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La Operación Laxante
Una luz suave se cuela a través de la ventana y noto que Cole empieza a despertarse a mi lado. Yo llevo un buen rato sin pegar ojo; después de la bomba que soltó anoche, no conseguí relajarme lo suficiente como para volver a dormirme. Hay una razón por la que insiste tanto en protegerme, en proteger mi privacidad. Recuerdo la sensación de sorpresa y, de pronto, bum, la certeza de que todo está a punto de cambiar.
Han pasado muchas cosas en la concentración del equipo, cosas muy importantes para la carrera de Cole. Está estudiando un grado de ingeniería; jugar como profesional nunca había entrado en sus planes. Pero, al igual que el resto de los universitarios que juegan al fútbol americano, no puede evitar soñar con convertirse en profesional, en cuyo caso su vida tal y como la conocemos daría un giro de ciento ochenta grados.
Trago saliva. Siempre he sabido que es un tío increíble, que hará grandes cosas en la vida, pero esto es demasiado y, cada vez que pienso en ello, siento que me quedo sin aliento.
Una lluvia de besos desciende por mi cuello, unas manos se cuelan por debajo de mi camiseta (bueno, técnicamente es suya) y van subiendo lentamente. Tengo tantas ganas de estar con él, y ha pasado tanto tiempo desde la última vez, que no puedo evitar temblar. Siento la misma urgencia en sus caricias, en la forma en que sus manos se deslizan por mi cuerpo, lo tocan y lo acarician, en cómo me besa el cuello y dibuja la línea de mi mandíbula...
De pronto me pongo tensa.
Acabo de recordar que aún tengo compañera de habitación, la misma que puede que en el futuro necesite algún tipo de terapia psicológica después de habernos sorprendido varias veces en posturas cuando menos comprometidas. A mi lado, Cole murmura:
—No vendrá, bizcochito. Me ha dicho que su novio ha venido a verla y que se queda con él.
Vuelvo la cabeza tan rápido que es raro que no me dé un calambre. Está aquí, a mi lado, y aún tenemos un rato antes de que me diga que hasta esto, estar en mi habitación de la residencia, es demasiado.
Me fijo en cada detalle, en su pelo revuelto por las horas de sueño, en sus ojos azul claro, en la curva pronunciada de sus pómulos... Deslizo el dorso de la mano por su mejilla sin afeitar y él exhala con fuerza antes de abalanzarse sobre mí y besarme intensamente.
El aliento matutino es aceptable siempre que sea cosa de dos.
Me hace rodar sobre la espalda y se coloca encima de mí sin dejar de besarme. Lo he echado de menos, estoy asustada y un poco cabreada, pero después del tiempo que hemos pasado separados, del tiempo que he estado dudando de todo, ahora que lo tengo tan cerca, piel con piel, soy incapaz de mostrar otra emoción que no sea el amor intenso y embriagador que siento por él.
—Me matas cuando me miras así.
Su voz suena ronca por la mezcla de sueño y algo más, seguramente deseo. Le paso los brazos alrededor de los hombros y atraigo su boca hacia la mía.
—Anoche me quedé dormida. Ni siquiera llegamos a... —Me besa en la comisura de los labios—. ¿Hablar? —Noto su sonrisa sobre la piel—. Entre otras cosas. Menuda bomba soltaste.
Parece un poco incómodo, pero, sobre todo, distraído mientras me cubre la cara de besos.
—Tiempo muerto, ¿vale? Ya lo hablaremos más tarde. Ahora quiero recordarle a mi novia por qué vale la pena estar conmigo.
Arqueo una ceja.
—Veo que estás bastante seguro de tus habilidades, ¿eh, Stone?
—Nunca he escuchado una queja al respecto.
Me guiña un ojo mientras me incorpora para que deslice los brazos por debajo de su camiseta. La maniobra de distracción está funcionando, pero hay algo que me resulta molesto, esa palabra.
«Novia.»
—¿Sigo siendo tu novia?
Mi voz suena hueca, sin el tono juguetón que tenía apenas un segundo antes. A Cole le cambia la cara al instante y su mirada se vuelve seria. Me pasa una mano por la nuca y tira de mí hasta que nuestras frentes se tocan. Con la otra me sujeta de la muñeca, acerca mi mano a su pecho desnudo y la coloca justo encima de su corazón, que late desbocado bajo mis dedos.
—Esa palabra no basta para explicar lo que significas para mí. —Me mira fijamente a los ojos mientras lo dice y en los suyos veo seguridad, convicción, posibilidades—. Si de lo que se trata es de repartir títulos, a mí me gustaría llamarte de otra manera, pero sé que, si te lo dijera ahora mismo, te pondrías histérica. Algún día, pronto, te preguntaré algo muy importante, Tessie, y todo el mundo sabrá cuánto significas para mí.
No puedo hablar, no puedo respirar. Solo puedo mirarlo y saber en lo más profundo de mi ser que me quiere más de lo que jamás creí que me querrían.
—Pero, contestando a tu pregunta, sí, eres mi novia, eres el puto amor de mi vida. Todo esto no es más que una pantomima temporal hasta que esté seguro de que puedo cuidar de ti en condiciones. Entre nosotros, sigues siendo mía y yo tuyo. En cuanto a los demás..., me importan una mierda, pero me aseguraré de que no te pongan ni el ojo encima.
—¿Los chicos?
Cole aprieta los dientes.
—Sí, cualquiera que crea que puede aprovechar para lanzarse sobre lo que me pertenece.
Le doy un beso en el hombro.
—Va a ser un infierno. Las cosas no tienen por qué ser tan complicadas.
—¡Joder, ya lo sé, bizcochito! —protesta contra mi cuello—. Pero bajaría al infierno diez veces con tal de que nadie pudiera hacerte daño.
No se puede luchar contra semejante nivel de convicción, así que ni lo intento. Atraigo su boca hacia la mía y ahogo sus preocupaciones con besos. Estaré a su lado en cada etapa del camino; lo único que me inquieta es que se meta en un agujero tan profundo del que luego no pueda salir.
Aprendo por las malas que enseñarle una lección a alguien no es tan divertido como parece. Pero lo hice con la mejor de las intenciones, yo solo quería que Cole supiera que, pase lo que pase en el futuro, estoy dispuesta a enfrentarme a ello con una sonrisa en los labios siempre que sea a su lado. Eso sí, si insiste en tratarme como si fuera de porcelana y en mantener lo nuestro «en suspenso» hasta que a él le parezca oportuno, presiento que vamos a pasar una buena temporada en el dique seco.
Estoy en el gimnasio, haciendo ejercicio bajo la estricta supervisión de Bentley. Intento hablar de Amanda o incluso del tiempo, cualquier cosa con tal de apartar su mirada de mí, pero él no me quita el ojo de encima. No me mira en plan «No es cosa mía si te aplastas el cráneo con las pesas», más bien es algo así como «Parece que tu novio te ha dejado; ¿no deberías estar un poco catatónica?». Así que hago lo mismo que con el resto de mis compañeros del campus, que por lo visto creen saber cuál es mi situación actual: lo ignoro. Sin embargo, sé que Bentley lo hace con buena intención, que se preocupa por mí, así que será mejor que en algún momento le recuerde que no me ha pasado nada que justifique este protocolo antisuicidio al que me está sometiendo.
—Oye —me dice en cuanto acabo mis ejercicios—, si no tienes planes para este fin de semana, he pensado que quizá querrías conocer por fin a Amanda. Quiere que le presente al resto de mis amigos, pero son, no sé... —Se encoge de hombros—. Un poco brutos, la verdad, y seguro que se pasan todo el rato mirándole las tetas.
—Bueno, al menos sabes que yo eso no lo haré. Podría dejarte en ridículo actuando como una imbécil integral, pero nunca como una salida.
Se echa a reír, visiblemente aliviado al comprobar que aún conservo el sentido del humor. Me dice que me mandará un mensaje con los detalles y que seguramente iremos a cenar por ahí. Nos separamos y, de camino hacia la residencia, por fin compruebo el teléfono. Está a reventar. Tengo mensajes de mis mejores amigas, Megan y Beth, y de mi hermano. Han presenciado la montaña rusa que ha sido mi relación con Cole desde la entrevista en la ESPN y seguramente querrán que los ponga al día. Teniéndome a mí, ¿a quién le interesan las Kardashian?
—Hola.
Sostengo el móvil entre la oreja y el hombro mientras abro la puerta del ascensor con la tarjeta de estudiante. Por suerte, estoy sola y nadie oye los gritos de Beth.
—¿Hay que cortar algún apéndice?
Me encojo al oír el volumen de su voz.
—Bethany —respondo, y me apoyo en la pared del fondo del ascensor con un suspiro—, ¿se puede saber por qué gritas? ¿Travis no te dijo que no tomaras azúcar antes de las seis de la tarde?
—Eh, que esto no tiene nada que ver con las gominolas. Estoy en el centro comercial, uno de los hermanos Hemsworth anda por aquí y la gente se ha vuelto loca. Te juro que he visto a una señora sacarse el top delante de su hija de ocho años.
Un escalofrío me recorre la espalda. Seguro que ha sido una experiencia traumática.
—Y eso te ha hecho pensar en llamarme.
—Eh, estaba tomándome algo, intentando hacer tiempo, y he visto que la ESPN continúa emitiendo la puñetera entrevista, lo cual significa que Cole no se ha retractado de sus declaraciones. No sé tú, pero yo sigo queriendo hacer algo realmente violento.
—Tranquilízate, Nikita, que estamos trabajando en ello.
Casi puedo ver cómo levanta la ceja.
—¿Y se puede saber qué estás haciendo al respecto? Porque la entrevista sigue ahí y Cole todavía respira.
—¿Y eso cómo lo sabes?
—Tengo mis contactos —responde tranquilamente, como si fuera una jefa de la mafia.
—Eso quiere decir que has hablado con Cami o con Sarah, pero teniendo en cuenta que Sarah te tiene pánico, seguro que ha sido con Cami.
Se abren las puertas del ascensor y me dirijo hacia mi habitación, observada por unos cuantos pares de ojos.
—Solo quería saber cómo va la Operación Laxante.
Gracias a Dios, no me da un ataque de tos en medio del pasillo. Me dirijo a toda prisa hacia mi habitación, cierro la puerta y, aunque Sarah no está, le respondo a mi amiga a medio camino entre el susurro y el grito pelado.
—¡Por favor, dime que no has hecho lo que creo que has hecho!
—Bueno, supongo que si el señorito Gilipollas no te ha dicho nada es que mi esbirro aún no ha hecho su trabajo.
—Beth, no tienes ni idea de lo que está pasando, déjalo en paz —le espeto, y siento que me sube la presión por momentos; entre mis amigos y mi novio, tendré suerte si sobrevivo más allá de los veinticinco.
—Sé que lo estás pasando mal y que seguramente estás tan hecha un lío como yo. Son dos cosas que no van bien juntas y te aseguro que no es lo que deberías esperar de una relación.
Me aprieto las sienes con los dedos y me siento a los pies de la cama.
—Ayer por la noche hablamos y me dejó las cosas bastante claras.
Se hace el silencio al otro lado de la línea, pero presiento lo que Beth está a punto de preguntarme.
—¿«Ayer por la noche» quiere decir los dos juntos y con una cama cerca?
—No se ha acostado conmigo para manipularme, Beth, no es esa clase de tío y lo sabes.
Ella no suele hablar de su pasado, pero, por lo que sé, siempre se ha juntado con tíos de la peor calaña y por eso le cuesta tanto confiar en ellos. No tiene motivos para no fiarse de Cole, pero supongo que la duda siempre estará ahí.
—Vale, sí, me he pasado, pero no te negaré que por un momento es lo que he pensado. De todas formas, ya sabéis que no podéis recurrir al sexo para arreglar los problemas.
—No lo hemos hecho por eso, ni él ni yo. Estuvimos hablando sobre un montón de cosas y me dijo que dentro de unos días pasará algo importante. Ahora lo entiendo todo mucho mejor que antes y...
—¿Y?
—Que nunca he querido matar a Nicole tanto como ahora mismo.
—Ah, así que ese es el problema, ¿eh? La falsa ruptura. ¿Aún sigue con esa idea?
—No es que siga con la idea, es que la ha puesto en marcha.
Más silencio.
—Qué ganas de que toda esta mierda le explote en la cara.
Con un gruñido, me dejo caer de espaldas sobre la cama y fijo la mirada en el techo.
—Se da cuenta todo el mundo menos él. La única solución que se me ocurre es hacerle ver que no siempre tiene razón.
De pronto, la voz de Beth se ilumina.
—Te traes algo entre manos, ¿verdad? Le vas a dar una lección.
—Una lección que no podrá olvidar.
—Dios, eres una sosa, pero te quiero. Espero que le des una buena patada en ese culo arrogante que tiene.
Ahora mismo la arrogante soy yo.
—¿Salir...? ¡Ja!
Cole está montándome un numerito. Tiene una rabieta en toda regla, muy propia del niño de cuatro años que todos los hombres llevan dentro. Yo aprovecho para pintarme las uñas mientras observo encantada cómo se pasea de un lado a otro como un león enjaulado.
—Tranquilízate, Cole. Es una discoteca para todas las edades, no un bar de estriptis.
Si mi novio pudiera escupir fuego por la nariz, seguramente ahora lo estaría haciendo.
—¿Has estado alguna vez? ¿Conoces a alguien que haya ido?
—Parece que tú sí conoces el sitio muy bien...
Arqueo una ceja; espero que me haya quedado amenazante. Él ni siquiera parece que se avergüence.
—Fuimos una vez después de un partido, tú dijiste que tenías que estudiar.
Suelto el aire lentamente para no acabar tirándole algo a la cabeza.
—Bueno, pues ahora soy yo la que va a ir, y como no pueden vernos juntos...
—Eh, espera, que eso no es lo que yo he dicho. No hay razón por la que no me pueda acercar a ti, ya te dije que la gente pensará que solo estamos pasando el rato juntos.
Me encojo al oír sus palabras. Lo dice como si tuviéramos una de esas relaciones de amigos con derecho a roce en las que la tonta de la chica empieza a tener sentimientos no correspondidos.
—Mira, ya sé que esto lo hacemos para mantenerme lejos de las miradas y todo eso, pero ¿qué pensará la gente de mí cuando me vean «pasando el rato» contigo unos días después de que me humillaras más o menos en público?
—Yo no te hu... —protesta levantando la voz, pero le hago callar con un gesto de la mano.
—Escúchame bien. Ahora mismo las cosas están así: la gente creía que estábamos juntos y, aunque nadie era capaz de aceptar que alguien como tú estuviera con alguien como yo, tampoco se atrevían a poner en entredicho nuestra relación de pareja. Ahora que has anunciado en público que hemos roto o, mejor aún, que le has dicho a todo el mundo que las relaciones estables no son para ti, todo el mundo cree que dejé que me utilizaras. —Su rostro se tensa, pero es lo suficientemente inteligente como para no interrumpirme—. ¿Qué clase de persona creerán que soy cuando me vean paseándome tranquilamente de tu brazo? ¿Qué clase de respeto me tengo a mí misma en este hipotético universo paralelo que te has inventado?
—¡Madre mía, qué sexy te pones cuando te enfadas!
¿Qué voy a hacer con él?
—Necesito que me tomes en serio. Si te parece bien que la gente me considere una rubia pánfila y desesperada sin una pizca de respeto por sí misma, entonces es que tenemos un problema.
De pronto, la expresión traviesa desaparece de su rostro y me mira visiblemente dolido. Empieza a decir algo, pero deja la frase a medias y me observa con detenimiento antes de dirigirse hacia la puerta y cerrarla de golpe al salir. Me aguanto las ganas de llorar; me tiemblan las piernas, así que me siento en el borde de la cama.
De repente, me muero por arrancarme a jirones los vaqueros ajustados y cambiar el top de seda sin mangas que llevo por una de las camisetas de Cole. Sí, he quedado con Bentley, Cami y Sarah, pero no quiero irme y dejarlo así. No podemos volver a caer en el mismo círculo vicioso, donde él me hace daño a mí y yo intento devolverle el golpe, pero multiplicado por dos.
Me vibra el móvil en el bolsillo, los demás se estarán preguntando por qué tardo tanto. Una parte importante de mí quiere cancelar lo de esta noche, buscar a Cole y arreglar las cosas con él, pero la otra parte sabe que si me quedo, regodeándome en mi desgracia y preguntándome por qué las cosas no pueden salir nunca como a mí me gustaría, acabaré sola y encerrada en un cuarto a oscuras durante el resto de mi vida.
No sé si debería coger las llaves de Cole o no. Lo medito un instante antes de decidir que no, que no estaría bien después de lo mal que me he portado con él. Llamo a un taxi y atravieso el apartamento vacío, odiando cada segundo que me separa de la puerta. ¿Dónde se habrá metido Cole?
No tardo en recibir una respuesta. Estoy frente al edificio, esperando a que el taxi doble la esquina, cuando de repente alguien me sujeta de la muñeca y me empuja contra la pared del callejón que se abre junto al edificio. No me importaría gritar, pero mi novio, que es más bipolar que el tiempo en Londres, está intentando chuparme la vida a besos.
—No sabes cómo me cabreas —resopla antes de inclinarse sobre mí para besarme de nuevo.
Sus besos son sal