Vida cotidiana y crónicas viajeras

Guillermo Prieto

Fragmento

Vida cotidiana y crónicas viajeras

Prólogo
VIDA COTIDIANA Y CRÓNICAS VIAJERAS
DE GUILLERMO PRIETO.
DELEITE, UTILIDAD E INVITACIÓN A LA LECTURA

Siete años antes de la muerte de Guillermo Prieto —acaecida en su querida Villa de Tacubaya—, el 11 de noviembre de 1890, Manuel Gutiérrez Nájera publicó una emotiva referencia a su obra que, para él, era:

historia de buena ley, historia que, andando el tiempo, será de grande utilidad. Por ella se verá cuál era nuestro estado social, cómo vivíamos, cómo comíamos, cómo pensábamos; y esto le importa más al historiador de hoy, que las fechas y los nombres. Materiales como esos sirvieron de mucho a Taine para escribir sus Orígenes de la Francia contemporánea. Menos literarios que Mesonero Romanos, pero también menos superficiales, más intencionados y más verdaderos, esos artículos de costumbres son la pintura exacta de la vida en México.

Estas palabras que Gutiérrez Nájera expresó en el periódico El Partido Liberal cobran vigencia en los linderos del siglo XXI en el que los historiadores se han acercado con gran interés al estudio de la vida cotidiana para conocer el pasado, explicar el presente y vislumbrar el futuro.

Es así como la prensa decimonónica fue el escenario natural en el que vieron la luz las crónicas de Prieto, verdaderos documentos históricos, semblanzas y puntuales descripciones que permiten registrar cambios y permanencias en el acontecer de la Ciudad de México, así como en otros puntos de la República Mexicana como Cuernavaca (1845), Zacatecas (1844, 1849) y Perote (1875), espacios que Prieto describió en sus páginas viajeras, sin dejar de lado sus experiencias por Estados Unidos y lugares a los que viajó a veces por gusto, otras por “órdenes supremas”, a lo largo del siglo XIX.

Como cronista decimonónico, Guillermo Prieto fue guía y preceptor que cruzó las fronteras del género cronístico con el amplio cuadro de costumbres, así como con la poesía que era igualmente parte de su inspiración —no hay que olvidar su refulgente Musa callejera— o con reflexiones que venían a su mente tras la contemplación de un paisaje, de una ciudad, de sus tradiciones, y que a veces constituían un recurso periodístico para llenar las cuartillas que exigían sus colaboraciones, pues Prieto, a pesar de ser ministro de Hacienda y ocupar varias carteras en los gobiernos liberales, siempre fue honesto y vivió de su labor como escritor. Este panorama le ofrece al estudioso del periodismo elementos para conocer cómo se ejercía ese oficio hace casi dos siglos.

Sin duda, en las siguientes páginas se apreciará la ágil pluma de Prieto, que muestra las formas de vida de esa época al tiempo que delinea deliciosas acuarelas de la capital de la República Mexicana, inundada por lluvias y albardones olvidados, y a la que perfilaba “como construida sobre un lago”; ciudad en cuyas calles “reflejaban las aguas los edificios” y en “la noche se duplicaba en hileras luminosas la reverberación de los faroles que rielaba o se rompía en cambiantes caprichosas de luz”.

Viajar dentro y fuera de México le permitió al inquieto Prieto conocerlo, quererlo, pero también, acorde con su espíritu crítico, señalar la problemática que aquejaba al país y buscar soluciones. No era tarea fácil andar por los senderos de una república inmersa en los vaivenes de guerras civiles y levantamientos, de constantes riesgos y bandoleros; Guillermo lo muestra en sus páginas al aventurarse a conocer la provincia mexicana con gran esfuerzo —por los peligros que implicaba—, pues había que ir con la convicción de que, dadas las condiciones de inseguridad que privaban, quizá se podía sucumbir en el trayecto o, por lo menos, recibir tremendo susto. De esta manera se explica el hecho de que se pensara que antes del periplo había que dejar todo dispuesto para cualquier eventualidad fatal, o bien encomendar su integridad a los santos, como se aprecia en el siguiente párrafo, que no carece de esa fina ironía que colmaba los textos de Prieto:

—Hola, chico, ¿para dónde bueno?

—Para Cuernavaca.

—¡Uf!... Llevarás un San Jorge en cada bolsillo y habrás ya hecho testamento. ¡Pobre joven! Exponerse a morir víctima de las sabandijas venenosas!...

—¡Qué quiere usted, es la suerte del país!

—¿Llevas mosquitero?... Vas a venir asado.

—¡Hombre de Dios, pues para todo creía buena la carne, pero no para rosbif! Aquello es un facsímil del infierno. Cuernavaca es la antesala del purgatorio.

Prieto registró en prolíficas líneas, que hoy suman más de treinta y dos volúmenes de sus Obras completas recopiladas por Boris Rosen Jélomer, las peripecias, incomodidad y otras inclemencias del trayecto en los senderos de México, hechas tanto a pie, a caballo o en diligencia como en las vías del ferrocarril. En ellas abundó en datos, anécdotas y sucesos sobre la actitud de los pasajeros, el modo en el que ingresaban al vehículo y las transformaciones que sufrían a lo largo del itinerario pleno de “dolosas” situaciones:

Las personas más circunspectas se derribaban en la espalda del viajero contiguo; otros, con afecto intempestivo, se colocaban en su seno. Y las damas, aquellas señoritas tan airosas, bien tocadas y compuestas, con los velos desquiciados, las castañas ladeadas, los gorros caídos a la espalda, y en desoladoras actitudes, gorjeaban ronquidos de desmorecer y de aniquilar las más obstinadas ilusiones.

Este relato es tan actual que no parece que fuera escrito en 1875. En ese entonces, época de liberales y caudillos, Prieto era reconocido como un gran viajero que hacía itinerarios solo o con algún amigo, pariente o conocido —le gustaba caminar y transitar por senderos y caminos reales—, aunque lo más común era la soledad que lo acompañaba y que le permitía escribir crónicas desde los diversos lugares por los que transitaba y que gustaba de relatarlas a sus camaradas a través de cartas. Uno de sus principales destinatarios —amigo de la ronda de las generaciones de liberales— era don Ignacio Ramírez, mejor conocido como El Nigromante; en las epístolas que le dirige se trasluce un Guillermo Prieto confidente de los pesares y alegrías vividos en las coordenadas a que sus periplos lo llevaban. Es significativo leer la carta escrita desde Perote donde se advierte la desilusión por la pobreza de la zona. Su trayecto por el estado de Veracruz le permitió apreciar que ahí había sitios de escasa belleza, cuyas imperfecciones fijó a través de metáforas. Sirva como ejemplo la siguiente alegoría que conjuga su interés por la comida:

Perote no es una población, como no es una mazorca el elote, como no es una fruta su cáscara, ni una tortuga la concha de la tortuga; es una granada a la que ha quedado uno que otro grano; es un armazón de poll

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