100 rebanadas de sabiduría empresarial

Silvia Cherem

Fragmento

100 rebanadas de sabiduría empresarial

Introducción

La mística de Bimbo ha sido objeto de estudio en las más prestigiadas escuelas de negocios del mundo y, aunque es cierto que ninguna obra exitosa puede ser hija del tesón de un solo hombre —sino del trabajo de una multiplicidad de voces, de un equipo volcado a laborar largas jornadas con empeño y visión—, en lo sustancial, Bimbo lleva implícito el sello de liderazgo de Lorenzo Servitje Sendra.

Desde que Bimbo abrió sus puertas en la Ciudad de México, el 2 de diciembre de 1945, con cuatro accionistas, cinco productos, 38 obreros y diez vehículos en la planta de Santa María Insurgentes, sus colaboradores se han distinguido por portar orgullosos la camiseta de la empresa. Presumen: “Yo soy Bimbo.” Y esta voz que implica visión de crecimiento, honradez y entrega al trabajo sigue engrandeciendo a esta empresa mexicana que, con más de siete décadas de vida, se ha convertido en líder mundial en la industria de la panificación.

Con presencia en 32 países y ventas netas anuales superiores a los catorce mil millones de dólares, Grupo Bimbo cuenta con 197 plantas en América, Asia, África y Europa, tiene más de 139 mil colaboradores y produce más de trece mil productos bajo un centenar de prestigiadas marcas —entre otras: Bimbo, Marinela, Oroweat, Sara Lee, Artesano, New York Bakery, Barcel, Entenmann’s, Tía Rosa, Mrs Baird’s, Ricolino, Pullman, Dulces Vero, Fargo, Dempster’s, Arnold, Thomas’, Nutrella, Brownberry— que distribuye en 58 mil rutas alcanzando tres millones de puntos de venta.1

Aunque don Lorenzo, como se le conocía, se negaba a portar la medalla: “No he sido un lobo solitario, si algo he alcanzado es por la gente trabajadora que he tenido a mi alrededor”, es a él a quien se reconoce como el líder visionario. Fue su capacidad analítica para anticipar los posibles escenarios, su ejemplo de perfección, disciplina y constancia, su mirada exigente y severa que rayaba en firme intransigencia, su capacidad de organización y su formación social cristiana, lo que casi de manera intuitiva encauzó desde el inicio la visión de la empresa: ser altamente productiva y plenamente humana.

Lorenzo Servitje (Ciudad de México, 1918-2017) planeó cada detalle, maximizó los recursos y dio fundamento a la ideología contagiando a los colaboradores la necesidad de alcanzar su crecimiento personal y el de la empresa. Creó manuales y cursos, innovó en marketing y comunicación interna, e impulsó campañas publicitarias cuando a ningún panadero se le hubiera ocurrido invertir en publicitar su imagen. Guiado por una convicción febril creó los cimientos de una empresa netamente mexicana que no sólo dio nombre al pan de caja, sino que se convirtió en la multinacional productora de pan más importante del mundo.

El plan que tras un serio y riguroso estudio de mercado él mecanografió en 1944, apuntando a lo que se convertiría Bimbo, es tan insólito que a los expertos del Business School de Harvard o de Stanford les parece increíble, casi inconcebible que, siendo apenas un jovencito en su segunda década de vida, sin experiencia ni carrera universitaria, fuera capaz de establecer con tal claridad y detalle las bases del crecimiento de la panificadora y garantizar, además, la productividad a largo plazo.

La mira fue clara: fabricar productos de calidad, posicionar las marcas y crear una envidiable red de distribución que alcanzara los lugares más remotos del país. Ahí donde las autoridades decían que no podían llegar para dar educación a los mexicanos, Bimbo llegaba con puntualidad inglesa. Ahí donde no había relojes o futuro, era posible saber la hora exacta del día por la regularidad con la que diariamente llegaba el camión impoluto a dejar o recoger mercancía de miscelánea en miscelánea, removiendo a su paso nubes de polvo y abandono, entre brechas y barrancos.

Tan sólo dos años después de inaugurada la primera planta, don Lorenzo y sus socios ya habían adquirido suficiente capital para pagar la deuda inicial y para duplicar las dimensiones del negocio con la construcción de tres mil metros cuadrados más. De manera casi exponencial, Bimbo se posicionó en el mercado y creció con sus ampliaciones en 1947 y 1952; luego siguió Guadalajara, que inició operaciones el 9 de diciembre de 1956, y Monterrey, el 6 de marzo de 1960. Al darse cuenta de que había un vacío en el mercado en la venta de pastelitos individuales, crearon en 1957 Marinela, sin imaginar la penetración que tendría: ¡En 1975 llegaron a vender un millón de gansitos diarios!

Don Lorenzo imponía trabajar con responsabilidad excesiva sin tregua ni descanso, con una incesante política de austeridad y de reinversión continua. Reconoció, desde muy temprano en su vida, que esas condiciones, y sólo ésas, eran la única clave que garantizaría un crecimiento paulatino, éxito a mediano y largo plazos.

Era un hombre severo y riguroso con todos, empezando por él. Jaime Jorba, su primo y cuñado, y Roberto Servitje, su hermano menor, a quienes entrevisté en 2005 para escribir Al grano. Vida y visión de los fundadores de Bimbo, reconocen que admiraban su liderazgo, pero también resentían su asfixiante látigo de exigencias. Burlón, Jorba decía que padecía “lorencitis aguda” y lo apodaba Manuelito, “¡porque para todo quería elaborar un manual!”. Me lo dijo claro: “Era tan brillante como líder y visionario, era tan mandón, que si hubiera sido sacerdote, como de joven algún día se lo propuso, hubiera llegado a cardenal.”

Servitje se negó a instituir en el organigrama empresarial el cargo de presidente honorario o vitalicio, arguyendo que nunca aceptaría tener tumbas ni lápidas en vida. Ello, sin embargo, resultó retórico porque en la empresa siempre se respiró su sello y liderazgo.

Guía moral del empresariado mexicano, don Lorenzo fue hasta el final un inconforme, una voz crítica. Rozando el siglo de vida, creativo y vital, aún seguía conformando equipos, apelando al crecimiento, analizando situaciones, convencido de que siempre hay cómo mejorar.

Era tal su juventud, su agenda sin tregua que, en su octava década de vida, aún con un pendiente que lo atormentaba: posicionar Barcel en el mercado de las botanas, ¡se trepaba a los camiones para estudiar en ruta los recorridos! A mi casa llegaba entusiasmado con pruebas de lo que llegarían a ser los Takis, les daba a probar a mis hijos las distintas recetas convencido de que Barcel podía pisarle los talones a Sabritas, una empresa que le ofrecieron comprar décadas atrás, antes que a Frito-Lay, y que, con una dosis de soberbia, creyendo que era mejor empezar de cero, desechó adquirir. Esa decisión errada lo persiguió siempre.

En 2016, unos cuantos meses antes de morir, don Lorenzo seguía yendo a la oficina. Capoteaba los días entre asuntos familiares —los Servitje Montull sumaban entonces más de cien miembros—, temas de la empresa y, consciente de que su reloj podía detenerse en cualquier momento, buscaba agilizar soluciones para su adorado México. En su fiesta de 95 años, tomó el micrófono para aludir a los problemas medulares del paí

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