Versos tradicionales para cebollitas

Fragmento

9
p9

Queridos chicos:

Ustedes reciben distintos apodos según la región del planeta y el tiempo en que les toque vivir. Así por ejemplo, en España son los peques, en el Uruguay, los botijas, en el Noroeste argentino, los changos. Hace tiempo, en el lenguaje popular de Buenos Aires solían llamarlos cebollitas, y ese me pareció un lindo sobrenombre.

Pues bien, queridos cebollitas, cuando ustedes dicen:

El burrito del teniente

lleva carga y no la siente,

o

Vigilante,

barriga picante,

están “haciendo folclore”. Porque repiten unos versos que vaya a saber quién inventó, y que han heredado de sus mayores. Versos, dichos y refranes que

p10

chicos y grandes recuerdan, no por obligación, sino por costumbre y por juego.

Muchos de los versos de este libro no fueron creados especialmente para ustedes, pero yo espigué los que supuse que podían gustarles. Como algunos tratan temas históricos, religiosos o un poquito difíciles, creo que este libro está destinado a los escolares y no a los más chiquitos.

Esta poesía es de ustedes, no solo para ustedes. Es propiedad de todos los chicos de Hispano-américa, como las flores del campo que no tienen guardián. Ustedes son sus herederos y custodios.

p11

Si algún día los chicos no cantaran más La farolera o Mambrú (que no figuran aquí por demasiado conocidos) sería tan triste como que todos los grillos se callaran o las luciérnagas apagaran para siempre sus farolitos.

Estos versos quieren ir a la escuela, pero sobre todo quieren meterse en el corazón de los chicos. Y en el de los padres, para que se los digan o canten a sus hijos.

Si no sabemos quiénes escribieron estos versos, sabemos, eso sí, quiénes se ocuparon de juntarlos y publicarlos para que no se perdieran en el olvido.

p12

 

Estos recopiladores, hombres y mujeres estudiosos y, lo que es más importante, enamorados del canto rústico de nuestro pueblo, agruparon por temas las coplas sueltas y los fragmentos de poesías que se contaban en las largas noches de campo. Esta agrupación es un tanto caprichosa en el sentido de que una serie de estrofas numeradas, como están aquí, no configuran una poesía, sino que solo son piezas sueltas de un gran rompecabezas ordenado para facilitar su clasificación. De modo que ustedes pueden ordenarlas y recordarlas de otra manera. Las bagualas y las vidalas, por ejemplo, no tienen una letra establecida como las canciones modernas, sino que el cantor elige las coplas que mejor recuerda en ese momento o las que mejor sirven a su estado de ánimo. Por ejemplo, cuando ande triste cantará:

Esta cajita que toco

tiene boca y sabe hablar.

Solo le faltan los ojos

para ayudarme a llorar...

Para armar este libro he recordado versos que oí en España y en el Noroeste argentino. Y también he consultado, entre otras, obras de Juan

p13

 

Alfonso Carrizo, Rafael Jijena Sánchez, Carlos Vega, Juan Draghi Lucero, Olga Fernández Latour, Guillermo A. Terrera, Bonifacio Gil, Dámaso Alonso, Eduardo M. Torner, Delia Travadelo, José Luis Lanuza, Horacio J. Becco, Manuel J. Castilla, Bernardo Canal Feijóo, Oreste de Lullo, Jorge W. Ábalos, Julio Aramburu, Germán Berdiales, Isabel Aretz, León Benarós y Andrés Fidalgo.

Todos ellos merecen nuestra gratitud por ayudarnos a conservar este tesoro.

M. E. W.

p14
p15

El viejo

Tomás Paredes

Para alegrar la reunión

con el permiso de ustedes,

les voy a contar el cuento

del viejo Tomás Paredes.

Hombre rico por demás

y de fortuna cerrada:

mucho campo, muchas vacas

y mucha plata enterrada.

Cuando quería comer

sus vacas no estaban buenas.

Para comer carne gorda

volteaba vacas ajenas.

Dormía de un solo ojo

para soñar más barato

y no salía a pasear

por no gastar los zapatos.

p16

Para lavarse la cara

esperaba que lloviera

y escribía sus apuntes

en unas hojas de higuera.

Fumaba piola picada

y hacía vino de tomate

y en unos botines viejos

este hombre tomaba mate.

Montaba desde una silla

por conservar los estribos

y una vez perdió un dinero

por no entregar el recibo.

Al final en un arroyo,

pues no quería dar nada,

por no dar un grito fuerte

lo llevó la correntada.

p17

Un cazador

Un cazador, cazando,

perdió el pañuelo,

y después lo llevaba

la liebre al cuello.

El perro, al alcanzarla,

se lo arrebata

y con él se hace el nudo

de la corbata.

Al cazador, la liebre,

muerta de risa,

le quita la escopeta

y la camisa.

El cazador se queda,

ay, qué pirueta,

sin camisa, sin moño,

sin escopeta.

p18

Un, don, din

Un, don, din,

de la poli poli tana.

Un cañón

que pasaba por España.

—Niña, ven aquí.

—No me da la gana.

Un, don, din,

de la poli poli tana.

p19

El burro enfermo

A mi burro, a mi burro

le duele la cabeza.

El médico le ha puesto

una corbata negra.

A mi burro, a mi burro

le duele la garganta.

El médico le ha puesto

una corbata blanca.

A mi burro, a mi burro

le duelen las orejas.

El médico le ha puesto

una gorrita negra.

A mi burro, a mi burro

le duelen las pezuñas.

El médico le ha puesto

emplasto de lechugas.

p20

A mi burro, a mi burro

le duele el corazón.

El médico le ha d

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos