Cuando ya no estás

Laura Vidal

Fragmento

cap-2

Introducción

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Me han preguntado infinidad de veces, tanto espontáneamente como a colación de lo que han leído en mis libros, cómo cambié mi trabajo de auxiliar veterinaria para dedicarme a acompañar a personas en el proceso de duelo por la pérdida de sus animales de compañía. La respuesta no es fácil. La versión corta es que yo no lo elegí, sino que esta vida me eligió a mí, aunque la verdad es que esta contestación no suele satisfacer a nadie, así que muchas veces suelo optar por la respuesta larga.

Los que me seguís por redes sociales (@esperameenelarcoiris) sabéis que siempre escribo con el corazón, no con las manos ni con la cabeza. Comparto mi experiencia profesional y también la personal, los conocimientos que he adquirido tanto gracias al estudio como en mis acompañamientos en lo referente al duelo y el amor hacia los animales, aunque debo confesar que una de las cosas que más me cuestan es hablar sobre mí. Aun así, siempre he compartido parte de mi camino, de mi vida, de mi amor y de mi dolor, y en estas páginas no será distinto.

En mi historia el amor por los animales ha sido una constante. No sé cuándo ni por qué surgió, pero, según mi madre, antes de saber pronunciar una palabra ya me encantaban los animales. Mientras las otras niñas jugaban a las muñecas o a papá y mamá, yo jugaba con la granja de Pin y Pon. Así que no es raro que en cuanto supe hablar lo primero que pidiera fuera tener un perro, y este llegó cuando yo tenía ocho años. El mejor regalo de mi vida se llamaba Kira.

Debo confesaros que crecer con un animal es una de las mejores cosas que pueden pasarle a un niño. Ella me dejó algunas de las enseñanzas más importantes de mi vida y se convirtió en mi mejor amiga. Mi amor hacia los animales se cimentó gracias a Kira y ella fue mi inspiración para decidir mi camino profesional. Quería ayudar a los de su especie para devolver un poco del amor que ella me había dado a mí. Me acompañó hasta que cumplí veinticuatro años. Cuando ella falleció yo estaba trabajando y de repente lo supe. Supe que se había ido, tal era nuestro vínculo. Cuando recibí la fatídica llamada de mi madre ya sabía lo que iba a decirme. Fue la primera vez que me enfrenté a la muerte y no me avergüenza reconocer que no estaba preparada para ello. La muerte es dura, pero perder a tu mejor amiga es devastador.

Años después me independicé y empecé a crear mi propia familia. Aunque mucha gente piensa que la familia empieza cuando te casas o te vas a vivir con tu pareja, mi familia lo hizo de forma diferente, con Galo, un enorme dogo alemán. Los animales con los que había convivido hasta entonces eran «mis hermanos», pues yo aún era pequeña y los responsables de ellos eran mis padres; sin embargo, Galo era mío, mi «perrhijo» como yo solía llamarlo. Fue un perro muy especial, que me dejó infinidad de anécdotas; he tenido animales buenos, cariñosos, traviesos, inteligentes, fieles, increíbles…, pero ninguno como él. Era «un personaje» de trastadas gigantes, igual que su corazón, con la mentalidad de un niño que nunca llegó a crecer, miedoso y divertido a partes iguales, capaz de comerse las cosas más inimaginables (y encima le sentaban de maravilla). Explicar todo lo que él era y significaba para mí daría para escribir un libro entero.

La muerte es dura, pero perder a tu mejor amiga es devastador.

Durante unos años fuimos Galo y yo, mamá y su niño juntos ante todo, incluso en un cambio de país que me llevó a vivir a Italia, lejos de la familia y amigos. Pero ¡ojo! no estaba sola, estaba con mi perrhijo.

Allí amplié la familia y le di a Galo una hermana perruna. Me presenté en la perrera de la ciudad donde vivía y pedí expresamente el peor perro que tuvieran, aquel que nunca nadie se llevaría, y me entregaron una perra negra, esquelética y maltratada, aunque estoy segura de que se equivocaron, ya que resultó ser uno de los seres más maravillosos que he tenido la gran suerte de tener a mi lado: Minnie, una perra que no podía ser más diferente a mi perrhijo. Si él era patoso, ella era puro músculo; si él era miedica, ella era valiente; si él era cariñoso con cualquiera, ella era extremadamente desconfiada con los extraños; si yo defendía a Galo, ella me defendía a mí.

Mi familia ya era de tres. Al regresar a España un par de años después, mi círculo siguió creciendo con una gata llamada Deysi y una lora «asesina» llamada Lolita. Digo que es asesina porque me eligió como su pareja e intenta asesinar al resto del mundo. Cuando conocí a Lolita estaba sufriendo una gran depresión porque sus dueños se habían desprendido de ella, lo que la llevó a prácticamente dejarse morir; su carácter cambió y de ser una lorita simpática se convirtió en un pequeño diablo emplumado que atacaba a todos los que osaban acercarse a ella. Pero un día, después de varios picotazos, de repente se me acercó, me puso la cabecita sobre la palma de la mano y me miró con unos ojos de amor imposibles de explicar. Desde ese día ella me eligió y ya nunca más nos separamos. Vivimos juntas, durante mucho tiempo me acompañó al trabajo, nos duchamos juntas…, aunque sigue intentando atacar al 99 por ciento de la población mundial.

Muchas veces, la relación con un animal resulta más enriquecedora que la que se puede tener con otro humano.

Todos ellos me acompañaron en tantos momentos de mi vida que es imposible contarlos en unas páginas. Solo los que hemos tenido una relación así con un animal sabemos lo que es, hasta dónde son capaces de dar. Muchas veces, la relación con un animal resulta más enriquecedora que la que se puede tener con otro humano. Me acompañaron en mi juventud, estuvieron conmigo en el inicio de una nueva vida, en cada una de mis alegrías y penas, en un divorcio… Cuando no veía ninguna razón para levantarme por la mañana, ellos estaban ahí, mirándome con la correa en la boca y obligándome a salir a pasear. Me acompañaron incluso cuando conocí al amor de mi vida y tuve mi primer hijo, y entonces la familia creció aún más, pero nunca olvidaré que ellos llegaron antes; mi familia empezó con ellos.

La vida siguió su curso natural y mis perrhijos se fueron, primero Galo y después Minnie, y me dejaron sola. Luché hasta el final por que se quedaran conmigo, me resistí a la idea de dejarlos ir, no podía soportarlo. El dolor fue tan brutal como si me arrancaran un pedazo de mí; no solo era un dolor emocional: lo sentía incluso físicamente. Era de tal intensidad que me hacía doblarme en dos sobre el estómago. Hundida en ese pozo oscuro que es el principio del duelo, traté de localizar algo que me ayudara a saber qué hacer con esa gran oscuridad que se apoderaba de mí, así que busqué libros sobre el duelo por los animales de compañía y no encontré nada, busqué algún especialista que pudiera ayudarme y no encontré nada. Pero eso no fue lo peor: busqué la comprensión y la validación de mi entorno y me encontré con que nadie me entendía. En med

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