Combate en tablas (Chicas contra Chicos 3)

Ali en las Nubes

Fragmento

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—Es imposible, nunca lo lograremos.

Negué con la cabeza de lado a lado mientras miraba a mi alrededor, sentada con la espalda contra la piedra. Todo eran paredes pulidas, muy lisas, de un gris pálido, y una roca mayor más redondeada y oscura tapaba la boca de la gruta por donde habíamos entrado. No podríamos empujarla, tampoco había otra escapatoria. El batallón blanco nos tenía acorralados.

Me miré las manos, destrozadas, llenas de arañazos y cortes profundos, igual que mis brazos y mi cara. También los de Nico estaban de pena y tenía la camiseta hecha jirones. Solo que él sonreía.

—Debes tener confianza, zombipadawan —me dijo mientras me ayudaba a ponerme de pie—. Siempre hay una salida, y si no existe, hay que inventarla.

Luego, con gesto decidido, extendió la palma de la mano, me cogió la mía y con ambas unidas, fijó la mirada en la roca oscura. Y de pronto, la roca empezó a elevarse muy despacio, como si estuviese escuchando una frecuencia oculta. Le miré y abrí tanto los ojos que parecía que algo tiraba de mis cejas hacia arriba.

La roca se quedó suspendida en el aire, unos centímetros, mientras llegaba hasta nosotros un zumbido, que se iba acercando.

—Son ellos —adiviné mientras le soltaba la mano y me ponía en posición de ataque.

Pero lo que se coló por la abertura que liberó la roca no era un guerrero blanco. Tenía forma redondita, y luces intermitentes, y se movía como una bola del mundo con piernas. Y hablaba:

—¿Alguien necesita un asteroide planetario?

—¡¡Alto!!

El profesor Nogueira se puso de pie en su asiento de primera fila del patio de butacas, y Nico, la bola y yo nos dimos la vuelta hacia él encima del escenario.

—¿«Asteroide planetario», Max? —dijo con cara de pocos amigos.

Sí, la bola con luces era Max, que se rascó la cabeza y probó otra vez.

—¿«Humanoide secretario»?

Nico se acercó al oído de su amigo y Max sonrió.

—¡«Andruida protolocario»!

Nos llegaron las carcajadas de Daniel y otro chico que se encargaban del decorado desde detrás del telón, y la roca oscura que habían estado levantando con un juego de poleas volvió al suelo con un plof de lo más inofensivo.

—Tres frases, Max —el Nogueira se volvió a sentar, derrotado—. Tienes tres frases en toda la obra. ¿Tan difícil es recordar «androide protocolario»? ¿De verdad?

—No es mi culpa —Max se encogió de hombros y la bola de corcho que llevaba alrededor de la cintura también subió un poco—. Es que no me han programado bien. Será un fallo del software espacial.

Una tiza salió volando desde la mano del Nogueira, que siempre llevaba munición en los bolsillos, y se estrelló contra el disfraz acolchado de Max.

Había que echarle imaginación para creerse que eso era un robot de última generación, pero así es el teatro de instituto: nuestro presupuesto no daba para más.

Por lo menos los que hacíamos de miembros de la zombirresistencia íbamos bien maquillados, con heridas y sangre de pega —pintura que salía fatal, pero eso ya lo descubriría esa noche— y con tiras de papel como si fuesen trozos de carne colgando, porque éramos zombis galácticos.

Igual piensas que es asqueroso, pero eso es ir a la moda en un universo interestelar zombi con un batallón de soldados imperiales blancos. Por lo menos según las ideas artísticas del profesor Nogueira y la señorita Sicuarela.

Llevábamos con la función desde febrero, una semana después de Carnavales y del lío que nos trajo aquí a todos. Cuando Lena, Sue y yo montamos el blog de S.T.B, la Superfán de Turo y su Banda, y Turo, Max, Daniel y Nico nos la jugaron y nos hicieron creer que iban a dejar en ridículo a Sara Tizón Barrios y a Nico. Nosotras vinimos al Monteblanco a impedirlo… y nos metimos en una trampa.

La cosa acabó con los siete en el despacho de la directora doña Julita, con Miranda llegando al rescate y proponiendo la única salida que no supusiera una expulsión temporal, y con un 5-5 en el Muro de nuestra guerra particular. Empate.

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Y como Nogueira decía que no iba a permitir que ningún alumno suyo «pusiera sus pringosas manos y su infame vocabulario sobre ningún clásico para destrozarlo», en vez de las típicas obras de teatro, ahora teníamos que aprendernos un diálogo raro lleno de palabras como «hipersalto zombitemporal», «zombificación en proceso» o «escuadrón de la muerte viviente» y decirlas en voz alta sin reírnos ni trabarnos dos días por semana. Como si no tuviésemos bastante con los entrenamientos de baloncesto y los deberes. Y sobre todo, como si no tuviésemos bastante con «lo de Lena».

Ella fue la más lista, como siempre. En cuanto se enteró de que la obra era una especie de Star Wars Zombi levantó la mano —hay que levantar la mano con Nogueira: las cosas se piden con educación—, y dijo que le encantaría hacerse cargo de la iluminación y el sonido, y luego le soltó un rollo de que lo llevaba en la sangre, por eso de la discográfica de sus padres y qué sé yo. Funcionó.

Yo sí que llevaba cosas en la sangre. En la de mentira, digo. Como trocitos de papel.

—¿De dónde ha salido esto? ¿Se está deshaciendo? —le pregunté a Nico mientras el Nogueira discutía con Max, y de paso con Daniel, por reírse.

Era la primera vez que ensayábamos con maquillaje y también iba a ser la última hasta el día antes del estreno. Para eso todavía quedaban meses.

—Te estás zombificando —me dijo Nico, y avanzó hacia mí con los dos brazos estirados, en plan zombi sonámbulo.

Le di un empujón y me quité un pegote de papel maché del brazo.

—Te falta estilo —respondí yo y le obligué a parar con las manos el trozo de pegote que le había lanzado.

Nico y yo nos llevábamos mejor últimamente. A los dos nos había tocado ser del bando zombi, y ahora solo peleábamos contra el batallón blanco, así que la guerra de chicas contra chicos se había calmado.

Según Sue, a Turo también le estaba calmando el trabajo en el huerto —ellos dos eligieron ese castigo en vez del teatro—, aunque para mí que Turo solo disimulaba delante de Lozano, la delegada y la jefa de la ecopatrulla del insti, que puede dar más miedo que los zombis de verdad.

En realidad, todo iba sobre ruedas. Si no fuese por «lo de Lena»… Pero «lo de Lena» era lo bastante serio como para que las tres estuviésemos preocupadas. Si no hacíamos algo, y pronto, sería ella la que acabase en una galaxia (no sé si zombi) muy muy lejana.

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