Un templo encantador

Heather del Rey
Heather del Rey

Fragmento

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Tutorial de invocación

Guía oficial para invocar al demonio de sus pesadillas proporcionado por Encantoinfernal Corp. Convirtiendo los miedos en sus más encantadores deseos desde 2020. Entretenimiento místico asegurado. 

Siga los pasos al pie de la letra para obtener ardientes resultados.

1. Escoja el sitio ideal para realizar el hechizo. Asegúrese de contar con la privacidad y el silencio necesarios.

«Recomendado: su cuarto, su rincón de lectura, la tienda de la esquina.»

«Evitar: iglesias, cementerios, la casa abandonada de su vecino el brujito.»

2. Dibuje un pentagrama en la superficie de trabajo. ¡Recuerde que no tiene que ser una obra de arte, lo importante es la intención! Y dar una excusa creíble si alguien lo descubre con las manos en el demonio. 

3. Encienda una vela de su elección. Realice este paso con extremo cuidado.

4. Coloque la ouija frente a usted. Si no tiene una, lo sentimos, ya no puede seguir… ¡Ups! Es broma. En caso de no poseer un tablero, robe la tabla de picar de su madre o una hoja en blanco. Escriba la palabra «ouija» en ella. 

5. Agregue un objeto valioso de su preferencia: un collar, un brazalete de la amistad, el último libro en papel que ha comprado…

6. Cierre los ojos. Concéntrese en visualizar a quien desea invocar.

«Tip extra: puede poner su canción favorita para definir la personalidad que anhela para su compañero/a.»

7. No abra los ojos. Es normal sentir una suave brisa, que la llama de su vela se apague e incluso puede que escuche pasos. Espere a que la canción termine o el ente lo salude. Recuerde que no viene con modales incluidos, lo debe educar usted.

8. ¡Listo! Si es una de las almas elegidas, tendrá un nuevo demonio personal a su disposición.

Advertencia. No nos hacemos cargo de invocaciones erróneas ni de incendios accidentales, no tenemos garantías, buzón de reclamaciones ni aceptamos devoluciones. Sus quejas por internet serán ignoradas. No respondemos por daños y perjuicios causados por su compañero infernal. Se recomienda realizar el tutorial después de finalizar la lectura.

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1

Invocamos al demonio a las 3 a. m. (Sale mal)

Entre la llama que enciende una vela y la que incinera una ciudad, la única diferencia es la intención.

Abrí los ojos despacio como indicaban las instrucciones y apagué cada una de las velas con las yemas de mis dedos humedecidas con saliva. Sin duda, la temperatura había aumentado en el salón del convento desde que yo había empezado a recitar, aunque lo atribuí al fuego encendido a ambos lados del tablero de ouija.

Elevé la mirada con la esperanza de ver algo moviéndose, al menos. Pero nada, no sucedió nada. Ni una sola actividad fuera de lo normal.

—Es la última vez que me creo estas tonterías —resoplé frustrada. 

Guardé las cosas con mucho cuidado en mi bolso. A las tres de la mañana, todas las monjas estaban descansando, y yo no quería despertar a nadie. Me quedé mirando el tablero hipnotizada durante unos minutos más; juraría que había seguido los pasos al pie de la letra. ¿Qué había fallado?

Con la mesa limpia, di media vuelta para irme a dormir; ya había hecho mucho el ridículo por ese día. 

«Los demonios ni siquiera existen, estos juegos son una farsa», pensé.

Lo primero que visualicé al girarme fueron un par de sombras que pasaron volando frente a mí junto con una chispa roja. Retrocedí unos pasos, confundida. 

«Esto me pasa por no dormir, ya me estoy imaginando cosas».

Escudriñé la habitación en busca del objeto que podría haber creado aquel efecto visual y escuché pasos cerca. Llegados a ese punto, empezaba a dudar un poco de mi postura agnóstica. 

Reprimí un grito al ver fuego en mi bolso; las velas habían vuelto a encenderse solas y habían quemado todo lo que tenía dentro. En cuestión de segundos la tela había quedado reducida a cenizas. Tomé lo que pude con rapidez.

Mis sentidos estaban alerta, me costaba respirar, y una melodía silenciosa fue creciendo hasta que me resultó imposible ignorarla.

Una especie de pentagrama de colores se dibujó en la pared y empezó a formarse bastante humo. Este se apoderó de la habitación; era tan asfixiante que comencé a toser. Mi mente solo pensaba en que, si alguna de las monjas se percataba de lo ocurrido, me mandaría al diablo.

Por fortuna, el humo se disipó tras un par de minutos y todo regresó a la normalidad. 

—¿Puedes cerrar la puta boca de una vez? Estoy intentando grabar un storytime, Levi —se quejó una voz masculina. 

Me quedé petrificada al instante, no tuve suficiente valor para mirar al lugar de donde procedían las voces. Se escuchaban cerca, demasiado cerca. 

—La última vez que estuve aquí provoqué catástrofes, no subestimes lo que puede pasar si no dejas de joderme los nervios. 

Aquello lo dijo una voz distinta. 

—Chicos, estoy hambriento —intervino otro.

Mantenían su conversación completamente ajenos a mi presencia, no me habían visto. Sin embargo, no tenía dónde esconderme.

Me armé de coraje y los miré. Mi corazón se detuvo al encontrarme con tres jóvenes parados en la esquina de la habitación. Sus cuerpos atléticos irradiaban juventud, vestían ropa común; eran extraños, aunque no extravagantes. Mis ganas de gritar aumentaron cuando mi atención subió a sus ojos. 

Uno los tenía por completo negros, tanto el iris como la pupila.

Los de otro eran de un gris muy claro, rozando el blanco.

El último tenía uno de cada color: azul y negro. 

«Tienen cuernos, todos ellos».

Me llevé una mano al pecho, me ahogaba. 

—¡Auxilio! —grité alterada, aunque no tuve tanto descaro como para añadir «por Dios».

Mi voz apenas se oyó, estaba temblando.

El pelirrojo de ojos dispares dejó de hablar con sus compañeros al notar mi horror y me dedicó una media sonrisa juguetona antes de venir hacia mí. 

«Patitas, pa’ qué las quiero».

Tiré mis pertenencias al suelo con la intención de correr hacia la puerta, aunque apenas logré moverme antes de que él apareciera frente a la salida. 

—Primero que nada, buenos días, pecadora.

El nudo en mi garganta era tan grande que me provocó una arcada. 

—¡Amon! ¡El principito tiene hambre! —gritó el sujeto de ojos negros, señalando a su otro amigo.

El pelirrojo asintió sonriente y puso su mano en mi hombro. Mi estómago se revolvió a causa del miedo. Mis extremidades paralizadas no ayudaron.

—Disculpa —murmuró a centímetros de mí—. ¿Nos podrías dar comida? 

Escudriñó mi rostro con detenimiento y mantuvo mi cuerpo erguido por la fuerza al mismo tiempo que mis piernas comenzaban a fallar. Incluso pude sentir su aliento fresco rozando mi piel.

—¡Levi! ¿De qué color era? —Me agarró el mentón con la mano izquierda—. Yo la veo morada. —Giró la cabeza hacia el demonio de ojos negros otra vez. 

—Esas cosas no se preguntan, no seas racista —lo regañó el tal Levi.

—¿Nos puedes dar algo dulce? —indagó el pelirrojo—. Mi amigo tiene mucha hambre. 

Al notar que yo estaba al borde de la muerte, me liberó de su agarre. Respiré hondo.

No me atreví a hablar o mirar sus cuernos, me limité a caminar con el corazón a mil hasta lo que quedaba de mi bolso y busqué unas galletitas de chocolate. Las saqué con una mano temblorosa y estiré el brazo hacia el de ojos claros, el único que no había hablado desde que se habían materializado.

Me quedé inmóvil sin casi sentir las piernas, rezando en silencio por que aquello fuera una pesadilla. El gran salón del convento no ofrecía muchos sitios para esconderse más allá de las cajas de utilería de donde había sacado el tablero. No me había atrevido a realizar la invocación en mi cuarto.

El chico de las galletitas se acercó para tomarlas y luego empezó a dar saltitos mientras se las comía; se le veía muy cómodo.

—Qué suerte haberte encontrado —dijo con la boca llena—. Tienes todo lo que necesito.

De entre los tres, aquel tímido de ojos grises era el que más se asemejaba a un humano. Mi miedo se aplacó por un instante cuando establecimos contacto visual. 

—De nada —musité. 

«¿Estoy soñando? ¿Me intoxiqué con el humo? Sí, debe de ser eso».

—¡Qué descortesía, acabo de darme cuenta de que no me he presentado! —El pelirrojo hizo una reverencia—. Soy Amon, pero me puedes llamar por las noches, cuando quieras divertirte. 

«Preferiría llamar a la policía».

—El idiota que se está comiendo tu comida es Mam. —Ladeó la cabeza hacia el de ojos grises—. Y el amargado de la esquina —señaló al de ojos negros— es Levi. Ambos son mis mascotas. 

—Una mascota es en lo que voy a convertirte si sigues con tus bromas —amenazó Levi.

—¡Dejen de ser problemáticos! —se quejó Mam con una tranquilidad envidiable—. La van a espantar.

Levi flotó por la habitación hasta sentarse en la mesa de invocación. Hubo un largo lapso de tiempo durante el cual ninguno emitió palabra.

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté nerviosa. 

—Somos lo que quieras que seamos —respondieron al instante los tres.

Debía de ser una broma, estaba soñando, no era real. Tal vez podría manejar el sueño.

—Si esto es una broma, no me hace gracia. ¡Váyanse de aquí! —protesté después de recuperar mi confianza.

—No dijiste «por favor» —resaltó Levi en tono burlón, cruzando los brazos sobre el pecho—. Qué maleducada.

—¡Cállate, ojos negros! ¡No estoy de humor para bromear! —repuse.

—Lo llamó «ojos negros» —exclamó Mam—. La gente es malvada aquí.

Amon volvió a tomar mi rostro entre sus manos y sus pupilas se dilataron hasta que me vi reflejada en la oscuridad profunda de su mirada. 

—Decirle eso a un ciego… —Negó con la cabeza fingiendo decepción—. Por estas cosas la gente va al infierno. 

—¡Exacto! ¡Estoy muy ofendido! —gritó Levi, haciendo que mi mente rezara en siete idiomas para que las monjas no nos oyeran. 

«Dios, soy yo de nuevo».

—Lo siento, lo siento —farfullé. 

—Dime, ¿cómo te llamas, pequeña pecadora? —preguntó Amon.

—Soy Val. 

Él me envolvió en un intento de abrazo que solo logró provocarme más pánico y posó su cabeza sobre mi hombro. El rubio, Mam, me guiñó un ojo. Aparté mi cuerpo del de Amon, alterada; mirara a la esquina que mirase, veía a uno de ellos, me acorralaban.

—Dales la bienvenida a tus nuevos demonios personales, Val. —Amon extendió una mano para estrechar la mía.

2

El día que el convento ardió en llamas

Descarté que fuera una alucinación. Eso me consternó aún más, porque, si esos chicos eran reales, aquello significaba tres cosas que me negaba a creer a la ligera:

«Uno, los demonios existen».

«Dos, las invocaciones funcionan».

«Tres, ¡por mi culpa están aquí y no sé cómo arreglarlo!».

Mis padres habían hecho bien en mandarme al convento tras rendirse en sus intentos de corregir «mi carácter». ¿Qué probabilidad había de que hiciera lo único catastrófico que estaba a mi alcance? Se suponía que vivir allí debía enmendarme. «Quitarme el demonio de la cabeza», según ellos.

Me separé de Amon. Podía salir corriendo, pero sería en vano. Si me descubrían, sería recordada como «la bruja del pueblo». La quema de brujas había cesado hacía mucho tiempo; no obstante, lo que dirían de mí en redes sociales sería casi peor.

—Disculpen —declaré—. ¿Pueden irse? Esto es un convento.

Levi soltó una sonora carcajada que me erizó la piel.

—¿Y a dónde irás tú, corazón? —cuestionó.

—Yo duermo aquí —expliqué—, en una de las habitaciones que hay fuera del salón.

—Pues dormiremos contigo —estableció Mam, aunque pareció arrepentirse de inmediato—. Bueno, si no te molesta, si quieres…

Mi garganta se secó, me costó contradecirlos por miedo a que se lo tomaran a mal. No podía dejar que se quedaran, dado que para las monjas era peor tener a tres chicos en tu cuarto que al mismísimo diablo.

—Imposible, si alguien los ve, me matarán —negué, dispuesta a defender mi postura.

—No nos verán —aseveró Amon.

—¿Cómo estás tan seguro?

Ni siquiera había terminado de decirlo cuando desaparecieron ante mis ojos; lo único que quedó de ellos fueron leves sombras oscuras danzando por el suelo. Apreté los puños a los costados. ¡No podía ser que esto me estuviera sucediendo!

Pero yo tenía algo que ellos no tenían: había pasado horas escuchando pódcast sobre crímenes, y estaba preparada para cualquier amenaza. Mientras no supiera qué eran con exactitud, para mí serían solo eso: una amenaza criminal.

«Esto es un sinsentido. Estoy hablando sola, solo tengo que dejar que pase y mañana despertaré de este sueño».

—Mañana buscan otro lugar donde quedarse —sentencié impaciente.

Abrí la puerta y avancé entre las instalaciones de Ylenol. Los pasillos del convento eran oscuros, solo alumbrados por la luz de los faroles encastrados en sus paredes de madera. Caminé de puntillas para hacer el menor ruido posible, y el aire fresco del exterior rozó mi piel.

Caí en la cuenta de que no llevaba más que mi camisón blanco de abuela. La tela era tan fina que el frío la traspasaba fácilmente. Me di la vuelta para ver si encontraba a los chicos ahí de nuevo, pero me topé con el reflejo de las luces nada más. Habían desaparecido.

Al llegar a la zona de los cuartos, el familiar olor a canela me tranquilizó. Saqué la llave de mi bolsillo y entré despacio a mi habitación para que la puerta no rechinase. Una oleada de paz invadió mi cuerpo, mis músculos se relajaron.

Una vez dentro, me tiré en la cama esperando que, por arte de magia, los tres demonios no volvieran; que hubiesen sido solo un producto de mi intoxicación.

—Se te desabrochó el botón —señaló una voz que identifiqué como Levi.

En un parpadeo, ya estaban sentados en fila sobre el lado derecho de mi cama.

Me ruboricé al pensar cuánto tiempo había llevado así el camisón. Maldije aquella prenda estúpida, mis ideas tontas y la ouija. Era sorprendente lo que uno podía llegar a hacer por aburrimiento; podría haber agarrado un libro, pero no, había decidido agarrar un tablero.

—Espera, ¿tú no eras ciego? —cuestioné.

Se rio en mi cara. Había sido una idiota por sentirme mal por él durante un momento.

—¡Eres un mentiroso! —grité—. ¡Me engañaste!

—¿Te cuento un secreto? —Se impulsó con ambos brazos hasta quedar cerca de mí para luego susurrarme al oído—: A eso nos dedicamos, ten cuidado, pecadora.

Me acurruqué sobre el lado contrario en un intento por mantener las distancias y usé todas mis neuronas para no colapsar o salir gritando al cuarto de la hermana superiora para pedirle que realizase un exorcismo.

«Exorcismo».

«¿Si realizo uno los podré devolver al infierno?».

Permanecí en silencio, intentando recordar dónde había dejado la botella de agua bendita. 

Me preocupó lo bien que se veían en comparación con las historias que a menudo se contaban en la Tierra, en especial lo hipnotizantes que eran sus miradas. Si no los hubiera «conocido» en esas condiciones, las cosas serían diferentes. Ni siquiera me habría dado cuenta de que no eran humanos.

Levi miró el agua de rosas sobre mi mesilla de noche; su largo cabello negro le caía sobre la cara. Busqué algo de emoción en sus ojos oscuros, pero los encontré completamente vacíos.

Amon se distrajo con la llama de las velas que alumbraban el cuarto. En general, no estaba permitido usar las luces por la noche. A mí me había costado mucho que me dejaran mantenerlas encendidas, incluso después de explicar que le tenía miedo a la oscuridad.

«En parte entiendo a las monjas, apenas me han concedido un privilegio y ya tengo un problema infernal».

El pelirrojo se quedó un rato embelesado por el movimiento del fuego y luego desvió su atención a Mam, que aún estaba comiendo. Este le pasó la mano por la cabeza a su amigo como si fuera un perro.

Aproveché el silencio para pensar un plan. Mis nervios me arrastraron a creer que estaba formando parte de una película de terror en lugar de estar alucinando; el miedo guiaba mis acciones. Según lo que había aprendido en mis series y pódcast de misterio, debía encargarme de Levi primero, el resto sería pan comido. Él era claramente la mayor amenaza, y siempre había que incapacitar al eslabón más fuerte en primer lugar.

—¿Puedes dejar de pensar tonterías? Estoy intentando provocar una tragedia —se quejó Amon.

Mis latidos se aceleraron otra vez.

—¿Qué dices?

—Puedo saber lo que piensas, así que te lo repito: no pienses tonterías —insistió él.

«¿Qué? ¡No puedo creer que ahora me acompleje pensar! Ay, Dios… ¿De verdad sabe lo que estoy pensando?».

Amon asintió.

—Y, por cierto, es Diosa —corrigió.

«Auxilio…».

—Te dije que no hicieras eso, está prohibido —lo regañó Levi, y el pelirrojo respondió con un puchero.

—¡Déjate de reglas! Esto es terreno de nadie. —La sonrisa de Amon se extendió—. Podríamos quemarlo todo.

«¿La policía me ayudaría si les comento esto o solo me llevarían al psiquiátrico?», me pregunté.

—No te ayudaría —se burló él.

Qué hijo del demonio.

—No voy a repetirlo, Amon —advirtió Levi—, deja de buscarte líos.

—¡No me pidas eso! ¡Es como decirme que no respire! —contestó Amon.

—Tú no respiras, idiota.

Su conversación perturbadora solo iba escalando a medida que pasaban los segundos. Mam puso los ojos en blanco con fastidio.

—Ya tenemos suficientes enemistades allá abajo, no estropeen el equipo con sus peleas —advirtió. Sonaba diferente, más serio que antes.

Yo no lograba conciliar el sueño por culpa de sus discusiones.

—Lo siento, es un crío —se disculpó Levi.

—Te detesto. —Amon se cruzó de brazos—. El hecho de que tu novio te haya dejado de mala manera no significa que todos tengamos que sufrir. —Ese reclamo quedó volando en el aire. Supuse que Levi le respondería, pero interrumpieron su pelea de nuevo.

—A descansar —propuso Mam en un tono amable que disimuló la orden implícita en sus palabras—. Dulces sueños.

Al decir eso, me arrebató la cobija y se acostó a mi lado, de modo que me obligó a pegarme a la pared para evitar su contacto.

—Val, ¿te sientes bien? —me susurró al oído.

—Ya duérmete, Mam —bufó Amon.

«¿Cómo que “duérmete”? ¿Dónde?», pensé.

Al ver mi cara, ambos me hicieron una seña con la mano como para restarle importancia al asunto. Yo había leído suficientes libros como para saberme de memoria el cliché de «solo hay una cama». No pensaba dormir con seres del inframundo; había un límite para todo, y ese era el mío.

—No voy a dormir con ustedes —espeté.

—No te estaba invitando a la cama conmigo, te estaba echando —aclaró Amon.

Debía de ser una broma.

—Primero muerta.

Traté de acostarme en el espacio que quedaba, lo cual era tarea complicada, pues la cama apenas tenía espacio para dos. Lamenté no haberme interesado más en la clase de Psicología: tal vez así habría podido saber si todo aquello era producto de mi cerebro dañado.

Me eché la cobija por encima, pero uno de ellos me la quitó. Enfadada, me levanté otra vez. Mam pareció ser el único que se percató de ello. Estaba planteándome la posibilidad de echarme a dormir en algún baño o correr al invernadero en medio del bosque en busca de otra solución cuando él se levantó conmigo.

—Me han robado la cama —reclamé, al mismo tiempo que señalaba a Amon para indicar que se había apoderado hasta de mi almohada.

—Es lo más inofensivo que pueden hacer, te lo aseguro. —Mam me dio unas palmaditas en el hombro—. No te preocupes por eso.

Agitó las manos y creó otra cama idéntica a la mía justo enfrente. Supuse que para que la utilizaran Levi y Amon, dado que él se recostó de nuevo como si nada, como si yo no fuera su rehén.

imagen decorativa

No dormí nada. Cuando los cantos de los niños del coro llegaron a mis oídos, me debatí entre echarme a llorar o gritar. Me ardían los ojos a causa del cansancio.

Todos los días a las siete de la mañana se daba el desayuno en el comedor; lo peor era que me lo debía de estar perdiendo. Utilicé las últimas fuerzas que quedaban en mi cuerpo para levantarme. Los idiotas de los demonios seguían durmiendo.

Tomé mi ropa al dirigirme al baño; al menos el uniforme de ese día me encantaba. El color rosa era mi favorito. Me miré al espejo y me dije: «Vamos, no pierdas la cabeza el primer día».

De regreso al cuarto me encontré con Levi; se estaba ajustando un traje negro que había sacado de no sé dónde y se había recogido el cabello en una coleta. Sin el ambiente tétrico del día anterior, tuve que admitir que rezumaba elegancia.

—¿Bajamos? —propuso.

—Ellas no deben verte —murmuré, siendo «ellas» cualquier persona que trabajara en el convento.

—Tranquila, solo tú nos puedes ver —reiteró.

—Esto es complicado —admití cabizbaja—. Estoy luchando conmigo misma para no declararme loca e internarme. Yo no creo en… —Hice un gesto con la mano hacia él—. Estoy preocupada por mi salud mental, no debería hablar con mis propias alucinaciones.

—Sobrevivirás, ya tienes a tu favor el no haber escuchado las campañas en nuestra contra. Porque, si creyeras lo que dicen y supieras quiénes somos, no estarías viva.

Oh, sí. Eso sonaba reconfortante.

—¿Por qué han subido a la Tierra? ¿Pasará algo malo? ¿Llegó el fin del mundo?

—Necesitábamos irnos del infierno, no podemos volver hasta que… —Paró en seco al notar que le estaba prestando atención, como si estuviera acostumbrado a hablar solo—. Es un asunto privado. —Se limitó a encogerse de hombros—. Es obvio que pasarán cosas malas pronto, pero eso no es nuestra responsabilidad. Después de todo, ustedes dejaron el mundo en manos de seres peores que nosotros.

—Oye, no hables mal de mi especie. —Me crucé de brazos—. ¿Esto de invadir territorios es algo que hacen de manera habitual? ¿Hay más criaturas del infierno rondando por aquí?

—Totalmente, cientos de miles de demonios alrededor del mundo que pretenden ser humanos inútiles como tú.

—¿Cientos de miles? —pronuncié despacio, boquiabierta.

—El infierno está vacío, Val, todos los demonios están aquí. —Señaló la tierra que pisábamos al citar a Shakespeare.

—Ahora no podré confiar en nadie jamás —resoplé—. Gracias, ya ni la iglesia es segura.

La iglesia de la ciudad se encontraba en el mismo recinto que el convento; era un terreno amplio que no se había visto afectado por la modernidad. Suponía que mis padres lo habían escogido como mi cárcel por ser el único sitio que me acogería sin necesidad de hacer mucho papeleo. Además, había monjas controlándome las veinticuatro horas; la única vía de escape con la que contaba eran las clases del instituto, que quedaba más cerca del convento que mi casa.

De las pocas ventajas que tenía Ylenol era que podías perderte en su extensa arboleda, donde yo me escondí ahora para que nadie pensara que hablaba sola mientras nos dirigíamos a la parada de autobús de enfrente.

—No te crees miedos infundados —continuó Levi—, la mayoría de nosotros somos sobresalientes: no son tus vecinos de siempre, sino las grandes estrellas que ves en la televisión, los artistas internacionales con canciones que contienen mensajes ocultos, las celebridades con influencia.

—¿No son los famosos quienes venden su alma al diablo?

Levi empezó a reírse a carcajadas.

—En el infierno somos reyes, monarcas, príncipes, seres llenos de sabiduría, poder y valor. ¿Por qué querríamos un pedazo de alma? Los humanos son tan vanidosos…; están obsesionados con sus míseras existencias —comentó asqueado—. Por eso me caen mal. 

Evité responderle, quise cambiar de tema para que no se enfadara porque me aterraba enemistarme con él. 

—¿Es cierto lo que dijo Amon ayer sobre tu ex? —dije tratando de iniciar una «charla común».

—No —respondió sonriente—, mi ex y yo nos llevábamos bien, jugábamos todo el rato.

«Qué bonito».

—O, más bien, yo era el juego.

Vale, ese no era un buen tema de conversación.

—Lo siento, no quería hacerte sentir incó… —Me detuve porque sentí unas ganas de toser incontrolables.

—Eres una criatura de mucha luz, Val. ¿Mi consejo? No intentes mezclarte con un ser de oscuridad como yo —dijo con calma.

El olor a madera quemada llamó mi atención por encima de su advertencia. Ambos nos giramos en dirección a los cuartos de donde salía el humo; el mío quedaba justo al final de la hilera, a la derecha, así que, cuando aquella zona empezó a arder en un fuego más brillante de lo normal, no tuve que adivinar dónde había comenzado el incendio. Las cortinas de mi ventana estaban alimentando la llama.

Afortunadamente, los niños que habitaban la iglesia se habían marchado hacía rato, y las monjas estaban al otro extremo del terreno orando en una capilla.

En un abrir y cerrar de ojos, el fuego pareció venir hacia nosotros, aunque no se había extendido mucho más allá de los pocos metros que ocupaba mi cuarto.

El humo empezó a cambiar de color rápidamente, y, por un instante, podría haber jurado que la mirada de Levi reflejó pánico, aunque lo ocultó pronto.

—Oh, por amor a Satanás, dime que eres la única persona que vive allí.

3

El demonio me obligó

¿Cómo podía explicarle a la rectora que no había sido yo quien había incendiado mi habitación? Lo había hecho el demonio.

Bueno, uno de ellos.

No fue difícil para nadie adivinar quién era la culpable de la catástrofe: yo era la única que venía «con advertencia» para cada persona nueva que ingresaba a trabajar allí. Si no me escapaba de madrugada, destrozaba las instalaciones por la mañana.

Controlaron el fuego con uno de los extintores de emergencia de la zona de habitaciones y a mí me llevaron directa a la oficina principal del convento.

—Señorita Stamon. —El áspero tono de voz de la rectora era, en definitiva, lo último que quería oír.

—Buen día, Gladia, esos nuevos lentes le quedan genial —lancé un cumplido a lo primero que vi.

Lo que más me molestaba de la situación era que Amon se estaba muriendo de risa detrás de mí, y yo no podía decirle nada porque debía mantener «la compostura».

—Son las ocho de la mañana, Valentine. —La rectora me pasó el informe—. ¿Por qué quemó su cuarto?

Buena pregunta.

—Dile que amaneciste con ganas de calor —se burló Amon.

Aterrorizada, me fijé en la reacción de Gladia, pero el rostro de la mujer permaneció inmutable. Recordé lo que me habían dicho los chicos sobre que solo yo podría percibirlos. Me pilló por sorpresa que cumplieran con su palabra, así como lo difícil que me resultaba ignorarlos para continuar con mi cotidianidad.

—Déjala en paz. ¿Quién nos conseguirá dulces? —intentó defenderme Mam, aunque aquello sonaba más a burla que a salvación bienintencionada.

Era una verdadera tortura actuar como si no estuvieran hablando a gritos detrás de mí.

—La podemos extorsionar, no te preocupes —lo tranquilizó Amon.

—Los accidentes pasan todo el tiempo, invéntate algo coherente y pide otro cuarto —ordenó Levi.

—Considerando que la conociste mientras trataba de invocar al diablo con un tutorial de internet, dudo que haya mucha coherencia en ese cerebro —se mofó Amon.

Eché la cabeza hacia atrás; el circo que estaban montando empezaba a exasperarme.

—¡Basta! —vociferé—. ¿No ven que estoy en mitad de algo serio?

—¿A quién le está gritando? —La expresión de la rectora se llenó de preocupación—. ¿Se siente bien?

«Bingo».

—De hecho, me siento fatal, estoy mareada. —Puse una mano sobre mi pecho y aspiré una bocanada de aire—. Creo que fue por las velas que me dieron, ese aroma embriagante…

—Vaya a la enfermería —se limitó a demandar la rectora—. Ya veremos qué les pasa a las velas.

—Gracias —suspiré.

—Sin embargo, vamos a notificar el suceso a sus padres. Por seguridad.

Sentí que me invadía el alivio cuando me dejaron salir. En el primer día de clases, todo lo que me importaba era ver a mi mejor amiga y poder sentarme a su lado durante el resto del año.

—Qué mal mientes —se burló Levi.

—Tengo que irme antes de que me hagan más preguntas —le informé al salir. Con cautela, escudriñé los pasillos antes de seguir hablando—: Si me pillan discutiendo sola, seré yo la exorcizada.

—¿A dónde vas? —Frunció el ceño—. ¿No vives en este convento?

—Me han hecho pasar estos meses aquí, es una especie de castigo. —Me aclaré la garganta—. Este sitio queda cerca del instituto, allí es donde pasaré la mitad del día a partir de ahora.

—¡Vamos contigo! —exclamó Amon.

—Sobre mi cadáver.  

«Y sobre el de mi mejor amiga. Ella me prometió que, si algún día me metía en problemas, me ayudaría a enterrar un cuerpo. No sé si su oferta será extensible a tres de ellos».

—¡Leviatán! —Amon llamó a su amigo y una sonrisa se dibujó en su rostro mientras me miraba fijamente—. ¿A cuántas personas tenemos permitido matar?

«O quizá el cuerpo que entierre será el mío».

—Muy gracioso —contesté.

—Miren, a la niñita no le gustan mis bromas. —Hizo un puchero; detrás de él, Mam negó con la cabeza.

—Cuando pueda deshacerme de alguien —caminé con paso firme hasta Amon—, tú serás el primero.

Él me sujetó de la cintura.

—Quiero ver cómo lo intentas —murmuró.

—No hemos venido a eso —le recordó Levi.

—Estás haciendo enemigos que no pueden defenderse frente a ti, Amon —advirtió Mam—. Eso va en contra de mis creencias. Tócala y lo lamentarás. 

—Ay, por favor, Mam, no me das miedo.

—Es imposible —recalqué—. Ustedes no se pueden comportar como humanos, vamos a causar un desastre si andamos en manada. Además, ¿por qué les dejaría seguirme? Suficiente tengo con los demonios de mi cabeza.

—¿Tienes mininosotros en tu cabeza? —indagó Amon.

—Esto es serio, la humanidad no puede enterarse de que estamos aquí, y mucho menos los comandantes del infierno —repitió Levi por enésima vez—. Tenemos una misión.

Amon levantó la mano. Le habíamos enseñado a hacerlo hacía unos minutos; interrumpirnos era su nueva actividad favorita.

—No, tampoco puedes poseer a nadie, Ba’alzebú lo notará —prosiguió Levi.

—¡Los detesto, no saben nada de diversión! —Amon hizo otro puchero.

Habría parecido hasta tierno de no haber sido un hijo de…, del demonio.

—Necesitarán nombres creíbles. —Saqué mi teléfono—. Un segundo, iré a las páginas de nombres de bebés.

—Pero Leviatán no se cambió el nombre la primera vez —se quejó Amon.

Los miré con el rabillo del ojo; si las miradas mataran, Levi habría decapitado a su compañero.

—A mí me puedes llamar como quieras —agregó Mam con amabilidad.

Escoger nombres era complicado. Por fin entendía por qué mis padres me habían puesto el de su mayonesa favorita. Lo peor era que no me pegaba nada: yo había salido castaña y agria, y no me gustaba la mayonesa, lo cual ya me había acarreado suficientes problemas sociales.

—La humana ya se está envalentonando demasiado, propongo matarla —comentó Amon.

—¿Quién? —murmuró Mam.

—Val.

—No, que quién te preguntó.

—No voy a cambiarme el nombre solo porque a ti te incomoda. ¿Qué hay de malo en ser un demonio? ¿Es un pecado o qué? —insistió Amon.

Estuve cerca de gritarle por un segundo, pero finalmente opté por ignorarlo.

—Lo que sea —exclamé—. Ahora hablemos de las normas que tendréis que seguir para que yo acepte ayudaros con todo esto.

—¿Perdona? —Amon elevó las cejas; su pregunta era una burla, pero yo hablaba muy en serio.

—¿Creían que iba a aceptar que hagan lo que quieran y que se entrometan en mi vida sin más? Qué egocéntricos.

Saqué una de las hojas de mi cuaderno y se la pasé a Levi, que era en el que más confiaba en ese momento. Tampoco es que confiara demasiado en ninguno, pero él parecía ser el menor de los males. Perplejo, Levi la tomó sin quejarse.

—Quiero que redactes un contrato —aclaré.

—¿Qué insinúas? ¡Estás loca! —exclamó Amon.

—Cierra la boca —espeté—. Si vas a estar bajo mi techo, en mi instituto y cerca de mí, será con mis reglas.

Él frunció el ceño y su sonrisa se fue deformando hasta desaparecer, pero el claro aire de superioridad con el que me observó no me afectó. Yo conocía muy bien a los de su tipo, fueran mágicos o no.

—Amaneciste muy valiente —declaró.

—Siempre lo he sido. —Me encogí de hombros.

Mam no había emitido ni una sola palabra hasta ese momento, pero la aprobación con la que me observaba desde unos metros más atrás me incitó a mantenerme firme. Pese a que no me animaba a nombrarlo, él era quien acaparaba toda mi atención; mi curiosidad giraba a su alrededor.

—Esa es una característica atractiva —contribuyó al fin.

—Lo que sea, no les estaba preguntando su opinión. Mi vida, mis reglas —aseguré.

—No tengo todo el día —susurró Levi haciendo flotar su lápiz. Su tono jocoso revelaba que me veía como un gran chiste.

—¿Sabes redactar un contrato siquiera? —inquirió Amon.

—No. Pero tengo internet.

Dicté cada línea del contrato. Si algo me habían enseñado mis profesores era que debía realizar todos mis movimientos desde la legalidad. No tenía ni idea de cuán legal era todo este asunto, pero mujer precavida valía por tres.

Estuve investigando durante un largo rato en línea hasta que logré unir mis básicos conocimientos para algo útil; no me cabía duda de que, si algún notario leía aquello, le sangrarían los ojos.

CONTRATO INTERDIMENSIONAL INFIERNO-TIERRA

Al objeto de garantizar la seguridad de la peticionaria, Valentine Stamon, se hace necesaria la firma de un acuerdo con los señores demonios (Amon, Leviatán, Mam) que garantice unos niveles de confianza entre ambas partes.

Los demonios citados se comprometen a cumplir con los requerimientos de Valentine Stamon a cambio de una residencia en su propiedad privada (un cuartito quemado del convento) y la posibilidad de convivir con ella.

HECHOS:

1. Los mencionados demonios tienen prohibido interferir en el transcurso normal de las actividades escolares y extracurriculares de la peticionaria.

2. En cas

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