Guía de comunicación no sexista

Instituto Cervantes

Fragmento

Hablar, escuchar, entenderse

Hablar, escuchar, entenderse

De niño leí una canción de Federico García Lorca que hablaba de amor y de lagartos. La escribió con música de romance para dedicársela a Teresita, la hija de su amigo Jorge Guillén. Seguro que muchos lectores recuerdan sus primeros versos:

El lagarto está llorando.

La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta

con delantalitos blancos.

Han perdido si querer

su anillo de desposados.

La sencillez de esta canción conmovedora, que habla del amor, el destino, las dinámicas de la naturaleza y el paso del tiempo, se me fue llenando de hermosa complejidad según iba yo cumpliendo años de lector. Si el diminutivo popular delantalitos me acercó primero a formas propias de mi tierra, llegué después a comprender la verdadera tensión que hay entre las lágrimas de un lagarto y las de un cocodrilo. ¡Cosas en verdad muy distintas por sus posibles consecuencias! Tampoco es mala elección poner a llorar a la vez a un lagarto y una lagarta. Unos lagartos, dichos así, en masculino, jugaban desde luego su función en el uso común, y podían incluso ponerse a llorar a la vez, y hasta quedaba clara su diferencia de sexo si es que habían perdido su anillo de desposados. Pero introducir con su sexo a la lagarta no carecía de interés si se quería carnalizar, hablar más en serio del amor y de anillos de recién casados. ¡No de dos individuos unidos por esposas! Además, los matices importan, y mi madre me llamaba ya la atención sobre el peligro de las lagartas, y el lenguaje común se enriquecía al abrazar en paralelo las palabras lagarta y lagarto en esta canción triste de amor. Si escuchamos nuestro lenguaje con atención, podemos hablar, entendernos, enterarnos de muchas cosas. Podemos apreciar que él y ella llevan delantalitos, que la biología y sus cuerpos, sus baberos naturales, han potenciado incluso la unidad pura de sus tareas conjuntas en la vida.

Hablar, escuchar, disfrutar o preocuparse de todo lo que cabe dentro de las palabras es lo que marca muchos destinos de profesores de lengua o de escritores. Como cada lector tira a sus montes, me acuerdo ahora de la conferencia que Manuel Azaña pronunció sobre «La invención del Quijote», el 3 de mayo de 1930, en Madrid, en el Lyceum Club Femenino. Para empezar, se dedicó a defender el gusto de hablar, el gusto de hablar por hablar más allá de las exigencias de la actualidad. Frente a las coyunturas fugaces de lo actual, defendió lo contemporáneo como una vía de enlazar el presente con las preocupaciones que deben permanecer con serenidad en los brazos del tiempo. No carecía de importancia dedicarse por gusto a hablar de don Quijote y de las invenciones cervantinas justo cuando estaba en medio de algunas actualidades importantes, como la conspiración que buscaba superar los lastres de la Monarquía española con la llegada de la República. Si me acuerdo aquí de la conferencia de Azaña, no es solo porque estoy convencido de que hay actualidades que necesitan de una comprensión histórica larga, sino porque a la hora de hablar, de ejercer su gusto por la palabra, Azaña no olvida que está dirigiéndose a un público femenino: «Sí quisiera, para que mi placer personal de hablar no se frustre, promover el vuestro de ser habladas». El ser habladas, el reconocimiento del oído femenino y su inclusión en el relato de forma directa, resultaba imprescindible para un orador que buscaba llegar siempre al fondo intelectual y emocional de lo que pretendía decir: «La representación de las cosas, en su diferencia esencial, en su inocencia propia, anterior a toda calificación, anterior sobre todo al acto y al hábito de colorear con destellos nuestra vida interior, brinda a los entendidos en las virtudes del lenguaje el puro placer de la sensualidad de la expresión, el sabor carnal de las palabras y el gozo de acariciar su contorno».

Las palabras tienen un poder carnal, intelectual, ideológico, nos hacemos y nos deshacemos en ellas, dibujan nuestros comportamientos y dan testimonio de nuestra herencia. Las instituciones relacionadas con las palabras deben asumir desde este punto de vista dos realidades. Por una parte, los dueños de un idioma son sus hablantes y, por otra, resulta lógico sugerir, guiar, aconsejar aquellos cambios de usos que puedan favorecer una sociedad más justa, por ejemplo, más igualitaria y menos sexista. Los hechos se hacen palabras y de las palabras suele pasarse a los hechos. El político que en el Lyceum Club se preocupaba en 1930 porque las mujeres de su auditorio se sintiesen habladas, era el mismo que estaba dispuesto a abogar por la generalización del voto de la mujer, ya que sus opiniones políticas eran «un derecho que no entra en el patrimonio administrado por el marido».

Las preguntas abiertas sobre el sexismo en los usos de un idioma son hoy algo que tiene que ver con la actualidad, con lo contemporáneo y con nuestro futuro. El Instituto Cervantes tomó conciencia de ello en 2011 y alentó la publicación de una Guía de comunicación no sexista. Como señalaba en el prólogo Carmen Caffarel Serra, directora entonces de la institución, «si lengua e ideología son ámbitos estrechamente relacionados, como los analistas críticos del discurso están poniendo de manifiesto, ha de aceptarse la capacidad de las lenguas para reflejar las ideas fundamentales de las colectividades que las hablan, así como para influir sobre ellas, incluidas las imágenes sociales referidas al sexo o al género». Enseñar un idioma no es enseñar sólo un vocabulario, sino un conjunto de valores, una cultura, una manera de sentirse en comunidad. Nadie puede extrañarse, pues, de que el Instituto Cervantes se preocupe desde hace tiempo en establecer unas líneas de actuación que favorezcan la igualdad. Es uno de sus compromisos en la divulgación de las culturas españolas y en español.

Los matices en juego han alcanzado un interesante protagonismo teórico y político. A petición de la vicepresidenta primera del Gobierno, la Real Academia Española presentó un informe sobre el uso del lenguaje inclusivo en la Constitución española. Posteriormente ha publicado también un documento, «Sobre sexismo lingüístico, femenino de profesión y masculino genérico», en su Crónica de la lengua española 2020. Aunque pueda haber discusiones de matices, los cambios de la sociedad implican cambios en el lenguaje y en los documentos, promueven nuevas decisiones institucionales para dar testimonio de estos cambios, ya sea a la hora de definir palabras en el diccionario, señalar usos discriminatorios o ampliar soluciones lingüísticas de carácter inclusivo. Pero no debe olvidarse que las transformaciones importantes necesitan fraguarse, nacer de la sociedad, y que las Academias de la Lengua no pueden inventarse un lenguaje, sino dar testimonio de los cambios e intentar armonizarlos con el inmenso tesoro que supone el bien público de un idioma común. Aquí no son terminantes ni las autoridades, ni las ocurrencias novedosas, porque hay autoridades que

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos