25 de julio de 1992

Jordi Canal

Fragmento

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LA ESPAÑA DEL SIGLO XX EN 7 DÍAS

 

 

Jordi Canal

 

 

 

 

En toda historia de un país, unas fechas resultan más importantes que otras. Unos días empiezan o concluyen periodos, mientras que la mayoría no entran a formar parte del calendario a recordar. En algunos casos, un día es mucho más que un día, puesto que representa una época. A veces ello es evidente desde el mismo momento en que tienen lugar los hechos, en otras ocasiones no se asume hasta mucho tiempo después. El papel de la prensa y la radio, pero sobre todo de la televisión —el siglo XX analógico va a abrir las puertas de un siglo XXI que construye fechas-acontecimiento de forma sensiblemente distinta—, no es menor.

Esta colección de libros reconstruye la historia de la España del siglo XX a partir de siete días decisivos, una semana. No son cien años, puesto que hemos optado por un siglo XX algo más largo de lo normal, empezando en 1898, con la batalla que supuso el final del viejo imperio español moderno, y terminando en 2004, cuando, en un país modernizado y de consolidada democracia, se produce el mayor atentado de su historia. Unos son días de guerra, mientras que en otros casos se privilegian atentados terroristas o conatos de golpe de Estado, sin olvidar momentos clave para la sociedad española tanto en el terreno cultural como en el deportivo.

A partir de la narración de lo ocurrido en un día concreto de la historia de España se propone una aproximación al periodo, a las implicaciones nacionales e internacionales de los hechos y, asimismo, a la historia y a la memoria de aquella jornada. La aproximación micro se convierte en la clave de una comprensión macro. En los libros de esta colección se recupera una historia con fechas y acontecimientos —sin que ello represente un retorno a maneras del pasado—, en la que los hombres y mujeres de carne y hueso son los auténticos protagonistas y que, asimismo, sin ninguna merma de crítica y rigor, está sobre todo pensada para ser leída y disfrutada.

Tomás Pérez Vejo, José-Carlos Mainer, Pilar Mera, Antonio Rivera, Juan Francisco Fuentes y Mercedes Cabrera, todos historiadores conocidos y reconocidos, se unen a quien firma estas líneas para contar y analizar en siete libros, dedicados a otras tantas fechas, un centenar de años de nuestro pasado.

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PRÓLOGO

COBI Y COVID

 

 

 

 

Cada Olimpiada tiene, como mínimo desde Múnich 72, una mascota oficial. Waldi fue la primera así reconocida, un estilizado perro de raza teckel escogido para la vigésima Olimpiada, celebrada en la República Federal de Alemania. Le sucedieron, en las ediciones de verano de los Juegos Olímpicos (JJ. OO.), el castor Amik en Montreal 76, el osito Misha en Moscú 80, el águila Sam en Los Ángeles 84 y Hodori, el tigre de Seúl 88. La mascota constituye, junto con los cinco aros del olimpismo, en un plano general, y el logotipo específico de cada evento, el símbolo y la marca de los JJ. OO. Resulta, asimismo, una operación de marketing y economía de muchísimos ceros. Cada sede elige su particular mascota, que está condenada a tener una corta e intensa vida de cuatro años, esto es, los que van desde su nacimiento y presentación en la Olimpiada inmediatamente anterior hasta la realización de los Juegos en cuestión.

De Seúl 88 a Barcelona 92, de Corea a España, el felino Hodori dejó paso, en 1988, al perruno Cobi. La mascota había nacido en enero de aquel año, llamada de forma provisional Perro Julián o Gos Juli, y fue bautizada definitivamente, en el mes de junio, con el nombre de Cobi. Cobi, como su padrino COOB, el Comité Olímpico Organizador de los Juegos de Barcelona en 1992. Era obra de Javier Mariscal, un artista y diseñador valenciano afincado en la Ciudad Condal. El COOB 92 había convocado, a finales de 1987, un concurso restringido con media docena de reconocidos participantes para elegir la mascota de los futuros Juegos. Mariscal presentó, en un primer momento y con muchas dudas —como explicaba su amigo, en aquel entonces, Miquel Barceló—, tres propuestas: Palmerito; Petra, que iba a convertirse en la mascota de los Juegos Paralímpicos, y Gamba, una gamba con pinzas de langosta que acabó más adelante, en tamaño gigante, en el restaurante Gambrinus del barcelonés Moll de la Fusta.

En un segundo momento, después de una ampliación de los plazos del concurso, surgió la mascota en forma de perro, inspirada en el gos d’atura del Pirineo catalán, pero sin pelo —excepto tres en la cabeza— ni rabo, erecto, simpático, con gran movilidad y el don del habla. El cánido de Javier Mariscal fue el elegido, por delante del Sol Olo y del Gos Uau del artista Peret. Recibió un sustancioso premio en metálico, pero tuvo que ceder todos los derechos y royalties sobre su criatura al COOB 92.

No era un perro perro, aseguraba Mariscal, sino un perro humanizado, que rompía con la tradición Disney y la fórmula Naranjito y apostaba por la vanguardia y la modernidad. Las raíces de Cobi se encuentran en los cómics underground protagonizados por los Garriris y el perro Julián, que sí era, todavía, un perro perro. A partir de la decisión del jurado empezó el largo proceso de desarrollo de la propuesta, en el que Mariscal contó con la colaboración de Josep Maria Trias, que había resultado vencedor en el concurso paralelo para escoger el logotipo de los JJ. OO. de Barcelona, y del estudio Quod. Tenían cuatro años por delante y optaron por ir descubriendo sin prisas al público, a fin de no quemar la mascota antes de hora, las distintas caras y facetas cobianas.

Desde un punto de vista comercial, el perruno Cobi generó mucho dinero. Durante cuatro años estuvo en todas partes y bajo todas las formas. Era, en palabras de Miquel de Moragas, un producto redondo. Si en un primer momento no entusiasmó, al representar un cambio enorme en el mundo de las mascotas olímpicas, poco a poco el rompedor Cobi se hizo un lugar en el corazoncito de los españoles y de la familia olímpica. Acabó siendo un personaje muy apreciado. E, incluso, sobrevivió excepcional y parcialmente a los fastos del 92. Sea como fuere, a partir de 1989 iba a compartir presencia con Curro, la mascota de la Expo de Sevilla. Mariscal

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