A TI, LECTOR
Antes que nada, quiero darte las gracias. Nada de esto sería posible sin ti, que estás al otro lado, separando un recorte de tu tiempo, unas horas de tu día, para recorrer juntos estas páginas. Este libro está diseñado para ser algo más que una guía teórica. Busca ser un compañero de viaje, un manual que te lleve a recorrer el zodiaco de forma práctica y que te permita conocer tu carta profundamente. Si bien posee un índice que marca el hilo de su estructura y contenido, está pensado para que puedas leerlo como desees, ya sea comenzando por el título que más cautive tu atención o siguiendo el paso dibujado por la sucesión de los capítulos.
Cada sección va a brindarte el conocimiento necesario para comenzar a interpretar todos los elementos que conforman tu gráfico natal. Mi consejo es que tengas paciencia en el proceso, especialmente cuando sientas que algunos conceptos no acaban de asentarse o aclararse. El aprendizaje real tiene sus ciclos; comprender que hay que respetarlos es una de las lecciones. Pronto, el paso de los días y el avance en la lectura harán su magia y todo va a ir, poco a poco, encontrando su lugar.
Diseña tu propia aventura. Haz de este libro el lienzo de tu historia.
Cada carta astral es única y quiero que este libro también lo sea. Escribe en él, coloréalo, márcalo. Completa los ejercicios. Responde las preguntas. Dobla las páginas, subraya las frases que quieras recordar. Anota tus preguntas. Cuando pintamos el camino con nuestros colores, la senda del aprendizaje se vuelve muchísimo más interesante. Logrando que el conocimiento se nos tatúe sin esfuerzo. Lo importante es que te diviertas y que puedas descubrir todo lo que traen las estrellas para ofrecerte.
Espero que nunca tengas miedo de vivir tu verdad, de sentir y habitar cada rincón de tu ser. Espero que este recorrido te lleve de nuevo a ese hogar interno donde las luces nunca se apagan. Cuando te tienes, siempre estás en casa.
Feliz lectura.
Con amor,
DIWALI
PRÓLOGO
Recuerdo perfectamente la primera vez que pensé que, quizá, en algún momento de mi vida, podría dedicarme de lleno a este oficio tan mágico, misterioso y apasionante que supone la astrología. Era una mañana de uno de esos sábados tranquilos de otoño que cubren la ciudad de hojas y nos regalan el equilibrio entre la nostalgia del invierno y la calidez del verano. Tendría, como mucho, catorce años, y había logrado convencer a mis padres para que me dejaran que la astróloga de toda la vida de mi madre y mi hermana me hiciera la primera lectura de mi carta astral. Todo lo que va más allá del mundo material cautiva mi atención desde que tengo uso de razón, pero mi madre siempre fue militante de que uno debe alcanzar cierto grado de madurez antes de exponerse a determinada información. A veces me pregunto si algo dentro de ella le advertía que, desde ese día, la astrología marcaría mi camino como nunca nada lo había hecho.
Cuando llegué al departamento de Martha —la llamaré así para cuidar su privacidad— y ella comenzó a hablar, sentí que entraba en una rueda del tiempo. El espacio se volvió pequeño. Todo se centraba únicamente en ese instante. ¿Alguna vez has experimentado algo así? ¿A que se siente como si esa estructura conocida que nos brinda el reloj dejara de existir?
Para mí, que todavía era pequeña y no comprendía el profundo poder que posee esta herramienta, lo que estaba sucediendo era apabullante. Desbordaba por completo los límites de mi comprensión racional y sobrepasaba mi capacidad de análisis. Esa mezcla de miedo y entusiasmo terminó confluyendo en una bajada de presión y un leve mareo que Martha logró reconocer a tiempo. Frenamos por unos momentos la sesión para que pudiera recuperarme mientras ella —como siempre, muy caracterizada por la amabilidad de su Sol virginiano— me traía un vaso de agua y me indicaba ciertos ejercicios de respiración. Pronto volví a mi cuerpo y pudimos continuar con la consulta. Me pasé el resto del tiempo tomando nota, completamente anonadada por lo que estaba escuchando, aun cuando varios conceptos, por la falta de experiencia, se me escapaban como arena entre los dedos.
Disfruté mucho del encuentro. Me divertí, pero traté de tomarlo sin demasiada seriedad. Por alguna razón, no quería darle muchas vueltas más al asunto. Sin embargo, cuando bajábamos en el ascensor para despedirnos, entre mis movidos cuestionamientos internos se cruzó una suposición inesperada: «Mira, que si me termino dedicando a la astrología…». Pero, de nuevo sin ansias de indagar más, dejé pasar el pensamiento.
Volví a mi rutina cotidiana como si nada. Al cabo de unos meses se evaporó la emoción inicial y, como siempre, me distrajeron las responsabilidades frecuentes. Si bien no me había olvidado de la experiencia, la guardé en algún recóndito e insignificante recoveco de la memoria. Se ve que no era mi momento y, como sucede cada vez que nos llega información que no estamos abiertos ni preparados para recibir, la dejé pasar.
La palabra «astrología» no volvió a golpear las puertas de mi curiosidad por un largo periodo. Hasta que, unos años después, el camino me sorprendió con una serie de eventos desafortunados que me dejaron completamente confundida, desorientada y luchando una guerra constante con mi mente, cuerpo y espíritu. Mis respuestas se habían convertido en preguntas y mis preguntas se habían tornado en dudas. Sentía una necesidad imperiosa de encontrar respuestas en algo más allá del plano físico. Algo que fuera mucho más grande y significativo que nuestra dimensión material, donde las cosas habían perdido un poco de color. Así fue como comencé el viaje que ya muchos otros antes habían transitado, el de ir hacia dentro para forjar un sentido y construir un exterior con el que sí estuviera en sintonía. Encontrar refugio en lo espiritual para sanar se convirtió en mi norte. Necesitaba recuperar una conexión con el todo.
Pasé horas y horas estudiando el mundo energético, ese universo que no solo nos rodea, sino que creamos y habitamos diariamente y, aun así, solemos relegarlo al olvido. Me alejé un tiempo de aquello que conocía y me dediqué de lleno a estudiar todo libro esotérico que tuviera al alcance. Leía. Escuchaba. Escribía. Fue un momento de pausa, un espacio de silencio en el tiempo. Una temporada de retiro y de calma que tuve que tomarme para lograr, por fin, conocerme, observarme, desaprender y sanar. Veía pasar las estaciones como quien observa el paisaje desde la ventana de un tren: advirtiendo su belleza, pero ignorando su olor o su temperatura. Me la pasaba yendo de la biblioteca a mi casa y de mi casa a la tienda de libros.
Una tardecita de agosto, hurgando entre los estantes de segunda mano en la librería del barrio, me crucé con uno de los escritos de Carl Jung. Fue amor a primera vista. Quedé fascinada por la honestidad de su historia, la infinidad de su sabiduría y lo holístico de su perspectiva. Comencé a investigar más a fondo su vida, sus intereses y su recorrido. Jung sostenía que, para vivir una vida plena y llegar a ser realmente nosotros mismos, había que adentrarse de lleno en nuestro mundo interior, explorar el inconsciente y trabajar las propias sombras. Definió este recorrido como el proceso de «individuación», en el que llegamos a conocer nuestra verdadera esencia. Fue en este camino de autodescubrimiento donde Jung vivió y desarrolló los pilares más brillantes de su carrera, como la teoría sobr