddin, tuve a varios niños con llagas. Allí una anciana se me acercó y me dijo: “Madre, gran Madre, usted se ha convertido en uno de nosotros, por nosotros, qué maravilloso, qué sacrificio”. Le dije que yo estaba feliz de ser uno de ellos —y realmente lo soy—. Ver las caras sufrientes de algunos de ellos iluminarse con alegría —porque la Madre ha venido—, realmente vale la pena después de todo.8

Las expresiones concretas de la misericordia, como se revelan en los evangelios, se conocen como las obras corporales y espirituales de misericordia. Como el papa Francisco dice en M.V.:

La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar

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