CÓMO UTILIZAR ESTE LIBRO
Esta obra está dirigida principalmente a todos aquellos varones que tienen entre dieciséis y ciento dieciséis años y que no tienen nada que hacer un miércoles por la tarde en pleno invierno. Probablemente, la mejor forma de utilizar este libro sea sentándose en alguna parte y, tras echar un vistazo alrededor como haría un hombre en busca de una brecha en un reactor nuclear, salir corriendo para descontaminarse.
En este libro se incluyen, además de las típicas indicaciones que explican cómo levantar una pared de ladrillos o cómo emplear un reloj a modo de brújula, muchas de esas actividades de las que siempre se ha oído hablar pero que parecen irrealizables, como pesarse la cabeza, ganar dinero en un casino o quitarse los calzoncillos con los pantalones puestos; en otras palabras, todos esos conocimientos prácticos indispensables para desenvolverse en la vida diaria que no se enseñan en el colegio.
A diferencia de los libros de actividades de antaño, que hablaban de productos esotéricos como permanganato potásico, oropimente, aguafuerte o litargirio, para llevar a cabo las actividades propuestas, en esta obra solo se necesitan objetos e ingredientes de uso cotidiano. Reconozco que si uno se propone asar un cochinillo con espetón, necesitará una serie de utensilios poco habituales, pero en la mayoría de los casos no se tendrá que ir muy lejos para contar con el material necesario.
Las publicaciones de este tipo que había en mi juventud contenían a menudo instrucciones tan complejas y aburridas que uno se quedaba dormido mientras las leía. Por eso he hecho grandes esfuerzos para asegurarme de que ninguna de las propuestas de este libro requiera demasiados pasos, y que las instrucciones sean tan claras como la lágrima de un ángel.
Asimismo he probado personalmente casi todo lo propuesto en estas páginas, aunque confieso que no he tenido la oportunidad de hacer fuego mientras caminaba o de arrestar a un ciudadano. Lo que sí he hecho ha sido conservar huevos en vinagre y tocar la gaita… aunque no al mismo tiempo. En aquellos casos en los que me ha sido imposible poner algo en práctica, he recurrido a la colaboración de los mejores expertos que he podido encontrar.
Para simplificar las cosas, he dado por sentado en todo momento que el lector es diestro. Si no lo eres, por favor, no es necesario que mandes una carta de queja al gobierno; solo tienes que cambiar una mano por la otra y todo saldrá bien. De hecho, en las actividades propuestas me refiero a menudo a las manos; en el dibujo situado bajo estas líneas se muestra el nombre que doy a cada dedo.
En el caso de pañuelos, servilletas y hojas de papel, me refiero a las esquinas de la siguiente manera: la superior izquierda corresponde a A, la superior derecha a B, la inferior izquierda a C y la inferior derecha a D.
Cuando no hablo de «puñados», «pellizcos», «pizcas» o «chorritos», recurro al sistema métrico decimal para indicar pesos y medidas.
En ocasiones, me refiero a las mujeres como «chicas». Si eso ofende a tu novia, confío en que la disuadas para que no organice una quema de libros a lo nazi y le hagas ver que siempre que he considerado más apropiado escribir «ella» que «él» lo he hecho. Así que, por lo menos, he intentado no discriminar.
Con la práctica y la presentación apropiadas, incluso el más sencillo de los trucos de este libro puede causar sensación. Muchos los he desenterrado del fondo de mi memoria y llevo haciendo la mayoría desde mis días de colegial. No obstante, confieso que tengo una deuda de gratitud con Martin Gardner, autor de numerosas obras de entretenimiento, rompecabezas y curiosidades que se encuentran a caballo entre la ciencia, las matemáticas y la magia. Su vasta colección de pasatiempos me ha servido para desempolvar alguno que otro que tenía olvidado. Asimismo debo expresar mi agradecimiento a Ben Dunn, quien tuvo la idea de hacer este libro y me propuso que lo escribiera. Fue él quien me hizo un par de sugerencias descabelladas de las que nunca había oído hablar y que no eran nada fáciles. Le pido disculpas por quemarle el vello del brazo durante la ejecución de un truco que se me fue un poco de las manos debido a la emoción.
Te ordeno que no intentes llevar a cabo nada peligroso que leas aquí. Caminar sobre un lecho de brasas comporta un riesgo enorme incluso para alguien que se dedica a ello profesionalmente. Dichas ideas deben tomarse como meras fantasías que uno podría probar en un mundo ideal.
He incluido unos cuantos trucos y bromas para los que se precisan cigarrillos, ceniceros y cerillas, aunque soy consciente de que puede resultar difícil realizar juegos de manos con dichos objetos por la sencilla razón de que el gobierno ha prohibido fumar en muchos lugares. Así pues, habrá que utilizar la imaginación.
Puedes adaptar las instrucciones y las recetas según lo que tengas a mano, pero si en el texto pone que se necesitan unas tijeras afiladas, eso es lo que tienes que emplear, y si pone pegamento, es mejor no usar celo. Por tanto, me eximo de cualquier responsabilidad si obras de un modo distinto al indicado y se te descuajaringa todo.
Por último, me consta que muchos se preguntarán cómo es que este libro se titula 211 Cosas que un chico listo debe saber en lugar de algo más práctico como «200» cosas. La razón es simple, y es la siguiente: los números redondos son complicados. Basta imaginar qué ocurriría si Trampa 22 de Joseph Heller, Treinta y nueve escalones de John Buchan y Ocho y medio de Federico Fellini se hubieran titulado Trampa 20, Cuarenta escalones y Ocho. Creo que el lector convendrá conmigo en que resultarían un tanto decepcionantes, y que quedan mejor de la otra manera.
Y ahora no perdamos más tiempo y pongámonos manos a la obra.