INTRODUCCIÓN
Cualquiera puede ponerse furioso. Eso es fácil. Pero estar furioso con la persona correcta, en la intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo correcto y de la manera correcta… eso ya no es tan fácil.
ARISTÓTELES
LA PAREJA DE HOY
Actualmente, en contraste con tiempos anteriores, las relaciones de pareja están menos limitadas por los roles estereotipados del hombre y la mujer. El contexto sociocultural cambiante incide en nuestros modos de ver y de vivir, en la manera como nos relacionamos los hombres y las mujeres y, en especial, en la escala de valores por los que se rige nuestra sociedad. Hoy en día, podemos decidir libremente qué tipo de relación queremos tener, y esta se valora más en términos de calidad que de conveniencia. También encontramos una gran variedad de posibilidades en cuanto a cómo satisfacer nuestras necesidades afectivas, cómo construir la intimidad y, en general, cómo sentir el amor y la amistad, pues ahora se tienen en cuenta nuevas normas de convivencia afectiva, distintas a los parámetros rígidamente diferenciados según los cuales se relacionaban los hombres y las mujeres.
En la búsqueda por construir el afecto en igualdad de condiciones, respetando la libertad personal, hoy en día encontramos opciones distintas a las tradicionales. El valor del matrimonio, por ejemplo, ha cambiado. Anteriormente era casi un mandato o una obligación de la etapa productiva de los jóvenes; hoy, en cambio, más que una obligación es una decisión tomada a conciencia y con plena libertad. Muchos hombres y mujeres deciden no casarse porque desean conservar su libertad y porque su prioridad es el éxito personal individual. Esta tendencia a la realización personal de manera independiente da pie a la incompatibilidad de proyectos y esto hace más esquivos los compromisos afectivos y menos soportable la convivencia, por lo tanto, hace difícil el encuentro. Se van estableciendo poco a poco nuevos espacios afectivos que, si bien son satisfactorios, también pueden ser inestables, pues la ausencia de códigos fijos implica que se debe realizar un esfuerzo mayor.
Pero también un número importante de parejas sigue contrayendo matrimonio o formando una unión estable, lo que pareciera evidenciar que los esquemas anteriores aún resultan deseables hoy en día. Por esta razón, los nuevos objetivos pueden parecer demasiado exigentes: hombres y mujeres buscan intimidad y compromiso, sin dejar de defender con ahínco sus espacios privados y su proyecto de desarrollo personal independiente, lo que afecta la relación de pareja y tiende a generar desencuentros. En un clima de cambios caracterizado por una transición entre unos modos de vida del pasado y otros más contemporáneos, entender la heterogeneidad de las situaciones afectivas nos permite aceptar de manera proactiva que construir una pareja es un proceso en el que intervienen afecto, voluntad, esfuerzo y decisión. Implica tener claras las habilidades con las que cuenta cada integrante para combinarlas y ponerlas en juego en el ejercicio de la convivencia y esto va más allá de las habilidades netamente intelectuales.
Además de los cambios sociales que repercuten en la manera de experimentar e interpretar las relaciones afectivas, cada pareja debe enfrentar los cambios de cada persona y los de la relación, debido a la evolución misma del vínculo o a las circunstancias vividas por cada uno de sus integrantes.
Igualmente, en el entorno propio de la pareja, el reto se orienta a encontrar la mejor forma de construir la convivencia adaptando lo que ha sido positivo de las relaciones anteriores a la manera particular de vivir la relación actual; ser conscientes de los puntos fuertes de cada uno y con ellos construir una relación con planes y compromisos propios sin pretender agotarse.
Construir una relación es un gran desafío, pues enfrenta a sus miembros con una realidad que no pueden conocer de antemano y que solo surge cuando se da. Así mismo, la relación afectiva no permanece invariable a lo largo de los años, sino que transita por una serie de fases de desarrollo, y estas transformaciones hacen parte de un proceso permanente que se caracteriza por el surgimiento de diferentes crisis que indican el fin de una etapa y el comienzo de otra. Es lo que se denomina el ciclo vital de la pareja, por cuyas etapas pasan en alguna medida todas las relaciones afectivas estables. Generalmente las parejas pasan por la etapa del enamoramiento, la consolidación de la pareja, la construcción de una familia con hijos, la adolescencia de los hijos, el nido vacío o la independencia de los hijos y finalmente la pareja mayor.
En este proceso se viven experiencias de tranquilidad en las que la vida fluye sin tropiezos, pero también surgen problemas, se desatan crisis y se enfrentan diversos conflictos, puesto que la pareja se ve afectada por los nuevos acontecimientos, por los cambios personales y por las vicisitudes que ocurren en su entorno. En este sentido, los cambios son al mismo tiempo riesgo y oportunidad y, por tanto, pueden detener o estimular el desarrollo de la relación. Cada transformación, aunque sea bien recibida, puede afectar el equilibrio y entorpecer el aprendizaje de la convivencia. Pero estas transformaciones también pueden ser vistas como un reto, como la oportunidad para crecer y madurar.
Todas las parejas tienen que afrontar la posibilidad del conflicto, porque están integradas por dos personas diferentes, con historias personales independientes. Los cambios, en sí mismos, no significan que una pareja esté en crisis, sino que se encuentra ante sus diferencias. Cuando estas aparecen surge la diversidad, la evidencia de que los componentes de una relación son en realidad dos personas singulares y no las dos mitades de un solo ser.
Muchos enfrentan rupturas que se relacionan en gran medida con la falta de habilidades para afrontar los cambios. Si conocemos nuestros propios sentimientos y la manera como los expresamos, los cambios y los conflictos pueden significar una dimensión manejable, y no devastadora, para la relación. Por lo tanto, cuando la pareja puede gestionar con inteligencia este universo de emociones, tiene mayores probabilidades de consolidarse. Y, como veremos, en esto consiste la inteligencia emocional.
POR QUÉ INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LA PAREJA
Mucho se ha hablado de la inteligencia y sus implicaciones. Generalmente cuando se habla de esta condición se hace referencia a qué tan capaces somos de ser exitosos en todos los campos, casi como si pretendiéramos que la única herramienta esencial para salir adelante en un proyecto llamado vida es el intelecto.
Por fortuna se ha demostrado que, por un lado, el ser humano es la combinación del intelecto y la emoción y no por separado como nos lo han dicho muchas veces: usa la razón en vez de la emoción o viceversa. Y por otro lado tenemos una inteligencia, quizás más poderosa para estos tiempos, que es la inteligencia emocional. El doctor Daniel Goleman afirma que “no solo hacemos operaciones intelectuales, sino que ponemos en juego todo nuestro bagaje emocional (incluyendo lo que nos ha podido pasar hace un rato o unas horas) y la carga de nuestra herencia cultural”.
El autoconocimiento, el control y la regulación de las emociones, la motivación y la empatía son habilidades de tipo emocional primordiales para la convivencia y componen el conjunto de fortalezas llamado inteligencia emocional.
El ser humano es eminentemente social, y una de las principales relaciones es la conjugada entre dos seres, la pareja. Este es un mundo inmenso lleno de experiencias fascinantes y otras demoledoras, dependiendo del manejo de las circunstancias propias de cada relación. El objetivo principal de esta obra es enseñar a conocer y potenciar la inteligencia emocional en ese complejo y desafiante universo que es la pareja.
Relacionaremos estos dos temas primordiales en la existencia del ser humano desde una nueva perspectiva. Por un lado, un concepto de pareja que se viene transformando con todos los cambios de la sociedad, la tecnología, la educación y las expectativas de vida, con una dimensión de la inteligencia que permite entender nuestra esencia como seres humanos: la emocionalidad y su interacción con la razón.
Las emociones, o como lo llamamos también, el mundo emocional, no es algo que vivimos de manera separada a las cosas que pasan en el día a día. Experimentamos emociones casi de manera simultánea a lo que pensamos, a lo que pasa a nuestro alrededor, a lo que oímos o más exactamente a lo que puede decirnos u opinar nuestra pareja.
Fortalecer nuestra inteligencia emocional permite por ejemplo no querer “exterminar” al otro cada vez que nos recuerda algo de manera insistente, nos hace una crítica, o no está de acuerdo con el paseo que queremos hacer el día de descanso, o también nos ayuda a tomar decisiones primordiales como tener o no tener hijos, manejar crisis como la muerte de los padres, una pérdida de trabajo o dificultades financieras.
PENSANDO EN EL DÍA A DÍA DE LA PAREJA
En las relaciones afectivas entran en juego muchos aspectos relacionados con algunos de los anhelos más profundos del ser humano, tales como estar acompañado, ser amado, sentirse respetado y alcanzar la felicidad. Tener más posibilidades de sensibilizarnos a estas diversas dimensiones de la relación afectiva implica necesariamente atender, comprender y aprender a conectarnos con nuestros sentimientos, pensamientos y estados de ánimo, así como con la manera en que estos afectan nuestro comportamiento. Esta es una habilidad emocional de gran importancia en la experiencia de cada día de la pareja. Sin embargo, no siempre la recordamos ni le reconocemos toda su importancia. Muchos de nosotros hemos experimentado las terribles sensaciones que produce emprender una discusión en plena noche o en medio de las ocupaciones cotidianas. Los conflictos, los desacuerdos y las discusiones que se dan en la convivencia generan una serie de emociones negativas como angustia, intranquilidad y temor, entre otras. A su vez, cada una de estas emociones fuertes contiene en sí misma un impulso para la acción que puede traducirse en agresividad, aislamiento o apatía. Si los miembros de la pareja se dejan arrastrar por estas emociones pueden llegar a sentirse abrumados por la negatividad de una situación e incluso por sus propias reacciones.
Cuando aprendemos a regular las emociones aumentamos nuestra capacidad de responder de forma adecuada a lo que el otro está tratando de decirnos y, por lo tanto, aumentamos nuestra capacidad de discutir razonablemente. Así mismo, se disminuyen las reacciones automáticas y descontroladas como llorar, gritar, encolerizarse o insultar. De esta manera, podemos enojarnos sin dejarnos llevar por el calor de los acontecimientos y sin poner en riesgo la relación. Atender a estos momentos emocionales, identificarlos y buscar la mejor manera de enfrentarlos hace parte esencial de los retos diarios de una relación y constituye una de las herramientas básicas de la inteligencia emocional. La resolución de conflictos es una habilidad que se puede poner en práctica durante toda la vida. Además los conflictos manejados con inteligencia emocional dejan aprendizajes y constituyen estímulos para crecer como personas y como pareja.
De otro lado, la relación afectiva es un desafío en el que es preciso aprender a sostener el esfuerzo, aunque la convivencia se vuelva difícil o aburrida. La vida en pareja pone a prueba permanentemente la habilidad de la inteligencia emocional que consiste en conservar la esperanza en situaciones difíciles, mantener una actitud positiva frente a los contratiempos y las crisis y motivarnos y perseverar a pesar de las frustraciones. En otras palabras, no dejarse manejar por los eventos negativos y entenderlos como algo transitorio que podemos cambiar.
Trabajar para que las cosas funcionen bien, enfrentar y superar los obstáculos por más insalvables que parezcan, saber disfrutar de lo que hacemos por el simple hecho de hacerlo y buscarle el lado positivo a las diversas experiencias cotidianas son hábitos