TERMINOLOGÍA
Como esta novela habla sobre la transexualidad, me parece correcto hacer un pequeño diccionario de términos frecuentes que se usan cuando se habla del tema y que es probable que en algún momento de la historia mencione. Los términos y las definiciones las he sacado de la página web oficial de Naizen, una asociación de familias de menores transexuales del País Vasco, y del Glosario de términos sobre diversidad afectivo sexual, del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. Para más información, podéis buscarla en www.naizen.eus y en https://www.sanidad.gob.es/ciudadanos/enfLesiones/enfTransmisibles/sida/docs/glosarioDiversidad110418.pdf.
Estos son los términos más relevantes que he encontrado:
Caracteres sexuales primarios: Rasgos del sexo que se tienen antes del nacimiento: cromosomas, gónadas, genitales...
Caracteres sexuales secundarios: Rasgos sexuales que se desarrollan en la pubertad: timbre de voz, vello facial, inicio de la menstruación, inicio de la eyaculación, desarrollo de la musculatura...
Cisexual: Adjetivo que se usa para señalar que el sexo de una persona coincide con el que se le puso al nacer.
Cisexualidad: Condición de aquellas personas que, al nacer y tras la observación de sus genitales, se les asignó correctamente el sexo. Mujeres que nacieron con vulva y hombres que nacieron con pene.
Cisnormativo: Creencia de que todas las personas son cis o de que esta condición es la única normal o aceptable. Esto es, que aquellas personas que nacieron como hombres, a quienes se les asignó el género masculino al nacer, siempre se identificarán y asumirán como hombres, y aquellas que nacieron como mujeres, a quienes se les asignó el género femenino al nacer, lo harán como mujeres.
Femenino: Rasgo que se da más frecuentemente en las mujeres que en los hombres. Que se dé más frecuentemente no significa que se dé siempre. De hecho, significa justamente lo contrario: que no se da siempre. Femenino no significa «lo de mujer» ni «lo de las mujeres» ni «lo propio de las mujeres», ni «lo que te hace mujer».
Género: Es un conjunto de roles, comportamientos, actitudes actividades, atributos y otras características diferenciadas que cada sociedad asigna y asocia a hombres y a mujeres, y considera como apropiados y esperables para uno u otro sexo. Se trata de las expectativas e imposiciones sociales por ser de uno u otro sexo. Se usa en algunos ámbitos como sinónimo de «sexo» por la influencia de los países anglosajones, pero este uso lleva a confundir lo que se es (la identidad sexual) con las imposiciones sobre cómo se debe ser (las imposiciones de género).
Identidad sexual: Es el sexo biológico que se nos asigna al nacer, cuando interpretan nuestros genitales como masculinos o femeninos.
Identidad de género: Percepción que cada persona tiene de sí misma y de sentirse de uno o de otro sexo. Se refiere a ser hombre o mujer. La identidad de género se va desarrollando y evolucionando a lo largo de toda la vida sobre la autopercepción como hombre o mujer y en diálogo con la mirada de los demás y el contexto social (muy especialmente con las imposiciones de género).
Intersexual: Que tiene rasgos femeninos y masculinos. Si bien todas las personas son intersexuales, puesto que se sexúan tanto en masculino como en femenino, este término se usa en algunos ámbitos, por reducción, para referirse a personas en las que se ha dado un desarrollo atípico de la diferenciación sexual, especialmente cuando este se ha dado en genitales o gónadas.
Intersexualidad: Teoría que explica que todos los sujetos sexuados se sexúan en masculino y en femenino y que, por lo tanto, tienen tanto rasgos femeninos como masculinos. La intersexualidad posibilita comprender y explicar todos los hechos de diversidad sexual.
Masculino: Rasgo que se da más frecuentemente en los hombres que en las mujeres. Que se dé más frecuentemente no significa que se dé siempre. De hecho, significa justamente lo contrario: que no se da siempre. Por lo tanto, masculino no significa «lo de hombre» ni «lo de los hombres» ni «lo propio de los hombres» ni «lo que te hace hombre».
Proceso de sexuación: Es el proceso de diferenciación sexual por el cual nos vamos haciendo hombres y mujeres, en masculino y en femenino, siendo que todos nos sexuamos en las dos direcciones, eso sí, en cada rasgo con diferente intensidad y medida.
Sexo: Hace referencia al hecho de ser hombres y mujeres o, mejor dicho, al hecho de ir haciéndonos hombres y mujeres (proceso de sexuación) a lo largo de toda la vida con rasgos de ambos sexos. Este término se suele usar también para referirse a los órganos genitales o a las prácticas realizadas con estos.
Sexual: Que hace referencia al sexo, a los sexos, al hecho de ser hombres y mujeres. Este término se suele usar también como sinónimo de genital («Órgano sexual»), de excitativo u orgásmico («respuesta sexual»), de copulativo («relación sexual»)...
Transexual: Adjetivo usado para señalar el hecho de que el sexo de una persona no coincide con el que se le supuso al nacer. Se desaconseja el uso de este término como sustantivo («los transexuales») puesto que lleva a que no veamos a los sujetos de los que estamos hablando, sino solo una de sus características, sustituyendo el todo por una parte y haciendo que sea la transexualidad lo que les defina. Conviene ser precavido también con su uso como adjetivo puesto que puede fácilmente convertirse en una etiqueta diagnóstica. Además, refiriéndonos a la infancia, en la mayoría de los casos, las niñas y los niños no necesitan dicha etiqueta, e incluso les puede suponer un obstáculo en su desarrollo. Nuestras hijas e hijos más pequeños nunca dicen «Mamá, soy transexual». Lo que dicen es «Mamá, no soy una niña, soy un niño» (o al revés). Otra cuestión será en la adolescencia o en la edad adulta, cuando «transexual» o «trans» les sirva como etiqueta política para hacerse un lugar en el mundo o como herramienta de reivindicación y de lucha.
Transexualidad: Condición de aquellas personas a quienes, al nacer y tras la observación de sus genitales, se les asignó un sexo equivocado. Es decir, mujeres que nacieron con pene y hombres que nacieron con vulva.
Trans: Término usado como sinónimo de transexual. Si bien puede resultar valioso como término coloquial, conlleva una grave pérdida semántica porque se queda con lo circunstancial (trans) y elimina lo importante y crucial (sex), es decir, el hecho de ser chica o ser chico.
Tránsito: Proceso por el que una persona en situación de transexualidad pasa a vivir en todos los ámbitos de la vida de acuerdo con su identidad de género. La transición puede incluir cambiarse de nombre, tomar hormonas, someterse a la cirugía en el pecho, los genitales o cirugía plástica, cambiar los documentos legales... El tránsito también lo hacen los otros y se trata, sobre todo, de un tránsito en la mirada, en la percepción que tienen los demás, para de manera progresiva ir pasando a ver el niño que es donde antes veíamos la niña que suponíamos era (o viceversa).
Transfobia: Cualquier tipo de actitud o conducta de violencia o discriminación hacia las personas trans.
Travesti: Es una persona que en ocasiones se viste con ropa tradicionalmente asociada con las personas de un sexo diferente. Las personas travestis suelen estar cómodas con el sexo que se les asignó al nacer.
Del mismo modo, existen una serie de cirugías a las que las personas pueden optar. Destaco que esto es simplemente para que sepáis que existen.
Cirugías para la transexualidad femenina: vaginoplastia (operación en la que se extrae el pene y se proporciona una vagina estética y funcional), aumento de mamas y de glúteos y otra medicina estética complementaria (afinar el rostro con la técnica de feminización facial, reducir la nuez del cuello interviniendo el tamaño del cartílago tiroideo y eliminar el vello).
Cirugías para la transexualidad masculina: construcción del pene y otras cirugías para masculinizar el cuerpo (Mastectomía para extraer las mamas, implantes específicos para obtener un pectoral deseado y liposucción y lipofilling para eliminar la grasa localizada y reubicarla en otras zonas más estéticas).
INVISIBLE
Y aquí estoy,
navegando a la deriva,
sola,
sin esperanza.
Remo,
pero no me quedan fuerzas.
Grito,
pero no me oye nadie.
Me siento sola en este mar revuelto,
desprotegida bajo la tormenta.
Nadie quiere oírme,
nadie quiere verme.
—Destiny
CAPÍTULO 1
DESTINY
La música siempre había sido mi vía de escape.
Cada vez que tenía un problema, me sentía estresada o simplemente la necesitaba, me encerraba en mi habitación y me ponía a tocar el teclado. Me sacaba de la realidad y me transportaba a un universo en el que podía ser yo misma, sin tener que ocultar nada; un lugar en el que se nos aceptaba pese a no encajar en lo que la sociedad había impuesto como normal.
Miré por décima vez la hoja llena de garabatos ininteligibles y solté un resoplido de exasperación. Llevaba una eternidad intentando darle sentido a una idea que llevaba rondándome toda la semana.
Pero no conseguía concentrarme.
Escuché un ruido sordo y, a continuación, una maldición. Sonreí. Venus, mi compañera de piso y mejor amiga, podía ser muy patosa cuando se lo proponía.
—Necesito tu ayuda. —Venus irrumpió en mi espacio sin ni siquiera llamar a la puerta.
Alcé la vista de la maldita hoja que parecía estar riéndose de mi frustración.
—Primero que nada, hola, ¿qué tal estás? ¿Puedo pedirte ayuda?
Mi amiga puso los ojos en blanco.
—Es serio, Des, céntrate. —Se mordisqueó el labio inferior, un claro gesto que mostraba lo nerviosa que estaba—. No sé qué ponerme.
Elevé una ceja. ¿Para eso había entrado como si la persiguiera una manada de lobos?
Me levanté del suelo y la miré, inquisitiva. Aquello era nuevo. Por lo general, la que se tiraba horas decidiendo qué atuendo ponerse era yo. A ver, Venus tenía muy buen gusto y siempre que salíamos juntas lucía con orgullo su propio estilo; por eso me sorprendía tanto que quisiera mi ayuda. No solía pedirla.
La tomé de las manos.
—Jamás pensé que llegaría este día. Enséñame qué opciones tenemos. —Sin dejar que dijera nada, la arrastré hasta su habitación, que estaba pegada a la mía—. ¿Para qué ocasión es el look? —pregunté hurgando en su armario.
—Tengo... una cita.
Moví la cabeza como un resorte.
—Llevas saliendo con el influencer casi siete meses. No me creo que no hayáis tenido ni una sola cita.
Suspiró.
—No es como las otras. Va a llevarme a un sitio elegante, me ha dicho, para celebrar que llevamos juntos tanto tiempo. ¡Estoy nerviosa! Nunca antes he ido a un restaurante de esos en los que tienes más de tres cubiertos. ¿Y si hago el ridículo?
Le di una toba suave en la cabeza. Cuando se ponía en modo reina del drama, no había quien la soportara. Quería mucho a Venus —era la hermana que no había tenido y en la que tanto me había apoyado durante todos esos años—, pero no me gustaba ver cómo su mente jugaba en su contra.
—Nena, mírame. —Coloqué los dedos en su barbilla y la obligué a que centrara los ojos en los míos—. Vas a ir a ese sitio y te lo vas a pasar bien. Solo tienes que pensar en que es otra cita más. Vas a ir con Maxwell. Ya sabes que es un tío genial, que te va a hacer reír y sentirte cómoda.
—Lo sé. —Esbozó una sonrisa tonta. Sus ojos adquirieron un brillo que no había visto hasta que conoció a Maxwell—. Solo tengo que ser yo misma.
Le di un beso cariñoso en la mejilla y me volví hacia su armario. Se me dibujó una sonrisa diabólica. Me encantaba crear combinaciones de ropa para cada ocasión. Señalé un vestido color vino que estaba colgado de una percha.
—¿Qué me dices de este? Puedo hacerte un recogido que he aprendido en YouTube.
Arrugó el morro.
—¿No crees que sea demasiado vulgar?
Señalé otro, de un color azul brillante.
—¿Y ese?
Suspiró.
—No sé yo...
De repente, me vino una idea a la cabeza. Corrí hasta mi habitación, abrí mi armario y cogí la prenda que creía que sería idónea para la ocasión.
—¿Qué opinas de este vestido? Sé que te encanta. Puedo hacerte unas ondas en el pelo preciosas y ponerte un adorno a juego en el pelo. Además, combina a la perfección con ese collar que te ha regalado tu madre este año por tu cumpleaños.
Supe que había dado en el clavo en el momento en el que sus ojos resplandecieron con fuerza. Miró la tela embobada, como todas las veces. Me señaló con el índice.
—Des, eres un puta genia. ¡Me encanta!
Me abrazó con fuerza unos segundos antes de echarme de su habitación para cambiarse. Puse los ojos en blanco. En fin.
La ayudé a arreglarse: le hice las ondas que le había prometido, un sombreado de ojos que combinaba a la perfección con lo que llevaba puesto e incluso le presté una barra de labios color burdeos. Cuando me aparté, sonreí satisfecha.
—Listo. ¡Estás guapísima! Seguro que a Maxwell se le cae la baba nada más verte.
Se toqueteó el dobladillo de la falda, inquieta.
—¿Tú crees? ¿No lo verá muy excesivo? Como no suelo arreglarme tanto...
Chasqueé la lengua.
—¿Qué hay de malo en ponerse guapa cuando a una le plazca? Venga, hincha el pecho y diviértete... pero no tanto. —Le guiñé un ojo con complicidad al mismo tiempo que sonreía con maldad—. No quiero ser tía demasiado pronto.
Venus se puso roja.
—¡Destiny, deja de ponerme en un aprieto!
Le tiré un beso.
—Jamás.
Reí al ver que bufaba, picada.
Poco después, llamaron al portero. Como una bala, mi mejor amiga fue a abrirle. No era la primera vez que Maxwell pasaba tiempo en nuestro apartamento. Antes de abrir la puerta, Venus me lanzó una miradita de advertencia.
—Ni se te ocurra soltar un comentario de los tuyos. Como lo hagas, te juro que haré lo mismo cuando por fin te tires a los brazos de Jordan.
Ahora fui yo quien enrojeció.
—¡Venus! ¡Cierra la boca! —casi chillé entrando en pánico.
No quería que nadie se enterara de lo mucho que me atraía ese hombre. Con ese pelo tirando a azabache lleno de ricitos que parecían gritar que enterrara los dedos en ellos; esos ojos verdes preciosos que con solo una mirada provocaban que todo mi mundo temblara, que mi corazón latiera desbocado y que me flaquearan las piernas; y esa sonrisa irresistible que la invitaba a una a pecar, me costaba mucho controlarme delante de él. Su presencia me alteraba y me costaba mucho centrarme cuando estábamos juntos.
Me gustaba, me gustaba mucho.
Pero, por desgracia, estaba fuera de mi alcance.
—¿Qué? ¿Ahora te pones nerviosa? Cariño, si te mueres por sus huesos. Se nota a distancia.
Le tapé la boca con la mano.
—¿Te he dicho ya que estás mil veces más guapa con la boca cerrada? Como sigas hablando, se enterará no solo ese chico que está por llegar, sino todo el edificio. Y sabes perfectamente que la insoportable de Crystal vive a unos pisos de distancia y es la reina del cotilleo.
—Jumnul —murmuró.
Aparté la mano justo a tiempo, pues un Maxwell sonriente se asomaba a la puerta sin ser consciente de lo que estábamos hablando. En cuanto lo vio, Venus se tiró a sus brazos y lo besó como si llevaran meses sin verse, cuando en realidad se habían visto la tarde anterior.
Carraspeé.
—Espero que os lo paséis bien —hablé en cuanto se separaron.
Maxwell, el hombre que había conseguido romper la barrera invisible que Venus había construido a lo largo de los años, me dedicó una gran sonrisa. Me dio un abrazo fraternal y me revolvió el pelo.
—¡Qué guapa estás hoy! ¿Eso es lo último en pijamas? —se burló alzando una ceja.
Miré el pantalón con estampado de unicornios y purpurina por todas partes. La camiseta tenía un unicornio peludo gigantesco. Lo toqueteé encantada con su suavidad.
—¿Te gusta? Me lo ha regalado Venus este año por mi cumpleaños.
—¿Me recuerdas cuándo es?
—Puf, todavía queda mucho. Es el 31 de marzo.
Sí, nací justo el Día Internacional de la Visibilidad Transgénero. De pequeña creía que todo había sido cosa del destino, por eso había elegido llamarme Destiny. Estaba muy orgullosa de quién era, de haber luchado tanto para que en esos instantes simplemente pudiera ser yo misma sin tener que esconderme más, sin tener que sufrir.
Aunque en Wilmington muy pocos sabían que en realidad era una mujer transgénero. Lo sabía mi tutor en la universidad, quien se había encargado de que pudiera utilizar el vestuario de las chicas —para alguien como yo, que se había pasado años peleando para que la dejaran usar algo tan cotidiano como el vestuario de las mujeres, era todo un logro. En mi anterior colegio no me dejaron y, cuando me cambié al instituto, mis padres tuvieron que pelearse hasta con el director para conseguirlo—, mi profesora de música y Venus. Nadie más.
No era relevante, no tenía que dar explicaciones a nadie.
Maxwell me pellizcó la nariz con cariño, devolviéndome al mundo real.
—Me lo apunto.
Los miré: primero a uno y luego al otro. Sonreí al ver lo felices que eran juntos, lo mucho que Venus se estaba abriendo al mundo sin que él se diera cuenta. Muy en el fondo, sentía envidia. Ojalá algún día pudiera conocer a esa persona que supiera entenderme y que me aceptara tal cual era.
—Pasáoslo bien —me despedí. Les di un beso en la mejilla a ambos. Antes de que se marcharan, posé los ojos en Venus—. No te quiero en casa hasta mínimo las doce, señorita. Mañana tienes el día libre y podrás levantarte a las mil si quieres.
Puso los ojos en blanco.
—Sí, mamá.
Le di una palmadita en la espalda.
—Hablo en serio.
Prácticamente los eché de casa a patadas. Cuando por fin cerré la puerta, el silencio me dio la bienvenida. Miré la hora en mi reloj. No eran ni las siete de la tarde de un sábado, pero no me apetecía salir. Volví a escuchar la melodía en mi interior, esa que llevaba rondándome por la cabeza desde hacía unos días. Me encerré de nuevo en mi habitación junto al teclado.
Amaba la música. Era el medio por el que mejor me expresaba. Para mí no había mejor día que aquel en el que lo pasaba componiendo o haciendo covers al violín, piano o guitarra. ¡Si hasta tenía un canal propio en YouTube en el que las subía y todo! No tenía tantísimos suscriptores como el de Maxwell, pero la verdad es que había crecido mucho en muy poco tiempo y estaba orgullosísima de mi éxito.
A las ocho, dejé la hoja a medio escribir en el escritorio. Fui a la sala de estar, saqué el atril del armario y el violín de su funda. Me lo coloqué sobre los hombros, apoyando la barbilla en barbada. Toqué un par de veces la escala antes de entonar una melodía sencilla. Después, puse el acompañamiento del violín que mi profesora de música me había enviado hacía unos meses y toqué «Chandelier».
Me gustaba dedicarle mínimo una hora al día a cada instrumento, aunque a veces me era imposible hacerlo. Por supuesto, ese día ya había cumplido con el horario, pero aun así, me apetecía tocar un poco más y repasar así la próxima cover que subiría a mi canal.
Pasada media hora, dejé el violín en su estuche. Estaba muchísimo más relajada y me sentí mil veces mejor que cuando había empezado.
Hasta que lo vi.
Me había sentado en el sofá azul grisáceo de la sala de estar, con las piernas cruzadas y el móvil en la mano. Me había metido en mi cuenta personal de Instagram —tenía otra para el canal— y estaba cotilleando lo que hacían los demás.
Un craso error.
Cuando llegué a las stories de Crystal —¿por qué la seguía si me caía tan mal?—, sentí un nudo en la boca del estómago. Y es que en ella se veía a una de sus amiguitas bailando descaradamente con Jordan.
¡Jordan!
El tío por el que llevaba colada más de dos años.
Recordé el día que, en una fiesta, hacía ya unos meses, estuve a punto de besarlo, de confesarle todo. Estuvimos bailando juntos de manera muy sensual cuando, en un momento dado, colocó sus manos en mis caderas y me acercó tanto a él que enmudecí. Os juro que noté la tensión chisporroteando entre los dos.
Estuve a punto de joderlo todo.
Si es que el amor nos vuelve tontos.
De pronto, se me iluminó la bombilla. ¡Eso es! ¡Esa era la parte que necesitaba para el estribillo!
Corrí hasta mi habitación, me senté en el escritorio y escribí a todo correr las palabras que se agolpaban en mi cabeza. Como siempre, pensar en Jordan me ayudaba a componer.
Y no sabía si eso era bueno o no.
CAPÍTULO 2
JORDAN
Un fuerte fogonazo de luz me despertó esa mañana, seguido de un manotazo en la cara. Abrí los ojos y observé a la chica que dormía plácidamente a mi lado, en mi cama. El pelo se desparramaba por la almohada en una cascada castaña.
Anoche había salido de fiesta con Connor y el muy cabrón me había empujado a los brazos de Kelly, esa despampanante mujer que ahora dormía. Habíamos bailado como animales en celo, pero en ningún momento de nuestro sensual contoneo había podido dejar de pensar en ella, en la mujer que de verdad me quitaba el hipo con solo una mirada.
Pero ni siquiera me daba la hora.
Por eso, mi amigo había insistido tanto en que me acercara a Kelly.
—Un clavo saca otro clavo —me aseguró.
Lo había escuchado escéptico, pero al final había cedido como un tonto. Lo peor de todo era que no había sentido nada la noche anterior, solo un vacío que me hizo sentir incómodo. No me iba el sexo sin sentido, era un hecho.
Sin hacer mucho ruido, salí de la cama y me puse un pantalón de chándal y la primera camiseta de algodón que encontré en el armario. Estaba preparando el desayuno cuando mi acompañante se despertó. Entró en la cocina vistiendo de nuevo ese vestidito corto que había levantado más de una mirada indiscreta.
—Huele muy bien.
—He preparado café. ¿Te gustan las tortitas con sirope? Puedo prepararte unas en un santiamén.
Kelly arrugó el morro.
—No como comida basura. Es asqueroso.
Ahogué una queja.
—Está bien.
Desayunamos en silencio. No tardé mucho en despacharla. Cuando por fin se fue, solté un profundo suspiro desde lo más hondo de mi garganta. De verdad, esa noche había sido un maldito error. ¿En qué estaría pensando? No debí haberla invitado a mi apartamento, no cuando estaba claro que no había química entre nosotros.
«Pero así te has quitado las ganas que le tienes a cierta chica», me dijo una voz en mi interior.
Gruñí. No era momento de pensar en ella, no otra vez.
En un intento por mantener la mente ocupada en otros asuntos, pasé a limpio los apuntes que había cogido la semana anterior. Había empezado mi último año de carrera hacía un mes. Septiembre estaba por terminar y, con ello, el buen tiempo. Poco a poco los días eran más cortos y las tardes más frías. Atrás se había quedado el verano y el viaje de un mes que había hecho con mis amigos por Europa.
Vivía solo. Había alquilado un apartamento de una sola habitación a unos pocos minutos del campus con los ahorros que había guardado de los trabajos que había tenido cuando iba al instituto. Me había criado en Raleigh, la capital de Carolina del Norte, pero la universidad que había allí no era tan buena como la de Wilmington; por eso me había alegrado tanto cuando me habían admitido en la carrera y universidad de mis sueños.
No estaba mal vivir solo. Me gustaba la independencia que me había ganado a pulso y, sobre todo, la libertad que me daba no tener un compañero de piso a la hora de traer chicas a casa. Aunque Kelly había sido de las pocas que había invitado y había sido más por obligación que por otra cosa.
Después de comer, aproveché para meterme en mis redes sociales. Vi la última foto que había subido Maxwell a su feed, en la que aparecía junto a Venus, su preciosa novia, tomados de la mano. Se los veía muy felices y lo eran. Nunca antes había visto así a mi amigo. Estaba radiante desde que Venus había entrado en su mundo.
Ojalá algún día yo encontrara a alguien así. Alguien que rompiera todos mis esquemas, que con solo una mirada revolucionara mi mundo y lo pusiera patas arriba, que me quitara la respiración con solo una mirada y con la que pudiera vivir mi propia historia.
Por la tarde salí a dar una vuelta. Dejé que mis piernas avanzaran sin pensar en el destino. Al final, media hora más tarde, acabé en un pequeño parque verde. Había un par de familias aprovechando la buena tarde que hacía, los niños jugaban sobre el césped mientras los adultos charlaban.
Vi a una joven de cabello rubio a unos metros. Estaba apoyada en el tronco de un árbol, a la sombra, libro en mano. Me acerqué y, cuando estuve a pocos pasos de ella, la reconocí y mi corazón empezó a latir con fuerza.
Era Destiny, la mejor amiga de Venus y la chica de la que no podía apartar los ojos, como si tuviera un imán que ejercía una fuerza sobre mí.
Me senté justo a su lado. Pegó un brinco. Cuando nuestras miradas se conectaron, un escalofrío me recorrió el cuerpo.
—¡Me has asustado! —exclamó con las mejillas sonrojadas, monísima.
Se me fueron los ojos a sus labios. No llevaba ningún tipo de maquillaje, pero aun así estaba jodidamente guapísima.
Reí con maldad.
—¿Qué hace una empollona como tú un domingo por la tarde holgazaneando? Tenía entendido que os pasabais el día estudiando.
—Ja. Ja. Ja —soltó, sarcástica—. ¿Qué hace un imbécil como tú solo? Pensaba que solo salíais en manada —rebatió. Se quedó un rato callada, pensando, hasta que soltó un suspiro seguido de—: No soy una empollona.
—Permíteme que lo dude. —En un movimiento rápido, le arrebaté el libro de las manos. Me carcajeé al leer el título y la contracubierta—. Rojo, blanco y sangre azul. ¿En serio? No sabía que te gustaban las novelitas románticas subidas de tono.
Sus mejillas ardieron. Intentó coger el libro, pero se lo impedí. Lo escondí tras mi espalda y me apoyé de tal manera que el libro quedaba contra el tronco del árbol.
—¡Devuélvemelo! —chilló. Mis ojos relucieron con fuerza—. No tiene gracia, Jordan.
Mmm... ¿por qué mi nombre en sus labios sonaba de lo más sexy?
—Solo si me lo pides por favor.
—Imbécil.
Destiny infló los mofletes de una manera adorable. Me encantaba sacarla de sus casillas. Era mi pasatiempo favorito.
—Así que te gustan las historias picantonas, ¿eh...? ¡Quién lo diría! Me han dicho que este libro tiene escenas muy sucias. ¿Las tiene? —No tuvo que responderme; lo hizo el rubor que se apoderó de sus mejillas—. Vaya, vaya, vaya. Así que a la dulce Destiny le gusta mucho el sexo... ¡Quién lo diría!