Palabras moribundas

Álex Grijelmo
Pilar García Mouton

Fragmento

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Introducción

 

LA IDEA DE RESUCITAR PALABRAS

 

Azafata es una palabra muy viva hoy en día; pero hubo un momento en que estuvo muerta. Este vocablo arraiga en el término de origen árabe azafate (‘bandeja con borde de poca altura’), y se definía así en el Diccionario de Autoridades, en 1726: «Oficio de la Casa Real, que sirve una viuda noble, la qual guarda y tiene en su poder las alhájas y vestídos de la Réina, y entra a despertarla con la Camaréra mayor, y una señora de honór, llevando en un azafáte el vestído y demás cosas que se ha de poner la Réina, las quales vá dando à la Camaréra mayor, que es quien las sirve. Llámase Azafáta por el azafáte que lleva y tiene en las manos mientras se viste la Réina».

La definición se irá acortando en las sucesivas ediciones del léxico de la Academia (1869): «Criada de la Reina que le sirve los vestidos y alhajas que se ha de poner, y los recoge cuando se desnuda», pero su destino habría sido la desaparición si no se hubiera recuperado para nombrar con ella a las empleadas de las compañías aéreas que se encargan de atender —también con una bandeja— a los ilustres pasajeros.

La reina de España (o cualquier otra que pueda existir en la actualidad en cualquier otro país) viste ropas que puede enfundarse sola, y no consta que entre el personal a su servicio figuren azafatas, ni mucho menos que se trate de viudas nobles. Mal futuro tenía ese oficio si no se hubieran inventado los aviones.

La edición académica de 1956 mezcla ya aquel origen de la palabra ligado a las viudas nobles con el nuevo empleo de la navegación aérea, y añade esta definición: «Camarera distinguida, que presta sus servicios a bordo de un avión».

No quedó ahí la cosa. La palabra, que algún día corrió peligro de muerte, se revitalizó tanto que sus acepciones crecieron enseguida. En 1970 se introduce una enmienda para precisar que las azafatas no sólo sirven en los aviones: «2. Camarera distinguida que presta sus servicios en un avión, tren, autocar, etc. 3. Empleada de compañías de aviación, viajes, etc., que atiende al público en diversos servicios». Entonces aún se mantenía como primer significado aquello de la camarera y la reina. Y en 1983 el término azafata extiende sus dominios en el diccionario desde el negocio de los viajes a cualquier otro servicio de ayuda al personal: «También hay azafatas que, contratadas al efecto, proporcionan informaciones y ayuda a quienes participan en los congresos, grandes reuniones, etc.».

El resurgir del término moribundo alcanzaría también a las cuestiones morfológicas, pues, de ser solamente una palabra femenina en la edición de 2001, pasa a convertirse en el diccionario actual en un término que admite masculino: azafato. Y la definición ya no dice «mujer encargada de atender a los pasajeros…» o «empleada de compañías de aviación, viajes…» o «muchacha que, contratada al efecto, proporciona informaciones…», sino «persona», «empleado» y «persona» en cada una de las tres acepciones correspondientes.

¿Y qué fue de la camarera de la reina? Ahí sigue, en este caso sin posibilidad de masculino, porque el oficio ha desaparecido sin alcanzar la igualdad de género. En la cuarta acepción (pasando así de la primera a la última), se dice todavía: «Criada de la reina, a quien servía los vestidos y alhajas que se había de poner y los recogía cuando se los quitaba». Es decir, la reina ya no se desnuda sino que se quita la ropa; y los verbos de la definición se reflejan en pasado, porque se supone que tal criada, de seguir existiendo, está apuntada en las listas del paro.

Esto nos muestra cómo es posible que cambie todo alrededor de una palabra sin que cambie nada en ella: cómo se mueven los significados sin que se altere el significante.

¿Y qué ha sido del azafate? Pues continúa en el diccionario para designar un canastillo de mimbre o de madera; es palabra de uso común en Colombia (donde significa «jofaina de madera») y mantiene su parentesco con la safata del idioma catalán: bandeja.

Todo lo cual viene a cuento de que, como pretendemos demostrar en este libro, las palabras pueden gozar de una segunda vida. Siempre, claro está, que los hablantes —ahora se diría más bien «los usuarios del idioma»— así lo decidan. De ese modo, blog puede ser una bitácora o un diario; el cúter puede llamarse fleje o estilete; y el patchwork no deja de ser una almazuela; y un i-pad parece que es lo mismo que una pizarrita. A veces se dan esos fenómenos, y las palabras viejas acaban imponiéndose a las nuevas (cada vez se dice más nevera que frigorífico; y se revitaliza disco tras el abrumador dominio de cedé; y términos tan extendidos como e-mail o sms dejan paso a expresiones genuinas como mensaje o correo).

Siempre habrá quien diga que «no es exactamente lo mismo una cosa que otra», por más que casi resulten iguales. Pero tampoco es lo mismo la camarera de la reina que el camarero de clase turista. Como no es igual la llave metálica de toda la vida que la llave de plástico que nos dan en la recepción del hotel.

Se trata sólo de una cuestión de gusto y de un cierto amor por el patrimonio común que es el idioma español, formado por palabras tan hermosas.

 

LA RADIO

 

Este libro sobre las palabras moribundas tiene su antecedente inmediato en el programa de Radio Nacional de España No es un día cualquiera, presentado por Pepa Fernández y que se emite bajo su dirección en las mañanas de los fines de semana desde hace trece temporadas. La idea surgió a su vez de uno de los capítulos del libro La punta de la lengua (Aguilar, 2004), escrito por Álex Grijelmo. Y ese capítulo tenía su precedente en el Diccionario de palabras moribundas, que él mismo publicó en un suplemento especial del diario El País difundido en mayo de 2001 al cumplirse los veinticinco años de vida del periódico. El propósito de aquel texto consistía en repasar algunas de las palabras desaparecidas de la circulación en ese periodo, y pretendía demostrar lo pasajero de muchos términos que algún día parecieron imprescindibles. Allí figuraban anorak, ambigú, aperturista, autoestop, baby-sitter, búnker, busca, carca, carroza (en el sentido de ‘viejo’), cine de arte y ensayo, conjuntero, defensa escoba, elepé, flecha (el de los campamentos), gachí, grises (los policías de cuando entonces), guateque, hi-fi, hit parade, loden, lunch, magnetofón, melódica (aquel instrumento que tocaban Johnny and Charly, los de «La Yenka»), orsa (ahora fuera de juego), el parte (de Radio Nacional, por supuesto), penene, pickup, picnic, marcador simultáneo, slip, tebeo,

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