Un universo efímero (Crónicas de Hiraia 3)

Alba Zamora
Alba Zamora

Fragmento

Capítulo 1. Rhiannon

1

Rhiannon

Pensaba que ya había sentido la muerte lo suficientemente cerca de mí como para dejar de temerla. Que, desde que traté la pérdida como una inquilina más en mi alma y le guardé respeto, nunca sentiría miedo al pensar en ella.

Pero me equivocaba profundamente.

Allí, con la brisa gélida de los alrededores de Famwed que hacían ondear mi trenza, esa vieja compañera pasó a causarme un temblor en las manos que me avergonzó.

—Esto es muy raro.

La voz de Hunter sonó detrás de mí como un suspiro al que ni siquiera me molesté en prestar atención.

Mi intuición pocas veces se equivoca y, cuando el viento de Dybria nos pidió que viajáramos a Famwed cuanto antes, supe que Alessa y los demás estaban en peligro. El viento solo actúa ante situaciones desesperadas y, si la propia Alessa no había podido enviar el mensaje, no eran buenas noticias.

—Algo va mal. Lo sé —murmuré sin mirar a Hunter, pero sentí sus ojos clavarse en mi nuca antes de hablar de nuevo—. A caballo nos verán, debemos ir a pie.

Las colinas sinuosas de Famwed parecían estar hechas por el propio demonio, y la neblina que acompañaba nuestros pasos otorgaba a ese territorio un aspecto siniestro que me revolvía las tripas. Nunca en mi vida había sentido algo tan oscuro como en aquellas montañas de cedros rocosos y apagados.

—No entiendo nada. ¿Dónde está la gente? —preguntó Hunter mientras se colocaba a mi lado—. ¿Dónde están las medidas de seguridad? ¿No tienen ejército?

En mi tierra, Ilysei, los guardianes custodiaban los muros para evitar que entraran forasteros, pero aquí…

Nada.

El majestuoso palacio de torres negras llamó mi atención, aunque no tanto como el hecho de que nada ni nadie lo custodiara.

—Si no hay seguridad, es que no la necesitan —musité. Mis ojos se encontraron con los del rubio—. Si no la necesitan…

—Estamos jodidos.

—Algo así, sí —murmuré y pensé en cuánto echaba de menos a Idris en una situación como esa—. Joder…

—No ha tenido por qué pasar nada malo…

Su intervención fue lo único capaz de romper la tensión del momento.

—¿Tú eres idiota, Hunter?

Creo que no existe una sola criatura en toda Dybria que me saque tanto de quicio como ese maldito humano.

—Rhiannon, escúchame —musitó él y yo apreté la mano sobre la empuñadura de la espada por inercia—. No podemos asumir que todo va mal sin tener ni idea, tal vez…

—¿De verdad crees que Dybria nos habría llamado si estuviera todo bien? Hunter, piensa un poco.

Él frunció el ceño para después dibujar una leve sonrisa con los labios cerrados.

Idiota.

Yo tenía razón: algo iba mal, seguro.

Cuando el viento nos habló, estábamos montando guardia fuera de los muros de Ilysei. Hunter y yo nos ofrecimos a ello junto con Gala, la guardiana de Ilysei, para demostrarle nuestra lealtad a su gente y también nuestra voluntad de sacrificarnos por la causa.

Aquella noche, el viento soplaba más fuerte de lo normal y era tan gélido que ni siquiera criaturas como Gala podían soportarlo, aun estando acostumbradas a las frías aguas. Encendimos una hoguera, a pesar del riesgo que ello conllevaba, pero no había tropas enemigas por los alrededores, así que el riesgo nos pareció asumible.

Y, de repente, Dybria habló.

Al principio no lo percibimos, tan solo sentimos una inusual brisa perfumada de flores que hacía vacilar las llamas de la fogata.

Pero, después, el viento comenzó a tomar forma. Las hojas y el polvo se arremolinaron creando un torbellino del que emanó una voz melodiosa susurrándonos un mensaje.

—Viajad a Famwed —susurré, recordando la voz que salió de aquel remolino. Centré mi mirada en Hunter, que relajó el ceño—. Necesitan nuestra ayuda, estoy segura.

Hunter asintió y echó su vista al frente.

¿Cómo íbamos a entrar? El simple hecho de que ni siquiera necesitaran seguridad fuera del palacio demostraba que el acceso debía de ser imposible.

—Ahí, las ventanas. —Como si Hunter leyera mi mente, señaló a uno de los torreones negros que rodeaban la entrada principal—. No podemos entrar por la puerta.

—No podemos, no —susurré mientras pensaba.

Nunca me había relacionado con vampiros, pero tenía claro que sus habilidades mágicas eran inmensas y en un combate uno a uno era muy difícil ganarlos, por mucha experiencia que tenga en el combate… Teníamos que atacarlos por la espalda, anticipándonos a sus movimientos.

—Vamos, entonces.

Observé cómo el rubio me adelantaba y comenzaba a bajar por el cerro con una tranquilidad desmedida. Pero así era él, emanaba confianza incluso en situaciones en las que ni yo misma la sentía; por mucho que yo fuera, sin duda, mejor que él en los combates con espada.

—Vamos. —Hunter se giró y me indicó con la cabeza que lo siguiera. Asentí y continué caminando.

Pero, a medida que el palacio se hacía enorme a nuestro paso, sentía cómo el miedo a la muerte me dominaba más y más.

Seguía sin ver a nadie, sin escuchar nada.

—Esto es muy raro, Hunter —musité.

La torre se alzaba ominosa contra el cielo; imponente, dado que se suponía que nuestro objetivo era nada más y nada menos que acceder por una de sus ventanas. Aunque fue el silencio perturbador lo que provocó que desenvainara mi espada.

—Algo no va bien —respondió él, echándome un breve vistazo antes de volver a mirar hacia arriba, a la punta de la torre—. Tenías ra…

Antes de que pudiera escuchar la frase que tanto placer me causaba, ambos fijamos la vista en el mismo punto del palacio.

La puerta principal.

—Mierda. —Apartó la otra mano de su pelo para sujetar la espada y señaló con ella la puerta—. Está abierta.

—Está abierta —repetí, sin dar crédito a lo que estaba viendo.

Apenas se podía ver, el arco ojival de la puerta estaba adornado por figuras de la misma obsidiana que todas las paredes y torres del castillo, pero tan solo uno o dos centímetros de separación fueron suficientes para que nos diéramos cuenta de que la puerta no estaba perfectamente encajada.

Una clara invitación para entrar en el castillo.

Y también, cómo no, una señal de que aquello se trataba de una trampa.

—Si puedes, saca el otro puñal —susurré mientras me agachaba y caminaba encorvada hacia la puerta—, lo vas a necesitar.

Hunter no respondió, y siguió mis pasos hasta que posé mi mano en la puerta.

—¿Estás segura de que debemos entrar por aquí?

—No. —Negué con la cabeza, sin apartar la mirada de la rendija que separaba la puerta entreabierta del interior—. Es claramente una trampa, pero nuestros amigos están dentro.

—Tal vez podríamos subir por la torre.

—Tardaríamos demasiado y, además, es lo que esperan que hagamos, que no nos fiemos —musité—. Si nos conocen lo más mínimo, sabrán que ambos habremos asumido que esto se trata de una trampa y que jamás la seguiríamos… Apostaría lo que fuera a que, si se trata de verdad de una trampa, nos esperan en las ventanas, no aquí.

—¿Y si la trampa es esto?

—Pues habrá que caer en ella —susurré—. Nuestros amigos están dentro.

Hunter asintió con seguridad antes de que yo me dispusiera a abrir del todo la puerta.

Y el silencio nos rodeó de nuevo.

El humano se llevó el dedo a la boca antes de continuar caminando por dentro de la estancia. Había unas inmensas escaleras de caracol oscuras como la noche y gárgolas que rodeaban el salón y enfatizaban el aspecto siniestro del palacio.

Joder, odiaba a los malditos vampiros.

—¿Por qué nos odias, querida?

Se heló mi alma, mi respiración y todo mi ser.

—Gírate más, estoy detrás de ti.

Seguí la voz con las uñas clavándose en la empuñadura del arma con tanta fuerza que estaba a punto de hacerme sangre.

—¿Dónde coño están nuestros amigos?

Hunter habló antes que yo, porque ni siquiera pensé en hacerlo, solo pensé en apuñalar a aquel maldito vampiro que, estaba absolutamente segura, tenía retenidos a nuestros amigos en contra de su voluntad.

De hecho, no corrí a matarlo porque la mano de Hunter se apoyó en mi hombro nada más me giré hacia él.

—Primero de todo, soy Wade, y creo que la pregunta inicial debería hacerla yo. —Los ojos del vampiro eran rojos como el fuego—. ¿Qué hacéis en mi castillo?

—La puerta estaba abierta.

Respondí sin pensar, pero es que no podía hacerlo.

—¿Entráis en casas ajenas cuando las puertas están abiertas? Vaya educación…

—Dejémonos de tonterías, ¿quieres? —Hunter alzó la voz.

—Dinos donde están, ya —insistí yo.

—Encima con exigencias…

Su tono fue sutil pero amenazador. Tanto que mis piernas prácticamente se movieron solas hasta colocarse en posición de guardia.

El maldito Wade también abrió las suyas.

—No sé de qué me estás hablando.

—Pensaba que los vampiros no erais mentirosos —sugerí y él negó con la cabeza mientras disimulaba una sonrisa—. Vamos, Wade. No nos marcharemos de aquí sin ellos.

Wade no tuvo tiempo de responder antes de que Hunter y yo nos distrajéramos de la conversación al escuchar unos pasos apresurados y un jadeo casi agónico que venía del piso de arriba.

Miré hacia allí con el corazón retumbando en mi pecho con tanta fuerza que temí que saliera por mi boca al intentar exhalar con normalidad.

—¡Huid!

No supe qué me sorprendió más, si la urgencia que emanaba aquella forma de gritar la palabra, o que fuera el mismísimo Idris el que lo gritó, mientras recorría el segundo piso con una de sus manos aferrada a una barandilla.

Idris estaba vivo.

Pero ni siquiera pude procesar del todo que tenía restos de sangre reseca en su ropa porque Wade rio suavemente y mi atención volvió al vampiro.

—Huid, huid… —musitó Wade mientras seguía con la mirada al dragón hasta que lo perdimos de vista por los pasillos del segundo piso—. Qué dramáticos.

—¡¿Qué les has hecho?! —exclamé con la espada en alto. Iba a matar a aquel chupasangre o, al menos, moriría intentándolo. Me daba igual—. ¡Desgraciado!

Todo pareció derrumbarse ante la rabia que estaba gobernándome.

Corrí hacia el vampiro con la espada en alto, furiosa, con sus ojos rojos en mi mente y el grito de Idris retumbando en mis oídos.

Moví mi espada unas cuantas veces, rápida y veloz como siempre; pero para Wade esquivarla no fue mayor esfuerzo que dar un paso hacia un lado.

Era tan rápido que ni lo veía apartarse y la velocidad de mi espada ni siquiera se acercaba a la suya. No podía siquiera rozarlo. Era invencible.

—Me encanta cómo piensas en lo bueno que soy.

—Cállate, chupasangre —grité con rabia. Pero la voz de Hunter se coló en mi conciencia, mientras Wade esquivaba una vez más mi espada sin siquiera esforzarse. Giré sobre mí de nuevo para propinarle al vampiro un golpe en el cráneo, y también fue en vano.

—Arriba —exhaló Hunter.

Alcé la mirada y me encontré con sus ojos, tan presos del pánico como los míos. Quería matar a Wade, hacerle tragar su propia lengua y obligarlo a suplicar por su vida; pero, si moría intentándolo, no podría rescatar a los demás.

Debía ir arriba, seguir a Hunter.

Gruñí furiosa y retiré la espada de Wade, pero él tan solo musitó una risa macabra y ni se movió de ese punto del salón.

—Adelante, subid —terminó por decir Wade—. No sé qué teméis.

Ignoré su tono amenazante y seguí a Hunter.

Arriba, tenían que estar arriba.

—¡Idris! —grité—. ¡Idris!

La risa malvada de Wade resonaba por el piso de abajo.

—¡Mierda, Idris! —grité de nuevo.

Para acceder a las habitaciones del segundo piso había que recorrer dos oscuros pasillos que parecían no terminar nunca. No había un salón diáfano como en la primera planta.

—Idris ha ido hacia allí. —Señalé con la cabeza al lado izquierdo—. Vamos.

—Yo iré hacia el otro lado, tal vez ahí estén los demás —sugirió Hunter.

No había tiempo para discutir, no había tiempo para nada.

Escuché cómo Wade daba un sonoro pisotón en el primer escalón de la escalera. Quería jugar, asustarnos y demostrarnos que, en su casa, cualquiera que entrara se vería doblegado a su poder. Que en la tierra de los vampiros solo ellos podían subsistir.

—Ve —grité a Hunter. Debíamos ser rápidos y por separado los encontraríamos antes.

Sentí un pequeño vuelco en el corazón cuando él me obedeció y corrió en dirección contraria. Las manos me temblaban de los nervios, estaba realmente asustada y no entendí por qué, pero verlo alejarse me provocó más miedo aún.

—¡Idris! —grité de nuevo.

Corrí con todas mis fuerzas por ese pasillo interminable. Dejé habitaciones y más habitaciones atrás que parecían estar vacías al grito del nombre de mi amigo dragón.

—¡Idris! ¡Alessa! —Tal vez ella seguía aquí—. ¡Hemos venido a por vosotros!

—Es tarde ya.

La voz de Wade retumbó por el pasillo.

Me giré fatigada y con el corazón en un puño. Mierda, debería haberlo matado.

Como les hubiera hecho daño…, acabaría con él y con este maldito castillo, aunque fuera lo último que hiciera. Quemaría todo.

—¡Por favor! ¿Dónde estáis? —repetí—. ¡Idris! ¡Alessa! ¡Der…!

—¡Rhiannon!

Mi nombre. Me habían llamado.

Seguí la voz y juré que nunca en mi vida había corrido tan rápido. Maldita sea, ese pasillo era eterno.

—¡Rhiannon!

Era Derek. El príncipe.

—¡Derek! —grité de vuelta, absolutamente aterrada por la desesperación con la que llamó mi nombre. Jamás pensé que escucharía a Derek Maxwell así.

Seguí la voz a través de un pasillo interminable, en el que no dejaba de girar y girar, siempre en la misma dirección, rodeando el espacio completo del castillo, hasta que una puerta entreabierta y un leve rayo de luz llamaron mi atención.

—¡Rhiannon!

Escuché a Derek de nuevo e irrumpí en la habitación con el arma en alto.

En ese instante, toda mi vida se paró por unos segundos en los que hubiese preferido estar muerta a tener que ver con mis propios ojos una escena tan desgarradora.

En el suelo, Idris yacía encharcado de sangre.

De rodillas, a su lado, Derek lloraba y gritaba mientras alzaba las manos en alto, intentando sujetar algo que parecía escabullirse entre el propio aire de la habitación.

Y lo que se fugaba de sus manos era mi amiga, era Alessa.

Su cuerpo se convertía en un cúmulo de polvo fino y dorado, que desaparecía entre las manos de Derek a una velocidad terrorífica. Antes de que la nube de ceniza alcanzara la cabeza de mi amiga, sus ojos se centraron en los míos y me marcaron para siempre.

Una mirada llena de pavor que se transformó en polvo y que Derek despidió con un grito agónico.

2

Rhiannon

Mi garganta ardía por las ganas que tenía de llorar, la adrenalina fue lo único que hizo que no me derrumbara y corriera hacia Idris, que seguía tumbado en el suelo de la habitación.

—¿Qué…? —No me veía capaz ni de articular palabra.

Derek continuaba de rodillas, pero sus manos habían caído sobre sus piernas y tenía la mirada perdida, mirando la estancia con casi más desconcierto que yo.

Alessa había muerto.

Idris no se despertaba.

—Idris, joder. —Zarandeé a mi amigo con fuerza, había muchísima sangre en su cuerpo y desconocía si era suya o de otra persona, pero él no se movía—. Despierta, imbécil.

Mi sensación de adrenalina era prácticamente eléctrica y sabía que mis palabras salían de la boca como si fueran susurros desesperados, pero no podía poner mi atención en nada más que en intentar entender qué había pasado.

Derek no reaccionaba, Idris no despertaba y, ¡joder!, ¿dónde estaba Daphne? ¿Y Briana?

Alessa estaba muerta. Su cuerpo se había convertido en polvo.

Tal vez Hunter había encontrado a los demás y podríamos marcharnos, reunirnos y abandonar ese infierno.

Pero recordé a Wade y comprendí que eso era una mera fantasía. Teníamos que ser rápidos o acabaríamos todos encerrados y esta vez no habría nadie que viniera a rescatarnos.

Estábamos solos.

Solos como Alessa.

Muerta en una tierra extraña.

Alessa estaba muerta.

Su cuerpo se había convertido en polvo. El cuerpo de mi amiga ya no se encontraba conmigo.

Todos estos pensamientos recorrían mi cerebro como una sombra que pesaba sobre mí. Nunca, ni cuando me presenté voluntaria a aquellas malditas pruebas, me había sentido tan abrumada y asustada.

En Trefhard me habían enseñado a luchar pasara lo que pasase y a ser una guerrera, incluso cuando no tuviera fuerzas para respirar. Sabía que se lo debía a ellos, a los rebeldes que me criaron; a los amigos que hice en mitad de esta guerra por la libertad del Pueblo.

Le debía a Alessa luchar cuando ella no estuviera.

—Derek, vamos a salir de aquí.

Él no respondía.

—Derek, hay que salir. —Aparté una mano de Idris y la posé en el hombro del príncipe—. Tenemos que irnos, ya.

Mi corazón se movía más rápido que mi cabeza, no me veía capaz de estructurar mis pensamientos. Iba a vomitar, desmayarme, o simplemente a matar a todos los malditos vampiros con mis propias manos. No sabía, no sabía nada. Estaba tan abrumada que lo único que percibía en mí era la sed de muerte que me llenaba de ira.

Habíamos perdido a Alessa.

Derek se giró para mirarme despacio, como si fuera la primera vez en toda su vida que escuchara mi voz. Sus ojos manifestaban la mayor tristeza que había visto jamás.

—Escúchame —susurré, me dolía tanto la garganta de reprimir las lágrimas que aquella palabra salió en un susurro—. Ayúdame a despertar a Idris, nos reunimos con Hunter, buscamos a Daphne y a Briana, y nos vamos. —Miré con la mayor tranquilidad que pude al príncipe, que parecía centrar sus ojos en mí como si no entendiera ni una sola palabra de lo que estaba diciendo—. ¿Vale? Podemos hacerlo. —Intentaba mostrarme calmada para transmitírselo al príncipe, pero mis ganas de gritarle que reaccionara aumentaban por segundos.

Derek asintió y sentí un pequeño rayo de esperanza. Dios mío, su mirada estaba tan perdida, estaba tan triste…

Me acerqué a la boca de Idris con el estómago convertido en un nudo que parecía comerme por dentro. Contuve la respiración para no hacer el más mínimo ruido, esperando notar alguna señal de que Idris seguía con vida.

Y así fue.

Un soplo casi indetectable, pero lo suficientemente fuerte como para darme esperanza.

—Está vivo. —Miré a Derek. Él me respondió asintiendo, de nuevo, sin decir nada más. Estaba en shock y eso solo significaba una cosa: este rescate dependía de mí. Nadie estaba en condiciones de ayudarme salvo Hunter, al que hacía tiempo que había perdido de vista.

Revisé lo más rápido que pude si Idris tenía alguna herida que hubiera provocado toda esa sangre debajo de su camisa.

«Venga, Rhiannon», me repetí a mí misma. Debía tener la mente fría, demostrarme que tantos años de preparación servían para algo.

—Serán despreciables —gruñí al ver el torso de mi amigo.

Su pecho estaba repleto de sangre, pero debajo de los restos secos se podía ver con claridad que las heridas tenían forma de boca. Los malditos vampiros los habían acribillado a mordiscos.

Alguna de esas heridas sangraba más que las demás, y recordé que Alessa me explicó la forma en la que había que presionar una lesión abierta para que dejara de sangrar.

Mi amiga Alessa, que ya no estaba.

Mi corazón latió más fuerte aún al pensar en ella, pero ahora no podía permitírmelo. Debía sacar a mis amigos de aquí como habría hecho ella.

—¿Dónde estáis?

Wade.

Su voz retumbó por el castillo y sentí cómo me quedaba sin aire.

Teníamos que huir lo antes posible.

—Derek, ¿dónde está Daphne? ¿Y Briana?

—No lo sé. Nos separaron, nos torturaron… Nos…

—Vale. —Su voz salía a trompicones, como si no fuera capaz de ordenar todo lo que pasaba por su mente—. ¿Están solas?

—Briana está muerta.

Escupió las palabras mientras me buscaba con la mirada perdida. Habían matado a Briana y sentí tantas cosas en ese momento que no pude ponerlas en palabras. La muerte estaba demasiado cerca dentro de aquel castillo.

—¿Daphne está bien?

—No lo sé. Se la llevaron esta mañana —respondió en un susurro.

Joder. Iban a pagar por esto, juré por mi vida que los mataría a todos.

Intenté calcular lo grande que era la estancia, buscaba por dónde salir antes de que Wade nos encontrara. La habitación tenía dos ventanas minúsculas con unos barrotes de color ocre, además de una mesa de madera y un par de cuadros en la pared. Ni siquiera parecía que estuviera amueblada del todo.

—Está viniendo Wade, debemos irnos ya. —Miré a Derek con desesperación, parecía estar más receptivo—. ¿Sabes por dónde podemos salir sin que nos encuentren?

—No nos dejaron ver el castillo, lo único que recuerdo fue lo que vi antes de que todo estallara, antes del baile.

—¿Qué baile? —Negué con la cabeza en cuanto hice la pregunta. Ya habría tiempo de explicaciones—. Entonces no sabemos nada, vale.

Traté de inspirar hondo, pero unos ruidos del pasillo interrumpieron mi respiración.

—Habrá que salir por la puerta principal, entonces —concluí—. Coge a Idris, vamos a…

Antes de que terminara la frase, la puerta de la habitación se abrió de par en par.

3

Rhiannon

—Mierda, Hunter, qué susto me has dado —exhalé en cuanto vi al joven rubio abrir la puerta de la habitación.

Se quedó unos segundos en shock mientras veía el panorama.

—Luego te explico —dije, respondiendo a su mirada confusa—. ¿Daphne?

—Viene hacia aquí. Estaba maniatada en una de las habitaciones, dijo que tenía que encargarse de algo —susurró, y sus ojos parecían buscar a alguien con desesperación. No fue difícil deducir a quién—. ¿Alessa dónde está?

La pregunta salió de sus labios como un suspiro desesperado.

—Escapó. Está en los bosques que rodean Famwed —mentí, mirándolo a los ojos y mordiéndome el labio para no llorar.

Si me mintieran de esa forma, el enfado sería tal que no podría perdonarlo jamás. Pero conocía a Hunter, sabía lo mucho que apreciaba a Alessa y que, si se enteraba de lo ocurrido, no sería capaz de levantar cabeza. Y yo no podía permitirme tirar de otra persona más, así que no me arrepentí en absoluto.

Fue necesario, la mentira nos salvaría a todos porque él estaría receptivo y podría ayudarme a escapar de aquí; o al menos eso me repetía a mí misma.

Hunter no dudó de mí, simplemente asintió y se acercó con un par de zancadas. No se imaginaba que yo fuera capaz de mentirle con algo así, pero tuve que hacerlo. Debía mentir para salvarnos; y Alessa habría querido que tomara esta decisión.

Hunter clavó su vista en Derek, que ni siquiera se atrevió a revelar que lo que había contado de nuestra amiga era falso.

—¿Qué hacemos?

—¿Has visto a Wade? —pregunté.

—No tengo ni idea de dónde está. Este sitio es escalofriante. Cuando corrí hacia el otro lado del pasillo no vi ni un alma —respondió, estaba fatigado y las palabras salían de su boca entrecortadas—. Ni siquiera cuando volví hacia donde estabas tú lo vi, y se suponía que subía las escaleras tras nosotros.

La puerta volvió a abrirse de golpe y Daphne se apoyó fatigada en el marco de la puerta.

—¿Estáis todos bien? —dijo la ninfa. Los tulipanes de su pelo estaban marchitos y a través de su abundante melena se dejaba ver algo de sangre salpicada en su camisa—. ¿Rhiannon?

—Estamos bien, sí —respondí, aliviada al verla—. ¿Qué has hecho?

—Quería comprobar si con magia ninfea podríamos salir de aquí, pero los exteriores de las ventanas parecen estar bloqueados, es imposible. —Centró la vista en Derek, que continuaba de rodillas y no le devolvía la mirada a Daphne—. Como en tu torre, es imposible romper el embrujo.

—¿Qué embrujo? —pregunté.

—Quisimos escapar con dithio, pero parece que la magia de todos está bloqueada dentro de los muros de este castillo —respondió Daphne mientras entraba en la sala y dejaba atrás el pasillo.

—Nos está permitiendo reunirnos —susurré—. Joder, todo esto pinta muy mal.

En cuanto crucé el primer vistazo con el vampiro, supe que era un guerrero experimentado y un gran estratega. Tenía la mirada de alguien que ha vivido mil batallas, que ha presenciado sufrimiento y también que lo ha provocado. No tenía duda de, que estando en su castillo, él iba varios pasos por delante de nosotros siempre.

—La única salida viable es la de la puerta principal. —Derek intervino, aunque todavía no fijaba los ojos en algo en concreto y Hunter frunció el ceño al ver al príncipe así. Recé para que no indagara en ello—. Nada más. Alessa… —Su voz se quebró al decir su nombre, e hizo una pequeña pausa—. Alessa creía que los vampiros nunca salían del terreno del castillo y que las dimensiones eran tan grandes que simplemente subsistían aquí.

Procesé sus palabras mirando alrededor de la habitación. ¿Cómo se suponía que íbamos a huir si, con toda probabilidad, los vampiros estaban escondidos esperando a que hiciéramos el primer intento?

—¿Y si acudimos a Dybria otra vez? Como cuando escapamos de la torre —sugirió Daphne.

—Ya lo habéis hecho, nos llamasteis y Dybria nos lo hizo llegar, ¿no? —Mi pregunta fue retórica; asumí que eran ellos los que pidieron auxilio.

—No. —Negó Derek con la cabeza—. Yo no hice nada.

—Fue Alessa.

Idris había despertado.

—Joder, Idris —exhalé. Él se incorporó con la mano en el torso—. ¿Estás…?

—Estoy jodido. ¿No me has visto? —musitó ladeando una sonrisa—. Estos vampiritos casi acaban conmigo.

—Casi —susurré—. Pero no lo han hecho. Luego hablamos de todo, pero por ahora hay que salir. ¿Dices que Alessa nos llamó?

—Sí. No quiso que nadie se enterara para que, en caso de que nos pillaran a todos, cayera solo bajo su conciencia —dijo él. A medida que se explicaba, aunque intentara mantener la cara lo más serena posible, fruncía el ceño por el dolor—. Yo la vi afirmar algo hacia la ventana y me pidió que no dijera nada.

Cuando relató aquella historia, para Derek y para mí fue como si nos cayera un jarro de agua fría. Tenía la sensación de que Idris tampoco era consciente de lo que había ocurrido, por la forma en la que hablaba de ella, sin el dolor que sabía que albergaban el corazón de Derek y el mío. Hunter, mientras tanto, se giró para explicarle a Daphne dónde estaba Alessa.

Pero ella ni se inmutó. Sabía lo que había pasado, estaba segura.

—Vamos a dejarnos de cháchara —susurré—. Y vamos a matar a Wade.

—No podemos.

La frase de Derek me pilló por sorpresa.

—Supondría condenar Dybria. —Derek se incorporó—. Si matamos al líder de Famwed, los demás vampiros, que no deben nada a ninguna de las otras ciudades de Dybria, proclamarían oficialmente la guerra.

—Ya estamos en guerra.

—Todavía no —me respondió él—. Lo estaremos, pero no podemos ser incautos. Condenaríamos al Pueblo.

—¿Y cómo vamos a salir de este castillo sin matar a quien nos retiene? —Alcé algo la voz. Derek podía tener razón, pero su plan era utópico. No podíamos salir con vida de ese sitio sin llevarnos a aquel chupasangre por delante.

—Tiene razón Derek, no podemos sentenciar Dybria de esa forma. Los vampiros acabarían con todo el Pueblo en cuestión de horas —argumentó Daphne.

Respiré hondo por unos segundos. Debía concentrarme, demostrar la guerrera que era e intentar pensar con la mente fría, pero la sed de venganza me corría por las venas.

Amaba este reino con todo mi ser y moriría en una batalla por él sin dudarlo, pero me costaba quitarme de la cabeza la idea de acabar con quien había condenado a mis amigos. Me estremecí al ser consciente de que era la primera vez en mi vida que el miedo de perder a alguien era mayor a cualquier otra emoción que pudiera estar sintiendo.

Yo antes no era así.

—Vale. Pero en el campo de batalla lo mataré —respondí—. No podemos quedarnos agazapados en esta habitación siempre. Es evidente que saben que estamos aquí, y tenemos que salir en algún momento —continué—. ¿Puedes caminar? —pregunté mirando a Idris. Aunque hizo amago de levantarse, negó con la cabeza a la vez que un borbotón de sangre salió de alguna de sus heridas y manchó más su camiseta—. Tenemos que salir de aquí ya.

Hunter y yo hicimos contacto visual en cuanto me levanté del suelo. Me miraba con pena, como si sintiera lástima por mí; algo que no entendí en absoluto.

Derek sujetó a Idris como pudo y lo llevó hacia la puerta. Hunter me siguió mientras yo me asomaba despacio al pasillo.

—A por los vampiritos —susurró Idris. Hunter respondió moviendo el cuello hacia los lados, como si estuviera calentando antes de la batalla.

Nada.

Totalmente vacío y silencioso.

Hice una señal a los demás para que me siguieran. Hunter y yo liderábamos el grupo y, detrás, Derek intentaba tirar de Idris con todas sus fuerzas, que caminaba con gran dificultad. Daphne vigilaba a nuestras espaldas.

Pero no había ni un solo ruido que nos indicara que estábamos en peligro, y eso no hacía más que asustarme. El silencio era asfixiante porque en cada giro que dábamos temíamos encontrarnos con algún enemigo preparado para sorprendernos, y ese ataque no se producía nunca.

Hasta que llegamos a las escaleras que daban al piso de abajo, y comprendí por qué no nos habían atacado hasta entonces.

Wade charlaba animadamente con otros dos vampiros que, cruzados de brazos, parecían estar totalmente desinteresados en nuestro intento de fuga. Uno de ellos levantó la cabeza.

—Ya estáis aquí. —Wade sonrió—. Estabais tardando.

¿A qué estaban jugando? Había entrenado decenas de estrategias para todo tipo de enfrentamientos, incluso en el Pueblo los rebeldes me enseñaron a reaccionar a diferentes comportamientos que podía tener el enemigo cuando se diera una situación de conflicto; pero nunca pensé en la opción de que mi atacante estuviera tan tranquilo, apático.

—¿De repente no sabéis hablar? —Wade pasó su mirada por cada uno de nosotros—. Espera, ¿y mi favorita de todas?

Se refería a Alessa y yo quise matarlo por la suciedad que emanaban sus palabras.

—Lejos de ti, cerdo —dije.

Visualicé su cabeza rodando por el suelo.

Wade negó con un gesto mientras sonreía, altivo y con la espalda erguida mostrando seguridad. Los otros dos vampiros imitaban la actitud soberbia de su líder. La única mujer tenía el cabello negro azabache y la piel pálida como un invierno nevado en Trefhard y mi mente viajó a Alessa. Era igual de hermosa que ella, pero con una mirada letal de color carmesí que distaba mucho de la bondad que desprendía mi amiga.

El otro varón, sin embargo, no se parecía a ningún hombre que hubiera conocido nunca. Era impresionantemente alto y eso le daba un aire de superioridad casi divino, sobrehumano. Su piel era pálida como la de su compañera, el pelo rizado le caía sobre la frente y la forma en la que se frotaba las manos con delicadeza era casi hipnótica, pero lo que me quitó el habla fueron sus ojos verdes esmeralda. Nada de ojos rojos, la letalidad de su mirada era del color del jade.

—¿No queréis iros de aquí? Bajad. —El tono del vampiro de ojos esmeralda fue inquisidor.

—Seirian, no seas ansioso —Wade rio—, que bajen cuando quieran.

—¿A qué se supone que juegas? Eres un miserable —gruñí.

—Tienes casi tanto carácter como mi princesa Alessa —respondió—. No juego a nada. Si queréis iros, ahí tenéis la puerta.

Wade estiró su mano señalando hacia la gigantesca puerta de estilo gótico que nos separaba de la libertad. ¿Qué significaba esta actitud? Estaba claro que no nos iban a dejar salir con esa facilidad.

—Bajad —canturreó la otra vampiresa—, bajad.

Noté la mano de Hunter apoyarse en mi espalda para después acercarse con delicadeza a mi oído y susurrarme la pregunta que no salía de mi cabeza: «¿Qué coño hacemos?».

No tenía ni idea.

Alessa era la de los planes, no yo.

Alessa era la líder, no yo.

Y el maldito príncipe estaba tan bloqueado que hasta eché de menos su soberbia al querer imponer que siguiéramos uno de sus planes descerebrados.

Los únicos armados éramos Hunter y yo, y no nos sobraban espadas para cederles a los demás. Todo iba a depender de nosotros.

—Podéis bajar, claro que sí —continuó Wade—. Pero solo escapa de Famwed quien pasa por encima del cadáver de su gobernante. —Hizo una pequeña pausa—. Es decir, de mí.

Pronunció esas últimas palabras con una tranquilidad escalofriante. Sabía que estábamos en su territorio y para escapar habría que matar ni más ni menos que a tres vampiros entrenados.

Me giré a mirar a Derek, que negó con la cabeza mientras sus ojos continuaban emanando una ausencia de vida escalofriante. No quería que matáramos a Wade, pero no lograríamos salir de otra forma.

—Tarea sencillita —intervino Idris.

Derek dio un paso al frente y me agarró del brazo.

—Rhiannon —gruñó—. No podemos matarlo. No podemos. Tenemos que evitarlo mientras sea posible.

—Derek…

Las diferentes opciones pasaban por mi cabeza como un torbellino. Ninguna opción resultaba aceptable.

—Condenaríamos Dybria. —Parpadeaba rápido como si estuviera intentando serenarse—. Rhiannon, no podemos matar a Wade, hay que evitarlo a toda costa.

—Tenemos que escapar de aquí.

—¿Qué discutís? —preguntó Wade en alto—, no quiero esforzarme en leeros el pensamiento ahora.

Miré hacia abajo mientras Derek continuaba apretando mi brazo con agresividad.

—Si para escapar de aquí hay que acabar con Wade, tendremos que matarlo —susurré mientras giraba mi cabeza hacia el príncipe—. No podemos hacer otra cosa.

Derek exhaló con frustración, cerró los ojos despacio y musitó:

—Lo sé. Pero ojalá tuviéramos otra opción.

Ojalá tuviésemos opción, pero rara vez en una guerra existían alternativas a la muerte.

—Ya sabéis lo que tenemos que hacer —dije lo suficientemente alto como para que mis amigos y los vampiros me escucharan.

A Wade se le dibujó una sonrisa.

Y yo corrí espada en mano hacia Wade.

4

Nunca había sentido un aturdimiento igual.

«No te vayas. Por favor, Alessa. Quédate a mi lado».

La voz de Derek atravesó mi cabeza como un relámpago que me erizó la piel, todavía con los ojos cerrados y un dolor de cabeza punzante.

¿Por qué me decía eso?

«No te mueras. No puedes morir, joder. No puedo perderte».

El recuerdo de su voz era tan vívido que por un instante dudé si estaba viviéndolo otra vez. Me asusté al ser consciente de que no me acordaba de por qué me dijo eso. ¿Me había sacrificado? ¿Estaba muerta?

«Dybria te necesita. Yo te necesito. No te vayas».

Apoyé ambas manos en las sienes y cerré con más fuerza los ojos. Esas palabras resonaban en mi cabeza y, cuanto más tiempo pasaban en ella, más daño me hacían. Intentaba razonar con toda mi atención el porqué de esa despedida, por qué Derek me suplicaba que me quedara a su lado cuando a mí jamás se me ocurriría irme…

O sí.

Al principio, tan solo vi una rendija de luz a través de mis pestañas y un zumbido intenso acompañó mi intento de abrir los ojos por completo, pero el dolor que comencé a sentir en mi corazón me recordó por qué Derek me decía que me necesitaba.

Me recordó por qué me alejé de él.

Respiré hondo. La desorientación que sentía no era comparable con nada de lo que hubiera experimentado antes, prácticamente letal y tan dolorosa como saber que yo misma había provocado esa situación.

Aunque al principio mi mundo se hubiera vuelto una neblina densa que me protegía de los recuerdos, tuve que enfrentarme a las consecuencias de mis actos y comprobar si mi plan había funcionado o si, por lo contrario, había ocurrido lo más probable: que estuviese muerta.

Pero tenía pensamientos. ¿De verdad estaba muerta? Tal vez después de la muerte sientes esto, una profunda desorientación, dolor de cabeza y, lo más terrible de todo, la sensación de haberte alejado de quien más quieres por una decisión estúpida.

—Joder —murmuré, frustrada.

Luché por enfocar la mirada, ya con los ojos abiertos y con las manos todavía presionándome las sienes. De alguna forma me pareció que aquello podía serenarme y ayudarme a recordar mi cometido.

«Eres Alessa Lennox, hiraia», me concentré en pensar. No podía olvidarme de quién era. «Ni que fuera un dithio», recordé la horrible sensación de la primera vez que realicé aquel viaje mágico cuando llegué a Dybria.

Entonces, mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la luz y el dolor de cabeza cesó progresivamente, mientras empezaba a distinguir poco a poco lo que me rodeaba.

Un techo blanco y liso.

Fui consciente de dónde estaba mi cuerpo y toqué con mis propias manos un suelo de madera, así que, sin levantarme, giré el cuello hacia la derecha con la intención de seguir enfocando la mirada poco a poco.

—Eres Alessa Lennox, hiraia —susurré—. Ciudadana de Dybria —repetí. No podía olvidarme de todo lo que había vivido y sentido allí.

Me incorporé despacio, observando la estancia con atención. Vi un escritorio blanco y unos libros apoyados con cuidado, unas fotos en la pared que rodeaban una cama individual y alguna que otra prenda de ropa que se asomaba por el hueco del armario entreabierto.

Pero me puse a llorar como una niña pequeña en cuanto vi el lugar en el que tantas veces había soñado con la que se había convertido en mi realidad.

Un rayo de luz alumbraba con timidez el terciopelo del sofá que daba a la ventana, rodeada por un marco blanco. Justo encima estaba mi libro de Orgullo y prejuicio, en el mismo lugar donde lo dejé antes de irme para siempre.

Para siempre. Eso pensaba yo.

Me acerqué con cuidado al sofá y toqué el libro con mis propios dedos, con la terrible sensación de estar tocando algo que no me pertenecía, aunque yo misma hubiera devorado cada página hacía unos meses. El parquecito seguía igual de vacío, pero sin hojas caducas que cubrieran el suelo y decoraran las vistas que veía mientras leía infinidades de libros. Sentí una tristeza profunda al recordar todo por lo que había pasado hasta llegar a sentirme tan ajena a la que fue mi vida durante veintiún años. ¿Cómo esperaba sentirme mejor si había encontrado mi felicidad en un reino en guerra?

Pero yo no era la misma persona que cuando fui a Dybria por primera vez y sentirme una extraña en mi propia casa me retorcía las entrañas. ¿Cómo podría asumir que me había ido del lugar con el que siempre había soñado? ¿Que cada vez que leyera una historia de fantasía iba a pensar en que yo misma había rechazado poder vivir algo así?

Miré mi habitación una y otra vez con la certeza de que, después de haber estado en Dybria, esta realidad no iba a llenarme.

—Merecerá la pena —susurré, intentando convencerme. Irme había sido mi decisión, no podía ser una cobarde. Debía seguir con el plan. Cumplir mi objetivo.

Caminé por mi piso como si lo hiciera por territorio enemigo, alerta por si detrás de cada esquina me encontraba con alguien que pudiera atacarme como ocurría en Dybria constantemente. Pero allí no corría peligro, ¿no? Eso intentaba repetirme para poder salir del apartamento y continuar con mi cometido sin sacar mi espada.

Joder, mi espada.

Corrí de vuelta a la habitación. Debía de estar en el suelo y ni siquiera me había dado cuenta al despertar.

Pero no. Miré debajo de la cama, junto al sofá, e incluso abrí los armarios planteándome la posibilidad de que el viaje hubiera dejado la espada lejos de mí; pero no había ni rastro de mi arma élfica.

Era absurdo sentir conexión con un arma, en parte sabía que aquella espada era lo que me unía a Dybria, aunque no tuviera dónde usarla. Necesitaba tener algo que me recordara al reino y a él, algo físico y material que pudiera tocar para no volverme loca en este mundo.

—Alessa Lennox. Hiraia —susurré cuando mis ojos se toparon con mi reflejo en el espejo del armario que acababa de abrir para buscar mi arma. Así es como me definieron el día de la primera prueba y así es como me vi en aquel reflejo.

Toqué con cuidado mis ojeras, las pequeñas cicatrices que se me habían quedado en las mejillas a causa de los golpes de Rhawsin, los labios secos y llenos de heridas por mordérmelos una y otra vez. No veía solo a una hiraia, veía a una guerrera.

La Alessa que estudiaba Medicina no estaba y algo dentro de mí se rompió al darme cuenta de que nunca volvería. Continuaba mirando mi reflejo mientras recorrí todo mi cuerpo con las yemas de mis dedos, reconociendo la nueva versión de mí que había vuelto a donde todo empezó. Mi inocencia y bondad genuina habían desaparecido con cada latigazo que Stephan me propinó en la espalda y en cada muerte a sangre fría que tuve que provocar para sobrevivir.

El reflejo era el de una hiraia por mucho que me encontrara lejos

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