El guerrero a la sombra del cerezo

David B. Gil

Fragmento

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SOBRE EL CONTEXTO HISTÓRICO

 

 

 

 

 

Este relato tiene lugar a comienzos del periodo Edo en Japón, principios del siglo XVII según el calendario gregoriano. El país dejaba atrás la era Sengoku (literalmente, «estados en guerra»), colofón a los dos siglos más convulsos de la historia de Japón, durante los cuales los señores feudales (daimios) habían combatido de forma incesante por la supremacía militar sin que ninguno lograra imponerse.

La sociedad japonesa de la época estaba estrictamente dividida en castas impermeables según el sistema confuciano, encontrándose en la cúspide de dicha jerarquía la casta samurái, compuesta por guerreros que vivían asalariados por la nobleza feudal. La relación entre un samurái y su señor no se podía entender como la de un mercenario con su pagador, ya que era habitual que una familia de samuráis sirviera a un mismo clan durante generaciones. De este modo, el correcto samurái se regía por un código de conducta no escrito que, en teoría, anteponía el servicio a su señor y el giri («deber») a su propia vida. En la práctica, no obstante, estas relaciones de fidelidad se sustentaban principalmente en la tradición, los intereses políticos y el complejo sistema de propiedad de las tierras.

El papel de los samuráis en la sociedad iba más allá del ámbito militar: coparon todos los puestos de responsabilidad e impusieron al conjunto de la población su sistema de valores —sumisión ante el superior, discreción, consagración a las obligaciones…—, de modo que se convirtieron en el principal aglutinante social y factor de orden. Debe tenerse en cuenta que, en el Japón premoderno, no existía un ordenamiento jurídico basado en normas escritas, por lo que era la casta guerrera la que se encargaba de impartir justicia e imponer la paz en el día a día, siempre en función de su rígido código de conducta.

Esta posición preponderante en la vida política y social se consolidó durante el periodo Sengoku (1477-1573), con un país azotado por las guerras civiles y un mikado (emperador) que carecía de cualquier poder fáctico. Aunque la corte siempre había permanecido en Kioto, hacía siglos que el poder se lo disputaban los grandes daimios, que solo veían la capital imperial como una última conquista simbólica para corroborar su soberanía. Fue una etapa cruel y sangrienta de la historia de Japón, que vivió fraccionado en cientos de feudos sin un gobierno central y prácticamente aislado del resto del mundo.

Este periodo de guerras intestinas toca a su fin con la aparición de Nobunaga Oda, el primero de los tres grandes reunificadores. Nobunaga congrega bajo su mando un poderoso ejército y emprende desde el este la descomunal tarea de someter a todos los feudos bajo un solo poder; sin embargo, en 1582 es traicionado por uno de sus generales. Le sucede en sus aspiraciones Hideyoshi Toyotomi, su mano derecha, considerado por la historia el segundo gran unificador de la nación. Toyotomi era un samurái de bajo rango que escaló en la cadena de mando de Nobunaga gracias a su astucia para la estrategia militar y política. En 1590 parece completar la tarea iniciada por su señor; sin embargo, su baja extracción social le impide obtener el título de shogún, de gran peso simbólico y concedido por el mikado a aquel que conseguía erigirse como soberano militar, de tal modo que debió adoptar el título menor de taiko o kanpaku.

A la muerte de Toyotomi se desatan nuevos enfrentamientos entre los antiguos generales de Nobunaga Oda, que vuelven a disputarse el poder. El país se polariza y comienza una cruenta guerra en la que los daimios se reúnen en torno a dos grandes líderes: Mitsunari Ishida —leal a la familia Toyotomi y valido de Hideyori Toyotomi, hijo del difunto Hideyoshi—, e Ieyasu Tokugawa —líder del Ejército del Este—. La victoria se dirime en la mítica batalla de Sekigahara (21 de octubre de 1600), una extensa llanura en la actual prefectura de Gifu en la que se enfrentaron cerca de 200.000 hombres. Finalmente, Ieyasu Tokugawa, tercer gran reunificador de Japón, se hace con la victoria y, tres años después, se proclama shogún.

El shogunato Tokugawa, también conocido como período Edo al trasladarse a esta ciudad (actual Tokio) la capital del país, es el tercer y último shogunato de la historia de Japón, después del Kamakura (1185-1333) y el Ashikaga (1336-1573). Duró más de dos siglos y medio, durante los cuales Japón conoció su periodo más largo de paz. Es en los albores de esta era cuando se desarrolla la siguiente historia.

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DESPEDIDAS

 

PARTE

 

1

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Prólogo

Una piedra contra un estanque sereno

 

 

 

Los cascos batían la tierra levantando barro y gravilla a su paso. Sobre su cabeza, la tormenta iluminaba el cielo nocturno para, al instante, estremecer el suelo bajo sus pies. Viento y lluvia le mordían el rostro mientras cabalgaba contra su propia desdicha. «¡Ryaaaa, ryaaaaa!» gritó a la yegua, que compartía la mirada desquiciada del jinete.

Kenzaburō Arima se esforzaba por controlar al animal valiéndose de sus piernas y de la única mano con la que sostenía las riendas, con la otra abrazaba al niño que se aferraba a él con desespero, la mejilla aplastada contra el ensangrentado peto de la armadura. Aquella criatura de apenas nueve años era Seizō Ikeda, probablemente el último superviviente de la familia Ikeda una vez amaneciera y, por tanto, su señor. Su absoluta prioridad era ponerlo a salvo, protegerlo con su vida. Kenzaburō estrec

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