El club de los execrables

Malcolm Otero
Santi Giménez

Fragmento

Antes de nada quiero desmentir de manera tajante que Santi Giménez y Malcolm Barral se conocieran en la cárcel. Por más que muchos estén interesados en desprestigiarlos, la verdad es otra. Aunque la lista de antecedentes penales de ambos es casi tan grande como el ego de Cristiano Ronaldo, fui yo quien los presentó. Y por supuesto que asumo mi culpa por ello.

Trataré de contar cómo sucedió. A Malcolm, editor literario, lo conocí cuando la noche previa al día de Sant Jordi acompañaba a un escritor latinoamericano de enorme prestigio. La casa editorial le había hecho un encargo a Malcolm, entonces un joven empleado, que debía cumplir a rajatabla. El escritor era muy bebedor y se trataba de lograr que llegara en perfectas condiciones a la larga jornada de firmas del día siguiente. Cuando yo caí en el mismo bar en que estaban ambos, el escritor prestigioso y latinoamericano andaba a cuatro patas por la moqueta del Giardinetto y exigía que le dejaran bailar desnudo sobre el piano. Malcolm, desolado, me explicó que no pensó que compartir una botella de tequila con él llegara a causar tales efectos. ¿Qué hacer?, me preguntó Malcolm. Y yo le contesté con sinceridad: a una persona en ese estado nunca se le puede permitir que beba a solas. Nos emborrachamos con él y exaltamos una amistad naciente.

En aquel momento yo estaba a punto de sumar un millón de amigos, reto que ni tan siquiera estaba al alcance de Roberto Carlos, entonces un conocido futbolista del Real Madrid. Así que aceptar la amistad de Malcolm era casi un incordio, pero en las semanas posteriores a su despido de la editorial, puesto que la mañana de Sant Jordi el escritor prestigioso y latinoamericano había terminado vomitando sobre la cola de sus fans, tuve que ejercer de hombro consolador para Malcolm. Para cuando él encontró un trabajo, que resultó aún mejor, ya éramos eso que se ha dado en llamar amigos.

Años antes, por mi pasión deportiva había conocido a un joven reportero del diario Sport llamado Santi Giménez. Interesado en personas que sin ser profesionales del deporte exhibieran cualidades físicas asombrosas, vino a mi chalet en Galapagar para escribir un reportaje sobre mi humilde persona. La entrevista, que apareció en la contraportada del Sport en febrero de 1997, carecía de rigor periodístico y estaba llena de disparates e invenciones, así que escribí una breve carta de protesta al director del diario. Para mi sorpresa, el despido de Santi Giménez me produjo una profunda sensación de culpa que traté de paliar con una comida de desagravio en la Barceloneta. Fue en aquella jornada cuando conocí, de primera mano, las condiciones sobrehumanas del hígado de Santi. Me bastó preguntar al camarero: «Oiga, pero ¿qué hacen todas estas botellas vacías de vino blanco sobre nuestra mesa?», para que el empleado me contestara, amable, que los cascos de cristal no me los iba a cobrar.

Regenerado, traté de olvidar a ambos y distanciarme de ellos, pero unos años después, volví a Barcelona para rodar unas escenas de la primera temporada de la serie ¿Qué fue de Jorge Sanz? En el capítulo que andaba rodando necesitaba recrear una escena nocturna donde el famoso actor español se agarraba una tajada increíble en un bar de Jaén. Jaleado por los clientes del bar a deshoras, Jorge caía en una espiral de autodestrucción y degradación. Para su mala fortuna, en la ficción, la escena era grabada en móvil por uno de los asistentes y colgada en YouTube con la etiqueta: «Jorge Sanz borracho en Jaén.» Como es evidente, la grabación se convertía en viral.

Para componer el numeroso grupo de figurantes que a las cuatro de la mañana debían abarrotar el garito que teníamos alquilado para el rodaje, recurrimos a conocidos dipsómanos de Barcelona. Fue esa noche cuando, entre los figurantes, las presencias de Malcolm y Santi se destacaron entre las demás. Sus gritos, sus imprecaciones, su talante colaborativo con la filmación hasta alcanzar asombrosos grados de lo que llamamos cinéma vérité o sinceridad interpretativa, me conmovieron. El propio Jorge Sanz me comentó que jamás en su larga y procelosa carrera había trabajado con una figuración tan entregada a sus papeles. Fue así como, al finalizar la jornada, en horas donde otras jornadas laborales comienzan, presenté a Malcolm y a Santi mutuamente.

Entre ellos surgió una amistad con tintes de rivalidad. Verlos juntos era sentirse juez de una competición particular. No querría ahora entrar en detalles que quizá desanimen la lectura de este intrigante libro. Los oyentes de Rac 1, y muchos de sus trabajadores, conocen por sí mismos de lo que son capaces estos dos locutores cuando se les regalan cinco minutos de micrófono abierto. Y digo regalar porque los tipos no hacen más que quejarse de su salario, ahí lo dejo. Por su espacio radiofónico, que dirige con mano de hierro Xavi Bundó, han pasado biografías de personajes impecables y queridos a los que han despellejado de manera inmisericorde, en algunos casos hasta de cuerpo presente. Los recuerdo bien a las pocas horas de conocerse la muerte de Fraga o de Prince, ambas estrellas pop, ya componiendo mentalmente sus programas de descrédito. El éxito de audiencia solo puede explicarse por la enorme maldad que guía los instintos del oyente. Como grandes figuras periodísticas saben, la maldad es lucrativa y hoy en día las personas no aspiran más que a atesorar una reputación virtuosa.

Barral y Giménez hacen con el prestigio de los personajes que protagonizan su espacio algo parecido a lo que Hitler hizo con Polonia durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial. La ausencia de ternura y conmiseración los convierte en los locutores más queridos de la radio. Los oyentes se frotan las orejas a la espera de quién será el siguiente. Huelen sangre y como bestias carroñeras aguardan a que estos dos depredadores del dial dejen sobre el mantel los despojos de personas intachables. Porque díganme ustedes ¿qué pueden haber hecho de negativo en su vida personalidades como Gandhi, Cantinflas, el general Custer o Steve Jobs? Para desvelarlo tendrán que leer estas líneas. No se trata de meras transcripciones de sus programas de radio. Al contrario, perspicaces correctores han dotado a este escrito de la apariencia de algo legible. Hasta los oyentes del programa se sorprenderán de que ahora sí, entienden la vocalización de los locutores, desentrañan su sintaxis, acceden a algo parecido a la comprensión lectora.

Seamos generosos, hay que tener en cuenta que los autores son de esas personas que cometen faltas de ortografía hasta cuando piensan. Son víctimas del sistema educativo español que ya antes de la Logse fabricaba verdaderos zoquetes. Aunque quiero desmentir que fueran expulsados de todos los colegios en los que estuvieron matriculados. No es así. Los expulsaron solo de tres o cuatro. También es necesario desmentir que acumulan las denuncias judiciales por parte de familiares y herederos morales de los personajes aquí retratados. Creo que las querellas que afrontan son como mucho cuatro o cinco, no más,

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