El secuestro (Theodore Boone 2)

John Grisham

Fragmento

1

La desaparición de April Finnemore tuvo lugar en plena noche, en algún momento entre las nueve y cuarto, cuando habló por última vez con Theo Boone, y las tres y media de la madrugada, cuando la madre de April entró en su habitación y descubrió que no estaba. Al parecer, todo había ocurrido muy deprisa; quienquiera que se hubiera llevado a la chica no le había dejado que recogiera sus cosas. El portátil seguía allí. Aunque la habitación estaba bastante ordenada, había algunas prendas de ropa esparcidas aquí y allá, lo que hacía difícil determinar si había podido llevarse algo. Seguramente no, pensaba la policía. Su cepillo de dientes estaba aún junto al lavamanos, y su mochila, al lado de la cama. Su pijama yacía tirado en el suelo, así que al menos había tenido tiempo de cambiarse de ropa. En algún momento en que no estaba llorando o gritando desesperada, la madre contó a la policía que el jersey favorito de April, uno azul y blanco, faltaba de su armario. Y tampoco estaban sus zapatillas de deporte preferidas.

La policía descartó enseguida que la chica se hubiera escapado de casa. Su madre les aseguró que no tenía motivos para hacerlo, y además no se había llevado ninguna de las cosas que le habrían permitido fugarse con ciertas garantías de éxito.

Una rápida inspección reveló que no habían forzado la entrada. Todas las ventanas tenían el pestillo echado y las tres puertas de la planta baja estaban bien cerradas. Quienquiera que se hubiera llevado a April había sido lo suficientemente cuidadoso para cerrar la puerta tras ellos y echar la llave al salir. Tras examinar la escena y hablar con la señora Finnemore durante cerca de una hora, la policía decidió que debía mantener una conversación con Theo Boone. Al fin y al cabo, era el mejor amigo de April, y todas las noches solían charlar por teléfono o chatear antes de acostarse.

El teléfono sonó en casa de los Boone a las 4.33, según indicaba el reloj digital que descansaba en la mesilla junto a la cama de los padres. El señor Woods Boone, que tenía el sueño más ligero, cogió el auricular, mientras la señora Marcella Boone se daba media vuelta preguntando quién diablos podía llamar a esas horas. Cuando el señor Boone dijo: «Sí, agente», la señora Boone se despertó de golpe y saltó de la cama. Aunque solo escuchaba una parte de la conversación, enseguida comprendió que tenía que ver con April Finnemore, y se quedó de lo más desconcertada cuando su marido dijo:

—Claro, agente, estaremos allí en un cuarto de hora. Cuando colgó, ella le preguntó:
—¿Qué pasa, Woods?
—Al parecer, April ha desaparecido y la policía quiere hablar con Theo.

—Dudo que él se la haya llevado.
—Bueno, si no está arriba en su cuarto, puede que tengamos un problema.

Pero Theo estaba en su cuarto, profundamente dormido; la llamada telefónica no había perturbado para nada su sue

ño. Mientras se ponía unos vaqueros y una sudadera, explicó a sus padres que esa noche, como siempre, había llamado a April con su móvil y habían charlado unos minutos.

Mientras circulaban por Strattenburg en la oscuridad que precede al alba, Theo no podía dejar de pensar en April y en su terrible vida familiar, en las constantes peleas de sus padres, en su hermano y su hermana que, mortificados, habían abandonado el hogar en cuanto habían tenido edad para hacerlo. April era la menor de tres hermanos nacidos de un matrimonio al que nunca le había interesado mucho la familia. Según la propia April, sus padres estaban locos, y Theo no podía estar más de acuerdo. Ambos habían sido detenidos por posesión de drogas. Su madre criaba cabras en una granja de las afueras y con su leche elaboraba queso, bastante malo, en opinión de Theo. Lo vendía por toda la ciudad en un antiguo coche fúnebre pintado de amarillo, escoltada desde el asiento del pasajero por un mono araña de bigotes grises. Su padre era un hippy avejentado que seguía tocando en un cutre grupo de rock con una panda de antiguallas de los ochenta. No tenía trabajo estable y a menudo estaba fuera durante semanas. Los Finnemore vivían en un permanente estado de separación y siempre hablaban de divorciarse.

April confiaba en Theo, y le había explicado cosas que él prometió que nunca contaría.

La vivienda de los Finnemore era una casa alquilada que April detestaba porque sus padres no mostraban interés alguno en cuidarla. Estaba situada en una sombría calle de un viejo barrio de Strattenburg, alineada con otras casas de la época de posguerra que habían conocido tiempos mejores. Theo había estado allí solo una vez, hacía ya un par de años, con ocasión de una más que deslucida fiesta de cumpleaños que la madre de April había organizado deprisa y corriendo para su hija. La mayoría de los niños a los que había invitado no asistieron, ya que sus padres no les dejaron. Esa era la reputación que tenía la familia Finnemore.

Cuando llegaron los Boone, había dos coches de policía en el camino de entrada. En la acera de enfrente, los vecinos curioseaban desde sus porches.

La señora Finnemore —cuyo nombre de pila era May, y que también había bautizado a sus hijos con nombres de meses, April, March y August— estaba sentada en el sofá de la sala de estar hablando con un agente uniformado cuando los Boone, bastante cohibidos, entraron en la casa. Se hicieron unas rápidas presentaciones, ya que el señor Boone no la conocía.

—¡Theo! —exclamó muy melodramática la señora Finnemore—. ¡Se han llevado a nuestra April!

Entonces rompió a llorar y se levantó para abrazar a Theo. A este no le hizo ninguna gracia que lo abrazara, pero por respeto se prestó al ritual. Como de costumbre, la señora Finnemore lucía una amplia y holgada prenda de color marrón claro y de un tejido basto, que recordaba más a una tienda de campaña que a un vestido. Llevaba el cabello, largo y encanecido, recogido en una prieta cola de caballo. Pese a considerar que estaba loca, a Theo siempre le había impactado su belleza. A diferencia de su madre, no hacía ningún esfuerzo por resultar atractiva, pero hay cosas que no se pueden ocultar. Además, era una persona muy creativa; le gustaba pintar y hacer cerámica, aparte de elaborar queso de cabra. April había heredado sus genes buenos: los hermosos ojos, la vena artística…

Cuando la mujer volvió a sentarse, la señora Boone le preguntó al agente:

—¿Qué ha pasado?

El hombre respondió con un rápido resumen de lo poco que se sabía hasta ese momento. Luego le preguntó a Theo:

—¿Hablaste con ella anoche?

El policía se llamaba Bolick, sargento Bolick, y Theo lo conocía de haberlo visto por los juzgados. El chico conocía a casi todos los agentes de Strattenburg, así como a la mayoría de los abogados, jueces, secretarios y conserjes del tribunal.

—Sí, señor. A las nueve y cuarto, según mi registro de llamadas. Hablamos casi todas las noches antes de irnos a la cama.

Bolick tenía fama de ser un tipo muy competente. En esos momentos, era lo que menos le convenía a Theo.

—Qué encantador… ¿Te dijo algo que pueda sernos útil? ¿Parecía preocupada? ¿Asustada?

Theo se encontró de pronto ante un gran dilema. No podía mentir a un agente de policía, pero tampoco podía revelar un secreto que había prometido no contar. Para salirse por la tangente, respondió:

—No recuerdo nada por el estilo.

La señora Finnemore había dejado de llorar; ahora miraba muy fijamente a Theo, con un intenso resplandor en los ojos.

—¿De qué hablasteis? —quiso saber el agente Bolick. En ese momento entró en la sala un detective vestido de paisano, que escuchó también atentamente.

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