100 historias 100 yardas

José Antonio Ponseti
Iker Sagasti
Luis Jones
Javier Gómez

Fragmento

Prólogo

PRÓLOGO

Ocho años cabalgando... y los que quedan

Era uno de aquellos días de la pandemia, donde las horas pasaban lentas, los muros no se movían de sitio y la única ventana que se abría para ventilar la vida era la pantalla del móvil. Apareció en el Instagram de uno de los jinetes. Era un mensaje privado de alguien que se presentaba como yarder y padre separado.

Aquel fue un periodo donde quizá nos atrevimos a contar más lo que sentíamos. Vivíamos menos emociones y las apreciábamos con plena intensidad. Las distancias también eran mayores, así que cualquier puente que ayudara a reducirlas constituía una pequeña tabla de salvación.

No revelaremos la identidad de aquel padre, que comenzaba dando las gracias por todo el trabajo que estábamos haciendo durante el encierro. Aquellos programas diarios, llenos de risas y suposiciones, de debates reales y forzados, habían significado más para él que para cualquiera de los otros miles de yarders. Porque su hijo no estaba bajo su techo. A la distancia de la separación afectiva se había añadido la física de la pandemia, y quizá algún agujero más de esos que a veces la vida va abriendo.

En un tono llano y emotivo, cercano y agradecido, este padre nos explicaba cómo 100yardas durante toda esa etapa se había convertido en el único refugio que encontró para compartir con su hijo. Había sido su billete de entrada al «nosotros». El único canal que encontró para sentir que ambos seguían formando parte de algo, y a través del cual viajaban las palabras y las bromas, las complicidades y los afectos. Aquel día, al leer el mensaje, el que escribe este prólogo soltó una lágrima.

El mundo es hoy un lugar más complejo y difícil que hace unos años. Y 100yardas es, ante todo, una esquina de todas nuestras vidas, una pequeña aldea gala que resiste, todavía y como siempre, al invasor del mal rollo. Eso no significa que haya siempre carcajadas, que las hay, y muchas. Significa mandarle ánimos en directo a una yarder como Nerea, que lo estaba pasando regular en el hospital. Significa ser el «guardaespaldas» de un camionero agradecido como Manuel, que nos escribió una carta, de su puño y letra, para darnos las gracias por mantenerlo alejado del sueño durante tantas horas de conducción nocturna. Significa haberle sido útil a un padre que no sabía cómo ni de qué hablar con su hijo. Y, claro, significa sobre todo muchas risas.

Son ya miles de programas y millones de minutos con todos vosotros. Pero estamos convencidos de que lo que nos diferencia de tantos otros magníficos programas sobre este deporte —incluso de tantos otros pódcasts deportivos y generalistas— es que, antes que un espacio de fútbol americano, somos un grupo de cuatro amigos que ha conseguido crear un segundo círculo con otros miles más de colegas, los yarders.

Durante la pandemia fue cuando tomamos conciencia de ello. Pero además esos meses tan complejos se convirtieron en el momento de la explosión de 100yardas, que pasó de ser el pódcast más escuchado de un deporte minoritario a convertirse en el pódcast polideportivo más seguido de España. Miles de personas buscaban un punto de unión, de escape, de encuentro. Y nuestra mayor satisfacción es que lo encontraran en 100yardas.

Sin embargo, la aventura comenzó mucho antes. José Antonio Ponseti, el capo di tutti i capi del fútbol americano en España, fue sumando caras a la aventura. Había oído hablar de un chico vasco que tenía un pódcast curioso, Iker Sagasti. A Luis Jones lo conocía de mucho antes, de pegarse (con cariño) en los campos de Cataluña cuando competían Boxers contra Bufals. Y a Javi Gómez, gracias a su chica, Mamen Mendizábal, que trabajaba con él y le soportaba interminables comentarios de fútbol americano en medio del informativo nocturno de LaSexta. «Oye, Ponse tiene un programa. Un día le digo que te invite». Y así, como un sargento que buscaba una escuadra de soldados de fortuna para una misión imposible, el general Ponseti fue montando su Equipo A.

Algunos nombres fueron dejando el pódcast y otros se sumaron a él. Sobre todo nuestros compadres americanos, Alfredo Tame y Kenneth Garay, genios de la comunicación y viejos amigos de sus andanzas en Miami, que siempre suman conocimiento, sonrisa y una pizca de provocación; Moisés Molina, con su impagable pronunciación y su sed de análisis como mandan los cánones, o Rubén Ibeas, el rookie, profundo conocedor del juego y sus arcanos, fueron engrosando las filas de 100yardas.

Hasta llegar a nuestro último «fichaje», Paula Páramo. Una entrada muy especial, porque desde hacía mucho queríamos que hubiera una mujer en 100yardas. No debe haber espacio comunicativo sin mujeres, y sabemos la cantidad de yarders mujeres que nos siguen y que aman este deporte.

Pero viajemos directamente a Abbot Kinney, una de las zonas más branchées de Los Ángeles. Nos encontramos en un restaurante llamado Gjelina, que nos recomendó el piloto Oriol Servià, amigo legendario de Ponse. Nos tocó una mesa redonda, de madera clara, junto a un ventanal. Quedaban dos días para la Super Bowl de 2022 y todos bebían agua (para ser parte de 100yardas hay que ser abstemio o Javi) menos el grinch del grupo, que pidió una cerveza canadiense artesanal. Y el boss, de repente, dijo: «Tengo un lío que contaros. Un lío precioso. Pero tranquilos, que no tenemos por qué hacerlo».

Ese «lío» es el libro que tenéis en vuestras manos. «Pues mi editorial nos ha propuesto hacer un libro de fútbol americano como 100yardas. Los cuatro. ¿Lo veis?». La respuesta ya la sabía de antemano. No hay un lío en el que no se metan Los Cuatro Jinetes. Con lo que todos alucinamos fue cuando Javi, que ya sabes que no come, no duerme y no sonríe, agarró al vuelo y sin pestañear el órdago de Ponse. «Lo tengo claro. Lo vamos a llamar 100 historias. 100 yardas, y lo que tenemos que hacer es contar el deporte y Estados Unidos a través de cien relatos que gusten al fan del fútbol americano y también a quien no le guste el deporte. ¿Cuándo empezamos?».

Así son las cosas en 100yardas. Todos a una y sin darle muchas vueltas. Bueno, menos cuando se trata de ir de compras. Porque lo más llamativo de la semana que pasamos en Miami para la Super Bowl de 2020 fue que Luis Jones decidió sacarse un máster en los parkings de los centros comerciales de toda Florida. Puede que los otros tres se pasaran insistiendo en visitar todos los malls de Miami, especialmente Iker, que volvió con cinco kilos de más a Donosti. Y no en la barriga, no; en la maleta. Pero el bueno de Jones decidió que mientras hubiera un parking y un paquete de tabaco, para qué iba a visitar las mejores tiendas de Estados Unidos.

Aquella fue una Super Bowl de gasolina y kilómetros. Cada desplazamiento llevaba una hora como poco, entre atascos y distancias. Total, que en la famos

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