John Falz contra los esqueletos malditos

John Falz

Fragmento

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La gente se cree que vivir solo es una pasada, pero...

Vale, sí, nadie te pone hora de ir a la cama. Y, sí, también puedes estar con el ordenador tanto rato como quieras y comer lo que te apetezca (es decir, pizza a todas horas). Pero lo que nadie te dice es que cuesta muchísimo madrugar cuando te vas a dormir a las tantas, que después de varias horas ante la pantalla los ojos duelen un poco y que (esto lo diré bajito por si alguien se ofende) comer pizza todo el rato puede llegar a cansar.

Antes vivía en casa de mis padres, pero me fui de allí intentando buscar un poco de independencia y fue la PEOR decisión de mi vida, prometido (eso también lo digo bajito por si me escuchan mis padres). Ahora trabajo en una pizzería y, además, me tengo que encargar de lavar mis propios calzoncillos. ¡Un rollo, vamos!

Lo peor de todo es que mi jefe se queda casi todas mis propinas y encima me hace disfrazarme. Y no de cualquier cosa: en el trabajo soy UN PERRITO CALIENTE.

Supongo que después de esto pensarás que mi vida es muy aburrida. Y monótona. Y repetitiva. ¿Y sabes qué? Que tienes razón… Me llamo John Falz y solo soy una persona normal y corriente, un chaval aburrido que intenta salir adelante y que se aburre que lo flipas la mayoría del tiempo…

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Excepto hoy.

Porque acaban de entrar dos raritos, una chica y un chico muy extraños, con pinta de que les gusta liarla parda. Os preguntaréis que cómo lo sé: tengo un radar para identificar a este tipo de gente.

—¡Hola! ¡Bienvenidos a El Perrito Ardiente! Ya sé que es un nombre raro para una pizzería, pero…

—Aquí… hay… ¡COMIDA! —grita ella.

—Eh, sí, es lo que tiene una pizzería —digo.

—¡Menos mal! A este paso nos íbamos a quedar en los huesos —le responde el otro. Vale, no están haciéndome ni puñetero caso—. Los huesos, ¿lo pillas?

—JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA —se ríen a la vez.

Pues yo no lo pillo. Me armo de toda la paciencia del universo y les pregunto, mientras ocupan una mesa que aún no he limpiado:

—¿Vais a querer algo…?

—Eh, Craf, eh —le murmura la chica a su compañero, lanzándome miraditas—. No te gires, pero nos está hablando un perrito caliente gigante.

—¿Un… perrito? —balbucea el tal Craf, nervioso—. En plan ¿un chihuahua? ¿A la plancha o rebozado?

—No, bobo, una salchicha dentro de un pan. A lo mejor es una mutación. Tú no lo mires y come.

—¿¿¿Una mutación, yo??? Pero ¿vosotros habéis visto las pintas que lleváis?

Nada. No me hacen ni caso. Y resulta que estos dos no deben de haber comido nada en todo el día, porque empiezan a coger las sobras de la mesa y… ¡a comérselas como si fueran mapaches hambrientos escarbando en la basura!

—¡Eh, eh, eh! ¡Eso es mío!

—Cree que estamos robándole, Mini —le dice Craf.

—¡Esta es una ciudad libre! —contesta ella con todo el morro.

—¡Libre para comprar…! —Me quedo callado porque, de pronto, Craf tiene un refresco lleno en la mano—. ¿De dónde lo has sacado?

—Eeeeeeeeeh, ¿de mi bolsillo?

—¡Tienes que pagarlo! —le ordeno.

—Pero ¿cómo voy a pagar una cosa que he creado?

—Sssssshhhhhh, calla, bocazas —le chista Mini.

¿Crear un refresco? ¿Qué dice? ¿Es el Día Internacional de los Pirados o qué?

—¡¿Qué hacéis ahora?! ¡Voy a llamar a la policía!

Porque la cosa sigue… De repente, se suben a unas sillas y Craf saca un libro para ponerse a leer en voz alta.

—¡Jariiilope, manpenea, kiririkíííííí!

—¿Te está dando un chungo? ¿Llamo a una ambulancia?

—¿No era a la policía? —se burla Mini.

Mientras tanto, Craf sigue leyendo en ese idioma que parece sacado de un ritual chungo. En serio, como invoque algo de otro mundo, ¡yo no me hago responsable! ¡Se acabó! ¡Es hora de solucionarlo!

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