El camino del artista para padres

Julia Cameron

Fragmento

IntroducciÓn

INTRODUCCIÓN

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Hace veinte años publiqué un libro titulado El camino del artista. Su premisa, que la creatividad es un asunto espiritual y que todos somos creativos, produjo un enorme eco en el público lector. Casi cuatro millones de personas compraron El camino del artista y trabajaron con sus herramientas. Cuando daba una clase, la gente se me acercaba para darme regalos.

“He estado usando sus herramientas y esto es lo que hice”, solían decirme al darme un libro, un CD o un DVD. Pero, con frecuencia, con los regalos se me hacía una petición: “Soy padre de familia. ¿Podría escribir un libro sobre la creatividad en los niños?”

“No”, me reía yo. “Si usted quiere que sus hijos sean creativos, practique usted mismo la creatividad. Los niños aprenden de todo lo que hacemos.”

Y, entonces, me enfrentaba a la decepción de quienes me lo solicitaban. En realidad creía que si ellos trabajaban el programa de El camino del artista, encontrarían maneras imaginativas e innovadoras de ser padres.

Pero tal vez mi respuesta era demasiado débil. Año tras año y petición tras petición, yo mostraba resistencia, pues creía que los niños ya son creativos de por sí, y sus padres podrían usar el texto básico de El camino del artista para liberarse ellos mismos de manera creativa y ponerle el ejemplo a sus hijos. ¿Pero qué pasaría con esos padres que no estuvieran familiarizados con El camino del artista? Los primeros años de la educación del niño no son necesariamente el mejor momento para que los padres, que ya están muy ocupados, se lancen en un programa intensivo para recuperar su propia creatividad. ¿Qué suposiciones hacía, yo misma, de acuerdo con la educación que me habían dado mis padres, que fue tan rica y motivante? Tal vez había lecciones que podría —y debería— enseñar.

Durante dos décadas, muchas personas, me han pedido que escribiera este libro.

Por tanto, ¿por qué ahora? Cuando mi propia hija se entrega a una nueva etapa como esposa y madre, de nuevo, me encuentro reconsiderando mi propia posición, deseando darle a mi hija un conjunto práctico de herramientas que pueda usar en los cuidados maternales. Quiero compartir con ella tanto las herramientas que he usado como las que mi madre, que era muy creativa, también usó en su momento.

Yo vengo de una familia de siete hijos. Cada uno de nosotros se gana la vida por medio de sus propios talentos. Mi hermana mayor, Connie es escritora, mi hermano Jaimie es músico, mi hermana Libby es pintora, mi hermano Christopher es músico y mi hermana Lorrie es escritora, también, como mi hermana menor, Pegi.

En lo que se refiere a mi madre, era una poeta a la que le gustaba la maternidad. Solía tener un enorme tablón de anuncios, donde pegaba nuestras obras de arte más recientes. Cada día de fiesta se destinaba a proyectos de arte temáticos. Hacíamos fantasmas y espectros para Halloween, copos de nieve para Navidad, tarjetas para el Día de San Valentín y huevos para Pascua. Todos trabajamos en nuestros proyectos sobre la gran mesa de roble del comedor. Los niños y las niñas por igual nos entregábamos a las artes manuales. Nuestra madre mostraba el fruto de nuestros esfuerzos sobre la pared a lo largo de la escalera en espiral. Ella nos enseñó el arte de recortar copos de nieve que pegábamos en todas las ventanas que teníamos.

En los días normales, nuestra madre también se aseguraba de que tuviéramos suficiente material artístico. Recuerdo, una vez, haber dibujado un caballo palomino encabritado, que mi padre enmarcó y colgó en el salón familiar. Entre los hermanos no había ninguna competencia. Se nos motivaba a todos a disfrutar de los talentos que cada uno teníamos. En este sentido, nuestros padres nos dieron un buen ejemplo, siempre mostrándose encantados con lo que producíamos.

De alguna manera, nuestros padres nunca nos transmitieron el mensaje de nuestra cultura: que es difícil hacer dinero siendo un artista, o que ser artista no era un “verdadero” trabajo. Nuestra creatividad se veía como un esfuerzo que siempre valía la pena. Cuando les contábamos nuestros sueños, nunca dijeron: “Oh, querida, ¿no crees que sería mejor tener algo con lo que puedes contar?” En lugar de eso, ellos apoyaron nuestras creencias de qué podríamos hacer y que, aun, podíamos ganarnos la vida con aquello que nos apasionaba.

En retrospectiva veo que mis padres eran inusuales, incluso radicales, en su posición férrea de apoyar nuestra creatividad. Sin importar las normas culturales, ellos ponían un gran valor (sin sentir que debieran disculparse por ello) en crear una cultura que apoyase una creatividad sana en casa. ¿Es acaso una coincidencia —o una sorpresa— que todos nosotros nos ganemos la vida con nuestros talentos creativos? ¿Esta educación es la que me ayudó a establecer los conceptos que luego articularía y desarrollaría en El camino del artista y en unos treinta libros más?

No soy una experta en la educación infantil. Soy una experta en creatividad. También soy madre de familia y he usado mi creatividad en mi propia experiencia con mi hija. Conforme crecía, ella me reflejaba mi creencia de que hay pocas cosas más inherentes, o más preciosas, en los niños que su propia creatividad. La creatividad es una tarea espiritual. Se nos ha encomendado el cuidado del alma de nuestros hijos tanto como de sus cuerpos. Hay —y siempre habrá— una gran selección de libros sobre la teoría del desarrollo infantil. El camino del artista para padres no es uno de ellos. Es un conjunto de herramientas, un apoyo y una guía espiritual.

En una cultura del “más”, ese “más” se aplica también a la educación infantil. Somos perfeccionistas y queremos que nuestros hijos sean perfectos. Nos obsesiona el resultado de nuestras acciones conforme nos situamos sobre ellos, tratando de ser los responsables de cada oportunidad que reciben, de cada conocimiento que adquieren y de cada exposición a la vida. Estamos preocupados por la educación universitaria de nuestro hijo que apenas gatea. Pensamos que, como padres, debemos ser muy serios. Pero eso ya lo somos más que suficientemente. Lo que nuestros niños necesitan es más bien una dosis de alegría. Debemos soltar nuestra obsesión por la perfección, por alcanzar la “maestría” en el arte de ser padres y, en lugar de eso, dejarnos explorar y disfrutar ese misterio.

Y, para ello, hay algunas herramientas; para los niños, una guía saludable y motivación para sus talentos creativos. Para los padres, acompañamiento, estructura, apoyo. Cada niño —y cada padre— es creativo. Para algunos de nosotros es más fácil ver la creatividad de nuestros hijos que la nuestra. Conforme vemos su apertura y sus múltiples posibilidades, también comenzamos a darnos cuenta de nuestro propio potencial. Ejercitar nuestra creatividad es un acto de fe, que nos conecta con un poder mayor. Cuando estamos dispuestos a explorar nuestros talentos creativos, nos damos la posibilidad tanto a nosotros como a nuestros hijos de conectarnos con una fuerza mayor y conectarnos más entre nosotros.

En este libro usaré la palabra “Dios”. Por favor, no dejen que la semántica les impida experimentar con los conceptos que se exponen aquí. Sin importar la manera como quieran llamarlo —la fuente, la fuerza, el universo, el tao—, hay un Algo benevolente mucho más grande que nosotros con lo que podemos establecer contacto. Podemos encontrar un camino espiritual sin importar nuestra educación religiosa, que para muchos de nosotros, puede estar ya un poco caduca. Al apoyar la creatividad de nuestros hijos también apoyamos su espiritualidad. Los padres y los hijos tienen relaciones independientes y directas con un poder superior; por ello, ambos siempre tienen acceso a una provisión espiritual sin límite, accesible para todos. Este libro ayudará tanto a los padres como a los hijos a acceder a esa fuente.

Cada niño tiene diferentes necesidades en momentos diferentes. Y, sin embargo, las mismas herramientas ofrecen constantemente distintas respuestas. Este libro se centra en conceptos universales que los padres pueden aplicar una y otra vez conforme sus hijos crecen. Funciona como un recordatorio amable de que todos somos seres espirituales con la creatividad grabada dentro de nuestro ADN. Dividido en doce capítulos, cada uno con un tema espiritual y ejercicios prácticos, El camino del artista para padres está dirigido a aquellas personas que tienen desde recién nacidos hasta niños de doce años. Nunca es demasiado pronto —o demasiado tarde— para alimentar la creatividad de los niños. Al trabajar con este libro, los padres pueden llenar sus depósitos creativos y acrecentar los de sus hijos, ofreciéndoles herramientas valiosas para emprender el viaje hacia la vida adulta.

Ser padres es una gran aventura. Los primeros años pueden ser uno de los capítulos más inspiradores de tu vida, abriéndote a un amor y un crecimiento que tal vez no hayas experimentado todavía. Al aprovechar estos primeros años para acceder a tu creatividad y a la de tus hijos, podrán amarse y crecer juntos. Despertar el sentido de curiosidad de tus hijos y su posibilidad de maravillarse también despertará la tuya. Ejercitar la creatividad —juntos y por separado— fortalece el vínculo entre padre e hijo. Arropado por el optimismo, tu hijo podrá dirigirse hacia una vida más expansiva y llena de aventuras.

LAS TRES HERRAMIENTAS BÁSICAS

El camino del artista para padres utiliza tres herramientas básicas: las páginas matutinas, las expediciones creativas y los momentos culminantes. Si se usan en conjunción unas con otras, estas herramientas te ayudarán a desarrollar un sentido de guía, de energía y de claridad, al explorar los múltiples impulsos creativos que estarán disponibles para ti y tus hijos. Usado de manera consistente, estas herramientas te proveerán un fundamento espiritual y un sentido constante de estructura y seguridad.

LAS PÁGINAS MATUTINAS: TRES PÁGINAS DE ESCRITURA MANUSCRITA DIARIA QUE EL PADRE REALIZA SOLO

El fundamento de la recuperación creativa —o de su descubrimiento— es lo que yo llamo las páginas matutinas. Cuando es la primera cosa que se hace, esta tarea destruye la negatividad al provocar una reacción, al dar claridad, confort, persuasión, y poder establecer prioridades y sincronía en el día que está frente a nosotros. A veces los padres sienten que han perdido el derecho a la privacía, pero de ninguna manera tiene que ser el caso. Las páginas matutinas son sólo para ti. Son un lugar seguro para respirar, reflexionar, planear estrategias y soñar. No existe ninguna manera incorrecta de realizar las páginas matutinas. Sólo tienes que escribir a mano —sí, a mano— esas tres páginas, sobre cualquier tema, y luego parar. No compartas tus páginas matutinas con nadie. Mis estudiantes rompen, queman, esconden o guardan bajo llave sus páginas. Incluso, a mí misma me gusta bromear que en mi testamento voy a poner: “Primero, deben incinerar las páginas matutinas. Luego pueden ocuparse del cuerpo”. Las páginas matutinas son una herramienta de apoyo portátil y privado para los padres. Ser padres es una experiencia emocional y tú tienes derecho a experimentar todos los sentimientos por los que atraviesas. Las páginas matutinas son un lugar seguro para procesar esos sentimientos, permitiéndote estar más presente en tu día y también con tu hijo.

“¡Pero, Julia!”, suelen exclamar mis estudiantes. “No tengo tiempo de levantarme y escribir antes de que me hijo se despierte.”

Yo les digo que hagan tantas páginas como les sea posible antes de que su hijo se despierte, que luego se dediquen a sus obligaciones familiares y que terminen las páginas cuando puedan. En un mundo perfecto, todos tendríamos tiempo de escribir hasta el final las páginas matutinas. Pero anotar aunque sea un poco es mejor que nada. Aquí lo importante es procesar las emociones turbulentas de una manera segura. Virginia Woolf decía que un escritor necesita “una habitación propia”, con lo cual yo creo que lo que ella quería decir es que los escritores necesitan privacidad y soledad. Yo le daría el mismo consejo a todo el mundo, no sólo a los escritores, sino sobre todo a los padres. Desde este punto de vista, las páginas matutinas pueden ser vistas como “una habitación propia”, privada y portátil. Tal vez, al principio te sientas tentado a compartirlas, pero luego de unas semanas de haber iniciado el proceso, reconocerás la importancia de mantener su privacía.

Inventé las páginas matutinas cuando mi hija era muy pequeña y comencé a sentirme agobiada por sus demandas de atención. Empecé a levantarme antes que mi hija para ponerme frente a mi página lo antes posible. Tenía un sentimiento muy común al de muchas madres: Ya no sé quién soy. Las páginas matutinas me ayudaron a contactar otra vez conmigo misma.

La intención de las páginas matutinas es que no sean “arte”. Más bien, son un “sin arte”. El simple acto de mover nuestra mano sobre la página nos lleva a tocar nuestro verdadero ser. Es importante que esté escrito a mano. Muchos de nosotros vamos más rápido con la computadora. Pero más rápido no es mejor. En mi caso, la velocidad es mi enemigo.

Imagínate a ti mismo manejando un coche, alcanzado los 150 kilómetros por hora. “¡Ups! ¿Ésa es mi salida? ¿Era ésa una gasolinera o una tiendita?” Así es escribir las páginas matutinas en una computadora.

Ahora, imagínate manejando con mayor tranquilidad a 90 kilómetros por hora: “Ahí hay una gasolinera” y “Ésa es mi salida, incluso hay una tiendita junto a ella”. En otras palabras, las páginas matutinas te permiten ponerte exactamente en el paisaje de tu vida.

Con frecuencia pienso que las páginas matutinas son una forma de meditación concebida en especial para occidentales hiperactivos. Es muy difícil para nosotros sentarnos durante veinte minutos y no hacer nada. Las páginas matutinas te ayudan a sentarte y hacer algo. Con estas páginas estamos diciendo: “Esto es lo que quiero, esto es lo que no quiero… Quiero más de esto, quiero menos de esto”. Es como si estuviéramos mandando un telegrama al universo.

“¡Pero, Julia! Si apenas duermo”, oigo que ustedes me dicen. Necesito decirles que lo entiendo a la perfección, les prometo que las páginas matutinas les traerán tiempo y energía.

Cuando empecé a escribir las páginas, era una madre divorciada. Domenica y yo vivíamos en Taos, Nuevo México, en una casa de adobe al final de un camino serpenteante de tierra. Las ventanas de la casa daban hacia el norte, hacia la montaña Taos. Solía levantarme temprano y sentarme frente a una mesa muy larga de pino que daba hacia el norte. No sé de dónde me vino la idea de escribir tres páginas al día, pero eso es lo que hice; me levantaba en cuanto el sol empezaba a clarear sobre las montañas. Al principio, mis páginas

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