Héroes de nuestro tiempo

Santiago Segurola

Fragmento

Prólogo. Otro país, otro deporte, otro periodismo

Prólogo

Otro país, otro deporte, otro periodismo

El 16 de marzo de 1986, cuando Santiago Segurola publicó su primera pieza en el diario El País, España era, además de muchas otras cosas (una democracia joven, un recién ingresado en Europa, un país con ilusión), una potencia deportiva de segunda fila. La eterna promesa. Había pasado mucho tiempo desde la gloria del Real Madrid de Di Stéfano y Gento. Habíamos desfilado sin brillo por demasiadas olimpiadas, apelmazados por la anomalía de una dictadura interminable. El mundo seguía conociéndonos por las manifestaciones desbordantes del genio ibérico: Santana, Ballesteros, Ángel Nieto. A sus ojos, equivalentes de Picasso o García Lorca: expresiones del inmenso talento de un país tan diverso y rico como problemático, en el que la chispa individual predominaba sobre la organización y la planificación a largo plazo. El país «de la furia», que en los grandes acontecimientos internacionales ladraba poco y solía morder menos.

El 16 de marzo de 1986, aquella crónica iniciática de un Athletic de Bilbao-Betis disputado en su querido San Mamés comenzaba así: «Nunca el Betis echará tanto de menos su afamado duende, ese que dicen que acompaña a los de Heliópolis cuando las noches son de plenilunio y la temperatura es primaveral». Faltaban siete meses para la elección de Barcelona como sede olímpica y el deporte español vivía todavía en gran medida de la inspiración. Era la década de Perico, pero todavía no la de Induráin. Faltaban sólo tres meses para que la selección española de fútbol destrozase a Dinamarca, la gran revelación del Mundial de México, para caer después en la tanda de penaltis contra Bélgica y perder la oportunidad histórica de enfrentarse en semifinales a la Argentina de Maradona. Casillas tenía entonces cinco años. Iniesta y Rafa Nadal estaban aprendiendo a caminar. Ricky Rubio ni siquiera había nacido.

En el otro extremo del continente, la prensa recogía espeluznantes reportajes enviados desde el infierno comunista de Alemania Oriental, o de la Unión Soviética, donde las estrellas olímpicas vendían su alma al régimen por una medalla y entregaban su juventud en centros cuasimilitares de alto rendimiento. Las democracias anglosajonas consolidadas ofrecían ejemplos sonrientes de éxito deportivo y prosperidad personal (Sebastian Coe, Carl Lewis, Michael Jordan y tantos otros hombres mágicos, provenientes de universos que parecían inaccesibles). Y mientras tanto España, la tierra del Cid, de Goya y de Albéniz, de Bahamontes, de Luis Suárez y de Joaquín Blume, soñaba con aprovechar algún día el enorme potencial de sus hombres y mujeres en los estadios y pistas del planeta. «La fatalidad debilita», escribiría muchos años después Segurola, el día después de los cuartos de final que España perdió contra Corea del Sur en el Mundial de 2002. Pero las conversaciones no podían despegarse aún del fallo de Cardeñosa, del balón que se escurrió bajo el cuerpo de Arconada, de la ausencia casi total de medallistas —salvo el habitual verso suelto— en las grandes citas olímpicas. Y del famoso tópico: jugar como nunca para perder como siempre.

Los veinticinco años de periodismo deportivo recogidos en este libro atestiguan tres transformaciones fundamentales: la del deporte español, reflejo del cambio social de un país al que, como prometió el entonces vicepresidente Alfonso Guerra, no lo iba a conocer «ni la madre que lo parió»; la de la industria del deporte como espectáculo, sintetizada en la expresión «planeta Beckham» (que da título a otro de los epígrafes de esta antología); y la del propio periodismo, esa profesión hoy en crisis de identidad que Segurola ha ejercido con pasión y entrega poco habituales, hasta erigirse en un referente para el mundo de habla hispana. En la redacción de El País corría a principios de este siglo el dicho de que lo mejor del periódico, su auténtica divisa de calidad, eran la sección de Internacional y la de Deportes, cuyo redactor jefe de 1999 a 2006, el propio Segurola, convirtió en un espacio con un estilo propio que después trataron de imitar con desigual fortuna otros medios generalistas. El mantenimiento hoy de ese estilo persuasivo, coherente y elevado en un periódico tan diferente de El País como Marca es señal inequívoca del triunfo de una forma de encarar la profesión donde el rigor técnico no se contradice con la ambición narrativa y el respeto a los valores sagrados de la competición deportiva. Pese a que los prólogos son espacios proclives al elogio excesivo, difícil es encontrar un periodista que influya por igual en el público, los compañeros de profesión y los mismos deportistas.

Un ingrediente importante para calibrar muchas de las piezas seleccionadas en este libro es recordar algo casi inimaginable ya: fueron escritas cuando no existía Internet. Es un dato relevante que la casa de los señores Segurola Basáñez recibiera durante años la única suscripción de la revista Sports Illustrated en todo Bilbao. Pero al lector joven, que no sabe ni puede vivir sin Google, le dejará boquiabierto volver a reportajes trufados de datos que sólo podían provenir de la cultura general, la curiosidad, la consulta de fuentes y la conversación con personas bien informadas, los elementos básicos de un oficio que muestra preocupantes señales de uniformización. En contra del dicho, este libro demuestra que no todas las páginas periodísticas van destinadas a envolver el pescado del día siguiente. Consta también que, al repasar estas crónicas y artículos, Santiago Segurola ha querido contextualizar algunos de ellos y contar la intrahistoria: son los textos que van en cursiva y entre corchetes.

Segurola ha narrado como nadie la épica del fútbol en los tres últimos decenios, con sus equipos y, sobre todo, sus mejores intérpretes (el capítulo «El gran seductor», que abre la presente antología, es ante todo un canto al futbolista diferente). Sin embargo, también ha narrado los grandes campeonatos de atletismo y de natación con una precisión y unos conocimientos técnicos muy poco frecuentes en la prensa española. Allí aparecen las andanzas de seres proscritos como Ben Johnson, risueños «extraterrestres» como Usain Bolt, ídolos caídos como Marion Jones, dioses de carne y hueso como el «inalterable» Michael Phelps. Lo que impresiona con el paso del tiempo, no obstante, es el afán sostenido por explicar en un lenguaje accesible los detalles que deciden una prueba o sitúan a un deportista en la cima del mundo, como la pieza que dedica a las zapatillas que se calzó Maurice Greene en los Mundiales de atletismo de 1999. De nuevo, el rigor técnico incorporado a la épica. El mismo periodista que nos explica en «Sevilla, 1999» cómo se fabrican esas zapatillas, o cómo la prueba de los 400 metros es la más dañina para el organismo humano por la concentración de ácido láctico que deja en la sangre, es ocho años antes el testigo apasionado de la final de salto de longitud («tal vez la hora más completa de una prueba en la historia del at

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos