Piscis

Judith Jaso

Fragmento

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CAPÍTULO 1

Siempre que pienso en Sara P., veo la misma imagen. Corre a toda velocidad y ríe con todas sus fuerzas mientras sus botas golpean los charcos que hay en la acera. Su melena pelirroja se agita enloquecida al viento mientras ella gira una esquina, y otra, y otra, y se pierde en el velo de lluvia y niebla que hace que esta ciudad parezca eternamente gris. Yo trato de seguirle el paso, extiendo la mano e intento alcanzarla, pero nunca lo consigo.

Sara huye y yo la persigo. Pero siempre se me escapa.

—¡Sara! —jadeo—. ¡Espéranos!

Sara ha vuelto a hacer de las suyas, una de sus pequeñas cruzadas personales. Y, para variar, a nosotras nos ha pillado en medio. Nunca sabes cuándo y dónde va a ocurrir, puede que ni siquiera ella lo sepa, pero cuando ocurre más vale que estés lejos, muy lejos del lugar de los hechos. Ninguna de nosotras sabe muy bien qué hacer, así que nos limitamos a seguirla y confiar en que, después de todo, Sara tenga un plan.

—¿Os apetece ir al cine, chicas?

Sara abandona la protección de los edificios y cruza la calle. Celia y yo nos miramos, confusas, nos cubrimos con los brazos para resguardarnos de la tormenta y nos dirigimos hacia la puerta del cine. Cuando llegamos, ella ya ha comprado tres entradas para la sesión de las siete y media y nos las ofrece con una sonrisa. Nunca parece preocupada por nada, es como si para ella el mundo fuera un gran chiste del que hay que reírse constantemente. Su serenidad no nos sorprende lo más mínimo, pero yo sigo tan asustada que ni siquiera me entero de qué película hemos entrado a ver. No puedo dejar de pensar en por qué dejo que Sara nos meta siempre en problemas.

Cuando salimos, ha dejado de llover.

—¿Os ha gustado la peli? —nos pregunta ella, con una mirada traviesa.

—¿Que si me ha gustado la peli? ¿Hola? —le reprocha Celia—. Pero ¿cómo puedes estar tan tranquila? ¡Casi nos pillan!

—Admitidlo, chicas. Vuestra vida sería muy aburrida sin mí. —Sara hace un gesto con la mano, como para quitarle importancia al asunto—. Además, juraría que eso que oía eran risas, así que no creo que lo hayáis pasado tan mal, ¿verdad, Judith?

Yo no puedo evitar sonreír. A veces Sara también me pone de los nervios (no puedes tomártelo todo a broma e ignorar constantemente las consecuencias de lo que haces), pero es verdad que siempre lo pasamos muy bien juntas. Cada salida con ella es una aventura llena de adrenalina o una anécdota para recordar. Ojalá fuera capaz de ver las cosas como ella.

—La peli no ha estado mal del todo —respondo, acariciando a Celia en la espalda para que se tranquilice.

Sara enarca las cejas, divertida. Se da cuenta de que quiero cambiar de tema cuanto antes, pero me sigue la corriente y se hace la sorprendida.

—¿En serio? ¿Te ha gustado?

—Me ha resultado bastante interesante. No me ha convencido mucho el final, me ha parecido un poco…

—¿Previsible? —pregunta Sara, entre carcajadas.

—¡Que sí, Judith! —se impacienta Celia—. ¡Ya sabemos que, si no te ponen una película de detectives, no sales contenta del cine!

—¡Tienes razón! —digo, sonrojándome—. Es mi género favorito, no puedo evitarlo. Si yo fuera una película, estoy segura de que sería una de cine negro…

—Pues con lo exagerada que es —se burla Sara—, seguro que Celia sería una película dramática.

—¡Oye! —se queja Celia, aunque tampoco puede evitar sonreír—. Pues tú serías una película de enredos, o de líos, o de…

—Sara sería una película de suspense —apunto yo—. De misterio.

La expresión de Sara cambia y su sonrisa se desvanece de pronto. Me mira con una tristeza que no había visto nunca y luego sus ojos se desvían hacia el fondo de la calle, hacia la nada.

Decidimos que es hora de volver a casa. Empezamos a caminar lentamente y en silencio. Celia vive a pocas calles del cine, así que la acompañamos hasta la puerta y nos despedimos de ella.

—¡Hasta mañana, chifladas! —nos dice.

—¡Buenas noches, Celia! —contesto, con una sonrisa.

Sara no dice ni una palabra.

Las dos seguimos caminando en silencio durante unos minutos. Ya casi hemos llegado a mi casa. Sara sigue perdida en sus pensamientos, dándole vueltas a algo. Creo que nunca la he visto tan apagada. Está más rara de lo normal, así que, sin pensarlo, le pregunto:

—Te noto rara. ¿Quieres venir a dormir a mi casa y hablamos?

—Estoy bien —me responde, volviendo a centrar su atención en mí—. Supongo que ha sido la carrera de antes. Hemos pasado de la euforia a la calma en menos de un minuto y me he quedado algo desinflada.

—¿Quieres que te acompañe?

—No, gracias. Creo que cogeré un taxi en la avenida.

Su respuesta me descoloca un poco. Me doy cuenta de que algo va mal, pero no insisto más. Sinceramente, no tengo energías para hacerlo y hoy no me encuentro de humor para misterios. No me he enfadado con ella, ni nada por el estilo, pero tanta acción me ha dejado agotada, y ahora mismo no me apetece jugar al ratón y al gato.

Me despido de ella y me meto en casa. Miro por la ventana y, mientras la veo alejarse, me asalta una sensación extraña, una presión en el pecho que me acompaña durante toda la noche y no me deja dormir.

Cuando al día siguiente suena el despertador, no he conseguido pegar ojo. Desayuno con mi hermano, me ducho, me visto y cojo el autobús para ir al instituto. Entro en clase, y los ojos se me van directamente al sitio donde se sienta Sara. Mi intención era hablar con ella, pero aún no ha llegado.

Comienzan las clases. Pasan las horas, y Sara no aparece. Le escribo un mensaje, pero no me contesta. Llamo, pero su teléfono está apagado. Cuando le pregunto a Celia, se encoge de hombros. Tampoco ha podido hablar con ella ni sabe por qué no ha venido a clase.

La angustia que ha estado acompañándome durante toda la noche se vuelve más intensa. ¿Estará mala?, me pregunto. ¿Le habrá pasado algo? Sara no ha faltado nunca a clase, ni siquiera estando enferma. Le encanta venir al instituto, es el lugar perfecto para hacer de las suyas todo el tiempo. Me acuerdo de la despedida de la noche anterior y vuelvo a sentirme culpable por no haber intentado hablar con ella.

Tengo la sensación de que me necesitaba, y que yo no he sabido escucharla.

—No te preocupes —me dice Celia a la salida—. Seguro que está como una rosa y que mañana viene contándonos alguna aventura fantástica de esas suyas.

Pero resulta que Sara no viene al día siguiente, ni tampoco el de después. Resulta que no viene en toda la semana, ni nunca más.

Resulta que esa noche es la última vez en mi vida que veo a Sara P.

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