La secta perfecta

Fragmento

Introducción

Introducción

Colonia Dignidad fue una secta religiosa que no solo manipuló a sus seguidores y los despojó de su dignidad, su dinero, sus propiedades e incluso sus hijos, sino que cuando la creencia en las supuestas facultades divinas de Schäfer ya no fue suficiente para evitar que los prosélitos huyeran de ese infierno terrenal, este no trepidó en drogarlos, golpearlos, torturarlos y asesinarlos para evitar que huyeran y contaran los horrores que habían vivido, al tiempo que demolía las casas de sus vecinos, espiaba por igual a amigos y enemigos y traficaba armas.

Lo que este libro revela, sin embargo, es que esta secta está emparentada con varias otras comunidades destructivas que, al igual que la encabezada por Paul Schäfer, causaron indecible sufrimiento a sus víctimas.

La más conocida de ellas es El templo del pueblo, como se llamaba la secta que lideraba el estadounidense Jim Jones, que encabezó el mayor suicidio colectivo de que se tenga conocimiento en la historia mundial.

Hay varias más, en distintos continentes, y hablaremos extensamente de ellas, pero lo que es importante entender es que todas tenían (o tienen) como eje en común la doctrina de la lluvia tardía, una interpretación bíblica que plantea, en términos muy sencillos, que el fin de los tiempos está muy cerca. Este movimiento tuvo como su máximo exponente a un pastor estadounidense, William Branham, líder de la secta El Mensaje.

Branham fue el modelo que, con distintos acentos e incluso con visiones ideológicas totalmente contrapuestas, copiaron Schäfer, Jones, Leo Mercier, Robert Martin Gumbura y muchos otros a lo largo del mundo, incluyendo a quien se considera actualmente el principal heredero de su ideología, el alemán Ewald Frank, muy vinculado también a Colonia Dignidad.

Esta es la historia de todo ello y mucho más, incluida la manera en que Schäfer manipulaba la Biblia para aterrorizar a sus adeptos, el plan que tenía para apoderarse de todos los niños de los alrededores y manejar a sus familias, así como la forma en que asesinaron e hicieron desaparecer a decenas de personas.

Este relato se construyó gracias a una veintena de entrevistas (tanto en on como en off), la revisión de casi diez mil páginas de documentos judiciales, las 46 mil fichas de inteligencia de la colonia que han sido desclasificadas, los informes de organismos del Estado, libros y reportajes periodísticos y la ayuda desinteresada de muchas personas, tanto en Chile como en Estados Unidos y en Alemania.

Parte I. La secta madre

Parte I

PLa secta madre

Capítulo 1. El Mensaje

Capítulo 1 El Mensaje

Es mediados de agosto de 1955 y la acción se desarrolla en un improvisado toldo en medio de Karlsruhe, ciudad ubicada en la entonces Alemania Occidental, en ese momento ocupada por tropas norteamericanas. Miles de personas se agolpan allí, aprovechando el verano, para escuchar a una de las superestrellas del mundo religioso del momento: el pastor estadounidense William Branham, líder del grupo de características sectarias conocido como El Mensaje.

A esas alturas de su vida y con cuarenta y seis años, Branham era una celebridad que había recorrido África, buena parte de Europa y prácticamente toda Norteamérica cautivando a las multitudes con una oratoria simple y maniquea, en la cual todo era celestial o demoníaco, blanco o negro, maldito o sagrado.

De voz suave y maneras amables, Branham era originario de la ciudad de Jeffersonville, ubicada a orillas del río Ohio. Sus seguidores lo llamaban «Maestro», pues para ellos se trataba de un enviado de Dios, un intermediario del mismo nivel de san Juan el Bautista o de un moderno Elías, su profeta favorito, a tal punto que hoy en día Jeffersonville y el Tabernáculo —como se llamaba su iglesia— son lo que para los árabes representa La Meca, para los mormones Salt Lake City y para los católicos El Vaticano: un lugar de culto y adoración.

Igual que muchos otros pastores de los años treinta del siglo XX, Branham aseguraba que recibía mensajes divinos, los que en su caso —decía— había comenzado a escuchar en 1933, cuando las primeras voces empezaron a retumbar dentro de su cerebro. Luego, según relataba, las voces se corporizaron en una figura que a su juicio era Jesús y, posteriormente, se le presentó un supuesto ángel. Tras ello, afirmaba haber adquirido una serie de superpoderes que harían las delicias de cualquier guionista de ciencia ficción, entre los cuales estaban ver el futuro, contar con un ángel guardián que bajaba del cielo cada vez que el demonio quería tenderle una emboscada y, por supuesto, el summum de los superpoderes: sanar a los enfermos con solo ordenar a los demonios que abandonaran el cuerpo del padeciente.

Meditaba sobre qué hacer con esos supuestos dones cuando conoció al que sería su mentor espiritual, un predicador pentecostal llamado Roy E. Davis, quien lo convenció de que debía convertirse en pastor.

Davis fue quien lo bautizó y luego ordenó en Jeffersonville. Más tarde, cuando el predicador fue expulsado del templo al cual se había allegado, formó su propia iglesia, a la que también llegó Branham. Sin embargo, este emprendió vuelo propio y creó su propio cuerpo doctrinal, conocido como El Mensaje, nombre que se usa asimismo para designar a su iglesia.

Ambos son personajes importantísimos en una trama que comenzó en los años cincuenta en Estados Unidos y Alemania, pero que tuvo numerosas y gravísimas consecuencias en Chile y otros países, pues las doctrinas de Branham influyeron decisivamente en el desarrollo de al menos cuatro sectas destructivas en distintos lugares del mundo.

La primera de ellas es bastante poco conocida. Se trata de la secta creada por uno de los lugartenientes de Branham, Leo Mercier, en Prescott, Arizona, llamada Te Park, de vida más bien breve, debido al temprano fallecimiento de su fundador.

La segunda secta en la cual el influjo de Branham también resultó decisivo fue el grupo de fanáticos religiosos guiados al suicidio masivo por el pastor Jim Jones. Sí, estamos hablando de la secta El templo del pueblo, establecida en Jonestown, Guyana, quizá la más famosa de toda la historia moderna, que se hizo mundialmente conocida por el suicidio de novecientos trece de sus adeptos, en 1978.

Una tercera colectividad de características nocivas derivadas de las enseñanzas de Branham se radicó en otro continente, África, donde a inicios de los años ochenta nació la secta Mensaje del fin de los tiempos RMG, por los dos primeros nombres y el apellido de su fundador, Robert Martin Gumbura, un extravagante pastor que falleció de covid-19 en una cárcel de Zimbawe en 2021, condenado a cincuenta años de presidio por los abusos sexuales a que sometió a varias de sus seguidoras.

La cuarta secta de la que hablaremos, y acerca de la cual versa este libro, es una muy conocida en Chile: Colonia Dignidad, sobre la que Branham tuvo una influencia fundamental también.

Para entenderlo, volvamos a 1955. La noche del debut de Branham en Karlsruhe, entre los miles de alemanes entusiasmados por los supuestos mensajes bíblicos que les entregaba el norteamericano, había ocho jóvenes que formaban parte del grupo más enfervorizado, tanto que asistieron las cinco noches en que el evangelista se presentó en la ciudad antes de partir a Lausana, Suiza.

Varios de ellos eran exsoldados u oficiales que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, pero, esencialmente, se trataba de fanáticos religiosos que seguían a pie juntillas todo lo que les indicaba el que era su líder indiscutido: el excabo de la Wehrmacht y predicador callejero Paul Schäfer Schneider, por aquel entonces de treinta y cuatro años.

Pese a que las comunicaciones de aquellos años no eran tan veloces como las actuales, Schäfer sabía muy bien quién era el predicador de Jeffersonvillle y estaba exultante con la perspectiva de su visita. Tanto que, luego de mucho insistir, consiguió que él y sus seguidores fueran aceptados como parte del séquito de seguridad de Branham, un paranoico anticomunista —al igual que Schäfer— que veía conspiraciones y atentados en su contra en todas partes.

En las miles de páginas que acumulan las incontables investigaciones judiciales emprendidas en Chile en contra de los líderes de la colonia, hay solo una mención a Branham, cuyo autor es uno de los máximos jerarcas de la secta asentada en las comunas de Parral y Bulnes.

Se trata del ya fallecido jefe de inteligencia del grupo, Gerd Seewald, quien en la investigación por asociación ilícita efectuada en contra de los jerarcas de la colonia y los cabecillas de la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA, la policía secreta de Augusto Pinochet, entregó un curioso documento titulado Currículum vitae, en el cual consignaba una serie de datos acerca del pastor norteamericano, pero además efectuaba un extenso recuento de los inicios del grupo al que perteneció.

Allí señalaba que «en el año de 1955, Paul Schäfer y algunos de sus partidarios participaron en Karlsruhe de las reuniones del norteamericano William Branham, evangelista y sanador, y quedaron muy impresionados por el gran número de sanaciones», agregando que posteriormente «Schäfer llevaba a la práctica varias de sus doctrinas».1

Si ustedes se están preguntando cuáles eran estas, el mismo Seewald señala algunas de ellas: «Constantemente mantuvo que nosotros éramos los únicos fieles y, además, sostuvo que la mujer era una criatura inferior. No lo expresó tan públicamente, pero siempre que un joven molestó a una muchacha, era ella la castigada porque, según Branham, las mujeres habían recibido su belleza por el diablo, para seducir a los hombres».

Winfried Hempel vivió hasta los veinte años en la Colonia Dignidad. Hoy es abogado y como tal representa a muchas de las víctimas de la secta. Respecto de Branham señala que, según lo que en su momento le contó Horst Münch, uno de los integrantes originales del grupo de Schäfer, este fue a presentarse ante el norteamericano apenas llegó a Karlsruhe, ofreciéndose para proveerle protección, junto con sus acólitos, durante su estadía.

Branham no le prestó mucha atención, pero de algún modo Schäfer y su gente consiguieron no solo formar parte del grupo que lo acompañaba, sino entablar una estrecha relación con él.

Uno de los más convencidos biógrafos de Branham, Owen Jorgensen, señala sobre su visita a las tierras germanas que aquellos días «abrieron los ojos de Alemania a lo sobrenatural» y que Branham enfrentó grandes peligros allá, entre ellos que «terroristas comunistas habían amenazado con asesinar al evangelista», y que, dice Jorgensen con gran candidez, «el líder de una secta espiritista» había prometido que junto a sus diabólicos adláteres hechizarían una de las reuniones, formando una enorme tormenta sobre el lugar para demostrarle su poder.

El relato asegura que mientras Branham predicaba, se levantó la mentada tormenta, que generaban «quince varones sentados en una hilera», los cuales «apuntaban plumas hacia él y articulaban palabras que no podía entender». Como si no fuera suficiente, luego observó a otros quince sujetos en la misma faena y, claro, a una serie de demonios y una columna de fuego que lo rodeaba, todo lo cual —por supuesto— solo veía él.

Según Jorgensen, en ese momento Branham detectó entre el público a una mujer que no se podía mover, pues tenía tuberculosis y la columna vertebral partida en dos. Como siempre ocurre en este tipo de espectáculos, Branham le ordenó —según recoge el biógrafo— que caminara, y ella lo hizo. Al mismo tiempo, el líder de la secta espiritista caía al suelo, pues el pastor estadounidense le había transferido todos los males de la recién sanada.

Por cierto, todo ello es parte del folclore que rodea a Branham, pues en las transcripciones de audio de aquellas sesiones, todas las cuales fueron grabadas en cintas magnetofónicas, no hay nada ni remotamente semejante, aunque sí muchas referencias al apocalipsis.

De hecho, la primera noche en Karlsruhe Branham anunció que «estamos en el fin de los tiempos. El sol está apagando la civilización» y que «el profeta prometió que el sol brillará de nuevo al final». ¿Cuál es el final? Él mismo lo detalló, para que nadie se confundiera: «Estamos viviendo ese tiempo».2

Del mismo modo, dedicó parte de su estadía a explicar sus puntos de vista misóginos y racistas, aseverando que los bebés no tienen sangre materna, pues según él «la sangre de los bebés viene del padre, no de la madre», y argumentó también que Eva «era perfecta: hermosos ojos azules, su pelo rubio cayendo sobre su espalda... la mujer más hermosa del mundo».

En coherencia con lo anterior, comentó que la imaginaba diciéndole a Adán: «Es mi culpa, yo lo hice», mientras los expulsaban del paraíso. Por supuesto, Branham dejó también en claro que él era un creacionista convencido, que pensaba que el mundo había surgido cuatro mil años antes de Cristo.

Cabe mencionar que muchos de los seguidores de Branham creían además en la doctrina de la «semilla de la serpiente», según la cual la Eva bíblica había tenido relaciones sexuales con la serpiente, dando a luz a Esaú, ser mitad humano y mitad reptil.

Su segundo sermón en Karlsruhe caló profundo en Schäfer, pues giró en torno a la fuente de Betesda, episodio bíblico narrado en Juan 5, que cuenta la historia de un estanque ubicado en Jerusalén sobre el que un ángel bajaba a agitar las aguas, tras lo cual los paralíticos, los ciegos y los cojos se introducían en él para ser sanados.

Sin embargo —se señala en el mismo episodio—, cierto día un hombre paralítico desde hacía treinta y ocho años dijo a Jesús que él no podía ser sanado porque no tenía a nadie que lo condujera hasta el agua, luego de lo cual este curó sus males. Ello habría generado la indignación de los judíos y el inicio de la persecución en contra de Jesús, debido a una cuestión puramente formal: el milagro se habría realizado en un día de descanso (sabbath o sábado), cuando estaba terminantemente prohibida cualquier actividad, incluyendo la curación de enfermos.

Con los años, la historia de la fuente de Betesda sería repetida una y otra vez por Schäfer, con acentos muy semejantes a los de Branham, de quien también extrajo la idea de que las enfermedades o los pecados son, en realidad, demonios enquistados en el cuerpo de las personas.

Schäfer, es necesario recalcarlo, quedó completamente fascinado por el norteamericano, no solo por sus supuestas sanaciones, sino porque detrás de la doctrina de la lluvia tardía, el eje de lo que predicaba Branham, había un mensaje totalitario, misógino y apocalíptico, perfecto para lavarle el cerebro a todos aquellos que estuvieran dispuestos a seguirlo. Y cómo no si quien introdujo a Branham en esa doctrina había sido otro predicador pentecostal, Ray E. David, que había adaptado un conjunto de enseñanzas y prácticas pentecostales a su propia visión del mundo, la del Ku Klux Klan, la organización racista estadounidense que sembró el terror durante décadas en el centro y sur de Estados Unidos y que forma parte de la base de las creencias de Colonia Dignidad.

Capítulo 2. La lluvia tardía

Capítulo 2 La lluvia tardía

La asamblea escucha absorta la voz de su líder, «el tío permanente», como le llaman. Es 1976 y, aunque han transcurrido muchos años desde que comenzara a predicar, Paul Schäfer está en su mejor momento como pastor y mantiene electrizada a la audiencia con sus prédicas bíblicas muy simples y la dureza de sus palabras, algo completamente opuesto a la calidez que caracterizaba a Branham.

Sin embargo, de él Schäfer, que nunca fue suave o amable, aprendió algo mucho más esencial, algo vital para cualquiera que funde una secta: que más allá de cómo se dirija a las personas que se logre captar, el secreto de la fidelidad, el gran truco por medio del cual es posible convencerlas de cualquier imbecilidad —como, por ejemplo, que deben suicidarse para abordar una nave extraterrestre que los llevará a la salvación eterna3— reside en convencerlas de que él es un mesías, un ser especial, alguien de características sobrehumanas, no solo una persona de fe que posee algún grado superior de conocimientos teológicos —que por lo demás no tenía— o algo semejante, sino que derechamente es un intermediario de Dios en la Tierra, alguien que recibe mensajes que solo pueden escuchar los iluminados.

«Dios no ha hablado en vano conmigo desde hace ya más de veinte años», señala con convicción a sus adeptos, remarcando algo de lo que ellos ya están convencidos: que ese hombre vulgar e inculto que los comandaba era un profeta, un cable que conectaba a la divinidad con la Tierra, un elegido; y que ellos eran los privilegiados, una élite que se salvaría de la destrucción que traería la llegada del Anticristo gracias a que formaban parte de ese grupo de creyentes seguidores de un ser de luz, un hombrecillo más bien pequeño que hablaba directamente con Dios.

Ese tipo de mensajes se repetían habitualmente en la asamblea de Colonia Dignidad, como designaban al interior de la secta a la reunión de los adultos y algunos jóvenes escogidos, que se efectuaba casi todas las noches al interior del fundo que comenzaron a habitar en Catillo, Región del Maule, a partir de 1961.

Por estas mismas razones, los integrantes de la asamblea aceptaban, en cada sesión, los peores insultos y humillaciones que es posible imaginar. Mal que mal, quien los insultaba era un mesías. «Ustedes son los más grandes hipócritas. ¿Y por qué son ustedes los más grandes hipócritas? ¡Porque Dios les habla como a unos hipócritas, debido a que ustedes hablan de Dios, pero no escuchan su respuesta!» o «¡Ustedes están llenos... llenos de suciedad! Llenos de placeres mundanos, llenos... llenos de pecado, ¡llenos de peste carnal!», les recriminaba sin pudor, como dan cuenta múltiples testimonios y también las pocas grabaciones de audio que han sobrevivido de aquellas sesiones realizadas en una época en que la vida parecía sonreírle a Schäfer, uno de los peores criminales que ha conocido la historia chilena. Pese a todos los delitos cometidos hasta esa fecha en el país que generosamente lo había acogido, gozaba de una impunidad total y absoluta. De hecho, en el bolsillo superior de su casaca llevaba una tarjeta de presentación personal de Augusto Pinochet, en la que el dictador había escrito de su puño y letra un indudable rompefilas: «Las Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigaciones prestarán el máximo de colaboración al portador de la presente».

Evidentemente, detrás de ello había intereses superiores que lo explicaban. Para entonces la colonia no solo estaba convertida en un centro de detención, interrogatorios y desaparición de presos políticos, sino que también producía al interior del fundo sofisticadas armas de excelente calidad —fusiles, subametralladoras y granadas de mano, entre otros—, además de participar en redes internacionales de tráfico de estas.

Asimismo, la colonia contaba con otro «activo» muy interesante para Pinochet: la presencia casi permanente en el lugar de Gerhard Mertins, un exoficial nazi que en la década de los sesenta comenzó a vender armas con el beneplácito de los servicios secretos de la entonces Alemania Federal, hasta llegar a convertirse en uno de los más importantes traficantes de armas del mundo. Esto era algo no menor si se toma en cuenta el hecho de que Estados Unidos decidió dejar de proveer armas a Chile a fines de 1976, luego de que la DINA asesinara en Washington DC a Orlando Letelier, excanciller de Salvador Allende.

Tanto favor debía ser correspondido y eso se tradujo en la impunidad de que gozó la colonia, la que permitió a Schäfer manejar a su antojo (ayudado por un grupo de incondicionales con clara conciencia de los delitos que cometían) a su rebaño. Y, lo más importante para él, abusar de niños sin jamás temer ser denunciado, como había ocurrido en 1959 en Alemania, lo que obligó a huir junto a su grupo hacia Chile.

Las reuniones de asamblea por lo general comenzaban alrededor de las nueve de la noche y habitualmente constaban de tres partes: la prédica de Schäfer, la confesión y la interpretación de los sueños. Siempre se daba inicio con el jerarca sentado en una especie de trono elevado, alrededor del cual se ubicaban todos los colonos, así como un grupo de niños dispuestos a escuchar las historias del anciano más sabio de la tribu. A cierta distancia, uno de ellos hacía un registro en video y, al mismo tiempo, sin que nadie supiera, micrófonos ocultos captaban el audio de lo que allí ocurría.

Algunas de esas grabaciones sobrevivieron al paso de los años y a las quemas de evidencia que se produjeron a partir de 1996, cuando la policía comenzó a allanar el enclave.

Gracias a esos pocos audios que aún quedan, y a los que tuve acceso en forma confidencial, es que sabemos parte de lo que allí ocurría. Pero esta práctica de registrar todo no fue invención de Schäfer, sino que se la copió a su ídolo, William Branham.

Dentro del círculo íntimo que acompañaba a Branham a todos lados, se incluía a dos ayudantes conocidos como los tape-boys (niños-grabadora): Leo Mercier y Gene Goad, que lo seguían adonde fuera, grabando todas sus palabras con el propósito de, posteriormente, comercializar sus sermones y comentarios en forma de libros y discos. Sobre la base de esos sermones se generó una enorme industria.

Mercier, al igual que Schäfer, aprendió muy rápido del «Maestro» y, luego de la muerte de este en un accidente de tránsito en 1965, fundó su propia secta, Te Park, en Prescott, Arizona, la que tuvo grandes semejanzas con Colonia Dignidad. Al igual que todas las demás sectas mencionadas en la introducción, se basaba en la doctrina de la lluvia tardía, una interpretación bíblica que se originó en algunos grupos escindidos de la Iglesia pentecostal en Canadá, hacia fines de los años cuarenta, a partir de un versículo del libro de Joel —uno de los profetas menores del Antiguo Testamento— que dice que Dios envió a los hijos de Sión «lluvia temprana y tardía como al principio» (Joel 2:23).

Para los pentecostales más radicalizados, que importaron esa doctrina desde Saskatchewan hasta Indiana y otros estados americanos, la lluvia temprana es una alegoría de lo que ellos denominan «el derramamiento del Espíritu Santo», en los orígenes de la iglesia como tal, que se habría manifestado en la fiesta de Pentecostés.

Ese fue el momento, según ellos, cuando el Espíritu Santo poseyó a los partícipes, fenómeno que se manifestó en que estos comenzaron a hablar «en lenguas».4

Gunther Bonhau, quien era aprendiz de albañil en Sieburg, donde estuvo uno de los primeros complejos que poseyó la secta que luego conoceríamos como Colonia Dignidad, relató al periodista Gero Gemballa que Schäfer ordenó allí la construcción de un sótano para rezar, pero además ordenó que, cuando se efectuaran dichas oraciones, había que tocar trompetas a todo volumen.

La razón era que allí «hablaban en una lengua extraña. Nada se les podía entender bien. Hablaban siempre con la garganta. Daba miedo. Todavía me resuenan algunas palabras en los oídos: rastalamonit, nastri, urrabani», relataría años después Bonhau, quien estaba convencido de que esos conceptos estrafalarios eran parte de un ritual de exorcismo.5

Sin embargo, la explicación es más simple: Winfried Hempel rememora que, según lo que contaban los más viejos, cuando la colonia ya estaba asentada en lo que alguna vez fue el fundo San Manuel de Parral, el «hablar en lenguas» se continuó practicando en el hangar donde se guardaban los aviones, recinto en el que los elegidos que eran invitados a participar del ritual caían en una especie de éxtasis místico y comenzaban a balbucear cosas incomprensibles, el «hablar en lenguas». Sin embargo, con el paso del tiempo dicha práctica fue quedando en desuso, probablemente porque se consideró que ya estaba terminando el tiempo de la lluvia temprana y llegaba el de la lluvia tardía.

Esta, básicamente, se parangona con «el derramamiento del Espíritu Santo» que se producirá en los últimos días del mundo, previo al juicio final. En otras palabras, lo que propone la doctrina de la lluvia tardía es que se está iniciando el fin de los tiempos y que solo quienes adhieran a ese movimiento se salvarán del fuego divino.

El pastor Juan Sepúlveda es el presidente del Directorio del Servicio Evangélico para el Desarrollo (Sepade), y plantea que para entender el concepto es necesario saber que el movimiento pentecostal es de raigambre fuertemente popular y que cuando surgió, a inicios del siglo XX, fue muy rechazado por las Iglesias evangélicas institucionalizadas, entre otras cosas porque aparecieron distintos predicadores que, tomando aspectos del pentecostalismo, los utilizaron como instrumento de poder.

Según Sepúlveda, la interpretación de la lluvia tardía es una metáfora pentecostal basada en los ciclos de la lluvia en Palestina acerca de la manifestación del Espíritu Santo, el cual aparece como una suerte de anticipo del retorno de Cristo y del fin de los tiempos.

Por cierto, debemos fijarnos en la época en que eclosionó esta idea para entender la obsesión con el apocalipsis. En 1945 Estados Unidos había detonado las primeras dos bombas atómicas en contra de Hiroshima y Nagasaki y poco después la Unión Soviética anunció que también poseía esa tecnología, lo que hizo surgir la teoría de la Destrucción Mutua Asegurada o MAD, por sus siglas en inglés.6

A lo largo y ancho de toda América del Norte y Europa las casas y edificios se llenaron de refugios antiatómicos y muchos movimientos de extrema derecha de Estados Unidos se declararon «survivalistas», trasladándose a lugares remotos, donde acaparaban alimentos, agua y armas, muchas armas.

Sí. Había razones para creer que el mundo estaba al borde de la destrucción y Bill Branham, Jim Jones y Paul Schäfer, entre otros, estaban obsesionados con ello. El último, relata Hempel, «tenía la creencia de que en cualquier momento se iba a detener el universo».

Branham, por su parte, predijo que el mundo se acabaría en 1977.

Aunque el movimiento de la lluvia tardía partió en Canadá, como está dicho, pronto cruzó la frontera hacia el sur y se asentó en Chicago, donde sus principales exponentes fueron los pastores Joseph Mattsson-Boze y A.W. Rassmusen, grandes amigos de Branham y con quienes frecuentemente predicaba en dicha ciudad, como señala el investigador John Andrew Collins.7

Este, un exmiembro de El Mensaje, es con toda seguridad el principal investigador de este grupo en el mundo. Cuenta que el trío comenzó prontamente a operar también en Filadelfia, donde Mattsson-Boze era editor de un boletín religioso, El Heraldo de la fe, medio «considerado como la principal voz del movimiento de la lluvia tardía».8

Fue, en efecto, uno de los principales vehículos de propagación de la doctrina y de las profecías de Branham, entre ellas una emitida en Chicago en 1955, en la cual afirmaba que el comunismo terminaría triunfando sobre los demás «ismos» y que finalmente «quemaría la ciudad de El Vaticano».9

Poco después de esta profecía, un joven pastor llamado James Warren Jones era ungido como tal en Filadelfia, ciudad que según el investigador se había convertido en «un centro estratégico para el movimiento de la lluvia tardía»,10 debido a la constante presencia en ella de Branham y a la acción de Rassmusen y de Mattsson-Boze, este último, la persona que lo ordenó pastor.

Capítulo 3. Jonestown

Capítulo 3 Jonestown

Igual que Schäfer, Jones era un acólito más del movimiento de la lluvia tardía. En 1953 estudiaba por correspondencia para convertirse en pastor metodista en Indianápolis, la capital del estado de Indiana, situada a ciento cincuenta kilómetros de Jeffersonville, cuando asistió a un encuentro en Columbus, y aunque siguió un tiempo más en la Iglesia metodista, a poco andar renunció a ella.

Según Jones, en dicha reunión se produjo un primer evento sobrenatural en su vida, pues aseguraba que una mujer se le había acercado diciéndole: «Percibo que eres un profeta... serás oído en todo el mundo y esta noche comenzarás tu ministerio».11

Poco después, Jones conoció a Branham y, al igual que Schäfer, quedó prendado de él, encontrando en sus doctrinas apocalípticas la base ideológica que necesitaba para fundar su propio grupo. De hecho, en junio de 1955, es decir, unos meses antes del viaje a Karlsruhe, ambos participaron de un acto en Indianápolis. La relación se hizo más estrecha a medida que pasaba el tiempo.

Al año siguiente, y mientras Jones trataba de hacerse una feligresía propia en Indianápolis, invitó a Branham a predicar con él. Como explica John Collins en su libro, fue una relación de mutua conveniencia, pues en ese momento Branham estaba atravesando un momento económico muy difícil y, a su vez, Jones se benefició de la enorme fama del predicador de Jeffersonville.

En distintas publicaciones comenzaron a aparecer avisos invitando a escuchar a Branham a partir del 11 de junio en la iglesia llamada El Tabernáculo de Cadle,12 junto con el reverendo James W. Jones. Los anuncios surtieron efecto y, el día en que se inauguraban las prédicas, once mil personas agolpadas en la iglesia y las calles se preparaban para escuchar al Maestro, ya que Jones, en ese momento, era un desconocido predicador de tan solo veinticinco años.

Jim Reiterman relata en Raven, su biografía de Jim Jones, que la sesión comenzó con Branham hablando acerca de su predicción de que el mundo estaba al borde del apocalipsis, luego de lo cual presentó a quien calificó como «mi amado hijo», refiriéndose a Jones, a quien llamaba familiarmente Jim.

El encuentro fue todo un éxito. Al finalizar, cientos de personas los asediaron para ser «sanados» o para recibir una palabra de ellos. También fue la ocasión en que uno de los asistentes, Archie Ijames, que había acudido para ver a Branham, se hizo íntimo amigo de Jones. En los años siguientes Ijames, que era afroamericano, fue clave en orden a atraer a personas de esa comunidad a la secta de Jones, y terminó convertido en su lugarteniente. Obviamente, al igual que todos, era un fanático del movimiento de la lluvía tardía.

Como anota Collins, al comparar las doctrinas de Branham y Jones resulta obvia la influencia del primero en el segundo, a tal punto que «si bien es claro que Jim Jones abandonó el cristianismo en su forma tradicional, también es evidente que nunca abandonó El Mensaje».13

Luego de formar un primer grupo llamado Unidad de la comunidad, creó El templo del pueblo, que sería la base de su secta en Indianápolis. Allí, al igual que Branham, «sanaba» personas durante sus presentaciones públicas. Por supuesto, tal como sucedía con el primero, estas supuestas sanaciones no eran tales y otras consistían en puestas en escena previamente preparadas.

JeffGuinn cuenta en el libro Te Road to Jonestown que muchas veces, durante los cultos, Jones preguntaba quién tenía cáncer. Cuando alguien levantaba la mano, el pastor lo invitaba a ir hasta el baño del templo, donde le «removía» una masa sanguinolenta (por lo general, un pedazo de pollo putrefacto que le pasaba subrepticiamente uno de sus ayudantes), que luego él exhibía ante los adeptos anunciándoles que le había extirpado el cáncer. Pese a lo burdo del engaño, los fieles agradecían a Dios por tan milagrosa curación.

Mal que mal, como muy bien lo sabe la psicología social, el cerebro humano actúa por medio de sesgos cognitivos, como el de confirmación, gracias al cual desechamos la información contradictoria respecto de aquello en lo que queremos creer y nos quedamos solo con la que confirma nuestras creencias o emociones.

De a poco Jones fue convenciendo a sus seguidores, incluida su esposa, de que era capaz de leer los pensamientos de las personas. La realidad es que puso en ejecución una técnica semejante a la de Schäfer: tener info

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